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SEGUNDA RUNA

 

La guerra en Vallefresno había frustrado cualquier intento de buscar el lugar correcto para encontrar el conocimiento del patrón ley que allí se encontraba. Pero aún así lo intentó. Vio los estragos que había causado el conflicto en el bosque, tardaría bastantes años en recuperarse del todo. Por suerte los elfos nocturnos habían aguantado el embate de la Horda de Garrosh y fueron expulsados de Vallefresno.

Caminó durante mucho tiempo por aquella tierra, había perdido la cuenta de los días debido a la preocupación de que alguna patrulla élfica le viese. No bastaría su palabra para hacer entrar en razón a los elfos sobre la intromisión en su territorio sin consentimiento alguno, por mucho que fuese en defensa de Madre Tierra. Por fin pudo ubicar con una exactitud decente la localización de la cueva pero le sería imposible llegar sin que las hojas kaldorei acariciasen su cuello. No era momento para otro conflicto, así que volvió sobre sus pasos.

Los vientos traían malas noticias al llegar a Los Baldíos, el Campamento Taurajo había sido arrasado por completo por la Alianza. Ira y rabia comenzaron a invadir el interior del protector de la Madre Tierra, apretó sus puños con fuerza acompañados en un destello plateado. Lanzó un mugido al aire con fuerza, impotente ante la situación. Contuvo su inquina respirando profundamente y llevó una de sus manos a su morral. Sacó un pergamino de bastante buena calidad, se notaba a leguas que no era de origen taur'ahe. Con uno de sus dedos acarició la superficie del papel y lo llevó justo encima del punto que señalaba una posible ubicación de otro patrón ley. Volvería a ver la tierra de su pueblo tras tanto tiempo fuera, esbozó una pequeña y fugaz sonrisa al recordar el olor de la hierba de sus campos.


Miró el mapa una vez más, quería estar seguro de que ese era el lugar exacto. No había sido nada fácil encontrarlo pero allí mismo estaba parado, con la curiosidad de que retos tendría preparados la Madre Tierra para uno de sus hijos. Echó una mirada al anciano que había caminado junto a él desde Cima del Trueno, este le asintió convencido y habló:

- Sin duda este parece ser el lugar, Pezuña de Kodo. Siento el abrazo de Madre en el aire.

Garof guardó el mapa con extremo cuidado y se arrodilló frente a la entrada de la cueva. Seguidamente sacó una pequeña bolsa y volcó su contenido en un mortero de madera. Machacó las hierbas con lentitud, no había motivo para ir a la carrera y el estómago le agradecería bastante el tener medio trabajo hecho, Rasganorte no fue una lucha fácil para él.

Llevó el mortero hacia su boca y comenzó a masticar las hierbas molidas, en un instante un aroma mentolado golpeó con fuerza las fosas nasales del hijo de Madre Tierra. El anciano le tendió la antorcha y el tauren caminó hacia la cueva, la total oscuridad de la cueva poco tardó en aparecer de nuevo en la entrada cuando Garof comenzó a bajar.

Solo se veía la nada, la luz de la antorcha apenas podía contener el ataque implacable de la oscuridad que amenazaba con engullirla. Unos destellos azules comenzaron a reflejarse al fondo de la cueva, como la luz que refleja el agua cuando Mu'Sha aparece en el cielo. Cuando por fin llegó observó una pequeña poza que parecía emitir su propia luz, la observó unos instantes cuando fue interrumpido por un sonido.

- Bienaventurados los que en nombre de la Madre Tierra desprendieronse de culpa y de residuos... - una voz sonó detrás del ídolo de piedra que había frente a Garof. Una tauren de avanzada edad apareció tras la piedra ayudándose de una cayada para caminar.

- Tus pasos hacen temblar la tierra que pisas pero hay algo que aún sigue temblando en tu interior. Inquina, rabia, miedo... no son emociones que se le exigen a un protector de Madre, bajo ningún concepto. ¿Estás libre de estos residuos, Kodo? - Garof frunció ligeramente el ceño al escuchar su apodo salir de la boca de la anciana.

- Lo estoy.

- ¿Estás seguro de ello? Contempla la verdad - la anciana hizo un gesto con su mano izquierda hacia Garof.

La vista de Kodo comenzó a nublarse, apenas unos segundos después pudo contemplar Taurajo días antes de la masacre. Su corazón se encogió al recordar el suceso. Cerró los ojos con dolor y escuchó gritos. Abrió los ojos con rapidez y observó Taurajo bajo ataque, como la Alianza había bombardeado el campamento y matado a los civiles que no tuvieron oportunidad de huir o que intentaban rescatar a sus allegados de ese caos. Siempre es difícil desprenderse de los residuos que hay en uno mismo, por ello rabia e ira se volvieron a apoderar de Garof y este corrió contra los soldados de la Alianza para defender el campamento. Cuando el choque de fuerzas iba a producirse un golpe seco en el pecho le cortó la respiración y volvió a la cueva. Sin aire se llevó las manos al pecho y cayó desplomado.


El anciano que esperaba a Garof estuvo esperando durante varios días a que saliera de la cueva, quiso esperar un día más pero no salió. Sabía que si no había salido ya significaba que había sucumbido a la prueba de Madre Tierra y necesitaba ayuda. Con un ademán del anciano unas raíces comenzaron a invadir la entrada de la cueva hasta que finalmente quedó tapiada. Dio media vuelta y fue hasta Cima del Trueno con toda la rapidez que sus piernas le permitían.

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