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Capitulo I

Una marea de fuego, hierro y escarcha

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“Nobles compatriotas, el mal se encuentra sobre nosotros. La oscuridad se ha dejado caer en nuestras costas. Levantaos y acabad con nuestros enemigos… Atacad, atacad para que otros puedan vivir. Los dóciles no deben de desvanecerse en medio de la noche… Vivid mis hermanos, vivid.”

Las palabras del Rey Terenas Menethil II, el hombre que otrora fuera su padre y cuyo espíritu habitaba el interior de Frostmourne, resonó con fuerza dentro de su cabeza. No podía evitar resultarle de lo más irónico poder vislumbrar sus recuerdos y de entre todos ellos, toparse con aquel discurso que dio cuando la Horda había desembarcado sobre las costas de Lordaeron. Arthas sacudió su cabeza, sin sentir ningún ápice de cariño o nostalgia por recordar el fantasma de su padre, pero por alguna extraña razón se llevo su mano izquierda a su peto de placas, como si buscara palpar su pecho y con tal gesto recordarse que no poseía corazón alguno, que había sido destruido y poseía una inmensa incapacidad para sentir nada. Para solo recordarse asimismo, luego, que voluntariamente él había decidido abandonar su humanidad con tal de albergar el poder que hoy se hallaba en sus manos.

Sentado sobre su trono en las Cámaras de Reflexión, una burda y retorcida representación de lo que fuera el salón del trono de Lordaeron, el oscuro señor de los muertos vivientes alzo su mirada y acaricio el pomo de su espada, apoyada frente a uno de los extremos de su trono metálico cuando vislumbro la entrada de quienes fueran sus dos mejores capitanes en vida y como no, en la muerte: Falric y Marwyn. Su entrada en el salón y el que cada uno se colocara a cada extremo de la entrada no pudo resultarle de lo más irónico, especialmente cuando Orbaz Bloodbane, su único campeón tras la perdida de los Caballeros de la Muerte de Acherus, se adentrara en la cámara tras ellos asumir su posición y arrodillarse frente a él en el centro del salón. En su mente rondaba el recuerdo de su padre, sentado en su trono, recibiéndole personalmente y viéndole realizar las mismas acciones antes de apresurarse a darle muerte y reclamar su reino para la Plaga, pero a Arthas solo le basto acariciar el pomo de la espada una vez más para difuminar aquellas memorias, como si recordase al fantasma de su padre que, a diferencia de él, él poseía el control absoluto sobre todos y cada uno de sus esbirros. Él tenia el poder que su padre nunca tuvo sobre sus hombres o sus corazones.

“Ya están aquí, maestro.” – Pronuncio con la cabeza agachada el caballero de la muerte. – “Todos nuestros enemigos se han reunido para marchar sobre tus dominios. ¿Cuáles son tus ordenes?”

“Enfréntales. Ponlos a prueba con tu nueva Orden y sufre bien, mi Caballero de la Muerte.” – Contesto con una voz carente de emoción a su campeón, pero que aun así hacia enardecer el corazón del Caballero de la Muerte, quien solo deseaba servir a su oscuro señor.

El Caballero de la Muerte se incorporo y marcho, siempre seguido bajo la atenta mirada de Arthas, quien sabia lo que ocurriría en los días venideros: luchas encarnizadas, ríos de sangre e icor abriéndose paso sobre sus oscuros y escarchados dominios, un sinfín de cadáveres listos y dispuestos para alimentar su maquinaria de guerra, ya fueran de sus filas o las de su enemigo. Pero así debía de ser, así lo había previsto…


Información off-rol

Se distribuiran las correspondientes misivas dentro de los proximos días, para comenzar el primer capitulo este Viernes 18 de Abril a partir de las 20 hrs. Cabe destacar también que, aunque inicialmente esta parte comprendera unicamente a los ejércitos de facción, se vislumbraran algunas consecuencias del Torneo Argenta tales como el llamado de aquellos personajes que participaron de los juegos y que no formaban parte de los respectivos ejércitos de su nación.

Del mismo modo, quienes no puedan participar ya sea por las festividades u otro motivo, no ha de preocuparse. Como se ve en la planilla, el evento estara dividido y el suceso que comprende no sera algo corto o inmediato, pues considerando la envergadura de esta campaña final un solo evento no basta para el grado de desarrollo que, además, se desea darle para poder dar el merecido cierre a la expansión. Por lo que todos tendran su cuota de protagonismo y gloria en este gran final.

Se reitera que el evento comenzara el Viernes 18 de Abril a partir de las 20 hrs, siendo notificados los involucrados de manera onrol en estos días.

¡Buen rol a todos!

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Capitulo II

El vuelo del águila

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Todo a su alrededor se hallaba a oscuras. Las velas apenas si llegaban a iluminar el interior del salon real del castillo de Lordaeron y entremezclado con los rezos, y lamentos, de los habitantes del Reino de Lordaeron, el sonido de la batalla en las muralas de la ciudad se oia tan fuerte que daba la sensación de que estaba ocurriendo a las afueras del castillo. El joven Rey Varian se encontraba cerca del trono del Rey Terenas, vestido no con sus ropas de gala, sino con una armadura digna de su titulo y la enseña del Reino de Ventormenta en su pecho. Su aspecto era regio e inspiraba respeto, incluso valentia, algo que contrariaba mucho con el temor que se escondia detras de su expresión adusta. El solo pensar en que la Horda se hallaba a las puertas de la Ciudad Capital le obligaba a pensar en lo ocurrido en su amada Ventormenta... El destino de su padre...

Varian sacudio su cabeza, apartando dichos pensamientos e intento mantener la compostura. Pero de poco le serviria. Repentinamente, la puerta del salon se abrio de un solo golpe y el joven príncipe Arthas entro en la sala, flanqueado por unas asquerosas criaturas que alguna vez fueron humanos. Incluso habían orcos entre ellos aunque, como el resto, tenian un aspecto cadaverico.

"YO soy el nuevo Rey de Lordaeron" - Pronuncio con un tono frio y carente de voz, poco antes de arrojar el cadaver de su padre ante el atonito publico.

Varian quedo palido por completo al ver como el heredero había acabado con su padre a sangre fria, pero siquiera llego a articular palabra. Mucho menos a empuñar su espada, cuando este cargo hacia él con tal de apuñalarle con esa extraña espada maldita al mismo tiempo que sus esbirros se abalanzaban sobre los refugiados...

* * * * *

Varian dio un cabeceo y desperto de la horrenda pesadilla al instante. Se hallaba dentro de la sala de mando del Rompecielos, con una infinidad de informes y mapas en la mesa ante él. El Rey resoplo y se refrego el rostro, no era la primera noche en que tenia esa pesadilla. A veces variaban, pero la gran mayoria se remontaba a su epoca de refugiado en el Reino de Lordaeron tras la Caída de Ventormenta a manos de la Horda y ultimamente, desde que se hallaba en el frio continente, cada uno de esos sueños y pesadillas eran más recurrentes. Aunque él creia que podia haber una razón más que obvia detras: desde que había vuelto a ser él mismo, siquiera había llegado a meditar lo ocurrido con Arthas y el Reino de Lordaeron. Era un guerrero y como tal, tras su regreso a Ventormenta y rememorar todo lo ocurrido hasta entonces, no tardo en comenzar la creación de la Expedición Denuedo con tal de llevar la guerra a la Plaga antes que esta consumiera su reino como había hecho con el resto del norte de los Reinos del Este. Pero jamas llego a sopesar o preguntarse siquiera el por qué el joven príncipe Arthas, quien fue su amigo durante su estancia en Lordaeron, llego a caer tan bajo.

El Rey se levanto de su asiento y se giro hacia las ventanas del camarote. Se llevo sus manos tras la espalda y observo la imponente puerta de Mord'Rethar, ahora tomada por las fuerzas del Veredicto, la Alianza y la Horda, y así lo indicaba el estandarte de la Cruzada Argenta que ondeaba en una de sus salientes. Todo parecia tranquilo desde las alturas, pero bien sabia que dicha visión solo era una mentira. Como Lord Anduin Lothar le había dicho al navegar hacia Lordaeron, tras abandonar las ruinas de Ventormenta: "la paz precede a la tormenta, como la tormenta a la paz, joven rey." y aun tras varios años de haber dejado aquel mundo, el héroe de la Alianza y su antiguo Regente seguia teniendo razón. Desde que Mord'Rethar acabara en manos de los valientes de Azeroth, la batalla en Corona de Hielo había continuado, pero al mismo tiempo se había estancado. La Plaga no lograba tomar la puerta, pero los vivos tampoco lograban penetrar en el Valle de la Esperanza Perdida y para colmo, la Plaga comenzaba a tratar de ganar ventaja en los aires, asaltando con más regularidad el Rompecielos y el Martillo de Orgrim, sin importar los desastrozos resultados.

"Siempre lo tuviste todo..." - Sopeso en voz baja Varian, al pensar en Arthas. - "Eras el orgullo de tu nación, tanto como tu padre. Terenas guardaba la esperanza de que tu fueras el protector que Lordaeron y la humanidad pudiera necesitar... Me pregunto si alguna vez llego a importarte todo ello. ¿O es que tu deseo de grandeza siempre fue más importante que el bienestar de tu pueblo, traidor?"

Las manos de Varian se cerraron hasta transformarse en puños y por un instante guardo un tenso silencio. Su barbilla se hallaba tan tensa, que los musculos de su cuello así lo denotaban. Él había perdido a Llane, su padre y a su llegada a Lordaeron, Terenas le había acogido con tanto cariño que, pese a no poder suplir la ausencia de Llane, si actuaba como una figura paternal y tratado de la misma manera que al resto de sus hijos, sin demostrar compasión o condescendencia por lo ocurrido, a excepción de lo estrictamente necesario. Su muerte a manos de Arthas fue casi tan duro como la perdida de su padre, pese a no haber estado allí. Y su rabia solo aumentaba al pensar en que también había sido él quien acabo con la vida de Bolvar.

Dos fuertes golpes interrumpieron sus pensamientos.

"¿Su majestad?" - Oyo la voz de un soldado al otro lado de la puerta.

"¿Qué?" - Respondio de forma fria y tajante. Carente de emoción, sin darse cuenta.

Hovik, un soldado humano de cabello rubio y corto abrio la puerta y se asomo dentro. Entro y cerro tras de si, para luego cuadrarse ante su Rey. Varian suspiro pesadamente, a regañadientes y cerrar sus ojos unos instantes, tratando de tranquilizarse. Solo tras lograrlo, se giro por completo y asintio a modo de saludo al soldado.

"¿Qué ocurre, Hovik?" - Pregunto ya con un tono más calmado.

"El Alto Capitán Bartlett requiere de vuestra presencia en el puente de mando. Dice que es urgente."

Varian fruncio el ceño al poco oir sus palabras y al mismo tiempo que se acercaba a recoger a Shalamayne, pregunto:

"¿Malas noticias?"

Hovik guardo un incomodo silencio, pero solo eso le basto a Varian para entender que así era.

El Rey de Ventormenta camino por la cubierta, siendo saludado por cada hombre y mujer, sin importar su raza. Incluso un draenei le rindio el merecido respeto, cuando se topo con él antes de entrar en el puente. El Alto Capitán le aguardaba de pie a un lado del asiento de mando, el mismo que había cedido al Rey cuando puso un pie en el Rompecielos y el cual Varian había rechazado, argumentando que venia a luchar por su pueblo y la Alianza, no a quedarse atras sentado en un trono. Junto a él se encontraban también Muradin y Lady Jaina Proudmoore, cuyas expresiones solo acrecentaban la preocupación del Rey.

"Mi Rey." - El Alto Capitán le saludo con respeto. Un saludo que Varian no tardo en regresar antes de acercarse a los demas y quedar de pie ante ellos.

"¿Qué es lo qué ha ocurrido?" - Pregunto al instante, observando a cada uno de los presentes a los ojos. - "¿Cual es la urgencia?"

"Se trata de Mord'Rethar..." - Musito Jaina tras dejar escapar un pesado suspiro. - "El desgaste comienza a apoderarse de nuestros hombres. El Alto Comandante Wyrmbane teme que su moral llegue a minarse demasiado y Mord'Rethar no resista más asaltos de la Plaga."

"Mis Natoescarcha pueden sumarse a la batalla." - Indico al instante Muradin, levantando una de sus hachas para apoyarla sobre su hombrera derecha. - "Eso traera más fuerza y quizá, nos de ventaja."

"Necesitaremos más que eso, mi señor." - Comento el Alto Capitán Bartlett, frunciendo levemente el ceño. - "Vuestras fuerzas podran apoyar Mord'Rethar, pero la Plaga ya domina la tierra. Nosotros el cielo, pero incluso nuestro enemigo intenta recuperar ese dominio... Necesitaremos más que solo vuestros Natoescarcha."

"Regresad a Ventormenta." - Ordeno Varian a Jaina al instante, topandose con la expresión de sorpresa de la maga. - "Avisad a la Regente y Gran Almirante Jes'tereth de que ordene a nuestros hombres que se preparen para ser trasladados a Corona de Hielo, nuevamente. Ellos nos ayudaron a tomar el suelo. Que ahora nos ayuden a mantener los cielos y tomar la siguiente puerta."

Jaina asintio al instante y de inmediato, los oficiales comenzaron a dar un informe completo de la situación a Varian. Sin embargo, la mente del Rey se hallaba ocupada en otras cosas: el destino de los suyos, de la Alianza. Solo en aquel paramo helado y desolado, donde la guerra estaba en cada esquina, se percato de la precaria situación en que se encontraba la humanidad y al mismo tiempo, sentia el peso del deber en sus hombros. Se pregunto si aquel peso fue el mismo que sintio Terenas cuando la guerra se aproximaba a Lordaeron y se coloco a la cabeza de la Alianza o cuando Bolvar asumio como Regente en su ausencia, y aunque no supo llegar a la respuesta, si logro dar con una clara, simple, pero no menos cierta conclusión: si alguna vez la Alianza llego a triunfar sobre sus adversarios, no fue gracias a un solo hombre, sino al sacrificio de muchos. Eso era la Alianza: una unión de hombres y mujeres conscientes de que no hay justicia y deber sin sacrificio, siempre había un precio a pagar, pero solo los grandes estaban dispuesto a pagarlo con tal de poder asegurar la supervivencia de su pueblo, sus hermanos y hermanas. De los hijos de la Alianza.


Información off-rol

Se distribuiran las correspondientes misivas dentro de los proximos días, para comenzar el primer capitulo este Sabado 17 de Mayo a partir de las 17 hrs.

Se mantendra el esquema del evento anterior, más algunas novedades.

Del mismo modo, aclarar que si bien este relato introductorio esta centrado en la Alianza, no significa que la Horda halla sido olvidada, ni que no vaya a participar. El proximo relato del proximo capitulo bien puede ser centrado en otro de los cabecillas de la Horda en la campaña.

Se reitera que el evento comenzara el Sabado 17 de Mayo a partir de las 17 hrs, siendo notificados los involucrados de manera onrol en estos días.

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Interludio

La Justicia de la Luz

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La brisa helada meció sus cabellos grises, reflejo del paso de los años. El silencio en el Valle de los Héroes Caídos era dominante desde que las fuerzas del Veredicto Cirineo terminaran de formar ante Corp’rethar, la Puerta del Horror. La tercera y ultima puerta. El Alto Señor de la Cruzada Argenta se hallaba al frente de sus tropas sobre su fiel Mirador, recubierto con los cascos de su armadura de batalla. Varios de sus comandantes le habían pedido y hasta rogado que se quedara atrás, que no se expusiera ante el enemigo en lo que seria una de las batallas más decisivas para su esfuerzo, pero el Ashbringer se había negado; no iba a quedarse atrás dejando que cientos de hombres y mujeres que tiempo atrás se combatían, murieran por un ideal que él se había encargado de propugnar hasta la saciedad sin estar él al frente para demostrar las razones del por qué.

Frente al inmenso ejército combinado del Veredicto Cirineo, se hallaba la elite de los ejércitos del Rey Exánime: desde necrófagos hasta caballeros de la muerte, gárgolas y hasta unos pocos dragones esqueléticos. Todos con los ojos fijos sobre los vivos, pero ninguno capaz de dar un movimiento. Era como si aguardaran el momento indicado o dejasen que fueran los vivos quienes dieran el primer movimiento, aunque la ansiedad en algunas de las monstruosidades se dejaba entrever. Varios de los necrófagos abrían y cerraban sus fauces una y otra vez, de forma rápida, como si se relamieran o sintieran ansiosos de probar la carne de sus próximas victimas.

“Aun puedes hacer caso y retroceder, viejo amigo. Tienes comandantes capaces y que guiaran con honor a estos guerreros hacia la victoria.” - Oyó decir a su fiel amigo, Eitrigg, a su lado izquierdo.

“Sabes lo que pienso, viejo amigo.” – Contesto el Alto Señor, permitiéndose esbozar una muy ligera sonrisa de afabilidad por saber que contrario al resto de sus comandantes, Eitrigg estaba más que de acuerdo con que estuviera al frente de la vanguardia. – “Y se que si caigo, mis comandantes sabrán cumplir con su deber. La muerte de un solo hombre es capaz de muchas cosas y todos saben por qué estamos aquí.”

Eitrigg nada más se limito a asentir. Bien sabia que las palabras de Fordring eran ciertas; como el paladín, él también había participado en la batalla por la Montaña Rocanegra en la Segunda Guerra y visto como tras la muerte de Anduin Lothar, su segundo al mando recogió su espada rota y lejos de ordenar la retirada, cargo con toda la fuerza de la Alianza tras de él ante la atónita mirada de Orgrim Doomhammer y sus ejércitos. Hoy las cosas eran distintas, pero el Alto Señor no se equivocaba al confiar en que si cayera, podría producirse la misma situación. Todos eran conscientes de los sacrificios que había exigido para Azeroth la Guerra contra el Rey Exánime y hasta que este no fuera derrotado, el costo no haría más que subir.

Tirion se coloco su yelmo y tiro de las riendas de Mirador, para avanzar unos pocos pasos y luego hacerlo doblar hacia la izquierda.

“¡Mis hermanos y hermanas!” – La voz del Lord Paladín se hizo oir con fuerza en el valle. – “¡Por meses hemos visto a la muerte a los ojos y la hemos combatido sin importar el sacrificio!”

Pico las espuelas sobre el costado de Mirador y el caballo comenzó a galopar de izquierda, para luego girar hacia la derecha mientras el Alto Señor desenvainaba la Ashbringer y la paseaba frente a la mirada de orcos, humanos, trols, draenei, gnomos, enanos y elfos, incluso no muertos.

“¡Todos soñamos con una tierra libre del terror del Rey Exánime y hoy es ese día!” – El paladín volvió a girar a su caballo, esta vez para cabalgar hacia su antigua posición. – “¡Hoy es el día en que haremos justicia por todas las atrocidades que Arthas ha cometido! ¡Hoy es el día en que ponemos fin a su reino del terror! ¡Hoy es el día en que ELLOS caerán!”

Los gritos no se hicieron esperar. Arengas que clamaban por el caído reino de Lordaeron, otros por la Luz, por la Horda y la sangre y gloria del combate, al mismo tiempo que los estandartes de la Cruzada, la Alianza, la Horda y la Espada de Ébano ondeaban.

Lentamente, el paladín bajo su brazo derecho hasta apuntar con la espada a los muertos vivientes.

“¡Por la Luz! ¡Por Lordaeron y por Azeroth!” – Mirador comenzó a avanzar a un paso ligero, para lentamente pasar del trote al galope al tiempo que el rugido de su jinete envalentonaba a sus hombres. – “¡A la cargaaaaa!”

El suelo bajo los pies de los muertos vivientes temblaba ante la feroz carga del inmenso ejército del Veredicto Cirineo, al mismo tiempo que el rugido de los dragones esqueléticos estremecía los alrededores, seguido de un fuego azulado que se apodero de las cuencas vacias de los muertos vivientes, provocando el mismo rugido gutural previo a que estos cargaran hacia los vivos también hasta que ambas fuerzas opuestas chocaran entre si y los restos de hueso volaran por los aires, tanto como algunos miembros cercenados o partes de armaduras. Todo bajo la atenta mirada del Rey Exánime, quien se hallaba en lo más alto de Corp’rethar, contemplando el imparable ataque de sus enemigos y comprendiendo que solo seria cosa de horas para que Tirion, la Horda y la Alianza, se abrieran paso hacia el Patio de los Huesos y sitiaran la ciudadela.

Aun así, el Rey Exánime aun confiaba en la victoria. Todo lo había previsto. Previo a su despertar, había visto aquel momento en que la Ashbringer y Frostmourne chocarían entre si, acero contra acero, Luz contra Oscuridad. Desconocía el desenlace de ese encuentro, pero no necesitaba saberlo, para él era obvio quien resultaría ganador.

Siendo conocedor del desenlace de la batalla por la ultima puerta, Arthas se giró y emprendió el regreso hacia la Ciudadela Corona de Hielo. Era momento de prepararse para lo que sería la batalla final, mientras que Frostmourne, siempre hambrienta y ansiosa por nuevas almas que consumir, refulgía con poder sobre su pedestal en las Camaras de Reflexión o quizá no fuera ella siquiera, sino el alma de un antiguo ser amado hacia mucho tiempo ya olvidado que ansiaba hacerse oir por su hijo una vez más...

* * * * * * * * * *


El evento dara comienzo el proximo Lunes 28 de Julio a partir de las 19 hrs. Las misivas correspondientes se enviaran a los distintos personajes dentro de estas dos semanas previas al evento.

¡Esperamos que pueda ser del agrado de todos y supere la espectativa de los anteriores eventos del segmento de la Caída del Rey Exánime, pudiendo cerrar este capitulo como Comunidad con broche de oro!

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Capitulo III

La Mujer Brillante

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Desde la aguja más alta de la Ciudadela Violeta, contrario al resto de la ciudad, los cielos parecían ser más oscuros y tormentosos, tales como aquellos de Corona de Hielo. La mirada de Jaina se hallaba perdida en el abismo, sin poder evitar quedar a la sombra de la inmensa Ciudadela Corona de Hielo y poder rememorar el pasado; Dalaran, la Ciudad Violeta como también era conocida, en un momento también se vio enfrentada contra la Plaga hace largos siete años y el resultado fue más que desastroso. En su mente aun continuaban vividos los recuerdos de aquel día en que el hombre que amó, formaba a sus monstruos en torno a los limites de la ciudad al mismo tiempo que su mentor, Antonidas, le ordenaba marchar hacia el Oeste tal y como el extraño profeta le había indicado. Siete años hubieron de pasar para que Dalaran fuera reconstruida y volviera a encontrarse frente a la Plaga, aunque esta vez en su propio territorio y siete años tuvieron que pasar para que la Dama Blanca de Theramore pudiera reencontrarse con él, con Arthas…

Con su mirada perdida en el abismo, no pasó desapercibida para ella la sensación de que este le devolvía la mirada.

“¿Acaso eres tú, Arthas? ¿Es que después de tanto tiempo, aun me recuerdas o solo me observas como uno más de tus tantos enemigos a acabar? Oh Arthas…”

La mente de Jaina se trasladó de inmediato hacia sus recuerdos de esos días previos al Torneo Argenta, cuando aun se realizaban los preparativos. Un pequeño grupo de delegados de la Iglesia de la Luz y la Orden de los Caballeros de Sangre había acudido a los campos del Coliseo Argenta para poder ser informados de lo que allí ocurriría, ganarse su apoyo y poder influir en que sus bandos pudieran acudir para así poder poner fin al conflicto entre la Horda y la Alianza, con la esperanza de poder lanzar una ultima ofensiva contra el Rey Exánime y tal vez, conseguir un poco de paz para un mundo que ya había sufrido lo suficiente por la guerra. Sin embargo, un repentino giro de sucesos los llevo a descubrir un secreto de la Plaga: el corazón de Arthas seguía intacto, solo que separado de su cuerpo. Él se lo había arrancado y varios como ella se apresuraron a creer que aun existía un vestigio de humanidad en él, que quizá existía la posibilidad de redimirlo. Pero sus esperanzas se destrozaron tras regresar el Alto Señor Fordring y sus delegados, afirmando que lo único que allí existía era el Rey Exánime.

“¿Realmente no queda nada de ti en este ser en el que te has convertido? ¿De verdad no queda nada del príncipe de cabellos dorados que me recibió en el palacio y me escolto hasta mi llegada a Dalaran? Puede… ¡Debe quedar algo de ti aun!”

Incluso con las palabras de animo que algunos de los delegados le habían dedicado, ella jamás abandono la creencia de que existiera aunque fuera la mínima posibilidad de que aun quedara un remanente del Arthas del cual ella se había enamorado. Y secretamente, mientras apoyaba al Kirin Tor, la Alianza y al Veredicto Cirineo en su avance por Corona de Hielo, aguardaba el momento en que la ciudadela estuviera a su alcance para poder desentrañar el más oscuro y, a la vez, el más preciado de sus secretos, para ella: si aun existía algo de Arthas o no en la monstruosidad que todos ansiaban llevar a la justicia.

El sonido de la puerta de la habitación en que se encontraba, al otro lado del balcón en el que estaba, llamo su atención al sonar. En su interior sabia lo que se avecinaba y se permitió unos pocos segundos para poder respirar profundamente, apaciguar sus pensamientos y dirigirse hacia la puerta. Al abrirla, vislumbro a la aprendiz Nelphi, tan joven como ella cuando Dalaran hubo de prepararse para el asalto de la Plaga con Arthas a la cabeza. En su interior, no pudo evitar desear que los hechos pudieran ser distintos esta vez, para así ahorrarle el horror que ella vislumbro en esos oscuros días.

“Milady, traigo un mensaje del Archimago Rhonin.” – Comento la aprendiz luego de realizar una elegante reverencia al poco de Jaina abrir la puerta. – “La Archimaga Rhydian ha levantado nuestro campamento base en el Patio de los Huesos y el Veredicto Cirineo se prepara para asaltar la Ciudadela. Os han asegurado un pasaje directo al campamento.”

Jaina asintió dedicándole una ligera sonrisa amistosa.

“Gracias por traerme este mensaje, Nelphi. Marchare de inmediato.” – Contesto y luego de recoger su báculo, marcho hacia el campamento.

Con la oportunidad de obtener alguna respuesta a su molesta duda al alcance de su mano, estaba más que dispuesta a destrozar incluso los muros de la propia Ciudadela Corona de Hielo. Nada la apartaría de la verdad.

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Capitulo IV

La Dama Oscura

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La batalla por la tercera puerta: Corp’rethar, había concluido finalmente. Sin embargo, aun quedaban algunos muertos vivientes y miembros del Culto de los Malditos pululando entre las pasarelas superiores de la puerta y los muros contiguos que, aunque en menor medida, seguían representando una amenaza y las cuales el Señor Supremo Garrosh Hellscream no dejaría que se escaparan. Para él, todos los enemigos debían de morir y ninguno salir con vida, pero había uno al cual no podía tocar, aunque si abusar y tratar de usar para su favor.

La Dama Oscura de los Renegados se hallaba frente a la puerta, en el Patio de los Huesos y con la inmensa Ciudadela Corona de Hielo ante ella, alzándose hasta donde sus ojos rojos podían alcanzar. En su interior sentía una extraña sensación de ansiedad e incluso, lo que en vida podría haber interpretado como esperanza, pues finalmente su venganza, a pesar de todos los obstáculos e inconvenientes, estaba al alcance de su mano. Desgraciadamente, siquiera las forestales oscuras que le flanqueaban y que actuaban como su propia guardia personal, lograron percatarse del mag’har embutido en armadura que se les aproximaba.

“Sylvanas.” – Rugió su nombre con desdén el orco marrón, reflejando el repudio y asco que sentía hacia ella.

“¿Quién le soltó la correa al perro?” Pensó ofuscada para sus adentros, al tiempo que volvía su mirada hacia el orco y se llevaba el puño derecho a la altura de su corazón, cuadrándose e inclinando su cabeza.

“Señor Supremo Hellscream…” –Saludo de manera marcial la Reina Alma en Pena.

“Mis jinetes del viento reportan que aun hay muertos vivientes arriba de los muros. Quiero que los acaben.” – El orco levanto una de sus hachas y señalo con el filo la pasarela sobre Corp’rethar.

Sylvanas asintió con un ligero cabeceo a sus palabras, desviando su atención hacia la pasarela que indicaba.

“Enviare a mis forestales oscuras tras de ellos inmediatamente. Sabrán acabarlos antes de poder refugiarse dentro de la Ciudadela y ocasionarlos problemas.” – Contesto al mismo tiempo que observaba la pasarela.

“No.” – Respondió tajante el orco, enseñándole sus colmillos antes de señalarle con el mismo filo con el cual indico la puerta. – “Lo harás tú. Llévate a tus monstruos si quieres, pero tú te encargaras de acabarlos. No te quiero en MI campo de batalla.”

La ira fue lo primero que se apodero de Sylvanas al poco de oír sus palabras. ¿Quién era ese orco como para querer apartarla del dulce momento en que pudiera asestar el golpe final a Arthas? ¿Acaso sabia quien era ella? ¿Su historia y todo lo que había hecho para llegar a estar allí? Con gusto se habría propuesto el acabar con su vida allí mismo. Una muerte limpia y rápida, indolora, pero que al menos podría sacar al molesto Hellscream de la ecuación. Pero por desgracia, no estaba en posición de siquiera replicar sus ordenes.

“Como mande la Horda, Señor Supremo.” – Contesto nada más, dejando entrever su molestia que seguramente el orco paso por alto o sencillamente, siquiera llego a percatarse.

Sylvanas marcho junto a las dos forestales oscuras que le acompañaban hacia las pasarelas superiores, abriéndose paso entre sus picas de saronita y hogueras de fuego azulado. Afortunadamente para ella, los muertos vivientes y miembros del Culto de los Malditos que quedaban con vida de la batalla por la Puerta del Horror fueron fáciles de interceptar, permitiéndole descargar su ira contra ellos. Con cada muerto viviente o cultista que caía bajo su espada o por el impacto de una de sus flechas, podía ver el rostro de Arthas exhalando su ultimo aliento de vida antes de morir, con un atisbo de desesperación e incredulidad en sus ojos. El mismo que vio hace seis años luego de engañarlo y dispararle una de sus flechas envenenadas que, de no ser por Kel’thuzad y sus malditos esbirros, le habría permitido acabar con él y concretar su venganza…

“Primero fue Kel’thuzad quien evito mi venganza…” Pensó iracunda cuando disparo una de sus flechas contra la cabeza de unos cultistas, el cual se derrumbo sobre el suelo de saronita mientras huía. “Luego ese maldito mal nacido de Putress y el imbécil de Varimathras…” Otra flecha de las suyas fue a impactar contra uno de los cultistas, pero esta dio en su espalda. Al instante disparo otras más contra los dos muertos vivientes que quedaban en pie y se acerco a un paso tranquilo hacia el cultor al que había herido, y el cual se arrastraba por el suelo. Sin pudor alguno le quito la flecha de su espalda y oyo con sumo placer el como se quejaba por el dolor. Lo cogió por un hombro y giro con brusquedad, obligando a verle hacia sus ojos rojos inyectados en sangre. Le observo de forma altiva e iracunda, algo que incluso en el propio cultista infundio temor. “¡¿Y ahora ese estúpido de Garrosh cree poder impedirlo?!” Sylvanas dejo caer su arco y cerro su puño derecho, para propinarle un puñetazo al humano. “¡No se lo permitiré!” Otro puñetazo fue a dar contra el rostro del cultor y otro más, y así sucesivamente, magullando el rostro del humano incluso cuando ya había perdido la vida. “¡Esta es mi venganza! ¡Nada ni nadie me impedirá lograrla! ¡Ni la Plaga! ¡Ni la Legión Ardiente! ¡Ni la Horda! ¡Ni la Alianza!”. Llevada por la ira, levanto su mano derecha al igual que su mano izquierda y entrelazándolas para formar un único puño, lo dejo caer con fuerza sobre la destrozada nariz del cultista sin vida. “¡NADIE!”.

Los cielos se iluminaron, permitiendo contrastar la sangre que cubría los guanteletes de cuero de Sylvanas. Luego tronaron y los relámpagos se abrieron paso entre los nubarrones. Si alguna de sus forestales oscuras había llegado a pensar o suponer algo por lo que había llegado a hacer, no lo sabia ni mucho menos le importaba. El trabajo estaba hecho y con eso terminado, la Dama Oscura recogió su arco y se reincorporo, dándole la espalda a sus compañeras.

“Loralen.” – Pronuncio el nombre de una de sus forestales oscuras.

Loralen se adelanto un paso, aguardando ordenes.

“¿Mi señora?”

“Informa al Señor Supremo Hellscream de que las pasarelas están limpias.” – Sylvanas desvió su mirada hacia lo alto de la Ciudadela, donde se alzaba el Trono de Hielo y estaba segura de que Arthas se regocijaba al ver lo cerca, y lejos que estaba, a la vez, de poder llegar a él. – “E indica al Alto Señor Supremo Saurfang que estoy lista para sumarme al asalto a la Ciudadela junto a mis Renegados, haciendo valer nuestro deseo de justicia y deuda de honor hacia la Horda.”

Loralen asintió con firmeza y no hicieron falta más palabras. Al instante, se retiro.

Sylvanas aguardo unos minutos en silencio, con la mirada fija en el Trono de Hielo. Si todo resultaba tal y como pensaba, al menos Varok Saurfang sabría ver el valor estratégico de ella y sus Renegados para la batalla, contrario al cegado orco que se hallaba por debajo de él. Pero aun más importante, le daría un sitio para concretar su venganza.

“Porque nada ni nadie evitara que termine lo que debí terminar en Lordaeron, Arthas. Mi venganza al fin te ha alcanzado y no hay NADA que puedas hacer para evitarlo…”

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Capitulo V

Juramento de Honor

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El ensordecedor rugido de los cruzados argenta en cuanto la entrada principal de la Ciudadela Corona de Hielo se abrió tras los incesantes golpes de su ariete, hizo un gran eco en todo el Patio de los Huesos, llegando a oírse incluso desde el campamento base de los Kor’kron. La voz de los cruzados y el indirecto llamado a la batalla no provoco nada en el Alto Señor Supremo Saurfang, quien se hallaba paseándose ante los orcos que se encontraban formados frente a él. Muchos de ellos pieles verdes, pero otros más de piel marrón como el cachorro de Hellscream, así como igual de jóvenes e impetuosos que él. Podía ver la ansiedad de probarse en batalla en los ojos de cada uno, de reclamar y conquistar el Trono de Hielo para la Horda. Todos ansiosos de demostrar su valía luego de ser abandonados en Garadar hacia tantos años, debido a la viruela que había asolado a su pueblo. Todos excepto un solo mag’har. Un joven y valiente orco cuya alma había sido robada por el Rey Exánime y que no había sido abandonado en Garadar por una enfermedad o ser considerado inferior, sino por una promesa…

“Júrame por tu honor que Dranosh no te seguirá, Varok. Que no seguirá nuestros pasos…”

La voz de su mujer resonó dentro de su mente. Varok gruño y sacudió su cabeza, apartando los recuerdos de su juramento de honor hacia ella. Siguio paseándose frente a los Kor’kron y luego, una vez llegado al final de la fila, se giro y regreso en sus propios pasos hasta detenerse en el centro de la formación, y luego mirarlos a todos.

“¡KOR’KRON!” – Rugió el Alto Señor Supremo. – “Se lo que piensan. Se lo que desean. Lo he visto en sus ojos. Muchos de vosotros ya habéis combatido en otras batallas, derramando sangre y bañándose en gloria. Alcanzando el honor de la victoria. Pero muchos otros de vosotros aun sois jóvenes. Cachorros que apenas entienden lo que es la guerra y que hoy, quieren demostrarle a la Horda lo equivocada que estaba al dejarlos atrás en Garadar. ¡¿VERDAD?!”

La respuesta de los jóvenes mag’har no se hizo esperar. Al instante, gritos de batalla y otros de asentimiento se hicieron oír de inmediato. Varok levanto una mano, acallando sus voces tras unos segundos.

Por otro lado, sin él darse cuenta, Garrosh se hallaba tras del Alto Señor Supremo oyendo atento sus palabras.

“La gloria esta a vuestro alcance. Pero la Horda no quiere gloria, ya tiene bastante. Lo que la Horda quiere. Lo que VOSOTROS queréis es HONOR. Todos sois jóvenes y valientes, guerreros únicos en su tipo, pero que solo lograran lo que desean si demuestran ser mejores que nosotros, aquellos que les abandonamos persiguiendo los deseos de los demonios y el afán de la conquista.” – Varok levanto su brazo y señalo la inmensa Ciudadela Corona de Hielo, cuya sombra se proyectaba sobre ellos. –“Alguna vez el Rey Exánime fue uno de los nuestros. Uno de los vuestros y como vuestros hermanos de piel verde, se dejo engañar. Hoy la Horda se redime. Hoy la Horda demostrara su honor recapacitando de sus errores. HOY LA HORDA ESTARA EN DEUDA CON VOSOTROS. ¡HOY – VOSOTROS – SOIS – LA – HORDA!”

Los gritos de animo de los mag’har resonaron con tanta fuerza como las de sus homónimos de piel verde, quienes luego se retiraron por orden del Alto Señor Supremo para poder prepararse para el asalto final. Sin embargo, solo al terminar, se percato de la presencia del joven Hellscream tras de él.

“Bonitas palabras, anciano.” – Comento acercándose el cachorro al veterano de guerra.

“Esas palabras te incluyen también a ti, Garrosh Hellscream.” – Contesto tajante el Alto Señor Supremo, arrugando su entrecejo de manera severa.

“¡Bah!” – Garrosh avanzo unos pocos pasos, mientras observaba la Ciudadela. Solo pocos segundos después volvió a abrir la boca. – “¿Esa cosa fue uno de nosotros?”

Varok asintió.

“Ner’zhul, si”

La expresión de Garrosh se torno iracunda al oir la respuesta.

“¿Uno de los nuestros se atrevió a arrebatarle la vida a un hijo de la Horda?” – Garrosh entorno sus ojos en Varok. – “Debes vengar a Dranosh. Él dio su sangre por la Horda y él robo su espíritu. Tú debes ir al frente. Frente a la Alianza. Frente a la Cruzada Argenta. Frente a todos. Es TÚ derecho como Orco.”

Los ojos de Varok se entrecerraron y observaron fijamente al cachorro de Grommash Hellscream. Desde que cruzo el Portal Oscuro, Thrall había insistido en traerlo consigo en sus distintos viajes diplomáticos, llegando a ser más un obstáculo que otra cosa en varios de esos viajes. Sin embargo, a pesar de que no negaba la verdad detrás de sus palabras, no tardo en reparar en lo que había detrás de esas intenciones que intentaba impregnarle.

“Tomare mi lugar cuando deba, Garrosh. Es mi derecho, pero Dranosh…” – Comenzó a decir cuando Garrosh le interrumpió.

“Dranosh habría ido al frente si fuera su padre el que estaba en esa espada.” – Solo esas palabras alcanzo a decir el Señor Supremo, cuando el veterano orco frente a él rugió con fuerza.

“¡DRANOSH ERA MI HIJO!” – Al instante, Garrosh retrocedió un paso en cuanto Varok dio uno al frente, imponiéndose. – “¡NO TUYO, CACHORRO! ¡RECUERDA TU LUGAR ANTES DE INTENTAR MANIPULAR A UN PADRE PARA QUE VENGE A SU HIJO! ¡NO HAY HONOR EN LA VENGANZA! ¡NO HAY HONOR EN PASAR SOBRE LOS DEMAS PARA ALCANZAR LA VENGANZA! ¡NO HAY HONOR EN LO QUE QUIERES QUE HAGA!”

El mag’har respiraba pesadamente, tratando de encontrar las palabras para responder a Varok. Pero apenas si estas llegaron a su mente cuando ya el Alto Señor Supremo se encontraba caminando hacia la Ciudadela Corona de Hielo con su hacha en mano. No se había dado el lujo de lamentar la perdida de su hijo, solo porque su deber hacia la Horda estaba primero. Pero ahora que se encontraba ante la Ciudadela, Varok estaba convencido de algo: serviría a la Horda y concretaría la tarea encomendada por su Jefe de Guerra, pero, por sobretodo, también rescataría el alma de su hijo y enmendaría su error. Cumpliría su juramento hacia su mujer costara lo que costara; la guerra le había quitado mucho, pero aun podía aferrarse a su honor y aquello era algo a lo que no renunciaría. Mucho menos dejaría que le fuera arrebatado. No cuando se trataba de restaurar su honor como orco y sobretodo, como padre.

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Capitulo VI

Las Pruebas del Rey Exánime

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El silbido del viento arrastrando la escarcha consigo en pequeños remolinos apenas si le era perceptible en medio de aquel trance. Detrás del Yelmo de la Dominación, sus ojos se encontraban completamente cerrados pero más allá de ellos su voluntad era infinita; nadie o muy pocos eran los que se habían atrevido a teorizar quien era esa extraña presencia que parecía observarles a cada momento desde que se acercaran a las costas del Techo del Mundo, a pesar de lo evidente que era. Y ahora, su voluntad se extendía en todos los alrededores de su fortaleza personal, siguiendo de cerca el avance de los distintos defensores de Azeroth congregados con el banal deseo de llevarlo ante la justicia, palabras que para él poseían un significado distinto al empleado por los mortales.

Desde que pusieran un pie dentro de la Ciudadela, había seguido de cerca los pasos de cada uno; tanto de aquellos que asaltaron sus vestíbulos principales, como quienes creyeron poder infiltrarse en otros espacios de su guarida esperando pasar desapercibidos. En cada uno reconocía un poder más que útil para sus planes, pero aun creía que era necesario afrontarlos a mayores pruebas. Quizá en su mente el propio Ner’zhul habría intentado oponérsele desde un inicio, replicándole el continuo sacrificio de sus más valiosos lugartenientes a lo largo de la guerra, pero el viejo chamán orco ya no existía. Solo estaba Arthas como la voluntad predominante dentro del Rey Exánime y estaba dispuesto a sacrificarlo todo con tal de llevar a sus oponentes al limite, tal y como él fue puesto a prueba en algún momento. Solo había de aguardar el momento y los retos finales de su “torneo” personal comenzarían…

Vislumbro el continuo ascenso y refuerzo de lo que ahora era el perdido Alto Libramorte, con las fuerzas del Veredicto Cinéreo acumulándose ante la puerta que les llevaría al interior de la Ciudadela. Vio los explosivos que colocaban estratégicamente en la compuerta de acceso en un vano intento de abrirla, aunque fuera por el mero impulso de la explosión. ¿Pero quien era él para negarles semejante deseo? Eventualmente les permitiría pasar, incluso haciéndoles creer que esos pequeños juguetes habían cumplido su cometido. Su voluntad continuo viajando más allá de la compuerta, observando la inmensa aguja que ascendía hacia el Trono de Hielo, su trono. Bien sabía que Fordring subiría, así lo había previsto y así habría de ocurrir, pero había de asegurarse que los campeones que lo hicieran fueran los indicados y con un invisible movimiento de sus manos, las pasarelas metálicas que daban hacia la aguja se derrumbaron por completo, cortando el acceso hacia la espiral de ascenso al trono y las compuertas de las alas en torno a ella comenzaron a abrirse, a excepción de una sola; aquella que funcionaria como la prueba final.

“¡APARTENCE TODOS!”

Escucho decir a una voz, la cual fue seguida de una indicación que se viera interrumpida por un inmenso estruendo. El Rey Exánime abrió sus ojos y al mismo tiempo, la entrada hacia la Aguja se había abierto en medio de la humareda oscura que habían levantado los explosivos.

Las ultimas pruebas para la inevitable batalla por el Trono de Hielo habían comenzando…

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Capitulo VII

Invencible

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Al fin habían caído todos. Sus más poderosos sirvientes, uno a uno desde que los campeones de Azeroth pusieran un pie sobre las costas de su continente; sus oscuros dominios. Una prueba tras de otra, fueron surgiendo y moldeándose aquellos héroes que habían logrado sobrevivir donde muchos otros solo habían hallado la muerte. Todo marchaba de acuerdo al plan y la confiada, así como satisfecha, sonrisa que curvaba sus pálidos labios detrás del Yelmo de la Dominación era muestra de ello. Satisfecho, el Rey Exánime volvió a cerrar sus ojos una vez más y extendió su voluntad hasta observar a todos los insignes defensores de Azeroth, para luego volverse a adentrar en sus salones y detenerse ante la Aguja, cuya espiral se alzaba hacia donde estaba él, hacia el Trono de Hielo. Sin emitir sonido o gesto alguno, de los costados de la espiral de hielo comenzaron a surgir cuatro pasajes del mismo helado material, uniéndolos al resto de la Ciudadela.

Al instante, su propia mente le obligo a recordar el momento en que él ascendió por primera vez y aunque incorpóreo, volvió a hallarse emprendiendo la misma e interminable caminata hacia el abismo, oyendo solo silencio en esta ocasión hasta, finalmente, encontrarse frente a él, sentado ante el Trono de Hielo.

“¡Aah..!” – Se quejo un moribundo ser encadenado sobre él, jadeando de dolor.

Los ojos de Arthas se abrieron nuevamente, despidiendo el fuego azulado típico de ellos.

“¿Es que aun osas resistirte, Fordragon?” – Inquirió con su voz de ultratumba, viéndole fijamente.

“Dije que… yo nunca… te serviré…” – Contesto con toda la entereza que pudo reunir de su demacrado cuerpo. – “¡NUNCA!”

El Rey Exánime acaricio el pomo de la Frostmourne y los ojos del cráneo que decoraba su empuñadura se iluminaron, al tiempo que las runas destellaban un frio color celeste. Al instante, una enorme ola de dolor volvió a sacudir hasta sus entrañas al Alto Señor de la Alianza y como en muchas ocasiones anteriores había hecho, comenzó a torturarle nuevamente como objeto de su diversión. Cada memoria que descubría y tergiversaba era satisfactoria para él, pero no tanto como ver como el paladín intentaba continuamente resistirse a lo que sus ojos le enseñaban. Quizá para muchos, el ver como Bolvar se resistía una y otra vez a sus retorcidas manipulaciones era una muestra de suma entereza, pero para él solo era un emocionante reto a superar. Le había enfrentado ya ante sus amistades y familiares, incluso lo había hecho acabar con la vida del hijo de su Rey de una manera tan horrenda que siquiera Fordring, con toda su sabiduría y compasión, podría llegar a comprender y perdonar.

La tortura perduro por horas, hasta que, en un acto de clemencia, Arthas finalmente se detuvo. Bolvar dejó caer su calcinada cabeza, solo para oír rendido al enemigo que intento acabar en la Puerta de Cólera y que en un irónico cambio de papeles, le recupero del campo de combate y comenzó a acabarle a él, poco a poco.

“Estoy cansándome de estos juegos, Fordragon.” – Una nueva sonrisa volvió a curvar los mortecinos labios de Arthas. – “Pero te dejare vivir… Solo para que puedas ver el final de aquellos en los que tanta fe has depositado.”

Como si de una extensión de si mismo se tratase, Arthas pudo sentir de pronto como Tirion dio el primer paso sobre las escaleras de la espiral de hielo y allí aguardo, hasta finalmente tenerlo ante él, acompañando de quienes se habían convertido en los campeones de Azeroth.

Finalmente, la batalla final daría comienzo.

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Epilogo

Redención

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Los pasos del paladín sobre los adoquines de piedra, una vez comenzó a subir los escalones del mausoleo hicieron eco en medio del silencioso bosque moribundo a su alrededor. Como la Capilla de la Esperanza de la Luz, la Tumba de Uther era el único sitio sagrado en aquellas tierras que otrora pertenecieran al extremo noroeste de Lordaeron. Días habían pasado ya desde la victoria de la Cruzada Argenta sobre la Plaga y el Rey Exánime, pero a su llegada a la Esperanza de la Luz, el Alto Señor Fordring había preferido guardar luto por todos aquellos hermanos cruzados que habían sacrificado su vida desde que comenzara la Guerra contra el Rey Exánime en el Techo del Mundo antes que decidir cuales serian los siguientes pasos a seguir por la Cruzada. Pero había más; dentro del cofre que sus cruzados habían encontrado en las Cámaras de Reflexión, el paladín había visto una medalla única en su tipo, fácilmente reconocible para él por su forma de escudo y el puño de plata grabado sobre este. Sabia a quien pertenecía y ahora, con su espíritu liberado, quien quisiera poder verla por ultima vez.

“¿Crees realmente que acuda a ti, Tirion?” – Le había preguntado Maxwell Tyrosus fuera de la Capilla, tras los cruzados haber terminado de ensillar a Mirador.

“No lo sabré hasta que lo intente, Tyrosus.” – Fue la respuesta del Alto Señor al montar a su fiel Mirador. – “Mientras estoy fuera, reúne a la Hermandad de la Luz y acudid a mi encuentro cuando estéis todos juntos. Os hare saber nuestro destino entonces y solo entonces.”

Tyrosus nada más se limito a asentir y a despedir a su compañero, y líder, antes de verlo cabalgar de manera solitaria hacia lo que fuera su amada Lordaeron en el pasado.

Fue durante aquel viaje que para Tirion fue más largo e interminable de lo que esperaba, que su mente comenzó a rememorar distintos episodios a lo largo de su vida: su servicio al Reino de Lordaeron y a su pueblo, como el señor de Hearthglen. Su introducción a la Orden de los Caballeros de la Mano de Plata y servicio hacia la Luz, y la Alianza de Lordaeron, durante la Segunda Guerra. Su encuentro con Eitrigg y posterior excomulgación por defenderle de algo que él creía injusto. La imagen de su amada esposa Karandra y su dulce voz al negarse acudir al exilio junto a él, y la imagen de su querido hijo, Taelan, ser introducido en la misma Orden de la que él formo parte y seguir sus pasos en secreto, teniendo que ver entre las sombras como era ascendido a paladín creyendo que su padre había muerto. El encuentro de Darion en su cabaña y la primera batalla de la Capilla de la Esperanza de la Luz. La muerte de su hijo a manos de un hombre que alguna vez llamo hermano, Isillien y su juramento de reformar la Mano de Plata. La segunda batalla de la Esperanza de la Luz y el auge de la Cruzada Argenta. Todos los pasos que de un modo u otro lo habían llevado a llegar hasta donde se encontraba hoy, y que lo habían convertido en el hombre que inspiro a tantos otros. En lo que Arthas había llamado el más grande campeón de la Luz, pese a él no querer jamás referirse a tal titulo ni buscar ser llamado por el mismo.

Y ahora, finalmente, se encontraba ante la tumba de su antiguo Alto Señor dentro de la Orden de los Caballeros de la Mano de Plata. El mismo que le había excomulgado luego de que su juicio llegara a su fin, hallándosele culpable.

Tirion inspiro hondo por la nariz y camino con un aura de serenidad a su alrededor, acercándose a la estatua erigida en honor al Portador de la Luz. Siguió caminando con tranquilidad hasta ser recibido en la entrada por el Alto Sacerdote Thel’danis, un pacifico y humilde sacerdote que había asumido su papel como custodio de la tumba de quien fuera el más grande campeón de Lordaeron.

El alto elfo se inclino de forma respetuosa ante el Alto Señor, dedicándole una afable sonrisa.

“Me alegra poder veros, Alto Señor Fordring.” – Saludo Thel’danis antes de incorporarse.

“Saludos hermano.” – Tirion saludo con un ligero cabeceo.

“¿Qué os trae a este sagrado lugar? Si me permitís preguntar.” – Pregunto con su típico tono de voz sereno.

“Paz y redención, hermano. Paz y redención.”

Thel’danis únicamente se limito a asentir sin borrar su afable sonrisa y se retiro hacia el interior de la tumba, para encender el fuego de las linternas. Mientras que, por su parte, Tirion se adelanto hacia el monolito de la estatua de Uther. El paladín agacho su cabeza y cerró sus ojos, al mismo tiempo que apoyaba su mano derecha sobre la placa que llevaba su nombre y relataba quien fue en vida, murmurando un rezo a la Luz. Completamente paz, solo minutos después, Tirion retiro de entre sus pertenencias el medallón y lo apoyo sobre el plinto de la estatua, a los pies de la misma. Solo silencio aguardo para él al inicio, pero el paladín no se impaciento y de pronto, un halo sagrado comenzó a iluminar el monumento y ante él, el espíritu de Uther comenzó a tomar forma, pudiéndole ver envuelto en su típica armadura y llevando el aspecto que recordaba de él, con su cabello largo como una melena y su espesa barba canosa.

“Me traes un regalo mucho más grandioso de lo que crees, hermano.” – Pronuncio Uther una vez ante el paladín, girándose para recoger la medalla y observarla en sus manos. – “Por mucho tiempo he luchado intentando perdonar a nuestro Príncipe por sus terribles transgresiones.

Mi alma fue destrozada con una ilimitada ansiedad y pensamientos oscuros… distanciándome de la Luz, pero aun recuerdo el orgullo que había en sus ojos cuando se encontraba ante mi, deseoso de poder combatir a los enemigos de la Luz. Deseoso de defender a su pueblo, costara lo que costara.”

Uther emitió una clase de suspiro ante Tirion, quien solo guardo un solemne silencio mientras, como él, el Portador de la Luz se perdía en sus recuerdos al vislumbrar la medalla.

“Es esta la memoria de Arthas que deseo guardar en mi corazón.” – Lentamente, el fantasma de Uther fue levantando su mirada hasta posarla sobre el Alto Señor de la Cruzada Argenta. – “Pero no es solo esto lo que debo de decir, ¿verdad?”

Tirion tan solo esbozo una ligera sonrisa, viendo al viejo paladín ante él quien, con rostro sereno, finalmente se permitía sonreír tras su adusto rostro curtido por la guerra. Aquel que tanto respeto imponía en el resto.

“Te juzgue en su momento, hermano, creyendo que era lo correcto. Cegado en mi orgullo y mis creencias de que los orcos eran un enemigo de la humanidad y la Luz, aun cuando ella respeto tu elección y en tu victoria sobre el Rey Exánime, me demostró lo equivocado que estaba.” – Un sonido similar al de un suspiro, pero no solo de resignación, sino de pesar, emano del fantasma de Uther. – “Perdiste mucho por lo ocurrido en esos días y tal vez, las cosas hubieran sido diferentes de haberte oído. ¿Crees poder aceptar la disculpa de este viejo paladín, hermano Tirion?”

Lentamente, Tirion negó con la cabeza sin borrar la ligera sonrisa que curvaba sus labios y extendió su mano, para apoyarla sobre el medallón que Uther sujetaba. Aquel que perteneció al Príncipe alguna vez. Confuso, pero a la vez expectante, el fantasma del paladín le observo fijamente tratando de entender, al tiempo que sintió como la calidez de la Luz volvia a abrigar su cuerpo incorpóreo.

“No hay disculpa que debas ofrecerme, hermano.” – Respondió con tranquilidad el Alto Señor de la Cruzada Argenta. – “Como tu, me aleje de la Luz luego de mi exilio y vi impotente lo que ocurrió con nuestra amada patria, pero gracias a muchos otros logre aceptar todo por lo que pase. No te guardo rencor, Uther. Ni tampoco estoy aquí para oírte pedir perdón. Solo estoy aquí para poderte entregar algo que creía, podría pertenecerte y ayudarte, hermano.”

Uther asintió lentamente a sus palabras, comprendiendo el sentido tras de ellas y sintiéndose honrado de poder oírlas, pese a todos los años que habían transcurrido desde su abrupta separación.

“¿Y ahora, Alto Señor?” – Inquirió Uther volviendo a adoptar su tono y expresión marcial. – “¿Tu Cruzada finalmente ha concluido o esta lejos de terminar?”

Tirion aparto sus manos del medallón y espiro apaciblemente por la nariz, viéndole a los ojos al tiempo que le daba su respuesta.

* * * * * * * * * *

Tirion abandono la Tumba de Uther con la misma solemnidad con la cual había llegado, encontrándose a los pies de su entrada a sus hermanos de la Hermandad de la Luz, todos juntos a Maxwell Tyrosus, quien sujetaba las riendas de Mirador y cabeceo a modo de saludo, siempre marcial como él había sido. Tirion correspondió a su saludo y se acerco a su fiel caballo, para coger las riendas del mismo mientras sus hermanos le observaban en silencio, de forma expectante.

“Se lo que todos estáis preguntándoos, hermanos.” – Comento dándoles la espalda, acariciando un costado del rostro de su caballo. – “Hacia donde se dirige nuestra causa. Nuestro deber.”

En medio del silencio de sus hermanos, Tirion apoyo un pie sobre el estribo de la silla de su caballo para finalmente, montar a Mirador.

“Reunid a nuestros hombres.” – Ordeno finalmente, ya sobre Mirador, cogiendo sus riendas.

“¿Nuestros hombres?” – Maxwell frunció el ceño y le observo atento.

Tirion asintió, viendo fijamente a Tyrosus con gran determinación en su mirada.

“Juramente que veríamos este mundo libre del yugo de la Plaga. El Rey Exánime ha sido derrotado, pero esta tierra, nuestro hogar, aun lleva su cicatriz y sus antiguos esbirros aun plagan esta noble tierra.” – Tirion observo de soslayo la tumba de Uther, vislumbrando su monumento al final de toda la entrada para luego volver a ver a Maxwell. – “Nuestra cruzada no ha terminado aun, hermanos. La Cruzada Argenta aun tiene que liberar esta tierra antes de poder descansar. Es este nuestro deber como creyentes de la Luz y hacia las nobles almas que hoy descansan bajo la Esperanza de la Luz, y la de los incontables caídos en el norte. Este es nuestro deber. Este es nuestro juramento. Esta es la Cruzada Argenta.”

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