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Desde el mar, un elfo y su mono.


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Amanecía en algún lugar poco alejado de la costa de los Páramos de Poniente. Una figura humanoide encapuchada se levanta, poniéndose de pie en su pequeña embarcación. Se trataba de un bote, ligeramente más grande que uno común, y en el centro, un solitario mástil que dejaba hondear a no muchos metros, una vela parcheada, que antaño fueron mantas.

La figura observó durante unos breves instantes el horizonte y se decidió a sacar su viejo catalejo del bolsillo. Oteó el horizonte unos segundos más y sonrió, cerrando el catalejo de un golpe contra su palma. Sin perder un segundo corrió hacia el timón y tiró de él mientras se bajaba la capucha, mostrando sus orejas puntiagudas. La derecha, tenía toda una hilera vertical de argollas de distintos tamaños y colores, seis en total. Observó maravillado aquel punto en especial en el horizonte mientras dirigía su viejo navío.

-¿¡No es maravilloso, Jacoby?! ¡Deseo con todo mi corazón desde hace mucho conocerla!

Desde una pequeña cofra en lo alto del mástil, tamaño animal, se escucha una respuesta. No una cualquiera, si no que la respuesta de un pequeño pequeño mono capuccino, de pelaje blanco y negro. El animalito, embelesado por las palabras de su amo, o más bien, amigo, descendió ágilmente el mástil y caminó unos segundos a dos patas por la cubierta del diminuto navío, esquivando unas pocas cosas de tantas que había tiradas por cubierta. El dueño del navío no era especialmente ordenado.

-Uh, uh, uh, ah, ah, ah. -Escala por la pierna del elfo hasta su hombro y se pone la mano en la frente, oteando el horizonte también, adoptando la misma postura que el peculiar elfo-

-Lo sé, lo sé, chico, lo sé. Ha sido un viaje duro. Para compensarte, lo primero que haré será comprarte con unos cuantos plátanos nada más lleguemos. ¡Plátanos, Jacoby, plátanos!

-Jacoby, el mono, le mira unos segundos, reconociendo la palabra. Le muestra los colmillos-

-¡No te hagas el duro, se qué te chiflan!

-Jacoby arde en emoción, bailoteando y chillando feliz de la vida-

-¡Sabía qué estarías de acuerdo!

Aquel elfo no parecía más que un aventurero alocado, que de hecho lo es. Solo se trataba de un mono y su amigo, pilotando una vieja y pequeña embarcación con gran entusiasmo, mientras el vaivén de las olas sacudía el navío fugazmente. Habían navegado durante días siguiendo la costa de Páramos de Poniente, rumbo norte. No hizo más falta que atravesar unos enormes peñascos en lo profundo de un gran acantilado, para poder divisar a lo lejos un gran puerto, con el ejército de mástiles sacudiéndose en sus muelles. Más al fondo, los torreones y tejados de una extensa y colorida ciudad. Una ciudad llamada Ventormenta.

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Minutos después, el elfo arriaba la vela, mientras el pequeño navío se acercaba al muelle de embarque más cercano. Por otro lado, Jacoby, correteaba de allí allá, buscando su pequeño organillo hecho a medida. Cuando por fin lo encuentra, levanta la cincha de cuero, colgandoselo del estómago. De entre unos paños de seda, saca un cilindro con púas y lo conecta al mecanismo interno del organillo. Se asoma al borde del pequeño barco mientras el elfo lanzaba un amarre al noray del muelle.

Cuando ambos amigos pisaron tierra, con prontitud se les acercó un hombre medianamente ataviado, con un libro y pluma en la mano. Miró la embarcación y luego con arrogancia al dueño.

-Bienvenidos al puerto de Ventormenta, para amarrar el barco aquí son veinte plateadas. -Mientras, el mono caminaba por el muelle, girando la manivela del organillo de forma incontinua, creando un basto y cortante sonido repetitivo-

-¡Gracias, buen hombre! -saludó el elfo sonriente, mientras alcanzaba el costal de monedas de su mariconera de tela- ¿Cuánto era, diez?

-Diez, he dicho diez.

-El elfo pone una mueca, intentando mantener su sonrisa- Oh-oh, por supuesto...-casi con dolor, pagó al registro. Otra vez sin un duro, pensó en sus adentros, manteniendo la sonrisa-

-Bien. ¿Su nombre y el del navío? -Alza la mirada del libro de registro hacía él parcialmente, esperando respuesta-

-Sadd Mareanegra, Jacoby. ¡Y este fantástico barco...es el inconfundible-... y terror de los mares...! ¡¡Chronos!! -Dijo enfatizando tal cual presentador de televisión y señalando con ambas manos la patética embarcación-

-''Oh, por favor'' pensó el hombre mientras rellenaba con la pluma- Gracias, eso es todo.

El dúo caminó con entusiasmo hasta el final del muelle, donde se apreciaba un gran vaivén de personas ocupadas con sus quehaceres del día a día en el puerto. Inmediatamente, buscó una posada con la mirada, cayendo justo sobre ''Del Mar Venimos''. No era atractiva por fuera, y por lo que se veía a través de la ventana, por dentro tampoco. Aun así entraron, pues no podrían pagarse nada mejor. Pudieron notar la peste a tigre y bebida que impregnaba el lugar.

Nada más entrar, el choque de la puerta cerrándose, alertó de la presencia del peculiar dúo a los cuatro parroquianos supervivientes a una dura noche de ron y mujeres. El resto estaba desolado. Sadd, acostumbrado a ambientes peores, avanzó sin vergüenza alguna a pesar de las miradas críticas de los demás. Avanzó hasta la barra y llamó la atención del posadero.

El posadero se giró, mirándole unos segundos en silencio. Luego se le acerca, y limpia la barra con un sucio trapo. Un hombre dormía sobre la barra, impidiendo su labor, por lo que le apartó los brazos, dejándolo caer al suelo.

-¿Qué va ser? -Era un hombre fornido, mulato, con un pañuelo en la cabeza y unas cuantas cicatrices en la cara, no muy destacables. Su sucio delantal no llevaba mangas, por lo que se dejaba ver una buena colección de tatuajes marinos en ambos brazos-

-Trabajo, busco trabajo. ¡Y tú tienes cara de posadero, estoy seguro!

-Uhm...supongo que el mono viene contigo...-Observa de pasada al mono, que curioseaba un borracho tirado bajo la mesa, incosciente, a unos pocos metros de la barra- ¿Qué sabéis hacer? -Sacudió el trapo, mirándoles con poca esperanza-

-¡Jacoby, uno, dos, tres...! -Chasqueó los dedos al unísono de su cuenta atrás, finalizando con un punteo del dedo índice-

El mono reaccionó inmediatamente, comenzando a girar la manivela del organillo a una velocidad lenta. Una melodía melancólica y sin prisas se dejó oír por la posada. Sadd se unió unos segundos después, sacando de detrás de la túnica roída, oculta, un bello laúd bien cuidado. Siguió la melodía.

-No está mal, pero todavía no me seréis útiles. Como verás, la clientela no llega hasta bien entrada la tarde, cuando se les ha pasado medianamente bien la resaca y han buscado alguna forma de conseguir el dinero que se gastarán. ¿Estarías dispuesto a limpiar hasta entonces? -Visualizó la taberna de una pasada- Esto necesita un buen repaso y algunos de mis empleados están en paradero desconocido.

-¡Lo qué sea, Sadd y Jacoby no hace ascos a nada! -Alzó el puño con decisión y asiente, interrumpiendo la sonata-

-Por un puñado de horas de trabajo, podrás descansar aquí, o cobrar en efectivo. Pero no esperes mucho.

-¡Te debo la vida, y yo, como qué me llamo Sadd Mareanegra, prometo dejar este antro de mala muerte tan limpio que vendrá hasta el mismísimo rey del lugar!

-Refunfuñó un poco por el comentario del elfo, pero aun así le había caído bien ese decidido y entusiasta muchacho. Se limitó a traerle un cubo con agua y un trapo- Aquí tienes. No olvides mandar a casa a los borrachos. Si alguno se pone agresivo, no tengas problema en mandarlo a paseo.

Sadd no perdió un segundo, dejando a un lado sus cosas. La suerte había jugado a su favor, y ahora podría mantenerse decentemente durante algunos días. Así era él, un oportunista, un buscavidas. Él era Sadd Mareanegra y su mono Jacoby.

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Comenzaba a oscurecer en el reino de Ventormenta. Las calles del puerto empezaban a notarse más descargadas, al contrario que la posada ''Del Mar Venimos''. Sadd había pasado unas pocas horas limpiando hasta que el posadero le dijo que descansara para cuando se llenara el lugar. Pero la posada ahora estaba decentemente llena y era hora de la música.

-¡Despierta, hombre, ya es hora de que empieces! -Sacude al elfo, que dormía, a moco tendido, sentado en una silla de la cocina- ¡Vamos, arriba, la gente está esperando que se anime el ambiente!

-Sadd parpadeó un poco, confuso. Tardó unos segundo en reconocer al posadero. Dejó caer la cabeza por un momento, pero repentinamente, lleno de energía, se levantó de un salto alzando el puño. El posadero se mostró sorprendido, retrocediendo un poco- ¡Casi me había olvidado, gracias por despertarme! ¡Jacoooooobyyyy!

-¿De dónde sacas tanta energía, muchacho?

-Me la da Neptulon, por supuesto. -Asiente, seguro de sus palabras- Hm.

Su mono no tardó en aparecer a los pies del elfo. Rápidamente le colgó a Jacoby el organillo, y cogió el laúd, que yacía apoyado en la pared. Armados, siguieron al posadero fuera de la cocina. Nada más abrir la puerta, el jaleo cautivó a Sadd. Toda una manada de marineros, marineras, hombres rudos y no tan rudos sentados en grupo, bebiendo, riendo, golpeándose, echando pulsos, apostando y todo tipo de cosas. Sadd no pudo evitar sentirse entusiasmado de que tanta gente le oyera, y eso, que solo era el principio de la noche.

Ambos caminaron hasta una pequeña y endeble plataforma, hecha por algún carpintero inepto. Sadd chasqueó los dedos rítmicamente y señaló al mono. Inmediatamente aquella melodía melancólica, mecánica y sin prisas se dejó oír por la posada a pesar del ajetreo. Poco segundos le siguió Sadd con su laúd.

No duraron mucho tiempo, pues los espectadores de primera fila les lanzaron algunas cosas. Sadd miró sorprendido a la hostil clientela, y luego al mono, que no había parado de girar la manivela del organillo.

''¡Olvidé qué había qué animarles, jejeje!'' pensó en sus adentros. Inmediatamente se agachó junto al mono y cambió el cilindro musical del organillo. Repitió los chasquidos y el gesto para que el mono volviera a tocar el organillo. Ahora una melodía mecánica, más rápida y alegre se dejó oír. Sadd acompañó con el laúd y un constante zapateo. Aquellos hostiles clientes dejaron de lanzarle cosas casi al instante y siguieron bebiendo, tan alegres como antes.

Pasaron las horas, y el ambiente era más caldeado. Toda la clientela estaba ya más borracha que antes y la posada apenas podía albergar más gente dentro. Sadd pasó todo ese rato tocando junto al mono, pasando desapercibido entre todos.

Un habitual del lugar, conocido como Orlie el Tiburón, botella en mano se acercó al dúo, entre tambaleos, y tropiezos cuando subió a la diminuta plataforma. Era un hombre fornido, pero no era por eso por lo que le decían tiburón. Él mismo se había afilado los dientes hace muchos años, según él, para infundir miedo a la gente. Sumando a eso sus grandes ojos negros, casi estáticos, daba una apariencia muy intimidante. La gente se apartaba solo al verlo pasar.

-¿Ese mono es tuyo, elfo? -No pararon de tocar. Sadd se limitó a contestarle con un simple cabeceo. ''No''-

-Está bien, te doy diez plateadas por ese mono. Parece divertido. -Sadd sonrió y negó con la cabeza. Se encogió de hombros. ''Lo siento''-

-Bahh...-Dió un trago a la botella, retrocediendo unos pasos, quedando casualmente o no, junto al mono. Se queda mirándolo con asco- ¡Tampoco quería esta mierdecilla con pulgas! -Le arrea una patada. El mono se limitó a enseñarle los colmillos, mientras bufaba, sin dejar de girar la manivela del organillo-

Una cuerda del laúd se rompió. Había sido Sadd como reacción a la patada del gorila hacia su mono capuccino. Permaneció estático unos segundo, y dejó el laúd en el suelo, acercándose a Orlie, mientras este se mofaba de la reacción del mono y le daba pataditas. El rostro alegre con el que tocaba el laúd junto a su amigo, ahora se había tornado en uno de contención e ira, con los dientes bien apretados. Pero por alguna razón, sin miedo. Incluso cuando Orlie se giró hacia él, sonriendo y mostrando la hilera de dientes afilados. Una sonrisa sádica. El posadero observó el enfrentamiento desde lejos, tras la barra, al notar que la música se paraba.

-¿Qué pasa, tienes algún problema, elfo?

-El problema...-aprieta los puños- Es tuyo. Eres tan poco hombre que das patadas a un mono que no te ha hecho nada. ¿Verdad? -Ambos encarados. Ninguno se apartaba la mirada del otro. Sadd miraba hacia arriba, Orlie hacia abajo-

Un silencio sepulcral invadió la posada. Todos se quedaron en silencio, observando al pequeño elfo encarar al morlaco, oyendo la osada frase de Sadd. ''Incauto'' pensaron unos. ''Morirá'' pensaron otros. ''Pobre elfo'', ''Iré a su entierro'', ''No tocaba mal el laúd, que desperdicio''.

-Orlie tardó unos segundos en reaccionar a la imprevista respuesta de Sadd. Su respiración se agitó considerablemente- ¿Cómo has dicho...? Repítelo, y entonces, tan solo te romperé las piernas...no te he oído bien...

-Eres un cobarde que abusa de su aspecto. Seguro que das golpes de niña. -Dijo firmemente, clavandole todavía su fiera e insensata mirada-

-Rió arrogantemente- No pareces no saber quien soy, pequeñajo, y por eso quizás te perdone la vida después de todo esto...¡YO SOY ORLIE, EL TIBURÓN, Y SI QUIERO CARGARME A ESTE MONO, LO HAGO! -Rápidamente alzó la pierna para dar un pisotón al mono, que consiguió esquivar por los pelos-

-Orlie no tuvo tiempo ni de pensar. Cuando menos se lo esperó, los nudillos del puño derecho de Sadd se habían chocado contra su cara- Te he dicho que no lo hagas. -Bajó la mano, sangrante. Habían impactado justo contra sus dientes y le habían hecho unos cuantos cortes en los nudillos-

-Giró la cara lentamente hacia el elfo, apretando los dientes. La sangre se dejaba ver en ellos. La sangre de los nudillos de Sadd. Apenas le había hecho nada- Y ahora...ES CUANDO TE APLASTO, GRANDÍSIMO GILIPOLLAS. -Cargó el puño de su brazo retaco, y justo cuando lo dirigió rumbo a la cara del elfo, que se había puesto en guardia con sus propios puños, una mano frenó el puñetazo-

-Vete de mi posada, Orlie. Este sitio es solo para hombres, y como te ha dicho el elfo, tú no lo eres. -Le sujetaba el puño, mirándole fijamente. Dijo en un tono calmo-''Mira, un peso pesado contra otro'' murmuró alguien hacia su compañero de bebida. La posada se mantenía en un silencio incómodo y ambos grandullones se miraban fijamente.

-Me voy solamente por tu hermano, Gambo. Si no te mataría aquí y ahora, miserable. -Suelta su puño de un tirón y se retira con lentitud, dedicándole una cariñosa mirada al elfo- Reza para que no nos encontremos fuera.

-¿Estás bien? -Agarró la mano del elfo, examinando los cortes en sus nudillos- Sobrevivirás.

-Sadd no dejó de mirar a Orlie hasta que se salió de la posada- Sí...estoy bien, jefe...perdona por todo esto. No quería algo así.

-No te preocupes, hace tiempo buscaba una forma de echarle de aquí. No hace más que meter en problemas a mi hermano y eso me cabrea. Venga, ve a la cocina. Olga te vendará eso.

No pasó demasiado tiempo hasta que el ambiente volvió a ser el de antes, ruidoso, aunque ahora sin música. Gambo, el posadero limpiaba un pichel de metal con un viejo trapo y un escupitajo.

-Hm...el hombrecillo enfrentando al golem. No deja de sorprenderme. -Murmuró con una sonrisa y siguió a lo suyo-

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Sadd abre los ojos. No ve nada. Oscuridad total. Se escucha el sonido de algunas ratas pelear al fondo de aquella oscura habitación. Nota el olor a humedad y arruga la nariz. Comenzó a notar esos sudores fríos y como la soledad invadía su corazón. Por alguna razón, no quería moverse, se sentía incapaz para ello, simplemente, se limitó a taparse la cabeza con aquella manta de tacto suave. Entonces, alguien abrió una puerta a unos metros del suelo, vislumbrando unas viejas escaleras.

-Vamos, Sadd. Despierta. El desayuno está listo.

La cálida y anciana voz de Olga, la cocinera, tranquilizó un poco a Sadd. Se levantó, con la manta de lana colgando de los hombros. Acariciaba sus muñecas algo confuso, subiendo las escaleras.

-¿Estás bien, chico? Te noto algo pálido, ¿Estuviste hasta muy tarde ayer, eh?

-No...no es eso...tu-tuve...un mal sueño, solo es eso...

Sadd se sentó a comer en la mesa comunal de la cocina junto a Olga, Gambo, y unas cuantas camareras. Todos charlaban tranquilamente entre ellos, como una buena familia, ignorando la mirada perdida de Sadd en su plato de comida. Por alguna razón, lo miraba como si fuera el último que fuera a probar en mucho tiempo, y así, de la nada, comenzó a comer como si no hubiera mañana. El resto lo miraron sorprendidos.

-Pero bueno, ¿Qué te pasa, tan malo era ese sueño, muchacho? -Le pasa la mano por la mejilla, notando el frío- Y estás helado. Gambo, no sé como puedes hacerle dormir ahí abajo...

-No tenemos más sitio en las habitaciones del servicio. Cierta camarera irresponsable reapareció de repente. -Afila la mirada sobre aquella humana rubia, de actitud tímida. Enseguida se vio intimidada por Gambo y apartó la cara, bebiendo un trago- Y además, él me dijo que no le importaba. ¿No es así, Sadd?

-Estoy bien...no os preocupéis...-Relajó el ritmo con el que comía, no le gustaba preocupar a la gente. ''Estoy a salvo, no hay nada que temer''-

Todos habían terminado de comer al poco rato y Sadd se había ido al sótano de nuevo, con aquella mirada perdida aun. Cinco minutos después, mientras Olga recogía los platos, Sadd salió del sótano. Esta vez era el mismo de antes, con su túnica vieja cubriéndole la espalda, aquella sonrisa deslumbrante y, como no, su aura alegre. Buscó un rato por la taberna hasta dar con Jacoby, que justamente molestaba a un parroquiano inconsciente sobre una silla.

Se despidió de Gambo y salió de la posada, con su mono al hombro. El sol brillaba con fuerza, y el ambiente del puerto era tan abarrotado como de costumbre. No tardaron en perderse por ahí, en busca de algo interesante que pudieran hacer.

-¡Tenemos hasta que el sol se esconda para buscar algo que hacer! -Su mono enseña los dientes, en respuesta- ¡Si, si, primero consigamos un plátano! He oído que hay un distrito comercial en esta ciudad, allí seguro que hay algún puesto. ¡En marcha! -Alzó el puño, en su pose típica, desprendiendo determinación a todo el que estuviera cerca y sonriendo a las nubes. ''Menudo cencerro, ¿Qué se habrá tomado?'' pensó alguien que pasaba-

El dúo caminó felizmente el trayecto hasta el distrito de comerciantes de Ventormenta. Para cualquier ciudadano, eso sería algo impensable o de evitar con una buena montura, como por ejemplo un carruaje, pero para Sadd era una magnífica oportunidad de conocer la ciudad y buscar algo que hacer. De vez en cuando se paraban a observar el agua sucia del canal y la porquería que arrastraba, otras a preguntar el camino, otras simplemente a descansar y ver la interesante gente de la ciudad pasar, tan ajetreada con sus quehaceres del día a día. Al contrario que él.

Un buen rato después llegaron por fin al distrito comercial. Lo notaron enseguida por esa muchedumbre que tan siquiera era comparable a la del puerto. ''¡Qué pena que dejé mis cosas en la posada, si no haría un concierto aquí mismo!''. No dudaron en perderse entre la muchedumbre y en pararse en todos los puestos que veía, curioseando las cosas. Por fin dieron con el puesto de un frutero y pudo comprar un racimo de plátanos para Jacoby.

Sentados en un banco, cubierto por al sombra de un macizo roble en mitad de aquella toda muchedumbre, Jacoby y Sadd comían despreocupadamente sus plátanos. Pero algo llamó la atención del elfo. Una persona entre todo aquel gentío y su consecuente bullicio.

Se trataba de un muchacho humano, de unos catorce años, con ropas de lana vieja y un gorro. Llevaba una mariconera de tela muy parecida a la que llevaba Sadd siempre colgando. Se trataba de un mensajero, cosa que se podía notar a simple vista, pues ojeaba un sobre en sus manos y a la vez buscaba el lugar con la mirada.

Lo observó durante un rato. ''Uhm, quizás no esté tan mal trabajar de mensajero, sería una buena forma de conocer la ciudad''. Pero algo cortó su torrente a veces imparable de pensamientos. Un hombre chocó de lleno contra el chico, que caminaba distraído observando la carta que debía entregar. El pequeño mensajero cayó al suelo, desparramando las cartas de su mariconera. Enseguida se disculpó y comenzó a recogerlo todo a las prisas.

Tantas, que Sadd pudo notar algo que él no. Se levantó, y tras él su mono, acercándose hasta el lugar de la caída del chico. Se agachó, cogiendo una carta del suelo, pisoteada.

-De Juliette para...¿Eh? ¿Qué nombre más raro es ese? Si ni siquiera tiene vocales. -Echó un vistazo al gentío, buscando al mensajero, pero ya se había ido- Parece que la tendremos que entregar nosotros. Aquí pone que es para Villadorada...-Guardó la carta en su propia mariconera, sonriendo con entusiasmo- ¡Seguro qué las casas están hechas de oro! ¡Disculpe, disculpe! ¿Sabe dónde está Villadorada?

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Esa misma tarde Sadd había conseguido que un comerciante, que no pudo resistirse al entusiasmo del elfo, le escribiera en un trozo de papel como llegar hasta la famosa posada de Villadorada. Sin embargo el sol comenzaba a perder fuerzas, y Sadd tenía que volver al puerto. No vaciló un segundo al tener que caminar hasta el puerto, lugar al que llegó justo cuando el sol ya se había escondido tras los edificios.

Entró corriendo a la posada, metiéndose a la cocina. Gambo le siguió con la mirada, desde su posición tras la barra. Una mirada que lo decía todo. ''Has llegado tarde, chaval''. La posada ya se había llenado de gente, y todos esperaban la música con impaciencia. Dentro de la cocina, saludó a Olga con un beso en la mejilla y bajó corriendo las escaleras al sótano, donde dejó sus cosas.

Unos pocos minutos después, Sadd y su mono, armados cada uno con sus instrumentos, animaron el ambiente con aquel ritmo rápido y alegre. Todo volvía a aquella normalidad caótica de todas las noches en la posada. Gambo servía tan rápido como podía a todos los borrachos, Olga ni podía salir de la cocina de todos los pedidos, y las camareras no paraban quietas a pesar de las obscenidades que tenían que soportar noche tras noche.

Durante una hora todo fue con normalidad, la música nunca se paró. Hasta que alguien abrió la puerta de una patada y entró, dejando en silencio, y desviando la mirada de todo el mundo a un mismo punto, menos al dúo musical, que siguieron tocando alegremente, ignorantes de la situación. Se trataba de Orlie y todo un séquito de veinte hombres, todos matones de las calles. Obviando a Orlie, solo uno de ellos destacaba del resto, y ese era el hermano de Gambo, fácilmente deducible por el color mulato de su piel, y aunque no tanto como Orlie o Gambo, si era un hombre fornido.

-¿¡Dónde está ese elfo y su saco de pulgas?! Desde aquí escucho esas horripilantes notas musicales. -Nadie respondió. Se limitó a pasear la mirada por el lugar, ignorando las miradas desagradecidas de la gente de la taberna, hasta dar con la cabeza del elfo subido a la tarima, aun ignorante de la situación- Ahí estás...

-Paró de tocar y le clavó la mirada desde atrás- ¿Otra vez tú? Veo que te has conseguido por fin un buen par de pelotas, Tiburón. -Algunos bajaron la mirada y apartaron la cara, conteniendo las risas. Sadd no rió. Solo clavó aquella mirada fija y valiente sobre Orlie, en silencio-

-Quiero me repitas eso mientras te pisoteo la cabeza...-Murmuró, cerrando los puños. Se encaminó hasta Sadd, apartando a un parroquiano u otro por el camino-

Sadd avanzó también hacía él, aunque sin empujar a nadie en el proceso. Cara a cara, junto a mesilla, Orlie agarró al elfo de la camisa y le alzó un par de metros del suelo. Él solo apretó los dientes y estiró un poco los brazos, en especial el derecho.

-Te daré una última oportunidad...-Le bajó lentamente, pues la intimidación nuevamente no surgió efecto en el elfo, sonriendo con aquella monstruosa y artificial sonrisa de dientes tallados, disimulando su sorpresa- Si me pides perdón empezando por ''mi señor'', sobrevivirás a mi paliza y mis chicos no destrozarán este lugar. Ah, y no te olvides de besarme un pie.

-Mi señor...-frunció el ceño- ¡YO NO ME ARRODILLO ANTE NADIE! -Antes de terminar la frase, Sadd ya había reventado una botella medio vacía contra el lado derecho de la cara de Orlie. Cuando el mastodonte fue devolverle un puñetazo a medio ciego, Jacoby saltó desde una viga hacia su cara, arañándole y gruñiéndole-

-¡A-a qué esperáis! -Se quitó al mono de un buen manotazo, se frotó los ojos y gritó al resto- ¡Qué no queden ni los escombros de este lugar, VAMOS! ¡Aaaaargh! -Corrió hacia el elfo, que se escabulló fácilmente de su torpe placaje-

El séquito de hombres se dispersó por la posada al instante, comenzando a volcar mesas, destrozar sillas y tirar botellas, ante la mirada impotente de los demás hombres, que se limitaban a apartarse del camino de los matones. Mientras, el hermano de Gambo, avanzó en silencio, pero hasta la barra y se sentó, como cualquier cliente normal.

-Me dijeron que la última vez le quitaste a Orlie de encima. ¿No vas a hacer nada? Te recuerdo que la posada también es mía. -Mantuvo un tono de despreocupación-

-Deja un vaso limpio tras suya- Si, tan solo pensaba cómo.

-¿Y entonces?

-Se acercó súbitamente a la barra y la golpeó con ambas manos- ¿¡VAIS A DEJAR QUÉ UN ELFO TENGA MÁS PELOTAS QUE VOSOTROS, MARINEROS!? ¡UNA RONDA GRATIS PARA TODOS SI ECHÁIS A ESTOS MATONES DE POCA MONTA DE MI POSADA! -La clientela se dejó oír al unísono de un grito-

-NUESTRA posada.

Todos los parroquianos no dudaron en comenzar a golpearse con los matones. En seguida la posada se convirtió en un campo de batalla, con golpes, patadas, placajes, botellas, mesas, sillas y otros muebles volando de aquí a allá. Sadd por su parte, había sido arrinconado por Orlie, con algunos golpes en la cara y magulladuras en el cuerpo. Aun así mantenía la compostura, y como todo animal arrinconado, se cuadró dispuesto a pelear. Por suerte para él dos hombres aparecieron por detrás de Orlie. Uno le reventó la segunda botella de la noche en su cabeza, el otro una silla, que le hizo desplomarse.

Sadd escupió un gajo con sangre a la pared y sonrió. Cogió una pata de la silla que se había soltado y junto a sus dos salvadores, se sumó a la pelea contra los matones de Orlie.

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Volvían a ocultarse las tres lunas para dejar paso al sol en la ciudad. La luz entraba cada vez de forma más intensa en las empañadas, algunas rotas, ventanas de la posada. Todo el mundo se había ido a casa, incluso los borrachos y los matones de esa misma noche, dejando solo al personal de la posada, recogiendo todo el estropicio que aquella batalla campal dejó tras de si. Al fin y al cabo, como todas las guerras, tienen su precio.

-No me lo puedo creer, hacía años que nadie se enfrentaba a Orlie y sus perritos. -Observa estático desde la pequeña plataforma como todos trabajan, escoba en mano-

-Te recuerdo, hermano, que formas parte de esos granujas.

-Venga, no me vengas con esas. La hermanita de Orlie está tremenda. Además, nos hemos peleado ella y yo. Llevaba días pensando en como librarme de él sin tener que darnos de leches.

-Eso explica muchas cosas.

-Jejeje, es un alivio. Orlie aun no lo sabe.

-¡Chicos, chicos, chicos! -Hace acto de presencia, sonriendo abiertamente, y a pesar del cansancio, irradiaba energía- ¿Qué vamos a hacer si vuelven? Serán todo un problema si consiguen mas matones. ¡Pero les daremos otra patada en el culo, estoy seguro!

-No te preocupes, muchacho. Orlie no está acostumbrado a que le den su merecido, cosa que habéis hecho. No volverá. -Sonrió, apoyándose en la escoba, todavía estático-

- Aun así, la tiene tomada solo contigo, Sadd. Será mejor que no salgas sin compañía durante un tiempo, hasta que se canse. He oído que no le tiembla el pulso a la hora de matar a alguien, y más a ti, que le has humillado ya dos veces en público.

-Hablando de eso...verás, el pago de hoy quisiera cobrarlo en metálico, Gambo.

-Me parece bien, aunque hasta ahora siempre elegiste pasar la noche aquí, ¿Qué te ha hecho cambiar de idea? -Miró al elfo extrañado, y con cierto pesar, algo le decía que no le vería más-

-¡Tengo qué ir a Villadorada!

-¿Uhm...?

-Tengo una misión muy importante. ¡Entregar una carta de amor extraviada por un mensajero! ¿¡No es emocionante?!

-El hermano de Gambo echó a reír. Gambo se mostró más directo- Pues no. Sin embargo no has dormido nada. Haz el favor y duerme, te pagaré cuando despiertes.

-Con el miedo que das...¡Parece mentira que seas tan cacho pan! -Gambo puso una mueca e iba a decirle unas cuantas cosas, pero antes de que pudiera decir nada, Sadd le interrumpió con un abrazo- ¡Gracias por todo, lo he pasado muy bien con vosotros!

-¡Sadd, por el amor de una madre, aun no he terminado de recomponer tu cara! ¡Haz el favor y vuelve a la cocina! Este muchacho...-Ladró, asomada desde la cocina-

-¡Voooooooy!

Pasaron las horas, y con Sadd recién despertado, se despidió de todos alzando la mano y mostrándoles una última vez esa sonrisa entusiasta y deslumbrante, antes de salir por el umbral de la puerta. El personal entero suspiró apenado después de que marchara, pues en unos pocos días, le habían cogido afecto a ese muchacho, tan intenso y a la vez tan despreocupado de todo, pero Sadd no era elfo de un solo lugar. ''Ojalá le vaya bien'' Pensó Gambo con una sonrisilla, que cortó inmediatamente al notar que el resto le miraban de manera cómplice.

-¿Y vosotros qué miráis, no queda trabajo por hacer? Estoy pensando seriamente en bajaros las pagas por vagos.

-¡No, no, no! ¡Movimiento, movimiento!

Sadd nuevamente caminó hasta el distrito de mercaderes sin objeción alguna por tal caminata, que como de costumbre, la hizo con gusto. Una vez allí, no tardo en encontrar a alguien que le llevase hasta Villadorada por unas pocas monedas, aunque claro, no era un carruaje. Se trataba de una vulgar carreta llena de heno y sandías. Sadd no lo pensó dos veces a la hora de hacerse hueco entre las sandías y acostarse cómodamente en el heno.

-Bueno, ¿Y cómo te llamas? Yo soy Sadd Mareanegra, y él es Jacoby. ¡Es un placer, buen hombre!

-Puedes llamarme simplemente señor Carretero. ¿Y qué te trae con tanta urgencia por Villadorada?

-Esto. -Sacó el sobre de su mariconera, mostrándoselo-

-El carretero abrió un tanto los ojos, mirando la inscripción del sobre. Luego sonrió fugazmente bajo la sombra de su sombrero y sacudió las riendas del caballo- Entiendo.

-¡Villadorada, allá vamos! ¡Wojo! -Pataleó en el heno, echándolo por todos lados-

''De Juliette, con amor, para Dwyrn''.

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