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I

Penitencia

Atrás había quedado su patria y ante él yacía el resto del mundo, ese en el que sus predecesores caminaron en las llamadas Guerras Trols hace miles de años. Sin embargo, esta vez los trols del bosque no eran la amenaza hacia su pueblo o sus aliados, los humanos. Esta vez eran otras criaturas, unas que los pocos forestales que habían marchado al sur junto a la Capitana-forestal Alleria Windrunner ya habían tenido que combatir y a las cuales se referían como orcos; fornidas criaturas de piel verde cuya fuerza y salvajismo se equiparaba con el de los trols, aunque con un intelecto mayor y una destreza mágica tenebrosa, pese a no poseer capacidad alguna de regenerar algunas de sus heridas. Ese era el enemigo que había arrasado el dominio humano más alejado de los siete reinos y que infundio temor en sus corazones, obligando al Rey de Lordaeron a crear la Alianza de Lordaeron, pero de el que su monarca nunca presto gran importancia hasta que se atrevieron a arrasar las frondosas fronteras del sur de Quel'thalas, derramando sangre thalassiana por montones y dejando nada más que ceniza y miseria con el fuego de dragón que desataron sobre sus bosques. Dicho atrevimiento fue lo que llevo al Rey Anasterian a desplegar toda la fuerza militar de Quel'thalas, dicho atrevimiento fue lo que lo aparto de su familia y lo llevo a marchar hacia la propia ciudad capital del Reino de Lordaeron, a bordo de la poderosa armada elfica.

Elessar se hallaba a bordo de la Gloria del Amanecer, sentado sobre un banco a un costado del puente de mando, reclinado unos cuantos centímetros hacia adelante y con su espada sobre sus rodillas, sujeta con su mano derecha mientras que con la izquierda, deslizaba una piedra para afilarla. Había perdido la cuenta de cuanto tiempo llevaba ya en dicha labor, pero a bordo de la nave, sin contar alguna breve charla con el resto de soldados o con el capitán, era lo único que podía distraerle. Su cuerpo se hallaba en camino hacia la ciudad capital, pero su mente se encontraba aun en Quel'thalas. El rostro preocupado de su amada esposa y la expresión ofuscada de su joven hijo ocupaban su mente, pero él lo prefería así. Tenia que ser así. No podría estar dirigiendo a sus hombres y a la vez, preocuparse de su hijo. Tampoco podía actuar como un padre en el campo de batalla, ni privilegiarle. Pero aun más importante, no podía permitirse el lujo de arriesgarlo y tentar a la muerte, no cuando desde hacia tiempo esta ya llevaba rondando a su linaje y se había atrevido a arrebatarles a un hijo ya. Elessar suspiro y negó con la cabeza, mientras se dedicaba a deslizar con aun más fuerza la piedra sobre uno de los extremos de la delgada hoja elfica.

Veradra…

Elessar volvió a sacudir su cabeza al recordar su nombre y apenas si alcanzo a percatarse cuando el sargento-forestal Illdris Windleaf se acerco a él, se cuadro y le saludo refiriéndose por su cargo.

“Teniente Dawnblade.” – Illdris se mantuvo con la mirada fija al frente y las manos a cada costado de su cuerpo, reasimilando la postura de algunas estatuas doradas que adornaban sitios como Tranquillien o la propia Lunargenta.

El elfo le dedico un ligero asentimiento, antes de envainar la espada e incorporarse.

“Descanse, sargento.” – Ordeno Elessar tras ponerse de pie y verlo a los ojos. – “¿Tenéis algo que decirme?”

“Si, Teniente.” – Asintió el sargento-forestal y luego, agrego. – “El capitán Southwave me ha dicho que deberíamos de estar arribando a las costas del territorio humano cerca del medio día de la próxima luna.”

Dawnblade asintió y volvió su mirada hacia el horizonte unos instantes, en dirección hacia el noroeste. Hacia su hogar, rezando a la Luz que su familia pudiera estar segura y él vivir lo suficiente, como para poderles volver a ver. Suspiro con resignación y volvió su atención al Sargento-Forestal solo para despedirse. Poco más podía hacer en altamar, más que afilar su espada, charlar o descansar y en aquellos momentos nada más tenia lo ultimo. Esa era su carga, después de todo; el silencio. Uno que solo se había atrevido a romper con su esposa, al no desear engañarle con respecto al fatídico destino que podía aguardar a su linaje.

Ithïllien…

Elessar bajo los escalones y se dejo caer sobre el camastro de su camarote, recostando su cabeza sobre las almohadas y dejándose llevar por el suave vaivén de las aguas, incapaz de apartar la citada profecía de su mente. La molesta y maldita profecía que rondaba a los suyos desde la Guerra de los Ancestros.

Finalmente, se durmió sin darse cuenta.

* * * * *

Todo eran sombras a su alrededor, sombras difusas y sin forma alguna. El elfo intento alzar la vos, pero solo oía su propio eco. Confuso, intento llevarse una mano a su cinturón, percatándose del espacio vacío que había en el viejo lugar que ocupaba su espada. Elessar resoplo y volvió a gritar, esta vez los nombres de distintos compañeros de armas que le acompañaban dentro de la nave, pero no había respuesta hasta que de pronto, un extraño haz de luz blanquecina ilumino sus alrededores y le cegó por completo…

Solo cuando abrió sus ojos, se encontró ante una gigantesca estructura de piedra blanca, con los muros derruidos, dejando entrever los distintos estandartes rasgados que decoraban los muros interiores, así como uno que otro mueble destrozado y armas oxidadas y abandonadas en el suelo. Nada más había intacto un árbol cuyo tronco se trenzaba hasta llegar a su propia copa, apenas dos metros por sobre el suelo, extendiendo sus ramas a dicha altura. Su tronco era blanquecino y sus hojas, aun más curiosas, poseían un color platinado que parecía brillar a la luz de la luna. El elfo frunció el ceño al verlo, sabia mejor que nadie donde estaba; a pesar de nunca haber pisado aquel lugar en persona, si lo había visto en sus sueños y su propio padre se lo había descrito.

“Mi maldición…” – Murmuro para si mismo, viendo el árbol hacia la distancia.

Temía lo que pudiera ocurrir de acercarse y por ende, Elessar se mantuvo en su sitio, negándose a caminar. Sin embargo, el propio suelo bajo sus pies parecía actuar en su contra o quizá, fuese su propio cuerpo, motivado por el profundo sentido del deber que sentía dentro de su corazón, lo que le llevo a encontrarse frente al árbol, a escasos centímetros del mismo, a pesar de desear lo contrario.

“¿Por qué si es una maldición, sigues regresando a este lugar, sangre de mi sangre?” – Oyó decir a una voz suave y serena.

Elessar presiono su mandíbula y observo a ambos costados, percatándose de la alta figura de piel violeta, cabellos platinados que caían por sobre sus hombros cual melena y una especie de toga del mismo color, recubierta por una especie de vestimenta superior entreabierta y de tela, de un color tan oscuro como la propia noche. Todo amarrado con un cinto del mismo material y de color blanco. Las manos del elfo se hallaban juntas y entrelazadas, cubiertas por las extensas mangas de cada brazo, las cuales se encontraban entre si. Su caminar era suave y elegante, pero su voz, aunque serena, imponía cierto respeto y solemnidad.

“No regreso aquí por gusto, Ithïllien…” – Contesto entredientes Elessar, ofuscado. – “Y si lo llamo maldición, es porque lo es. ¿De qué otro modo te gustaría que llamara al mal que aflige a mi sangre? ¿A TÚ SANGRE?”

Ithïllien siguió acercándose a Elessar, hasta finalmente quedar de frente a este, viéndole con sus ojos puros como estrellas en mitad de la noche.

“Tu mejor que el resto que te precedieron, Elessar Dawnblade, sabes lo que es el sacrificio y lo que esto realmente significa.” – Dijo Ithïllien sin variar su tono de voz. – “Sabes que esto no es una maldición. Sino una penitencia. Una que mi padre dejo caer sobre nuestro linaje y que tarde o temprano, tomaría forma llegado el día en que nuestro numero disminuyera y la tarea fuese olvidada por el tiempo y la distancia…”

Elessar rechino los dientes ante su respuesta y su tono de voz. El elfo poseía temple, pero cuando hubo de sacrificar a uno de los suyos, siquiera los relatos que su padre le había contado cuando era pequeño, con tal de prepararlo de ser él quien vislumbrara esos momentos, habían llegado a serle un consuelo o a ofrecerle la comprensión que parecía escapársele por entonces.

“¡Se lo que es entregar a una hija al salvajismo del bosque de Quel’thalas, confiando en que tendrá el valor que yo no tuve!” – Alzo la voz el elfo, con un nudo en la garganta. – “¿Qué culpa tenia Veradra? ¡Ninguna! … Era inocente. Es inocente.”

“Y aun así, tu hijo tendrá que seguir mis pasos, Elessar Dawnblade.” – Dichas palabras se sintieron como un millar de flechas atravesando el corazón del quel’dorei. No era la primera vez que tenían aquella conversación, pero nunca sabia como encajarla. – “Debera de enfrentar a su sangre y decidir si poner fin a la sombra que por milenios nos acoso, y que dejo caer su velo cuando vuestra hija llego a este mundo o perdonarle su vida, a costa de que eso pueda ocasionar nuestra desaparición.”

Elessar intento decir algo, pero más le pudo el nudo en la garganta. Cerro sus ojos con fuerza y levanto su mirada, vislumbrando las hojas plateadas del árbol, creyendo poder ver los distintos rostros de cada uno de sus ancestros y al mismo tiempo, la vida de cada uno. Incluso la de sus hijos; las de ambos. Sin embargo, solo entonces se percato de que sus hojas apenas si desvelaban nada de su posible destino y no menor fue su sorpresa, al vislumbrar que la suya se encontraba en el mismo estado.

Confuso, el elfo volvió su mirada hacia Ithïllien, tratando de poder encontrar cualquier clase de respuesta o explicación. Lo que fuera que pudiera hacerle entender dichas imágenes. Ithïllien le miro y se acerco al árbol, separando solo en esos momentos sus manos, para acercarla hacia aquellas tres hojas, apenas rozándolas con las yemas de los dedos.

“Vuestra hija será quien le despierte, Elessar. Lo había visto todo, hasta que tu decidiste dejar a la naturaleza lo que tu corazón te impido a ti.” – Agrego con el mismo tono sereno y respetuoso, sin sonar como un reproche a pesar de sus palabras. – “Lo que hiciste, ha borrado toda la historia que pudo ser escrita. Solo queda su encuentro, que tarde o temprano ocurrirá y vos no podréis detenerlo.”

Dawnblade descendió su mirada y de pronto, se percato: tenia elección. Aunque fuera minima y discreta, la tenia. De inmediato volvió su atención a Ithïllien.

“¿Y si pudiera?” – Por primera vez, la expresión de Ithïllien había variado y en dicha ocasión, se torno severa, pero no le replico. - “Kethrian no sabe nada de esto. No sabe de ella. No sabe de esta profecía. Solo sabe de nuestra enseña y nuestra historia pasada, pero no por completo… Él puede evadirse de este destino si esto sigue siendo así.”

“No puede, Elessar Dawnblade.” – Ithïllien apoyo una mano sobre su hombro, de forma conciliadora a pesar de su expresión. – “Cuando tuve que combatir a mi padre y luego, le sepulte bajo este mismo suelo que dio lugar a este árbol, lo hice con la esperanza de que en algún momento, su espíritu pudiera redimirse. Los demonios marchitaron su espíritu, pero no por completo. Este árbol es lo único que quedo de su pureza y es el reflejo de su verdadero deseo: que su Casa viviera. Ellos corrompieron ese fin y aun muerto, su espíritu siempre aguardaría el día en que pudiera regresar en la forma de otro, con tal de dirigirnos por el supuesto camino correcto, otra vez… Veradra es su reencarnación y habiendo hecho lo que hiciste, has permitido que sea tu segundo hijo quien deba encargarse del deber que su padre no tuvo el valor de realizar.”

“¿Y si yo le hallara antes?” – Intento agregar otra palabra, pero nuevamente otro nudo se apodero de su garganta. Se llevo una mano a su pecho, a la altura del corazón y dejo escapar un suspiro de desolación. Palabras eran palabras y él lo sabia. Sabia que aunque lo dijera, no seria capaz de acabar con la vida de su propia hija.

“No tiene caso mentirte a ti mismo, Elessar.” – Ithïllien negó con la cabeza. – “Hagas lo que hagas, hay cosas que no podrás evitar. Ni yo puedo predecir tu destino ya, pero si puedo asegurarte que sin darte cuenta, tu mismo has permitido que la profecía se deba cumplir. Recaera en las manos de tu hijo, decidir el destino de nuestra Casa y librarlo a él, del mal que aun le corroe y ciega.”

Elessar negó con la cabeza varias veces, incapaz de poder decir nada. Sintio la presión de la mano de Ithïllien sobre su hombro, poco antes de entreabrir sus ojos y vislumbrar la tierra bajo el árbol. Fertil, pero no menos oscura y de tanto observarla, no pudo escapar a los tenebrosos y aparentes murmullos que parecían provenir de su interior. Inmediatamente volvió su mirada hacia Ithïllien, pero mientras este parecía responderle o querer decirle algo, los murmullos subieron en volumen, adoptando una voz familiar y que poco a poco, le apartaban aun más del sueño

¡Elessar! ¡Elessar! … ¡Teniente Elessar!

* * * * *

Ildris sacudía a Elessar sobre su cama, tratando de despertarle. Le había oído hablar mientras dormía y solo cuando creyó oírle sollozar, se apresuro a intentar despertarlo de cual fuera la pesadilla por la que estaba pasando. Elessar abrió sus ojos de pronto y observo al Sargento-Forestal de manera confusa.

“¿Ildris…?” – Elessar parpadeo.

“Al fin…” – Suspiro Ildris, con alivio.

“¿Qué… Qué ocurre?” – Volvió a preguntar Dawnblade, sin variar su expresión confusa. – “¿Ya hemos llegado?”

Ildris le vio y negó con la cabeza.

“Estabais hablando dormido, Teniente. Incluso sollozabais…” – Ildris frunció los labios y suspiro. Conocía lo suficiente a Dawnblade, como para saber cuando algo no andaba bien. – “¿Qué ocurre, Teniente?”

Elessar fruncio el ceño y desvió su mirada hacia su armadura, la cual se hallaba a un costado del camarote, junto a su escudo y su espada. Inspiro hondo y luego, suspiro pesadamente. Miro a Ildris y negó para si. Nuevamente miro hacia sus cosas y, finalmente, volvió su atención hacia sus ojos otra vez.

“Nada bueno, Ildris… Pero no puedo decirte nada ahora mismo.” – La mirada confusa y desaprobadora del Sargento era algo que se esperaba y que, para nada, le extrañaba. Aun así, agrego. – “Pero necesitare que me prometas algo…”

“¿Si?” – Contesto de manera escueta el Sargento-Forestal, sin quitarle los ojos de encima o variar su expresión.

“No ahora…” – Respondió el elfo. – “Pero sí, si el destino quiere que yo no pueda regresar a Quel’thalas y tu si, amigo mío.”

Aunque confuso, Ildris asintió y tras una breve charla, volvió a dejar a Elessar solo dentro de su camarote. Dawnblade intentaría descansar, pero más le podría incertidumbre durante el resto del viaje.

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II

Designios

La poderosa Horda había logrado ser obligada a retroceder más allá de Khaz Modan, liberando las asediadas tierras de los enanos. Tras meses de incontables batallas, la Alianza de Lordaeron finalmente había logrado liberar todos los dominios de sus aliados y aunque la guerra seguía en curso, una tensa especie de paz o tregua se había apoderado del ambiente. Aun así, las tribulaciones de Elessar siquiera habían quedado atrás; siempre desaparecían en el combate, pero cuando no eran las estratagemas o la batalla lo que ocupaba su mente, inmediatamente sus sueños y preguntas se asomaban y le acosaban. Y estas solo se habían tornado más molestas desde que fue herido en la batalla por Tol Barad, viéndose forzado a quedarse atrás y descansar de sus heridas. Incluso ahora que todo parecía volver a la normalidad, incluso por un breve momento, en su mente todo seguía siendo un caos.

Elessar ya se había recuperado lo suficiente de sus heridas, como para reasumir sus funciones. Se hallaba dentro de una tienda, revisando distintos mapas del territorio donde se encontraba Dun Algaz y leyendo distintos informes de algunos de sus oficiales, atento a cualquier mención de espias o exploradores de la Horda que se abrieran paso entre los territorios recuperados o peor aun, que hicieran mención de los dragones rojos que la Horda montaba. Verlos era tan espectacular como tenebroso y aun podía rememorar el temor que sintió, cuando vio a un par de ellos desatar su fuego sobre varias filas de soldados de la Alianza antes de ser embestidos y contraatacados por los fieros jinetes de grifos del Clan Wildhammer. ¿Cómo era que la Horda se había logrado hacer con dichas criaturas? Elessar lo desconocía, pero había oído relatos sobre esas poderosas criaturas aladas combatir junto a sus ancestros y sin embargo, ahora parecían luchar contra ellos.

“Créeme, Sargento, cuando veas a uno. Ni todas tus flechas lograran hacerles daño.” – Oyo decir fuera de la tienda a alguien, poco antes de entrar dentro de la misma el Sargento-Forestal Ildris y un enano Wildhammer con nada más que su barba naranja en su rostro, y el resto de su cuerpo recubierto por tatuajes tribales y embutido en una armadura de cuero, decorada con plumas y otros decorados símiles a sus tatuajes.

“¿Algo qué reportar?” – Se apresuro a preguntar Elessar, con tal de mantener su mente ocupada.

“Aye.” – Asintió el Wildhammer, Böhr Boulderfist. – “Tus muchachos y yo hemos logrado dar con un grupo de exploradores de la Horda.”

“¿Los acabasteis?” – Volvió a preguntar, encontrándose con la mirada circunstancial de Ildris. – “¿Si o no?”

“Si, lo hicimos. Pero…” – Alcanzo a decir Ildris antes de ser interrumpido por Böhr.

“Pero nos hemos topado un dragón cuidándoles la espalda, eso fue lo que paso.” – Böhr resoplo y acaricio la cabeza de su martillo de la tormenta. – “Logre ahuyentarle con mi martillo, pero seguro que estará dando vueltas cerca.”

Elessar resoplo y volvió su mirada hacia los mapas, apoyando ambas manos en cada uno de los extremos de la mesa en que se encontraban.

“¿Podemos cazarlo?” – Pregunto sin más, Dawnblade.

Ildris y Böhrs se miraron entre si, con cierto atisbo de sorpresa en el rostro.

“Poder, podemos, claro.” – Respondió el enano. – “Pero cazar a un dragón no es lo mismo que cazar a un animal cualquiera, ¿sabes?”

“Lo se.” – Asintió Elessar y miro a Ildris. – “Pero tenemos que hacerlo, antes de que se transforme en un problema para los demás. Podemos comenzar por donde tuvisteis el encuentro con el.”

“¿Creéis poder seguirnos el ritmo, Teniente? La herida que os hicieron en el torso, en Tol Barad...” – Comento Ildris con un atisbo de preocupación, frunciendo el ceño.

Por mera inercia, Elessar llevo su mano izquierda al extremo derecho de su torso, comenzando desde su abdomen hasta detener su mano enguantada sobre el cuello. Si bien era cierto que se había recuperado de sus heridas, su cuerpo aun no podía resistir el mismo peso de la armadura que antes. Llevaba nada más una armadura ligera encima y aun así, esta le molestaba por sobre la cicatriz. Aun así, podía considerarse afortunado. En mitad del combate con un orco, logro retroceder lo suficiente para que el hacha pudiera romper la armadura y cortar parte de la carne detrás de ella, pero con apenas unos pocos centímetros de profundidad, lejos de atravesarle por completo. Si no hubiera sido por Ildris, quien se encargo de acabar con su adversario luego de él caer herido y quedar a su merced, Elessar habría muerto y sin siquiera haber tenido la oportunidad de decirle al Sargento-Forestal que debía de hacer, cuando regresara a Quel’thalas.

“Si, creo que podre…” – Respondió severo, aunque seguro de ello. – “Ya me he quedado mucho tiempo detrás de las líneas, como para no poder encargarme de esta simple tarea.”

Ildris negó para si y Böhr se encogió de hombros, al reparar en el gesto del elfo.

“Y luego dicen que el cabeza de roca soy yo, ¿eh?” – Comento el enano antes de colgar su martillo tras la espalda. – “Bueno, cuando quieran podemos partir. Este enano aun tiene pelea para dar.”

Dawnblade se ajusto sus guanteletes y asintió, antes de indicarle a Ildris de preparar a sus hombres y marchar junto a una pequeña escuadra a través de los valles próximos a Dun Algaz. Con suma libertad, tanta que hasta parecía que fuera natural, Ildris se movía junto a sus forestales por el bosque mejor a como Elessar habría esperado y del mismo modo, su curiosidad no era menor al ver como Böhr caminaba con su martillo en sus manos, pero sin tirar de las riendas de su grifo. Al contrario, solo dejaba que este caminara a su lado como un compañero más y si se separaba o alzaba el vuelo por su propia cuenta, siquiera parecía prestarle la mayor importancia o al menos, alertarse y temer que pudiera oir. Ciertamente, semejante comunión le resultaba de lo más curiosa, pero no menos inspiradora.

Aun recordaba como era que habían conocido al aguerrido jinete de grifos y lo animado que se mostro cuando fue destinado a tareas de vigilancia, mientras otros eran enviados en patrullas de reconocimiento. Según él, nada tenia por lo que molestarse, pues mientras otros se tenían que mantener escondidos y evitar cualquier enfrentamiento con la Horda, a ser posible, él podía volar tranquilo y romper las cabezas de cuantos orcos intentaran adentrarse en los territorios de la Alianza durante su guardia. Quizá por eso es que se presto como voluntario para la caza del dragón, supongo.

El pequeño grupo de no más de siete personas, continuo caminando hasta descender a un vallo próximo, flanqueado por unas pocas montañas a ambos extremos. Supuestamente, según Böhr e Ildris, había sido allí donde habían encontrado al dragón. Sin más dilación, Elessar ordeno que se desplegaran y se movieran con cautela.

Con nada más que su espada en mano, Elessar avanzo por entre los arboles, tratando de mantener sus sentidos lo más atentos y agudizados que podía. Sin embargo, no fue menor su sorpresa cuando de pronto, creyó oír sonidos de combate cerca de su posición: el choque de aceros de manera intermitente. Alertado, Dawnblade se apresuro a correr hacia donde oía el sonido, oyendo detrás de él a algunos de sus compañeros percatarse de su movimiento e intentar seguirle, con tal de no descuidarle.

El elfo corrió y corrió, vislumbrando dos figuras en mitad del bosque: ambas elficas, aunque cada cual más distinta a la otra. Una de ellas era masculina y poseía ciertas facciones símiles a las suyas, pero la otra era femenina, con rasgos símiles a los de su esposa, pero con unos intensos ojos verdes y embutida en lo que parecía ser una especie de armadura oscura. Solo cuando los tuvo a escasos metros, Elessar se detuvo en su carrera y parpadeo de forma confusa, recordando las palabras de Ithïlliel en sus sueños. El destino es inevitable…

“¡Aguarda, Teniente!” – Oyó a Böhr decir tras de él, haciéndole salir de sus pensamientos y vislumbrando nada más que un bosque vacío, en vez de a sus dos hijos combatirse el uno al otro. – “¿Encontraste algo?”

El enano jadeaba por la carrera, pero aun así le quedaban fuerzas para sujetar y levantar su martillo.

Elessar volvió a parpadear. Presiono un tanto los dientes y espiro pesadamente por la nariz, antes de mirar al Wildhammer y abrir la boca para responderle poco antes de que uno de los forestales de Ildris alertara sobre la presencia de un dragón escasos segundos antes de que este se revelara asimismo, rugiendo de manera ensordecedora los alrededores y cubriera con la sombra de sus alas el valle en que ellos se encontraban.

“¡No lo perdáis de vista!” – Indico Elessar, antes de intentar apresurar su paso e ir tras de este, poco antes de que los forestales se le adelantaran encaramándose por entre los arboles, caminando o brincando por sobre las ramas.

Por su parte, Böhr nada más emitió un agudo silbido mientras corría a unos pocos centímetros detrás de Elessar, para luego ser alcanzado por su grifo, el cual descendió de las alturas y se abrió paso por entre los arboles, acercándose a su jinete para que este le montara y luego, volvieran a aventurarse hacia las alturas, lanzándose a la persecución del inmenso animal.

“¡Ildris, cubrid a Böhr!” – Ordeno Elessar al verlo alzar el vuelo, más que consciente que el enano podría tener más oportunidad de hacer frente al dragón que ellos.

“¡Apuntad al dragón! ¡Que no ataque al enano!” – Señalo Ildris tras oir las ordenes del Teniente.

Sin hacerse esperar, el seco sonido de un golpe metálico hizo eco en los alrededores, denotando que Böhr ya se había adelantado. Seguido del golpe, varias flechas comenzaron a ser disparadas hacia el cielo y mientras Dawnblade intentaba seguir el paso de sus compañeros, creyó vislumbrar de pronto, como una gigantesca criatura caía en una rápida espiral hacia el suelo, dejando caer a su jinete. El Teniente intento forzar sus piernas, tratando ya no de mantener el ritmo, sino de aumentarlo y aunque le tomo sus pocos minutos llegar a la zona del impacto del dragón, logro llegar y vislumbrar a la dolorida criatura observar con ojos fieros a cada uno de los presentes, con el cadáver de su jinete orco a un par de metros de él.

Con una mera señal de Ildris, los forestales se adelantaron y tensaron sus arcos, apuntando directamente a la cabeza de la criatura. Mientras que Böhr, por su parte, había aterrizado junto a su grifo y se acercaba con martillo en mano al dragón, tras cerciorarse de que el orco estaba muerto.

“Me esperaba que dieran más pelea. Pero debes ser joven.” – Dijo con una sonrisa orgullosa el enano, viendo fijamente a los ojos al dragón. – “Bueno, tu jinete se te adelanto. Pero yo te hare el favor…”

Apenas si alcanzo a levantar su martillo, cuando el dragón agito su cola y golpeo con la misma al enano, mandándolo contra un árbol para luego cubrirse con una de sus alas, en cuanto Ildris dio la orden de que dispararan en su contra. Aunque maltrecho, la criatura no parecía rendirse en su combate.

Dawnblade se acerco tan rápido como pudo a Böhr, tratando de ayudarlo a reincorporarse mientras este refunfuñaba y pedía su martillo, para poner fin al dragón de una vez por todas, hasta que este dejo escapar un débil rugido, pero que tenia la fuerza suficiente como para silenciar todo a su alrededor y hacerles creer que poseía voz propia.

“¡BASTA!” – Rugió el dragón o eso creyeron.

Las miradas perplejas no se hicieron esperar.

“¿Podéis hablar…?” – Pregunto confuso Elessar, interrumpiendo el silencio que se formo tras su rugido.

“Y mucho más que eso, quel’dorei.” – Respondió con un tono débil el dragón, descubriéndose y tratando de erguirse, sin grandes logros.

“¡Solo quiere engañarnos!” – Vocifero Böhr, adelantándose con el martillo.

“¡Esperad!” – Elessar le sujeto por una de sus hombreras de cuero, al percatarse que el dragón parecía mostrarse igual de dispuesto a defenderse. – “Si podéis hablar… ¿por qué estáis con la Horda?. Cuesta creer que os aliaseis al invasor…”

“Fui esclavizado, mortal.” – Replico severo el dragón. – “Ese orco era mi jinete, hasta ahora…”

El dragón pareció volver su mirada hacia el orco y luego, hacia los demás, examinándolos uno a uno.

“Déjenme ir. Debo volver con los míos.” – Ordeno la gigantesca criatura.

“¿Los tuyos?” – Ildris fruncio el ceño de forma confusa.

“Seguro que es la Horda…” – Farfullo Böhr, ganándose una, aparentemente, afilada mirada del dragón.

“¿La Horda es tu enemiga, también?” – Se apresuro a preguntar Elessar, pareciendo recibir un asentimiento por parte del dragón.

“Más que todos vosotros…” – Agrego el dragón. – “Ahora déjenme marchar…”

Ildris mantuvo a sus forestales de forma expectante, pero no vacilo en dirigir su mirada hacia Elessar, esperando ordenes.

“Bajad las armas.” – Ordeno el elfo. – “Dejadlo marchar. Si quisiera hacernos daño, ya lo habria hecho…”

“Sabia elección.” – Comento el dragón, mientras el resto bajaba sus armas. Incluso un molesto Böhr. – “¿Cuál es tu nombre, elfo?”

“Elessar Dawnblade.” – Contesto Elessar, manteniendo una cauta distancia, pese a todo.

El dragón entrecerró sus ojos, viéndole fijamente, sin comentar nada más a excepción de un gracias antes de sacudirse y lograr quitarse las riendas que su jinete le había colocado encima, para alzar el vuelo y perderse en las alturas, nuevamente. Tanto Elessar, como Böhr e Ildris le siguieron con la mirada, poco antes de ser el enano quien volviera su atención hacia Dawnblade.

“¿Por qué es qué te miro así? ¿Ya lo conocías?” – Pregunto parpadeando confuso.

“No…” – Contesto igual de confuso el quel’dorei. – “Nunca había conocido a una criatura así.”

Ildris frunció levemente el ceño, alternando entre el enano y el elfo, poco antes de agregar.

“Son criaturas milenarias. ¿Vuestros ancestros, quizás?” – Ildris alzo ambas cejas y le observo, nuevamente, de manera circunstancial. Como si quisiera decir algo más con aquella pregunta.

Elessar descendió su mirada, sopesando. Podría no haberle comentado nada al Sargento-Forestal, pero si era obvio que había prestado atención a aquellos sueños en los que hablaba dormido. Tarde o temprano habría de hablar con él y desvelarle la verdad. No tenia otra.

“Regresemos al campamento. Hemos terminado aquí…” – Ordeno Elessar. – “Hablaremos allí, Ildris.”

El teniente suspiro con resignación y dispuso la marcha, siendo seguido por sus acompañantes. En su mente de pronto, se apareció aquella extraña visión que tuvo en mitad del bosque, que sumado a lo ocurrido con Ildris, nada más hacia que empujarle a decir la verdad y decirle la promesa, antes de que pudiera ser demasiado tarde. Tol Barad había sido un golpe de suerte nada más, pero de caer de la misma manera, no tendría una segunda oportunidad y si algo quería hacer por alterar el destino de su estirpe, nuevamente, no podía correr semejantes riesgos. No otra vez.

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III

Promesa

El aire a su alrededor era escaso y el ambiente, completamente sofocante. Las fuerzas de la Alianza de Lordaeron habían descendido más allá de las fronteras de Khaz Modan por orden de Lord Anduin Lothar, con tal de poner fin a la Horda de una vez por todas. Sin embargo, cuando se perdió todo rastro del Gran General de la Alianza, todas las fuerzas convergieron sobre el ultimo gran bastión de la Horda: La Cumbre de Rocanegra. Elessar había perdido la cuenta de cuantos días llevaban ya en aquellas áridas tierras combatiendo a los orcos, ogros y trols en compañía de Böhr, Ildris y el resto de miembros de la Alianza. Día tras día los combatían y como muchos, Elessar nada más agradecía tener la oportunidad de salir vivo de cada batalla. Sin embargo, aquel día era distinto. Los orcos parecían cada vez más incrédulos y sus movimientos hasta parecían erráticos.

El elfo se hallaba frente a un trol del bosque, al cual había logrado detener sus dos hachas con su hoja a escasos centímetros de su cuerpo. Sus ojos se encontraron con los de la salvaje criatura, la cual extendió su cuello cuanto pudo e intento utilizar sus largos colmillos para golpear su rostro. Elessar resoplo e intento hacer acopio de sus fuerzas para empujarlo, pero más le podía la fuerza del trol y aunque logro ladear la cabeza para evitar la embestida de sus colmillos, poco a poco fue recogiéndose más y más hasta quedar de rodillas en el suelo. Dawnblade presiono los dientes con fuerza y observo con desdén al trol, quien gruñía rabioso y deseoso de ver su sangre derramada. Desesperado, Elessar deslizo la hoja de forma horizontal por debajo de las curvaturas de las hachas que sujetaba, dándole la oportunidad al trol de levantar sus brazos casi a la misma velocidad que él hacia a un lado su espada y dirigía su extremo puntiagudo contra su cuello, logrando atravesarlo antes de que el gigantesco adversario pudiera acabarle.

El peso muerto cayo sobre él, pero aunque cansado por la batalla, Elessar aparto el cuerpo a un lado y alcanzo a reincorporarse, justo al mismo momento en que el gigantesco martillo de un caballero de Lordaeron se hundió en el cráneo de un orco que se cargaba raudo contra el elfo, con el hacha alzada por sobre su cabeza.

“¿Es qué no piensan rendirse nunca?” – Farfullo por lo bajo el quel’dorei, una vez en pie antes de buscar a su próximo adversario.

Un orco centro sus ojos en él, justo tras acabar con dos humanos que intentaron hacerle frente. Parecía llevar horas o incluso, días luchando. Varias cicatrices abiertas y sangrantes cubrían su torso descubierto, además de tres flechas que se hallaban incrustadas entre su espalda y su hombro derecho. Elessar nada más alcanzo a percatarse de él por el rabillo del ojo, al oírlo rugir al cargar contra él, sujetando sus dos gigantescas hachas ya más que oxidadas y bañadas en sangre. Aprovechando su evidente movimiento, Dawnblade aprovecho de brincar a un lado justo cuando su adversario dejo caer con fuerza sus armas en el sitio en que se encontraba antes, levantando un poco de tierra. Rabioso y segado por la sed de sangre, miro a uno de sus costados al sentir como la hoja elfica desgarraba uno de los costados de su espalda.

El orco se giro rápidamente, con un brusco movimiento que apenas si le dejo un margen de reacción a Elessar, quien logro retroceder un paso ante el primer hachazo que se dirigía a su cuello, pero no a evitar el rápido puñetazo que lanzo el orco y que fue dirigido hacia él desde el extremo contrario. El dolor inundo su rostro y toda su cabeza se sacudió del mero impacto, oyendo un crujido en alguna parte que él desconocía, pero que había sonado tan claro como el primer rugido de su enemigo.

Tratando de no dejarse llevar por el dolor, el elfo mantuvo sus ojos entrecerrados y retrocedía ante las constantes arremetidas del orco, deteniendo sus hachas o haciéndose a un lado para evitarlas. Si bien su adversario poseía el tamaño y la fuerza como ventaja, él poseía la agilidad a su favor, así como también lo tosco y evidente que eran algunos de los movimientos de su enemigo. Elessar continuo retrocediendo, un paso, luego dos y después tres, aguardando un descuido que no dudo en aprovechar, cuando en vez de seguir atacando de forma horizontal con sus hachas, el orco levanto su brazo izquierdo y descubrió su guardia, permitiendo al elfo extender su brazo y ensartar su espada entre sus costillas. Pero lejos de caer, el salvaje guerrero nada más rugió y le enseño los colmillos, rabioso, poco antes de dirigir una de sus fornidas manos hacia su rostro y aprisionar su cabeza, la cual comenzó a presionar con fuerza al mismo instante que Elessar removía la espada dentro de sus entrañas, desesperado y llevado por el dolor de la presión en su cabeza y en su mandíbula, luego del puñetazo que recibió.

“¡Muere de una maldita vez…!” – Grito con fuerza mientras presionaba aun más la espada y la removía entre las costillas del orco.

Aun sentía un fuerte dolor en su cabeza, cuando, sin darse cuenta, el orco cayo de espaldas al suelo y se lo llevo a él consigo, sin soltarle. Solo alcanzo a percatarse cuando sintió como la presión en su cabeza disminuyo y luego, el brazo se deslizo por sobre esta hasta caer a un costado con pesadez.

Jadeante y sumamente dolorido, sus sentidos estaban tan atenuados que solo se percato de una arenga de animo cuando varios soldados de la Alianza; humanos, enanos, altos elfos y gnomos por igual, comenzaron a repetirla antes de lanzarse a la persecución del ejército enemigo, el cual parecía haber perdido toda su moral por alguna extraña razón, pues varios se intentaban dar a la fuga y retroceder tan rápido como podían, mientras otros observaban confusos y caían sin ofrecer resistencia a sus adversarios. Pocos eran los que llegaban a defenderse.

“¡Por Sir Lothar!” – Era lo que oía constantemente decir a quienes pasaban cerca de él.

Dawnblade apoyo su mano izquierda sobre el torso del orco, con tal de apoyarse para retirar la espada de su cuerpo y luego, llevarse la misma mano a la cabeza antes de levantarse y tambalearse un poco, una vez en pie. Confuso, miro a sus alrededores, vislumbrando como los forestales disparaban un mar de flechas al mismo tiempo que los arcabuceros enanos disparaban contra orcos, trols, ogros e incluso goblins por igual, al mismo tiempo que los jinetes de grifos surcaban los cielos, los caballeros galopaban fieros hacia la batalla y los demás guerreros cargaban gritando con todas sus fuerzas. Incluso creyó ver a Böhr sobre su grifo, agitando su martillo poco antes de lanzarlo hacia la tierra.

Fue solo cosa de tiempo para que, desde entonces, la batalla llegara a su fin y hasta el propio Jefe de Guerra de la Horda, Orgrim Doomhammer, fuese tomado prisionero.

* * * * *

La noche había caído finalmente y por primera vez, dentro de su tienda y sentado frente al cálido fuego, se sentía en cierta paz. Podía sentir en su interior que el fin de la guerra estaba cerca; solo era cosa de tiempo para que los remanentes de la Horda cayeran y fueran tomados prisioneros como su líder o murieran, como muchos otros. A pesar de las excesivas bajas que habían sufrido sus fuerzas y las de sus aliados, podía estar tranquilo de que su sacrificio no era en vano… O al menos, esa era la forma en que prefería pensar y así aligerar la pesada carga que representaba el tener que decir a sus familias sobre la perdida de sus hijos, hermanos o padres.

Un golpe amistoso sobre su hombro lo aparto de sus pensamientos y cuando miro a su extremo izquierdo, vislumbro a Ildris tomar asiento junto a él, ante el brasero.

“¿Cómo esta vuestra mandíbula?” – Pregunto con una expresión más relajada que de costumbre, mientras cogía un bastón de metal y lo acercaba al brasero, para remover un poco las ascuas y disminuir sus llamas. Suficiente calor ya había en la tienda con el ambiente de la zona en que se encontraban, como para sumarle el del brasero.

“Fracturada, creo…” – Se palpo el extremo derecho de su mandíbula y aparto su mano al instante, al sentir la corriente de dolor que recorrió su rostro al mero tacto. Aun recordaba cuanto le molesto que tuvieran que reencajársela. – “Pero aguantara. ¿Vos como estáis?”

Ildris se encogió de hombros al oír su pregunta.

“Mejor que vos, como veréis.” – Bromeo y rio un poco, junto a Dawnblade. – “Parece ser que no tendréis que hacerme prometer nada, después de todo…”

Elessar frunció el ceño al oír su comentario. Desde que le pidió aquel favor, había evadido el tema hasta que él considerara apropiado, incluso cuando arribaron a Dun Algaz. Pero debía de ser honesto consigo mismo; con Doomhammer caído, aun cuando la victoria parecía cerca, la Horda seguía siendo una amenaza y por ende, aun era imposible decir cuando llegaría a su fin. Aun corría riesgo de morir.

Suspiro con resignación.

“Yo no declararía la victoria aun, Ildris…” – Elessar cerro sus ojos unos instantes, tratando de ordenar sus pensamientos y al mismo tiempo, apaciguar el dolor que sacudía a su mandíbula, cada vez que hablaba. – “Pero ya es hora de hacerte saber que favor te he pedido, ¿no crees?”

Dawnblade nada más se encontró con la mirada del Sargento, quien le observaba de forma expectante y en silencio. Nada más esa expresión le basto para entender que era todo oídos.

“Mi linaje ha sido acosado por el fantasma de la corrupción por milenios. Uno que nació mucho antes que nuestros ancestros fundaran Quel’thalas, incluso…” – Comenzó a decir Elessar, con la mirada fija en las llamas. – “La Casa Dawnblade es antigua. Durante la llamada Guerra de los Ancestros, el patriarca de mi linaje de entonces, Daëldris, se mantuvo fiel a su reina de entonces y poco a poco, fue cayendo victima de la corrupción de los demonios. Ellos lograron jugar con su deseo de conservar nuestro linaje, haciéndole ver como enemigos a quienes debía de ver como verdaderos aliados.”

“Sin embargo, Ithïllien, su hijo, logro percatarse de la oscuridad que se había apoderado de su padre e intento liberarlo, más el influjo de los demonios fue más fuerte. Él tuvo que abandonar su hogar y sumarse al resto de nuestros ancestros que combatieron a los demonios, hasta que finalmente logro encontrarse con su padre, pero no del modo que esperaba. Hubo de combatirlo y en ese cruce de armas, acabo con su vida…”

“Con su ultimo aliento, mientras Ithïllien dejaba reposar su cuerpo en el suelo, Daëldris murmuro que su hijo llevaría a nuestra Casa a la ruina. Que nos extinguiría. Y que él nunca lo permitiría; que volvería a reclamar su lugar y reparar el daño que hiciera su hijo, cuando olvidáramos nuestro propósito y todo pareciera perdido.”

“Después de eso, Ithïllien le sepulto en el corazón de las ruinas de su casa, bajo la luz de la luna. En los días siguientes, mientras sopesaba las palabras de su padre, vio con sorpresa como un brote surgió de aquel espacio en que lo sepulto. Él lo interpreto como si fuera el ultimo fragmento de pureza en el corazón corrupto de su padre, el cual intentaba florecer y demostrar que aun en las sombras, siempre queda esperanza.”

“Esa era la leyenda y la profecía de mi linaje. Una que por años nos hemos relatado los unos a los otros… Pero de pronto, yo comencé a tener estos sueños…” – Elessar trago un poco de saliva e inspiro hondo por la nariz. – “Me encontraba con Ithïllien y él me… él me advertía que la profecía era cierta. Me decía que… que mi hija… M-mi primogénita, Veradra, era la reencarnación de Daëdril y que era mi deber sacrificarla, con tal de alejarlo otra vez…”

Ante una incrédula mirada de Ildris, Elessar negó con la cabeza lentamente, con una expresión afligida mientras agachaba la cabeza, avergonzado. Pero no por no haber cumplido con su deber, sino de no haber tenido la fortaleza suficiente para haberse opuesto a su destino y haber tratado de encontrar otra salida, como tanto ansiaba en esos momentos.

“No lo hice. No tuve el valor… Con Adhela nada más la dejamos en mitad del bosque, queriendo confiar que la naturaleza se encargaría de ella, pero… hasta ella fue compasiva con mi pequeña estrella y alguien le adopto…” – Elessar suspiro con profundo pesar. – “Ahora esos sueños vuelven a acosarme e Ithïllien me advierte del inevitable destino que se acerca: Kethrian, mi hijo, se enfrentara a Veradra algún día…”

Ildris descendió su mirada, tan confuso como incrédulo a la vez. Tanto que apenas si logro articular las primeras palabras que brotaron de su boca.

“… ¿Qué es… lo que queríais que os prometiera?”

Elessar levanto su mirada y le observo fijamente.

“Que la buscaras, Ildris.” – Dijo nada más. – “Que la buscaras y la guiaras por un camino de nobleza y honor. Quizá, de esa manera, si realmente algo de Daëdril vive en ella, ella podría discernir entre lo correcto y lo incorrecto.”

Un silencio largo e incomodo se apodero de la tienda, luego de aquellas palabras. Nada más las brasas, con uno que otro chasquido de las ascuas, le interrumpía de vez en cuando.

“¿Lo harás?” – Pregunto Elessar, dejando de lado las formalidades y poniendo fin a largos minutos de silencio.

Ildris inspiro hondo por la nariz y frunció el ceño. Negó lentamente con la cabeza, con la mirada gacha antes de levantarle y verle.

“Solo si no regresas a Quel’thalas.” – Contesto el Sargento-Forestal, viéndole fijamente a los ojos. – “Eso es lo que me hiciste prometer: solo si no regresas.”

“Solo si no regreso a Quel’thalas.” – Elessar asintió.

Solo si no regreso a Quel’thalas…

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IV

Sacrificio

Tal y como él se había esperado, la Alianza de Lordaeron, liderada esta vez por el segundo al mando de Lord Anduin Lothar, Turalyon, se lanzo a la persecución de la Horda, empujándola cada vez más hacia el sur. Arribando, finalmente, al Portal Oscuro, la brecha por la cual los orcos habían logrado entrar en Azeroth. Allí, la Horda intento enfrentar su ultima batalla con desastrosos resultados, llegando incluso a perder el portal luego de ser cerrado por el mago humano, Khadgar. La guerra había terminado y Elessar seguía con vida. No obstante, aun quedaba capturar a los pocos orcos que pudieran estar rondando los alrededores antes de que pudieran causar más caos del que ya había traído a Azeroth. Confiando en que seria una tarea fácil, Dawnblade acepto darse a la caza de algunos de ellos con tal de reunirlos junto al resto de prisioneros y dejar que el resto de lideres se hiciera cargo de su destino.

Elessar había optado de avanzar junto a dos espadachines y tres forestales, siendo uno de ellos Ildris, a través del extremo noroeste de la Ciénaga Negra. No era ajeno a los rostros cansados de sus camaradas en armas, pero como ellos, tampoco podía negar el alivio que sentía de saber que aquella era su ultima tarea y luego, podría regresar a su adorada Quel’thalas. En su mente podía vislumbrar su llegada: Adhela correría a sus brazos y se abrazaría a él con fuerza, luego de haber aguardado por incontables meses cualquier noticia suya, llegando incluso a temer lo peor. Kethrian podría seguir molesto, tal vez, pero estaba seguro de que lograría hacerle entender los motivos de porque no deseo llevarle consigo a la batalla, a pesar de tener la edad suficiente. Podría ponerlo todo en orden y arreglar… No tenia nada que arreglar. Solo entonces recordó, cual flecha que atravesaba sus sueños y ponía fin a ellos, la promesa que pidió a Ildris y el destino que aguardaba para sus descendientes. No todo podía ser tan idílico como él deseaba, no si quería evitar que el enfrentamiento a muerte entre Daëldris e Ithïllien volviera a tomar lugar y forma con sus dos hijos.

Tenia que hacer algo. Quizá, de regresar a Quel’thalas, él mismo podría encargarse de guiar a su hija sin que esta llegara a darse cuenta. Acogerla como un tutor acoge a su aprendiz, escondiéndole sus verdaderos orígenes y su historia, con tal de ahorrarle tan fatídico destino.

“¿Podéis ver algo?” – Pregunto de forma general el quel’dorei, con tal de no mostrarse distraído ante los demás y al mismo tiempo, centrarse en sus tareas.

“Nada aun, Teniente.” – Oyó decir a uno de sus hombres por su lado derecho.

“Mantened los ojos abiertos. Acorralamos al grueso contra el Portal Oscuro, pero algunos lograron huir mientras el resto trataba de contenernos.” – Ordeno e indico Elessar, sujetando su espada con ambas manos y con la hoja en diagonal, en dirección al suelo.

Debere de preparar a Kethrian, también. La profecía decía que cuando olvidáramos nuestro cometido, él…

El sonido de una rama romperse por su extremo izquierdo llamo su atención y la de sus hombres, interrumpiendo sus reflexiones internas. En silencio, alzo el mentón e indico la dirección de donde provenía el sonido, ordenando que se acercaran. Apenas si alcanzaron a dar un par de pasos, suaves y sutiles, que no provocaban demasiado ruido, cuando oyeron el sonido de algo pesado caer en alguna poza cercana y luego, una serie de chapoteos, como si alguien corriera a través de ella. Suponiendo que fuera un orco dándose a la fuga, Elessar ordeno correr en su persecución y rápidamente su escuadra abandono la sutileza de sus movimientos, para emprender una frenética carrera en dirección hacia los sonidos.

Los espadachines levantaron levemente sus hojas y los forestales prepararon sus arcos mientras corrían, poco antes de vislumbrar la fornida figura que corría por delante de ellos, cubierta por una harapienta especie de toga marrón. Poco a poco, la figura perdía terreno y era alcanzada por sus perseguidores, pero sin desear ofrecerle oportunidad alguna a intentar algo y escapar, Dawnblade alzo la voz.

“¡Disparadle! ¡Que no escape!” – Y ante su orden, una flecha fue a dar rauda contra la espalda de la figura, la cual trastabillo poco antes de levantarse e intentar seguir su paso. – “¡Otra!”

La segunda flecha impacto de lleno en su espalda, también, cerca de donde había impactado la anterior. El encapuchado volvió a precipitarse hacia adelante, adelantando sus manos hacia el suelo con tal de evitar caer de lleno contra las aguas y el suelo. Tiempo suficiente para que Elessar y los demás se le acercaran y rodearan.

Los forestales tensaron sus arcos y le apuntaron, tanto como los espadachines con sus espadas. Elessar no fue la excepción y acerco el extremo puntiagudo de su delgada hoja a su rostro.

“Arriba, orco. Vendrás con nosotros.” –Alzo levemente la hoja, cual asentimiento, indicándole que se pusiera de pie.

El orco levanto su cabeza y para la sorpresa, como el horror de todos, enseño sus ojos inyectados en sangre y la serie de extrañas runas grabadas en su rostro, las cuales brillaban con intensidad y luz propia.

“Zar’kum ik sha…” – Le oyeron decir con un tono de voz tosco antes de levantarse y cargar contra Elessar, a quien tenia frente a él.

Incrédulo por su movimiento, Elessar extendió su espada y logro atravesarlo. No obstante, esto no impidió al extraño orco cogerlo de los hombros y alzarlo, viéndolo con aquellos ojos maltrechos y una expresión rabiosa, mientras gritaba y rugía palabras sin sentido aparente.

“¡Acabad con él!” – Ordeno el Sargento Ildris.

Elessar le sostuvo la mirada al orco y mientras las flechas acudían raudas contra su cuerpo, así como las espadas de sus hombres, todo pareció ralentizarse de pronto y una voz profunda comenzó a oírse dentro de su mente, al mismo tiempo que comenzó a sentir como, de pronto y sin razón aparente, sus fuerzas empezaban a desvanecerse como por arte de magia.

“… Pero que pequeño es este patético mundo.” – Oía decir a la voz en su cabeza. – “No esperaba encontrarme con uno de tu estirpe, otra vez…”

Y de pronto, el cuerpo cayó sin vida al suelo. Así como él también. Confuso, se llevo una mano a la cabeza sin poder entender nada y se levanto luego de que Ildris se le acercara y le tendiera su mano izquierda, para ponerse de pie. Elessar iba a agradecerle, pero a poco se reincorporo, la sorpresa de todos los presentes no fue menor cuando una especie de humo negro broto de la boca, nariz y ojos del cadáver del orco, entre risas que helaron a todos los presentes mientras dos ojos amarillos y ardientes tomaban forma dentro de aquella difusa niebla. De pronto, una especie de bola de fuego fue a dar contra la misma difusa figura y esta se disperso en la forma de un centenar de murciélagos que alzaron el vuelo.

Elessar a poco si alcanzo a darse cuenta de todo ello, antes de desmayarse por completo.

* * * * *

El aroma de la comida fue lo primero que sintió al despertar, seguido del molesto dolor de cabeza y el curioso zumbido de sus oídos. Entreabrió sus ojos y pudo percatarse de que se hallaba dentro de su tienda. Suspiro largamente y trato de reincorporarse, llevándose una mano a la cabeza y solo entonces, percatándose de la figura desconocida que se hallaba sentada junto a su camastro, reclinado hacia adelante y con los brazos apoyados sobre las rodillas. Con un cabello largo y del mismo color del fuego, no menos curioso para su pueblo. Así como recubierto en una armadura de malla, que asemejaba a las escamas de un lagarto, jugando con colores rojos y dorados. Era un elfo a juzgar por su apariencia, pero había algo más en él que le resultaba extraño…

“¿Cómo te sientes, Elessar Dawnblade?” – Pregunto nada más, tendiéndole un cuenco con comida.

Suspicaz, Elessar frunció el ceño y observo de soslayo el plato, antes de volver a verle.

“¿Quién eres?” – Le espeto un tanto severo. – “¿Dónde están mi hombres?”

El elfo insistió, acercándole aun más el plato.

“Están bien. Preocupados nada más.” – Contesto con un tono tranquilo y hasta frio. – “Ahora come. Te ayudara a recuperar fuerzas.”

Dawnblade cogió el cuenco, más no le quito la mirada de encima. Ni tampoco dudo en volver a preguntarle:

“¿Quién eres?”

El elfo desconocido suspiro largamente, con resignación y apoyo ambas manos sobre sus rodillas antes de incorporarse y caminar hacia la salida, deteniéndose ante esta para luego girarse y quedarse ante los pies de su camastro, viéndole fijamente.

“Los míos me conocen como Belinastrasz.” – Respondió con el mismo tono. – “Pero tu puedes llamarme Ibelin. Tuviste suerte de que ese demonio no consumiera toda tu vida.”

Elessar entrecerró los ojos, viéndole y no pudo evitar mirar de soslayo hacia el rincón donde siempre dejaba sus armas, maldiciendo a su suerte al ver que no estaba allí su espada.

“Soy el dragón que dejaste ir, meses atrás.” – Continuo Ibelin, sin variar su expresión impertérrita o su tono indiferente. – “Un viejo conocido de Ithïllien Dawnblade.”

* * * * *

Querida Adhela,

Con gran pesar te escribo estas palabras y aunque desearía poder llenar esta carta con otras, con tal de poder llenar la hoja de papel y evitar darte las próximas noticias, no puedo hacerlo. Siempre has preferido que fuese directo contigo y no puedo ser distinto esta vez.

No puedo regresar a casa, amor mío. Se que prometí hacerlo, pero el destino de mi Casa. De tu Casa. Me ha alcanzado. En estos últimos largos y tediosos meses, he vuelto a tener aquellos sueños que nos obligaron a renunciar a nuestra hermosa Veradra, y que hoy ponen de manifiesto que nada de lo que hicimos funciono. Nada más prolongamos lo inevitable. En mis sueños, Ithïllien me ha desvelado que nuestros hijos se combatirán el uno al otro, repitiendo el duelo entre mis ancestros y aunque él afirma que no hay manera de evitarlo, creo haber dado con el modo.

La Horda no solo atrajo fuego, caos y destrucción a este mundo, amor mío. También ha traído al viejo enemigo que nuestros ancestros combatieron hace milenios y que corrompieron a Daëdril. Personalmente, he podido a encontrar a uno que parece haberme reconocido de algún modo. Pero no es el único, hay otro sobreviviente de tan antiguo conflicto, quien conoció a Ithïllien y me ha solicitado ayudarle a poner fin a algunos de los daños que la guerra ha ocasionado, a cambio de él ayudarme a acabar con el demonio que te he mencionado y que él ha nombrado: Mephistroph. Uno que según él, fue el verdadero culpable de la corrupción de Daëdril y que guarda el secreto de como romper su maldición. Podemos colaborar ambos para ponerle fin, pero a cambio, debo de renunciar a mi vida junto a ti y nuestro hijo…

No dire que el renunciar a vosotros me enorgullece o que esta tarea es un noble sacrificio. Todo esto es un peso que tengo sobre mis hombros y mi corazón se aflige de tan solo pensar como serán los próximos días, siempre añorando ese regreso a la vida que he renunciado… Pero si este es el único modo en que puedo hacer frente al destino y evitar que nuestros hijos se encuentren y combatan el uno al otro hasta la muerte, estoy dispuesto a hacerlo. Estoy dispuesto.

Nada más deseo que sepas que te amo, a ti, a Kethrian y a Veradra. Os amo y os ofrezco mis disculpas de no haber podido evitar este desenlace para nuestra familia, pero sabed que llegara el día en que nos reuniremos. Ya sea en esta vida o en la otra. Y si he de caer antes que vosotros, sabed que mi espíritu siempre caminara junto a vosotros y velara por vuestra seguridad, hasta el final.

Siempre tuyo, Elessar Dawnblade.

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