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Buena vista y malas lenguas (Historia de Lorraine Hudson)


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LA ELECCIÓN

 

Lorraine estaba ya frustrada, y preocupada también. Llevaba un tiempo considerable llamando a la casa de Brian Carpenter, y nada parecía indicar que fueran a abrirla. La lluvia comenzaba a precipitarse sobre las calles pavimentadas de Ventormenta, y el casco antiguo parecía por momentos un lugar más desagradable en mitad de la noche. La joven gilneana, de apenas trece años, se negaba a guardar la carta que portaba en su mano, aunque había tenido la prudencia de cubrirla con el manto que a ella misma protegía de las inclemencias del tiempo, consciente de la importancia que tenía preservarla en buen estado. “No lo entiendo. ¿Acaso se habrá mudado?” De esta manera dejaría pasar el tiempo la pequeña Hudson hasta que, ya a punto de darse por vencida, una anciana pareja caminaba calle arriba pasando prácticamente a su altura. Si no fuese por la evidente preocupación que parecían sentir por ella aquellos dos transeúntes, probablemente Lorraine no se hubiera atrevido a dirigirles la palabra.

 

-¡Perdónenme, buena gente!

 

Aún con aquel acento gilneano tan fuertemente marcado, lo que más captó la atención de los dos ancianos fue la perfecta pronunciación, entonación y vocalización de aquella niña. Evidentemente era de buena familia.

 

–He venido desde muy lejos para entrevistarme con Brian Carpenter, un reputado comerciante del lugar. –Dejó entre ver la carta con el sello de su propia casa: Un mosquete y un estoque cruzados por detrás de un escudo de armas que lucía una “H” perfectamente caligrafiada. –Según se me ha dicho, esta debería ser la residencia del señor Carpenter, sin embargo, llevo un tiempo considerable llamando a la puerta y nadie parece responder.

 

El rostro de ambos ancianos ensombreció ante la exposición de Lorraine, algo que ella percibió, pero que no supo interpretar.

 

-¿Acaso se encuentra en un viaje de negocios? –Aunque parecía intentar racionalizar aquella situación, era más que apreciable cómo una punzada de desesperación asomaba en los ojos de la niña. –Francamente, me sorprende que no haya dejado a nadie al cargo de sus bienes. Imaginando que ustedes vivirán por esta zona, confiaba en que pudiesen orientarme. Les estaría muy agrad…

 

El anciano se apresuró a tapar la boca de la niña con una expresión paternal, aunque severa e inflexible al mismo tiempo. Entre tanto, su esposa se agachó sensiblemente para hablarle en voz baja a la joven, al tiempo que su marido observaba a ambos lados de la calle.

 

-Pequeña, el señor Carpenter murió el mes pasado. –Pareció dudar un momento sobre si continuar. –Debía dinero a ciertas personas. Mucho dinero. Se dice que esa gente llegó hasta el final para asegurarse de recuperarlo. Ahora mismo hay… problemas, con qué será de esta casa, pero parece que al final pasará a ser de esos hombres. No deberías decir que tienes algo que ver con Brian Carpenter.

 

Sin más dilación, los dos ancianos se alejaron del lugar, mirando constantemente a sus espaldas como si temieran ser vistos. Lorraine, mientras tanto, permaneció en frente de la casa, pálida, con los ojos abiertos de par en par. “No puede ser.” Se fue al suelo sobre sus rodillas, aún perpleja, mientras observaba aquel edificio abandonado. Pasaría otro largo rato antes de que su mente comenzara a funcionar. “Tantos meses viajando. Tantos problemas en el camino; huyendo, escondiéndonos. Sir Aaron, Elliot. No puede ser que hayáis muerto para nada” Las lágrimas se mezclaban ya con la lluvia en el rostro de la gilneana cuando finalmente pudo reaccionar. Estaba sola, en medio de un país muy lejos de su hogar, y no había nadie conocido a quien pudiera acudir. No. No había nadie excepto ellos. Se incorporó lentamente mientras pensaba en ello, para terminar corriendo entre los callejones del casco antiguo mientras su puño sujetaba aquella carta que comenzaba a arrugarse y empaparse. La habían dejado en el barrio de mercaderes. Hablaban de aprovechar el tiempo allí antes de partir. Corrió tanto como pudo suplicando para sus adentros para que aún no se hubieran marchado.

 

 

 

Lorraine aguardaba con expectación en frente de Merander Silversmith. Un hombre alto, corpulento, de cabeza cuadrada y gesto rudo, pero una mirada inquisitiva y astuta. Aún estando él sentado y ella de pie, el contraste era poco menos que cómico. La pequeña gilneana no era demasiado alta, ni si quiera para su edad. Su piel, antes blanca como la nieve, apenas había comenzado a adquirir un tono bronceado a causa del viaje. Aquella melena que con tanto esmero arreglaba cada mañana para resaltar sus leves ondas, se encontraba entonces húmeda y descuidada. Combinado con el vestido manchado de barro y las heridas en codos y manos, a causa de las caídas que la pequeña había sufrido corriendo hasta allí, hacían de aquella endeble figura, que aún no había comenzado ni a desarrollarse, desentonara completamente entre todos aquellos mercenarios corpulentos y bien equipados. Pero algo más hacía de aquella una escena extraña. Y es que las risas de los hombres habían dado lugar a unos instantes de mutismo en aquel preciso momento. No solo ellos. Toda la sala de aquella taberna aguardaba en silencio. Todos menos el tabernero, que profería una larga retahíla de improperios mientras recogía los restos de aquellas dos jarras de cerveza, así como el vaso de wishky. Se disponía ya a gritarle algo a aquellos hombres ante el asombro de los parroquianos cuando Merander le habló con voz rotunda.

 

-Perdón. Yo pagaré lo que haya jodido esta mocosa. Y te pagaré por una botella de más.

 

Aquello no consiguió calmar por completo al tabernero, aunque al menos parecía que todo se había resuelto antes de estallar. Era comprensible su reacción, después de todo. Ningún tabernero aceptaría que una chiquilla tomara un vaso vacío de una de las mesas para lanzárselo contra la mano en la que sujeta el pedido de bebida.

 

-En cuanto a ti. –Silversmith volvió a atender a la joven. –No sé quién cojones te ha educado niña, pero no puedes ir por ahí jodiendo a la gente sólo para demostrar algo.

 

-Lo siento… -Su voz era apenas un susurro. Aún temblaba, y no precisamente por el frío. –Vos… vos no me creíais cuando dije… -Tragó saliva antes de continuar. –No se me ocurrió nada mejor.

 

-¡Y deja de tratarme de “vos”, joder! ¿Tengo pinta de gilipollas remilgado?

 

La pequeña prácticamente se cuadró ante aquel vozarrón, evitando temblar, conteniendo las lágrimas que afloraban por los nervios.

 

-En cualquier caso, si de verdad era lo que intentó, tiene su mérito la jodida… -El que hablaba era un tal Feilen. Un individuo alto, delgado pero fibroso, que se tomaba muchas confianzas al hablar con Merander.

 

-¡Me importa una mierda, Feilen! La nuestra no es vida para una cría consentida ni para sus putos vestiditos. –Continuó explicándose ante el resto de sus compañeros. -¿Qué va a hacer mientras los demás combatimos, rastreamos, negociamos….? Ni si quiera puede venir sola desde el casco antiguo sin joderse viva.

 

-¡Puedo aprender! –Intentaba que su voz sonara desafiante, pero los gallos que se intercalaban entre sus palabras delataban su desesperación. Puedo ayudaros con vuestra ropa, la comida… ¡Puedo haceros de mensajera e intermediaria! Os lo…. te lo ruego. –Apoyó sus manos sobre la mesa para darle más énfasis. -Tan solo estoy requiriendo una oportunidad para demostrar que puedo ser útil.

 

-Requiriendo… -El líder de la compañía se llevó una mano a la frente mientras esbozaba una mueca divertida. –Joder niña… hablas de puta madre.

 

-Siempre podemos mandarla a la mierda si no funciona. –Feilen exponía su punto de vista con tranquilidad. -De todos modos, sí puede sernos útil, sobre todo si alguna vez tenemos que quedar bien delante de alguien importante. Nos puede aconsejar para que no parezcamos putos paletos.

 

Merander se encogió de hombros mientras Feilen sonreía por su propio comentario.

 

-Por lo menos tiene cojones la niña. Aunque aún está muy verde. –Echó un largo trago de su quinto vaso de wishky para hablarle mientras encendía un cigarro con una sonrisa en la boca. –Solo una cosa. Júrame, por lo que te de la puta gana, que de verdad apuntaste a la mano del tabernero. Si eso es cierto, trabajarás para nosotros, y podemos enseñarte el oficio si tanto insistes.

Editado por Aldruss
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EL BRINDIS

Lorraine se encontraba a la orilla de un pequeño arrollo que recorría las Montañas de Crestagrana. Apenas hacía un par de días que se había unido a Merander Silversmith y sus hombres, quienes la tenían realizando tareas secundarias, pero necesarias. Cocinaba, lavaba la ropa, remendaba… Desde luego no eran cosas a las que una hija de barones estuviera acostumbrada, aunque parecía aprender rápido pese a tomarse aún su tiempo para cumplir con sus cometidos.

-¿Aún no has terminado? ¡Joder! –Era el descomunal Norman Bravecape quien se aproximaba a la pequeña Hudson con expresión airada y el torso al descubierto. -¡Quita coño! –Tomó él mismo aquella camisa y se dispuso a restregarla con energía contra la tabla. –Aquí no podemos perder el tiempo con gilipolleces, niña. –Tras su breve demostración comenzó a dar estruendosas palmadas para acompañar sus palabras. –¡Las cosas aquí tienen que ir cagando hostias! No sabemos cuándo tendremos que coger nuestras miserias y largarnos, coño.

La gilneana permanecía cabizbaja, pues no estaba acostumbrada a que la recriminaran de aquella manera, y para ser justos, el tamaño y la potente voz de aquel coloso peludo la amedrentaban. De alguna manera Norman se percató de aquello, no pudiendo hacer más que llevarse una mano a la frente, con aire contrariado mientras se retiraba. “¡Ponte a ello hostias!”. No fue hasta entonces que Lorraine reaccionó y comenzó a trabajar sobre la colada con una premura sin precedentes. Sus movimientos pasaron a ser tan enérgicos que sus manos y muñecas terminarían con un dolor punzante al que no estaba acostumbrada. Sin detenerse a lamentarse más de lo necesario, al menos para ella, tomó aquél montón de ropa y se dispuso a tenderlo aprovechando unas ramas cercanas. No tardaría mucho en terminar aquel cometido, aún azuzada por las palabras de Norman.

-¿Os puedo ayudar en algo? –Lorraine intentaba en vano que su voz no delatase las tribulaciones que rondaban su mente ni el dolor que aquejaban sus manos.

-Por lo pronto puedes ayudarme hablándome de “tu” –Era Feilen Builder quien le respondía desde unos arbustos próximos. Parecía querer observar a la pequeña desde un sitio retirado, a cubierto, aunque haciendo más esfuerzo por no intervenir que por esconderse propiamente dicho. –Aquí todos somos compañeros, no hay tratamientos. Ve acostumbrándote.

La voz del arquero sonaba templada, incluso cordial, pero sentenciosa e inflexible, como solía ser cuando hablaba con Lorraine. Ésta se volvió para hacer frente a la mano derecha de Merander. Procuró mostrar una sonrisa cordial, aunque en su rostro solo fue capaz de dibujar una mueca algo retorcida.

-Mis disculpas, temo que aún hay muchas cuestiones y costumbres a las que tengo que acostumbrarme. –Sus ojos, aunque no llorosos, delataban algo que su voz confirmó al quebrarse. –¡Aquí todos me hablan como si ya tuviera que saberlo todo!- Hizo una pausa para recobrar la compostura.- Y yo no estoy versada en estas cosas, estoy intentando aprender.

-En primer lugar, respira y cálmate. –Feilen comenzó a avanzar apenas unos pasos mientras ella hacía ademán de sentarse. –No. Respira y cálmate, de pie.

La gilneana se sobresaltó por un instante, segura de que le aguardaba una nueva retahíla de críticas cargadas de improperios. Aún así, aguardó en pie, como le habían dicho, inmóvil. El arquero suspiró mientras encendía un cigarro.

-A ver, canija. –Comenzó a sonreír como si le contasen un chiste algo gracioso. –Aquí somos unos putos paletos. Pero nos da la cabeza para saber que tú no estás acostumbrada a estas mierdas. Norman te estaba enseñando. –Echó una larga calada mientras pensaba en como proseguir. –La gente dice las cosas como sabe decirlas. Vale que no estás acostumbrada, pero él tiene razón, y tú tienes que espabilar.

Se acuclilló delante de Lorraine al ver en su rostro tanto la tristeza como el derrotismo. Echó otra calada y no se cortó en soltarle el humo en la cara, tal vez para ver su reacción, tal vez para enseñarla a contenerse.

-En realidad, esta vida es fácil de cojones. Solo tienes que hacer dos cosas. –Alzó un dedo de la mano con el cigarro en la boca. –Echarle ganas y que se note. –Alzó un segundo dedo. –Y echarle cojones. Aquí todos te ayudarán y te enseñarán, pero a su manera. Y no te vamos a respetar si solo vemos una puta llorona.

Una sonrisa sorprendentemente afable palió los efectos de aquellas palabras. Finalmente, Feilen se levantó, revolvió un instante la melena de la pequeña Hudson y se volvió sin más para retirarse.

-¡Por cierto, buena vista! Tiene cojones que me pilaras. –No se molestó en disimular su risa mientras se alejaba.

 

 

Era obvio que el comerciante de arcos estaba harto de aquella situación, y no era el único. Ninguno habría sabido decir cuánto tiempo llevaban intentando hacer que Lorraine se decidiera, y la paciencia de Merander estaba llegando a su límite. Feilen, por su parte, también deseaba terminar con aquello, aunque parecía manejar la situación con mayor templanza.

-¡Elige un puto arco canija! –Le voceaba Merander. –No entiendo cómo podemos perder tanto tiempo con esto. ¡Cojones!

-¡He dicho que no!- La pequeña Hudson se mostraba inflexible, aunque con la mirada gacha para evitar enfrentarse al jefe de los Silversmith. –He dicho un rifle. Agradezco de veras este presente, pero tiene que ser, necesariamente, un rifle.

-¡¿Cómo puede una cría tan remilgada ser TAN ROMPEHUEVOS?!

-Si no es un rifle, no será nada. –Habló en un susurro, pero con determinación. Tras esto se dio media vuelta y abandonó la tienda, sin correr, pero con paso enérgico, para terminar alejándose hacia el oeste.

-¡Eso sí que no! ¡A mí no me va a joder una puta cría! -El mercenario parecía fuera de sí. Tuvo que intervenir Feilen apoyando una mano en su hombro.

-No seas idiota y mira el lado bueno. Ahora le echa cojones.

-¡No me jodas! Aquí hay unas normas, ¡una disciplina! Tiene que aprender a hacer caso.

-Cierto. –El arquero se limitó a asentir. –Pero deja que termine de abrirse, y ya le enseñaremos. Además, creo, que la entiendo.

-Pues explícamelo de una puta vez.

-¿No te enteras, verdad? –Aquello parecía hacerle gracia a Feilen, de alguna manera. –Solo te diré dos palabras. Elliot Wells.

 

 

La tumba no había cambiado nada. Aunque apenas había pasado tiempo. Que Crestagrana fuese uno de los asentamientos preferidos de la compañía era bueno para Lorraine. Así podía visitar a su difunto amigo con cierta frecuencia, asegurarse de que su tumba permanecía en unas condiciones aceptables, al menos. Feilen le había dicho que dejara de llorar, pero allí no podía evitarlo. El tiempo que había pasado viajando con Sir Aaron Jones y con Elliot Wells había sido muy significativo para ella. Ambos la habían tratado de manera excepcional. Elliot en particular había calado hondo en la gilneana. Decidido, valiente, alegre, ingenioso. Con una puntería como nunca la había visto. Fue él quien se había percatado del talento de Lorraine en un principio. Fue él quien supuso para la pequeña Hudson la principal referencia que podía tener en aquellos tiempos turbulentos. Un pilar al que aferrarse cuando todo pareciera venirse abajo. Allí no iban a verla, de modo que no importaba si derramaba unas lágrimas. En cualquier caso, era por un amigo, incluso ellos lo entenderían.

-No llegué a conocerle mucho. –La voz de Merander acompasaba sus pasos mientras se acercaba a la tumba. –Pero era un hombre con cojones, eso lo puedo asegurar.

La joven no respondió, estaba demasiado centrada en sus cavilaciones. Incluso la ofendía la idea de que Merander invadiera aquel momento a solas con su amigo. Éste se limitó a observarla, para terminar hablando con un tono neutro.

-Cuando te uniste a la compañía, te convertiste en una mercenaria, canija. Los mercenarios no lloran.

La aludida tuvo que guardar silencio un instante para contener su ira.

-¿Puedo saber entonces, qué hace un mercenario ante la tumba de su difunto amigo?

Merander guardó silencio unos instantes, como meditando sus palabras. Su tono no abandonó aquella neutralidad.

-Está en silencio, con gesto serio. Puede que un poco dolido. –Se encendió un cigarro antes de continuar. –Poco después sonríe, saca una petaca y le echa un chorro a la tierra para compartirlo con ese hijo puta. –Lorraine se volvió para mandar a Merander retractarse al oír tan blasfema forma de referirse a Elliot. Pero algo en el rostro de aquel hombre la invitó a esperar. Por algún motivo, él también parecía dolido. –Brinda por él, y se marcha echando un trago en su honor.

La joven hacía cuanto podía por contener sus lágrimas.

-No lo comprendo. ¿Por qué sonríe? Él está muerto.

Silversmith se limitó a encogerse de hombros mientras una leve sonrisa afloraba en su rostro.

-Porque recuerda las historias que compartieron. –Acto seguido reaccionó, como si despertara de un trance. Sacó una petaca de wishky de un bolsillo de la chaqueta y la dejó caer a los pies de Lorraine. –Te compraremos un puto rifle. –Sentenció con deje de resignación. –Pero no te acostumbres a hacer lo que te salga de los cojones. –Mientras se alejaba, meditaba en voz alta, con tono alegre. –A ver cómo se busca la vida Feilen. No tiene ni puta idea de rifles.

Lorraine no parecía atender a las palabras de Merander. Allí, de nuevo a solas con su amigo, se limitó a observar, ora su tumba, ora la petaca. Finalmente una leve sonrisa, apenas perceptible, asomó en su rostro. Mientras se limpiaba una mejilla de las lágrimas que ya no brotaban, una única expresión afloraba en su cabeza para manifestarse por su boca. “¡Mecachis!”.

 

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