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Relatos cortos e inconclusos de un pícaro no muy abierto a la épica.


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Pues bien, presento este tema para todo aquel que pierda su tiempo leyéndolo, y le doy gracias por perderlo de manera tan poética. A modo de salvaguarda, considero que no soy muy bueno en la escritura de eventos épicos, y de ahí el nombre, pero soy amante de la literatura en todas sus formas y texturas. Siendo así, me place mucho presentar un relato donde se manifiesta mi debilidad -escritura épica en cuanto la descripción de batallas y guerreros- pero decidí abrirme a mi... forma. No siendo más, espero que agrade a los amantes de este tipo de duelos.

El Duelo

Su expresión permanecía inmóvil y fría; la única sensación que demostraba era el sutil suspiro que golpeaba al caballo de ébano danzante frente a sus ojos. Su mirada parecía extinguirse en la oscuridad de la ficha, y aunque levantaba de vez en cuando la vista para detallarme el rostro, se había quedado meditativo en el próximo movimiento.

Mientras permanecía con el caballo entre sus delgados dedos, pensé en la mujer que yacía en sus brazos cada noche. La exótica bailarina con caderas de fuego y de labios ardientes, cuya danza era solamente el preludio al más ávido y profundo deseo. No podía pensar en mujer que no fuera ella, anclado en el vaivén de su vientre desnudo que como ráfagas candentes me imbuían de poco a poco en el ensueño. Mientras divagaba, supuse que la relación entre el ajedrez y él era aún más erótica que la mantenida con su dama. Por unos instantes me perdí en un sueño, e imaginé a la hermosa mujer dedicándome su mejor mirada lasciva, posada sobre mis piernas con su vestido corto y sus labios susurrantes bailándome en el oído.

Mi rival levantó al caballo, y lo posicionó de f-3 a h-2.

- Jaque, con dama.- Habló con suave naturalidad y reposó el dedo índice en su reina oscura posicionada en d-5, despertándome del febril sueño en el que me sumergía la bailarina.

Mi rey en h-1 estaba rodeado. La pieza marfilada se encontraba al extremo del tablero, custodiada por dos caballos enemigos que servían como inquisidores de mi partida. La única solución visible de escape que tenía, entonces, era matarle al caballo que permanecía en frente de mi rey.

- ¿Seguro del movimiento?- Pregunté irreverente.

Él tan sólo arqueó las cejas, y me miró con sus inclementes ojos de esmeralda; parecía lograr ver a través de mí y sucumbir mi mente inclinada a su voluntad hasta ser su títere. Había olvidado que mi misión era difícil, ya que no es sencillo derrotar a un estratega de guerra. Se decía que su intelecto superaba a los eruditos más cultos, y su carácter frío y calculador no era siquiera comparable con el más frívolo asesino. Me vi perdido; la partida apostada se desvanecía de mis manos, y el solo hecho de ser incapaz de hacer trampa, como en los naipes, me estremecía el corazón. Haberme servido a su caballo en bandeja de plata, su ficha favorita, me hacía suponer que caía irremediablemente en su trampa.

Así son, pensé mientras que tomaba al pálido rey en mis manos, los estrategas de guerra. De principio dominan el campo, y convierten a su enemigo en aliado de sus planes. No obstante, perder sólo es la ligera impresión de derrota. Sin vacilar, tomé al rey y maté su caballo, con una dulce sonrisa en los labios que se extendía con gozo en mi rostro.

Me miró, silencioso, y con los labios levemente entreabiertos; afiló su vista punzante en mis ojos, y pronunció, con su voz suave, matizada en ese aire autoritario y profundo que lo caracteriza, las condiciones de la apuesta.

- Si pierdes – dijo - deberás enseñarme a amarla.

Yo quedé mudo, y asentí. Mordí mis labios e incliné la cabeza; él no había movido, y sin embargo, sin que sus manos entraran en contacto con ficha alguna, en sus ojos se filtraba aquel brillo precedente de la victoria. Suspiré hondo, con mis ojos sujetados a su helada vista, e intenté mantenerla firme. Resolví que me miraba sólo para conocer el porqué de mi apuesta, ya que el estratega era tan astuto como un ladrón envuelto en sus sábanas.

Yo sólo deseaba deshacerme del caballo, -como él mismo solía llamarse- y poseer a la sensual dama que se debatía entre la trova y la jerga, alimentando la vista de aventureros y desdichados que osaran en contemplar sus bailes… yo sólo la quería a ella, y por ello, acepté el duelo de ajedrez contra el mejor contrincante.

El contacto de miradas se extendió por unos segundos más, y al final, acercó su mano hasta la dama bañada por el ébano, y la posicionó enfrente de mi rey.

- Mate. - Manifestó serio, con la voz nacida en su garganta.

Me detuve a detallar el tablero, y, en efecto, me había vencido. La casilla de la dama en g-2 pertenecía también al futuro movimiento del caballo que movió anteriormente, y matar a su otro caballo sólo era una trampa para derrotarme. Sin tener otra salida y arrinconado en el filo del campo, mi rey no tenía más movimientos que ejecutar para salvarse.

Agaché los hombros, inhalé y exhalé con los labios juntos y húmedos. Él se levantó, corrió la silla en que estaba sentado y me dio la espalda. Sospeché que se había dado cuenta, en el preciso instante que me observó a los ojos, de mis intenciones con su pareja, la bailarina, pues las últimas palabras pronunciadas por él, ese día, fueron:

- Aunque mates al caballo, y la dama esté al alcance de tus manos, has de saber que siempre habrá otro resguardándola.

Fin... por ahora.

P.D: ¡Gracias por poseer el suficiente temple y aguante para terminarla! Prometo alguna vez aprender a ponerle imágenes a los textos posteados.

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  • 2 semanas atrás...

UNA NOCHE

La contemplé en silencio mientras ella aún seguía sumergida en un sueño profundo. Derrotada por el éxtasis de un placer más allá de lo corpóreo, se desmoronó en las sábanas aún húmedas y ardientes que parecían no consentir el suspiro final. Estaba ella con el rostro ligeramente puesto hacia la luz de las velas, con el cabello ondulante y rojizo tapándole parte de la mejilla hasta la sensual abertura de sus labios; su cálido jadeo aún chocaba contra la almohada.

Sin desear despertarla, pasé mis dedos por las hebras de fuego y retiré el cabello de su rostro para observarle los ojos vencidos por el cansancio. Su brazo izquierdo yacía oculto tras el velo marfilado que ante la luz se camuflaba en dorado, y el derecho estaba descubierto desde el hombro que caía suavemente hasta el borde de la cama, con sus dedos flexionados y sueltos. La curvatura prominente de sus caderas se imponía frenéticamente silenciosa, y el filo de la sábana era lo suficientemente austero para terminar en la mitad de su muslo. Pasé mi mano entreabierta, y con la suavidad de un amante satisfecho empecé por retirarla lentamente tomándola por su vértice, deslizándola hasta ocultarse con su pelvis inmersa en los cojines perfumados. Ella, por su parte, pareció advertir mis intenciones de desnudarla por una segunda vez, y solícita a mis propósitos inclinó lentamente su espalda hasta que su rostro se orientó hacia el techo. Sujeta a la parsimonia de su cuerpo inspiró por la nariz y de golpe empezó a retirar la vitela de sus párpados hasta abrir sus ojos absortos y azulados.

Pareció no advertir mi rostro, de aquel amante ocasional cuyo nombre es gritado a todo pulmón cuando el amor aflora, y que con el paso del tiempo solo se vuele un eco destinado al olvido, más me sonrió lascivamente mientras enjugaba sus labios con la lengua. Nuestras miradas se cruzaron por varios segundos prolongándose hacia lo eterno, y fue el galope de un caballo el que nos despertó del éxtasis al que estuvimos anclados desde el primer beso. Al inicio ella pareció no sucumbir ante la preocupación del sonido, pero fue después, cuando la consciencia llegó nuevamente a su razón, lo que la hizo levantar.

Quizá por conservar un rescoldo de pudor, se cubrió con la sábana desde la altura de sus pechos hasta la punta de sus pies para dejarla caer luego de voltearse, mostrándome su espalda canela que se fundía con la luz opaca del fuego. El preludio del vaivén de sus caderas al levantar sus piernas me recordó lo grácil que puede resultar ser amado desaforadamente por una bailarina; subió el vestido marcándose en sus frondosas caderas y alejó el cabello de su espalda para sujetar los tirantes en sus hombros. El escote de su espalda centellaba seguidamente la desnudez de una visión que se apagaría pronto, y girando sobre sí, me dio nuevamente el frente.

- Es él. – Dijo entre el desértico silencio y terminó con un suspiro. Buscó con la mirada, entre mis prendas dispersas en el suelo, sus zapatos de tacos altos y al hallarlos procedió a calzarse.

En aquellos instantes, motivado por mi ego masculino no dejaba de esbozar la sonrisa fogosa del perfecto amador, y solo dedicaba unos instantes a retirar mi cabello que se desprendía de la sien con el dorso de mis dedos para observarla, totalmente desnudo y apoyado con el hombro izquierdo mientras mi cuerpo yacía aún en la cama. Levanté la vista e incliné los labios para facilitar el libidinoso beso de despedida, más ella se alejó hasta la cortina de zafiro con centellas escarlatas. La tomó del extremo y la corrió, dispuesta a salir.

- Oh, cariño… - dijo ella mientras se ocultaba en la oscuridad del umbral.- No te ofendas, pero por estas carnes han pasado mejores manos.

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