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Mensajes Recomendados

Introducción

 

En el siguiente post iré colgando trozos de roles acontecidos desde el punto de vista de mi personaje Nicholas Parmellano, referentes a su estancia en las divisiones cobre y bronce. Se agradecen las críticas que puedan tener, tanto buenas como malas. Disfruten de la lectura.

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Capítulo 1: El florista

 

- Hm... Podría haber sacado más.

La noche se hacía oscura, al tiempo que el florista ajustaba bien las cadenas del carrito de flores que le daba de comer. Con paso lento, se adentró en la posada, buscando cobijo. Ese preciso instante era uno de sus momentos favoritos del día. La sensación de ser difuminado entre una marea cálida y ruidosa de borrachos chocaba sobremanera con el frío silencio del resto del día, a excepción de los pocos momentos en los que hablaba con los clientes. Los cuales, gracias a la Luz y a haberse mudado al sur, cada día se daban con mayor frecuencia.

Por fin llegó a su pequeño agujero: una habitación de mala muerte, ocupada por un olor característico, producido por el emparejamiento entre la ausencia de limpieza y el afán de Nick por torturar a las plantas que recogía para conseguir nuevos productos. Al dejarse caer sobre la cama, un pequeño gato de color negro saltó y comenzó a lamerle los dedos, como si guardase la esperanza de que así sería alimentado. El florista sonrió, y sacó una manzana de su bolsillo, la cual fue compartida. Pronto, Nick empezó a ponerle al corriente de todo lo que había sucedido la última jornada. Mas esa noche terminó antes de lo esperado, pues las ventas habían ido realmente mal. A pesar de sus esfuerzos, no había conseguido vender nada, lo cual era sumamente extraño.

Las últimas semanas había conseguido suficiente dinero para poder pagar, por fin, el primer plazo de la matrícula de la Academia de Magos de Ventormenta. Tras tantos años, su esfuerzo se veía recompensado. Y no había sido nada fácil: ya había perdido la cuenta de cuantas flores habría sesgado para poder comenzado a obtener el conocimiento con el que tanto soñaba. En cierto modo, se entristecía pensando en todas las vidas vegetales que caerían a sus pies a cambio del poder supremo. Sin embargo, curiosamente había comenzado a conseguir más dinero de lo acostumbrado al empezar a innovar. Posiblemente no hubiera podido pagar este mes el agujero si no fuera por haber aceptado trabajos adicionales. Trabajos que, si bien no fueron tan remunerados como pensaba, ni le dotaron de tanta gloria como al principio parecía, no dejaron de dar un pequeño aumento a su bolsillo. Es más, el dinero por ayudar a recuperar y arreglar el carro de su socio le había dado la oportunidad de invertir en el diseño de nuevos productos para su propio negocio.

Habían pasado varias horas pensando en sus ahorros, cuando, de repente, se levantó como si una fuerza sobrenatural le alzase. Dicha fuerza no podría ser otra que la del deber atrasado. Pesadamente, se dirigió a su pequeña mesa, repleta de frascos, botellas y demás objetos recogidos y lavados con cuidado. Como si de un autómata se tratase, rellenó los recipientes con un cántaro de agua, y vertió las flores en cada uno de ellos que no había logrado vender a lo largo del día. Curiosamente, esa había sido su mayor fuente de ingresos este mes: la confección de bebidas, perfumes, tintes y cualquier cosa imaginable que procediera de las plantas. Parecía divertirle el hecho de que, realmente el dinero que consiguió para la academia, fue en gran parte producido no por las vidas vegetales que sesgaba, sino por las que, una vez sesgadas, volvía a modelar como nuevas formas de arte de la naturaleza.

Sonriendo, cerró una de las botellas de perfume, y la alzó para que el brillo de las estrellas que se adentraba en su agujero pudiera ser reflejado. Se imaginó sosteniendo un diamante, creado a partir de sus plantas, con el cual la gente menos pudiente podría comer durante meses. Luego, caminando con su diamante por un campo de flores, las cual se tornaban manzanos y naranjos a su paso. Y por último, cuando se topaba con una montaña de piedra que parecía hacerse hojas de papel por la acción de su pensamiento, soltó un profundo y enorme suspiro. Aún estaba muy lejos su meta de convertirse en un verdadero mago. Un poco más ligero tras desprenderse de su imaginación, volvió a la cama con la intención de recuperar energías.

- El poder del cambio, gatito. Nada es más hermoso que la naturaleza que uno transforma -dijo, mientras cerraba los ojos, con la inocencia propia de los que desconocen su sino.

 

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Capítulo 2: Los bandidos

 

- ¿Pero con qué lo han destrozado, con un hueso de dragón?

Las noches en Páramos de Poniente, a parte de frías eran bastante intranquilas. Los mendigos se apilaban en las cercanías de Colina del Centinela, en un desesperado intento de cobijo. Los bandidos se refugiaban cerca de los caminos, o en alguna cueva para contar el botín del día y dormir con un ojo abierto, por si bandidos con menos escrúpulos decidían robarles a ellos. Y la gente de bien, se apilaba donde podía huyendo del frío y los anteriores, con la esperanza de que el día siguiente fuera el indicado para que su miseria terminase.

Pero las mañanas, sin embargo, se tornaban tranquilas. La gente se dedicaba a sus labores sin mucho jaleo, fueran las que fuesen. Allí estaba Nick, sentado en la cuesta hacia la Torre de Oficiales, mirando los restos de lo que hubiera sido su carrito de las flores. Habían pasado varios días desde que habían derrotado a la Banda del Jamón, y había vuelto a la región precisamente para poder arreglar el carro y proseguir con sus negocios. El realizar encargos daba mucho dinero, pero también problemas.

Con algo de cuerda, trataba en vano de amarrar los trozos de madera para que volvieran a constituir su forma anterior. Aquellos bandidos se lo habían destrozado sin piedad, tanto el carrito como las mercancías y aquello lo obligaba a vivir de realizar encargos por algo de dinero. Pero, un par de días atrás, al volver a la Academia de Magos de Ventormenta, sus maestros le habían regañado por, según ellos, dedicarse a las deshonrosas labores del mercenario. Aquellos magos no le entendían. Su vida había sido demasiado acomodada para entenderlo, sin duda. El negocio de las hierbas no era suficiente para pagar la matrícula de la Academia, así que tenía que ganar más dinero. Sin embargo, el hacer encargos le daba el dinero suficiente, pero le daba mala fama tanto entre los magos como en sus clientes. Ningún maestro aceptaría a alguien con fama de busca fortunas, y la clientela le miraba con miedo, como si fuera un tipo peligroso. ¿Cuántas veces tendría que repetir que su principal meta era ayudar a la gente? Si aprender fuese más barato...

Cuando llegó el mediodía, cesó de sus intentos. Al levantar la vista de las maderas, se dio cuenta de que Mary y Tom, los vagabundos a los que había contratado para la reparación del carro, estaban saludándole. Le preguntaron qué tal se encontraba, y tras hablar un rato, a Nick se le ocurrió una idea: ellos venderían sus hierbas. Les contrataría para que trabajasen en sus labores, sin que la gente supiera que él era su jefe.

La idea pareció encantarles. Durante los siguientes días, estuvieron acompañando a Nick por el bosque mientras este les enseñaba todo lo necesario para recolectar hierbas y flores. Primero contrató a Mary, a la que compró un carrito similar al suyo y algunas herramientas para que pudiera hacer bien de herborista. A Tom le daría el suyo, en cuanto estuviese preparado. Los trabajadores se ofrecieron a ayudarle, pero se negó en rotundo. Él lo repararía. De una forma o de otra. Y si sus manos no eran capaces de ello, seguro que los libros de magia de la biblioteca le podrían inspirar...

 

 

 

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  • 3 semanas atrás...

Capítulo 3: El aprendiz

 

- El lunes comenzamos las clases. Más te vale ser puntual. 

Por fin lo había conseguido. Tras ayudar al mago Xemal Tulnaimo, este había accedido a acogerle como aprendiz. Feliz a más no poder, Nicholas daba saltos de alegría en la habitación de su posada. No es que le agradase la idea de ser instruido por alguien en concreto, pero el mago había resultado ser muy habilidoso con sus conjuros. Pocas personas le enseñarían Transmutación mejor que él. 

Y pensar que si hubiera ido al norte con Valedorn y Eliott nunca hubiera tenido un maestro... Pero claro, ya había prometido que ayudaría al mago a recuperar lo que ese aprendiz sin escrúpulos le robó. Y, para él, la palabra eran de las pocas cosas que no debían doblegarse. Si había dicho que lo ayudaría, lo haría, a pesar de que se moría de ganas por ir al norte. Aunque... Bueno, quizás esa chica también influía en su decisión de permanecer en Ventormenta. 

No podía evitarlo, esa muchacha le volvía loco. Cada vez que le sonreía, sus sonrisas se clavaban en su corazón. Aunque no podía decirla nada, pues parecía que solo tenía ojos para otra persona. Y aquello dolía tanto... Nick sacudió la cabeza. No era momento de pensar en ella. 

Algo más importante debía invadir su mente. El aprendiz renegado dijo que un nuevo maestro le había incitado a robar el orbe con promesas de poder y gloria. ¿Quién sería ese embaucador? ¿Realmente tendría suficiente poder para cumplir la promesa del alumno si realmente se hubiera llevado a cabo? El tiempo lo diría, seguramente. Por el momento, lo mejor sería no bajar la guardia. Además de estudiar duramente los próximos días, se decidió a investigar si ese mago pudiera encontrarse en la Academia también. Si uno de los aprendices se corrompió tan fácilmente, ¿quién no dice que fuera por otro maestro de la misma organización?

Los días siguientes, sin embargo, fueron lo suficientemente duros y agotadores para que Nicholas se olvidase completamente de otra cosa que no fuese aprender. Tulnaimo resultó ser un severo maestro, apasionado en la enseñanza, y que exhalaba algo de pasión en cada una de sus enseñanzas. Sin duda, aprendería mucho de él, si lograba sobrevivir a tanto conocimiento y teoría...

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Capítulo 4: La clase

 

Parmellano se adentró en el despacho de su mago, Xemal Tulnaimo, como tantas otras veces había hecho. El despacho era bastante grande, dotado de artefactos de todo tipo, fruto de años y años de investigación. Sin embargo, en la sala quedaba espacio para un espacio lo suficientemente grande para realizar los movimientos de cualquier hechizo, y una mesa de buena madera, donde el maestro realizaba varias anotaciones en su grimorio, acompañado de un mago abjurador llamado Sardino. Este mago llamaba particularmente la atención a Parmellano: rara vez se separaba de su maestro, como si de otra extremidad de este se tratase.

Tulnaimo le miró con su rostro indiferente de siempre. Rara vez el maestro mostraba emoción. Le señaló que se posicionara en el centro del despacho, como tantos otros días. Su maestro se había propuesto que, tras tanta teoría por su cuenta, su alumno debía saber canalizar la magia. La técnica empleada para ello, si bien Nicholas no dudaba de que fuese eficaz, se tornaba un tanto cruel. 

Parmellano comenzó a concentrarse como tantos días. Últimamente, no le costaba casi nada. La magia comenzó a acumularse en su cuerpo, lo cual le producía un extraño placer. Todavía no era capaz de liberarla de su cuerpo, y comenzó a temer, de forma argumentada, que su cuerpo acumulara una buena cantidad de magia. Una vez acumuló magia suficiente, el mago abjurador comenzó a mover las manos. La magia de su cuerpo, entonces, comenzó a ser drenada, produciéndo un dolor intenso, como tantas otras veces. Pero no se quejaría. No mostraría emoción. Por más que el abjurador lo dañase, no les daría el gusto de oírle pedir que pare por dolor. El mago, por primera vez, esbozó una media sonrisa.

- Veo, mi aprendiz, que ya habéis dominado la canalización de la magia.

- Tengo un buen maestro - dijo Parmellano, no sin terminar con un jadeo.

- Sin embargo, mi aprendiz, hoy es momento de inculcarte una de las grandes lecciones del mago. ¿Hasta cuanta magia serías capaz de almacenar en tu cuerpo? ¿Te ves capaz de canalizar suficiente magia para crear una poderosa Descarga Arcana?

Parmellano abrió los ojos, extrañado. Su maestro... ¿tanto se fiaba de su potencial como para pedirle eso? ¿O acaso lo estaba retando? Sea como fuere, no pensaba defraudarle. Se concentró más que nunca, canalizando una increíble cantidad de magia para su nivel. El placer al almacenar la magia rozaba lo divino. Sin embargo, al estar concentrado, no se dio cuenta de un pequeño detalle: Tulnaimo, había hecho un gesto al mago, indicando que no le drenase la magia. 

Y así Parmellano comenzó a acumular y acumular magia, llenando su cuerpo de ella. En un momento dado, abrió los ojos, extrañado por no sentir el drenaje. Los dos magos, estaban sonriendo. Pronto, comprendió lo que le pasó a continuación. La magia comenzó a aumentar la temperatura de su cuerpo y su presión, causándole un tremendo mareo y fiebre. Con los ojos en blanco, se desplomó al tiempo en el suelo, desmayado. Entonces, el maestro hizo otro gesto, y el mago le drenó la magia del cuerpo. 

Nicholas despertó a las horas, en el sofá del despacho, con una bolsa de tela con hielos en su frente. Tulnaimo se encontraba, como siempre, realizando anotaciones en su grimorio. 

- Oh, veo que ya te has despertado, mi aprendiz. ¿Qué has aprendido hoy?

Parmellano lo miró con odio. Aquello, definitivamente, no estaba bien. 

- Maestro, soy un mero aprendiz. No concibo aún los límites de la magia. ¿Por qué os mofáis de mi de esta manera, haciéndome sufrir en mis intentos por alcanzar un conocimiento digno?

- Mi aprendiz, pronto conocerás, que "La letra, con sangre entra" - Tulnaimo pronunció esto último como si de un lema familiar, o un código infranqueable se tratase -. ¿Por qué si no te pediría algo lejos aún de tu dominio? ¿No te paraste a pensar que si Sardino no estuviera aquí, tanta magia hubiera podido matarte?

- ¿Entonces cual es la lección, que no me fie de ti?

- Esa es una, si. Nunca te fíes de tu maestro, y medita todo lo que te diga. Pues un maestro, aún con buenas intenciones, tratará de hacerte ver su única visión de la magia, y eso cortará tu potencial. Pero la más importante lección que hoy aprenderás es: ¿qué pensabas hacer con ese poder que canalizabas?

- Pues... No lo sé. Aún no soy capaz de conjurar un hechizo así.

- Exacto. El poder en sí no solamente es inútil, sino autodestructivo. Nunca uses la magia sin saber en qué la emplearás, ni por un motivo vano como puede ser un reto o una nimiedad. El poder necesita de un motivo de peso para que, al ser usado, resulte de utilidad. Recuerda que el mejor mago del mundo prima por su control, no por su poder, y eso es en lo que se diferencia del mejor brujo.

Parmellano se quedó boquiabierto, sin saber que responder. Posiblemente su maestro le haría pasar una infinidad de malos ratos, pero sin duda sería el que mejor le enseñase de toda la Academia. Es una lástima que pensase irse al norte en unos días.

- Tienes toda la razón, maestro. Tus palabras son sabias, como siempre. Por cierto, me ha pedido ayuda un amigo de Stromgarde para recuperar una reliquia familiar. ¿Podría acompañarle?

- ¿Le diste tu palabra?

- Sí, maestro. 

- Entonces mejor que no la rompas. "Un hombre sin su palabra no es nada" - a esto último, volvió a usar un tono particular, como si de un código moral se tratase-. Mándame una carta cada semana de donde estarás. Ahora, márchate, he de meditar unos tratados.

Nicholas hizo una reverencia, y se dirigió a la puerta, aún andando en zig zag por el mareo. Al salir de la habitación, no pudo evitar soltar una pequeña lágrima de dolor, la cual fue secada rápidamente. El maestro era bueno, demasiado bueno. Pero no dudaba en usar métodos más eficaces y dolorosos para que sus alumnos progresasen más rápido. Además, por sus palabras, parecía pensar como él en muchos aspectos morales. ¿La adoración era una buena palabra para describir sus sentimientos en ese momento?

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Capítulo 5: La bondad

 

Faltaban pocos días para que Parmellano se dirigiera a Stromgarde. No solamente había prometido ir, sino que además había encontrado un encargo que bien podría pagarle el plazo de la matrícula del mes, por lo que su viaje a aquellas tierras se estaba volviendo cada vez más real. Sin embargo, necesitaba algo de dinero extra para poder invertir en la empresa de hierbas. A fin de cuentas, pensó, si la arriesgada operación salía bien y los trabajadores se ganaban su sueldo, llegaría un momento en el que no necesitaría hacer encargos para poder hacer frente a las facturas de la Academia. 

Por eso, como tantos días, se dispuso junto a sus compañeros a realizar un encargo por el Bosque de Elwynn. Tras los encargos iniciales, en los que no le importaba cual era el motivo del encargo siempre que pagasen bien, Parmellano comenzó a darse cuenta a base de experiencia de que no todo valía para conseguir el dinero. Poco a poco comenzó a adquirir encargos en los que, si bien no se pagaba tanto, realmente servían para ayudar a las personas que lo solicitaban, como podría ser la recolección de hierbas especiales, o la investigación de un robo menor. Esta vez, un campesino temía acercarse a sus cultivos, pues en una mina cercana se oían ruidos de lo que parecía un fantasma. 

Allí en la mina, descubrieron entre otras cosas a un niño que se había perdido, y tras cobrar la recompensa, decidieron llevarle a casa de sus padres. Nicholas observó con ternura como el padre abrazaba a su hijo. Aquella imagen le ponía enfermo, traía demasiados recuerdos. Estaba deseando marcharse cuando el hombre, les ofreció algo de comer o beber por el rescate, pues se trataba de una familia demasiado pobre para ofrecer dinero. Ni Parmellano sabrá decir por qué, pero lo siguiente que recordaría sería que compartió la recompensa del día con aquel hombre. Por nada. Simplemente para que el niño tuviera un par de zapatos y un libro. 

Al llegar a la posada, Parmellano se tumbó en la cama, suspirando. ¿Por qué había hecho eso? Si daba el dinero que ganaba con los encargos de esa forma, tendría que hacer más para conseguir pagar la matrícula, por lo que peor sería visto por los magos y la gente de la zona. Y, repente, llegó a la conclusión: La reputación le daba absolutamente igual. Ese niño al día siguiente tendría unos zapatos, y podría aprender a leer. ¿Acaso eso no era más importante que unos arrogante de nariz picuda le mirasen por encima del hombro? Desde luego que sí. Es más, no solamente ese niño iba a leer. Se iba a encargar personalmente de que supiera un oficio, y pudiese ayudar a su familia a no pasar necesidad.

Al día siguiente, cogió bolsa con las ganancias del mes, y se dirigió nuevamente hacia la granja de los Thoron, acompañado de Mary, una de sus trabajadoras. Parmellano les explicó que quería enseñar al chico y alguno de sus hermanos mayores el oficio de herborista. Les proporcionaría los materiales necesarios y algunos conocimientos para saber seleccionar hierbas y flores que vender a los clientes. A cambio, lo único que pedía era el precio de una flor al día, alegando que todo el dinero restante podrían quedárselo. El padre y los hermanos, por supuesto, aceptaron encantados. Tras un buen almuerzo para celebrar el acuerdo, se llevó a los chicos al Aserradero de la Vega del Este. Allí dispondrían de lo necesario para poder ayudar a repartir "Flores para el Pueblo".

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  • 2 semanas atrás...

Capítulo 6: El entrenamiento

 

- ¿Quién hubiera dicho que esto sería tan divertido?

Los días en Stromgarde habían cambiado de forma drástica. De pasar las horas muertas en el Refugio de la Zaga leyendo y dibujando, esperando el momento de que alguno de sus amigos terminase la guardia, últimamente se habían vuelto un poco más movidos. Y es que las palabras de su abuelo Magnus habían sido decisivas: "Vuelve a proponerme defender el linaje de mi familia cuando seas capaz de blandir un arma o usar la magia".

Despertaba pronto por la mañana, y junto a varios milicianos entrenaba con las armas. Había elegido como arma una espada corta y de gran filo. El motivo de este arma es que era ligera y no necesitaría de mucha fuerza para empuñarla. Además, prefería clavar o cortar en ciertos lugares estratégicos del cuerpo de sus enemigos antes que golpear con fuerza para arrasar a su paso. O, al menos, lo prefería porque de esta forma no necesitaría entrenar tanto. Sin embargo, los entrenamientos eran bastante duros. Los demás milicianos eran hombres ya muy entrenados, y Nicholas estaba a años de llegar a compararse a ellos en cualquier técnica de combate con armas. Y no por ello estos bajaban la guardia cuando se enfrentaban a él, lo que se resolvía en que cada mañana Nicholas concebía algún nuevo moratón.

Por la tarde, desarrollaba la teoría que durante tanto tiempo había aprendido en la Academia. Su maestro le había dado nociones sobre la canalización y la liberación de forma práctica, y antes de irse le dio varias directrices para ser capaz de empezar a conjurar una llama arcana en su mano. Sin embargo, necesitaba entrenar mucho para que este conjuro fuese una realidad aún en su libro de hechizos. Y entrenar el cuerpo por las mañanas no ayudaba a ello.

Los días se habían vuelto mucho más agotadores con tanto entrenamiento. Pero aún en el cansancio más absoluto, Nicholas no dejaba de ser feliz. Cuando el sudor caía por sus mejillas, sonriente, se imaginaba en un fuego junto a su abuelo, mientras le contaba historias de sus batallas. Por fin volvería a tener una familia... Si no moría de abatimiento antes, claro. Echó mano a su cartera, y observó las pocas monedas de plata que le quedaban. Suspirando, decidió tomar una decisión necesaria: si quería mantener el ritmo, tenía que comer y dormir mejor, y eso requería de más dinero. 

Tras unos cuantos días comiendo y durmiendo de manera más saludable, comenzó a notar que, aunque seguía fatigándose, poco a poco iba aguantando más, tanto en la canalización de magia como golpeando al pelele de madera, o huyendo de los palos de sus compañeros de entrenamiento. Y, tras un tiempo, se sintió con ganas de acompañar a la Milicia en alguna de sus misiones para profundizar más en su entrenamiento. 

Poco a poco, fue ganando más elasticidad y rapidez, y comenzó a hacer gala de la frase "Mente sana en cuerpo sano". En una lucha contra la Hermandad para recuperar el Cetro de la familia Lutece, algo se despertó en su interior. Algo que no podía creer al principio, y se negaba a admitir. Disfrutaba. Hacer ejercicio, entrenar con la magia y con la espada al mismo tiempo, le alegraba. 

Por primera vez en un combate, se sentía útil.

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Capítulo 7: El portal

 

- ¿Qué tendrá que ver la sangrerregia con un portal?

Los enemigos acechaban en cada camino de las Tierras Altas de Arathi. El humor de los strómicos era pésimo. Sin embargo, había algo en esa tierra que Nicholas adoraba, y aún desconocía que era. Por mucho que lo pensaba, no podía imaginar que era lo que tanto le agradaba de aquella tierra, pero lo hacía. Cuanto más tiempo pasaba allí, más ágil se sentía. Más alegre se levantaba, y mejor se encontraba. Incluso había comenzado a pensar que era porque su sangre reconocía el lugar en el que estaba, y eso le daba más vitalidad. Pocas cosas le hacían pensar en volver al sur en una buena temporada.

Salvo que la Academia se lo pidiera. Parmellano recibió la carta del archimago por la mañana, y al leerla, suspiró. Se requería que fuese para realizar unas labores junto a los demás magos y aprendices a las lejanas tierras de Andorthal. Partirían en unos días desde la torre de magos de Ventormenta. Así que por mucho que le disgustase la idea de abandonar Arathi, sabía que se sentiría mejor ayudando a la Academia que tanto le había ayudado para aprender magia. Por tanto, solo le quedaban dos opciones. Atravesar tierras renegadas y llegar a Andorthal, o viajar a Ventormenta para desplazarse con los demás magos.

Se decantó por la segunda opción porque no quería morir, principalmente. ¿La forma de volver al sur? No tenía dinero para grifos ni barcos, y si decidía a ir a pie tardaría demasiado. La solución le parecía clara: Pediría al abuelo que le crease un portal para viajar al Bosque de Elwynn. ¿Qué podría salir mal?

Pues si algo podría salir mal, salió. El abuelo, claramente, le dijo malhumorado que esa clase de magia estaba muy lejos del alcance de Parmellano. Así que, a cambio de hacerle el favor, debería conseguirle varios materiales que necesitaba para sus hechizos: ramilletes de sangrerregia, una pata de raptor y una piedra de tamaño medio. Por lo que Parmellano tuvo que viajar con Valedorn a Humedales para conseguir todos esos materiales. 

Para conseguir sangrerregia, preguntaron en el asentamiento élfico en que parte del pantano podrían recogerla. Les avisaron de que en Humedales se había visto a gente extraña merodeando y les dijeron que tuviesen cuidado. Cuando localizaron las plantas, se encontraron a una mujer un tanto extraña: vestía ropas oscuras, y estaba sometiendo a un elemental de fuego contra su voluntad. Lejos de armar alboroto, les avisó de que no quería problemas, así que los dejaría ir si prometían no contar nada a nadie de lo visto. Parmellano y Valedorn asintieron, pero en cuanto se alejaron lo suficiente, corrieron a avisar a los kaldorei. Estos, agradecidos por la información, accedieron a dar de comer a Valedorn, y vendieron al precio de 52 monedas de cobre varios kilos de pata de raptor a Parmellano. 

Al día siguiente, volvieron a Arathi, de donde recogieron una piedra de buen tamaño. Entregaron todo a Magnus, el cual creó un portal que le llevaría a los Reinos del Sur. Agradecido, Parmellano se despidió de los dos:

- Gracias Valedorn por ayudarme. Prometo volver cuanto antes a Stromgarde para resolver nuestros asuntos. Y gracias abuelo por hacerme el portal. Espero que nos---

Pero no pudo terminar. Magnus, enfadado por haber sido llamado "abuelo", le convirtió en ardilla, y lo lanzó contra el portal. Con Magnus el Rojo, pocos errores bastaban.

 

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  • 2 semanas atrás...

Capítulo 8: La batalla

 

No era el momento más indicado para sacar conclusiones.

Nicholas volvía a la pequeña posada de Villadorada. Lejos de descansar, había acordado una reunión con sus cuatro trabajadores para evaluar la situación económica de la empresa. El pequeño negocio de carritos de hierbas parecía poco a poco dar sus frutos, así que decidieron cenar todos juntos para estrechar lazos. A pesar de las distintas regiones, todos los trabajadores compartían una situación económica y social parecida, y todos habían sido ayudados por Parmellano en algún momento de sus aventuras antes de formar parte de la empresa. Además, curiosamente todos tenían menos edad que el aprendiz de mago, lo que dio a la reunión un tinte más familiar que empresarial. Al terminar los platos, todos rodearon a Nicholas, como si de un hermano mayor se tratase, y comenzaron a hablar de temas más personales:

- Jefe, cuéntanos - Mary fue la primera en hablar. Normalmente la gente la reconocía porque su cara aparecía en las etiquetas del licor de hierbas, aunque no fuese muy agraciada -. ¿Por qué no nos has visitado antes?

- Oh, Mary, he estado muy ocupado. La Academia me envió a investigar unos asuntos en Andorthal.

- ¿Donde esta eso, jefe? - esta vez era Tom, "el barbudo", el que preguntaba. 

- En las Tierras de la Peste del Este - dijo Parmellano con calma, mientras los demás se asombraban.

- Pero jefe, eso e'ta mu lejos - el pobre Claudio, el más joven de la compañía, se hacía notar por su acento del campo.

- Sin duda. Pero ya me conocéis. Si me quedo quieto mucho tiempo en un sitio, comenzaría a echar raíces como nuestras plantas, y tendríais que venderme junto a la flor de paz.

Todos rieron, y se miraron. La charla, junto al calor del fuego de la taberna, creaba un ambiente acogedor, propicio para las historias. Fue entonces cuando propuso Tino, el hermano de Claudio, que les contase sus aventuras por allí.

- Jefe, hablano' de esas tierras. ¿Es verdad que hay muchos muerto' de esos?

- Así es. Por suerte, también es una tierra de paladines. La Cruzada Argenta se instaló allí, y mantienen a rajatabla a todo rastro de muerte que trate de emerger. De hecho, hubo una gran batalla mientras estábamos allí investigando, pues una fortaleza había caído. Al parecer, unos hechiceros oscuros habían matado a todos sus habitantes, y los habían alzado como no muertos. Lo peor era que estos pensaban que aún estaban vivos, e invocaban a la Luz mientras lanzaban a nuestros protectores hechizos de sombra.

- Eso da mal fario. La Luz nos libre - Mary se santiguó varias veces, y el resto le siguieron.

- Pues sí. No me imagino un mal peor: sucumbir al mal que defiendes, y volverte una mera marioneta. Por suerte, los bravos soldados de la Alianza, y la Iglesia de la Luz, les dieron el descanso que sus almas merecían. Aunque claro, si no hubiese sido por los razonamientos de los magos, nunca hubiéramos llegado hasta el hechicero oscuro causante de todo. Pudo decirse que fue un buen trabajo en equipo, a pesar de que paladines y magos no lo viesen así. 

Todos miraron extrañados a Nicholas, esperando que continuase la historia. Este bebió un poco de agua, y prosiguió. 

- Fue un conflicto muy duro para todos, tanto mental como físicamente. Tal fue así que los escuderos de la Iglesia y los aprendices de la Academia tuvieron varias reyertas. No es justificable, por supuesto, pero se puede entender por la tensión acumulada.

- ¿Te pegaste con los paladines? ¿Y les ganaste?

- Oh, no, nada de eso. A mi me parece que luchar entre nosotros por tonterías está mal. Las tres organizaciones de la Alianza que participamos tenemos un objetivo mucho más noble que las disputas entre nosotros. Fuimos capaces de parar un mal que con toda seguridad hubiera perjudicado la recuperación de estas tierras, y eso debería bastar para que nuestros corazones se llenasen de alegría, a pesar de toda la tristeza que el final de aquellos hombres puros había producido. 

- Guau, jefe - dijo el pequeño Claudio -. Algún día me gustaría ser como tú. Así podría viajar mucho y vencer a todos los malos - comenzó entonces a emular sonidos de lucha, mientras movía el tenedor como si de una espada se tratase, y el resto se rió.

- Bueno, si vendéis muchas hierbas, un día os llevo de excursión a recoger hierbas congeladas a Rasganorte.

- Uy, no, que frío, quita, quita - Mary negó con la cabeza, provocando aún más risas. Tras terminar de reír, Parmellano se levantó, algo cansado.

- En fin, la comida ha sido agradable, pero tenemos que continuar con los quehaceres. A ver si me da tiempo a terminar el equipaje para esta noche. Mucha suerte a todos, y que la Luz nos sonría.

- Jefe, espera - preguntó Tino-. ¿Te marchas otra vez? Pero si solo llevas una semana aquí.

- Sí, he prometido ayudar a unos amigos de Stromgarde, así que no me puedo quedar mucho. Como mucho, lo suficiente para que el maestro me enseñe algún conjuro de utilidad para los viajes. Oh, y hablando de utilidad... - Parmellano sacó de su mochila un libro y se lo mostró en confidencialidad. En él, se explicaban distintos materiales, así como hechizos para transmutar la veraplata, algo que en un futuro podría resultar muy útil para los negocios. Sin embargo, ninguno sabía leer, así que se quedaron igual -. Bueno, no importa. Es un mero "cuento de minerales". 

Y, tras despedirse, Parmellano se dirigió a su nuevo cuarto dentro de la posada, esperando que los espíritus de sus sueños le dieran fuerzas suficientes para proseguir sus aventuras.

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Capítulo 9: El estudio

 

- ¿Qué narices estoy haciendo con mi vida...?

La misma frase de siempre. Allá estaba Parmellano, tumbado en su habitación, mirando otro libro de la biblioteca más. Las clases parecían poco a poco dar sus frutos, pues ya era capaz de conjurar algo de magia siempre que lo requería. Precisamente estaba muy orgulloso de la pequeña llama arcana que acudía a su mano siempre que lo desease. Y, sin embargo, no parecía feliz. Cuanto más sabía de magia, más conjuros quería aprender. Ahora su maestro parecía interesado en la idea de que usase la magia de forma ofensiva. Esa misma mañana se lo había vuelto a recordar durante la clase, justo antes del incidente: 

- Ningún mago cambia el mundo sin saber lanzar un Misil Arcano. Las casas no se comienzan nunca por las bóvedas.

- Pero, maestro - replicó esta vez -. No me interesan los conjuros dañinos. Quiero cambiar el mundo, no reducirlo a cenizas. 

- Eres demasiado joven e impaciente - el mago Tulnaimo frunció el ceño, pues era la primera vez que Parmellano le manifestaba abiertamente una opinión, y ciertamente no lo esperaba -. Deberías estudiar más para quitarte el serrín de la cabeza.

- Estudio todos los días tus consejos y conocimiento, maestro.

- Pero no lo suficiente. Mi antiguo aprendiz a estas alturas ya era un mago consolidado.

Tulnaimo levantó la vista de sus documentos y miró a Parmellano, de forma seria. Su rostro no cambió un ápice cuando se dio cuenta de que su actual aprendiz había dejado de mirarle, y observaba el suelo en silencio, sin saber qué decir. Prosiguió hablando:

- Los magos no deberían ser impulsivos. El conocimiento se aprende a base de un razonamiento calmado y meticuloso de lo que nos rodea. Un poco de curiosidad siempre es bueno, pero en exceso es nociva para el aprendizaje.

- Discúlpeme, maestro, no era mi intención excederme. Es solo que hay hechizos sobre los que no encuentro una motivación para estudiarlos.

- Cierto es que necesitas una motivación para el estudio. Ve a buscar una, de todas formas hoy no aprenderías nada si tu mente está cerrada.

Su maestro volvió la vista a los documentos, y comenzó a escribir. Nicholas se retiró de la clase, aún pensativo. ¿Qué podría motivarle a estudiar hechizos tan banales? ¿De qué servía aprender a usar la magia de forma destructiva? ¿Cual era la proeza de calcinar a un enemigo cuando se le podría convertir en estatua, o ensartarlo con una espada? El mundo sería un lugar mejor si se enseñase que la magia está para ayudar, y un hechizo meramente destructivo de poco podría hacerlo.

Y allí llevaba horas, pensando en ello. Su tripa comenzó a sonar con la llegada del atardecer, así que decidió ir a cenar a una posada cercana, dentro del Barrio de los Magos. Pero al entrar, su mente se quedó en blanco. Allí estaba ella, la chica de sus sueños, pidiendo unas bebidas del brazo de un nuevo acompañante. No parecía que ella se hubiese percatado de su presencia. De todas formas, nunca lo haría como Nicholas deseaba. Se acercó a la barra y pidió unas gachas. Mientras esperaba, no pudo evitar espiar un poco de la conversación que estaban manteniendo. El acompañante, ataviado con una toga bastante lujosa, era uno de los magos de la Academia. no dejaban de hablar de hechizos que había aprendido, y anécdotas de ellos.

Parmellano comenzó a comer, en silencio. Algunas historias que contaba el hombre eran entretenidas. Al menos, pasaría a gusto la cena, dentro de lo divertido que pudiera ser ver como aquel regalo de la naturaleza conversaba con otro mago diferente. Sin embargo, algo fuera de lo normal, llamó la atención del aprendiz. El acompañante dijo:

- Será mejor que nos vayamos pronto, señorita Tulnaimo. Su padre podría enfadarse demasiado si la devuelvo a casa después del anochecer.

La chica rió, y se apresuraron a levantarse, mientras se daban un leve beso. Parmellano cerró los ojos, desviando la vista. Aquella visión era demasiado para él. Echó un leve vistazo al mago que la acompañaba, el cual vestía demasiado elegante para que su clase social fuese baja. Maldito niño mimado...

Pero ya sabía algo más. ¿Esa chica... podría ser la hija de su mentor? En ese caso, pensó, no iba a defraudarle en sus estudios. Cabría la posibilidad, por pequeña que fuese, de que si impresionaba a su maestro, se ganase su confianza, e incluso puede que se la presentase. A fin de cuentas, no iba a perder nada por intentarlo. Si había que aprender hechizos ofensivos, los aprendería. Además, estaba seguro de que si hablaba con ella, conseguiría convencerla de que dejase a ese mago pijo y se hiciese su novia. 

No obstante, como su maestro le comentó, el exceso de confianza suele resultar nocivo. Aún no sabía cuanto...

 

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  • 2 semanas atrás...

Capítulo 10: El golpe

 

- Últimamente has progresado mucho, mi aprendiz.

Nicholas salió del círculo de entrenamiento, con una clara sonrisa de satisfacción. En aquella sesión de entrenamiento, Sardino, el asistente de su maestro, había colocado en la pared opuesta a la mesa del despacho una diana. Tulnaimo le había hecho introducirse como otras veces en el círculo, y le había dicho que no debía abandonarlo hasta que uno de sus misiles arcanos impactase contra el centro de la diana. Esta vez, casi sin esfuerzo, acertó de lleno al primer intento. Conjuró un misil arcano, usando ni más ni menos magia de la empleada, y la proyectó contra el centro de la diana. Luego, se limitó a observar a su maestro, hasta que éste hizo un gesto para que saliera del círculo. 

Había que reconocer que haberse quedado estudiando en la Academia, en lugar de en Stromgarde, había dado sus frutos. Cada vez progresaba más en el manejo de la energía arcana. Aunque al principio había tenido ciertas reticencias en aprender hechizos ofensivos, el intento se había resuelto de forma satisfactoria. Aunque ciertamente no era su pasión: La conjuración debería esperar. 

- Aprendiz, ¿has pensado ya en una rama de lo Arcano en la que profundizar, verdad? - preguntó su maestro, sin dejar de mirar el escrito en el cual estaba enfrascado.

- Así es, maestro. Deseo aprender Transmutación. Quiero usar la magia para cambiar la vida de la gente a mejor, y así poder...

- Sí, sí. Entiendo - le cortó súbitamente Tulnaimo -. Ya hemos hablado de ello en otras ocasiones. Debes meditarlo bien, así que, por seguro que lo tengas, sigue pensando en otras posibles alternativas, y contrasta tus curiosidades para ver cual se adapta mejor. A propósito... - su maestro entonces, levantó la vista del cuaderno, mirándolo fijamente -. ¿Puedo saber cual fue tu motivación?

- Unos bonitos ojos y una sonrisa aún más bella - dijo Parmellano, quien al momento enrojeció como un tomate. Su maestro no pareció darle importancia, por lo que supuso que no había notado que la propietaria de su motivación podría ser su hija (en el caso de que Tulnaimo fuera en realidad su padre, claro). 

- No te dejes llevar por las pasiones. Nuestro arte exige muchas horas de estudio, y los pensamientos a las mujeres suelen ocupar mucho. Puedes retirarte, la clase ha terminado.

Parmellano asintió, y salió del despacho, cerrando la puerta. Bajó las escaleras de la torre, meditativo. La charla con su maestro, le había abierto de nuevo las heridas del pensamiento. ¿Y si aquella chica no le correspondía? ¿Y si al hablar con ella no le gustase su personalidad? Podría ser otra maga mimada, de las que sus ideas son tan cerradas como las mansiones en las que viven. O peor aún, una chica elitista de las que usan la magia más para presumir y ganar prestigio que para ayudar a la gente.

No sabía que sus dudas se despejarían ese mismo día. Al atardecer, se dirigió por las calles del Barrio de los Magos, dirección a su posada como acostumbraba a hacer todos los días. Sin embargo, algo llamó su atención al salir de Ventormenta y entrar en el camino hacia Villadorada. Una pareja de magos se estaban riendo de un pobre campesino de espaldas a él. Su voz les delató: eran la chica de sus sueños, y el mago con el que conversaba hacía unas semanas. 

- Eh, plebeyo tonto. ¿Quieres una moneda? Pobre, no puede conseguir una - repetía con sorna el mago, mientras la chica le reía la gracia. Enfadado como el que más, Nick se puso al lado del pobre campesino, mirando fijamente al hombre. 

- ¿No te da vergüenza meterte con un campesino? A él sus papis no pueden pagarle la toga como a ti - El mago, enfurecido, dedicó le dedicó una cruel mirada, a la par de la chica. El campesino, encogiéndose de hombros, siguió su camino, dejando a los tres tipos con toga proseguir su charla.

- ¿Y qué vas a hacer al respeto, aprendiz? ¿Vas a recoger un pedido con los mercenarios para matarme por un plato de sopa? No te creas que no se sabe la clase de escoria que aceptan ahora en la Academia - tanto la chica como el mago rieron.

Con más decepción que rabia, Parmellano miró a la chica. ¿En serio se había enamorado de una chica así? No parecía ser más que una marioneta de un mimado niño pijo. Menudo asco de chica. Y su supuesto amado no se quedaba atrás. Echó mano al mango de su espada, al tiempo que el mago y la chica desenvainaban sus varitas, divertidos por la situación. En ese momento, Parmellano se percató de que el campesino había pasado de ellos, y se encogió de hombros, relajando el gesto. Los magos hicieron lo mismo.

- No te mereces una demostración de mi magia, aprendiz. 

- Ni vosotros una lección - dijo Parmellano -. La calle os la dará a su tiempo. 

Tras la tensión inicial, Nicholas siguió su camino cuando los otros parecieron hacer lo mismo. Pero nada más lejos de la realidad. El mago, al aprovechar que se giraba, comenzó a conjurar a traición un hechizo de mentalismo. Una piedra del camino salió disparada hacia la nuca de Nick, la cual impactó de lleno. Perdiendo la inconsciencia, cayó al suelo, desplomándose de golpe. El mago asintió, satisfecho, mientras la chica reía de forma descontrolada.

- Sigamos nuestro camino, querido - terminó diciendo la maga.

- Sí, querida. Los parias no deben ocupar más de nuestro tiempo. Se va a hacer muy valioso una vez hayamos terminado nuestra labor.

Y ambos prosiguieron el camino, dejando al pobre Nick inconsciente. Al poco, un aldeano le vio, y le llevó a la taberna para que le pusieran algo de hielo en la cabeza. Cuando recuperó la consciencia, emitió un largo suspiro. Llevaba meses pensando en una chica que no merecía atención ninguna. ¿Y esa chica podría ser la hija de su maestro? Que vergüenza. Inaceptable. Y su acompañante era incluso peor. Mira que atacar a traición... Encima no podría quejarse. ¿Qué iba a decir, que un par de magos que no conocía le habían agredido por la calle? Ni siquiera sabía quienes eran. Ni si pertenecían a la Academia. Eran acusaciones muy fuertes para decirlas en alto de una forma tan vaga. De momento, vendría bien tener los ojos abiertos. La próxima vez que viera a la pareja, no iba a bajar la guardia.

A ver quien mordía el polvo del suelo entonces...

Editado por Parmellano
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  • 2 meses atrás...

Capítulo 11: El regreso

 

- Luz bendita, qué calor.

Dos meses, ni más ni menos. Ese había sido el tiempo que Nicholas había pasado desaparecido desde que, según historias de los pueblerinos de Villadorada que pudieran conocerlo, se marchó de allí con un chichón en la cabeza y refunfuñando. Poco o nada se sabía de él desde entonces. ¿Qué historias habrá vivido? ¿Qué lugares visitó? ¿Cuántas hordas de enemigos habrán perecido bajo el poder de sus hechiz... Bueno. ¿Cuántos nuevos amigos habrá tenido que hacer para que le ayudasen a cumplir los encargos de aquellas zonas? Siempre para pagar la Academia, por supuesto.

La Dama Blanca brillaba con intensidad cuando la figura del joven mago apareció por los caminos de las entradas de Villadorada. Poco o nada parecía haber cambiado en el pueblo; sin embargo, el aprendiz mostraba un aspecto muy diferente al que la gente podría recordar: Sus cómodas ropas, que acostumbraba a llevar en los viajes largos, estaban sucias, y todos los pelos de su cabeza parecían haber rechazado una y otra vez la oferta del filo de la cuchilla, o la tijera. Entró a la posada suspirando y sonriendo a todo aquel que se le cruzase por el camino y fuera reconocido como un antiguo amigo.

Tras pedir una habitación nueva y un vaso de agua, se dejó caer en una de las sillas de la taberna, lo más alejado posible del fuego. Un parroquiano, usual cliente antaño, se dirigió a él.

- Casi parece que temas al fuego. Acércate, la noche es fría.

- Mejor que no - dijo Nicholas, sonriendo-. No soporto mucho el calor.

 El hombre rio tras proferir una frase hecha sobre la poca virilidad que mostraba Parmellano en ese momento.

- Pues sí que hace tiempo que no te veía. ¿Has estado estudiando, o trabajando?

- Digamos que un poco de todo. En estas épocas crece unas hierbas muy especiales lejos de aquí, así que me fui de viaje para conseguir un buen saco de ellas. Y de paso, bueno, siempre se aprende algo.

- Pues te has perdido un montón de cosas. Resulta que...

La charla continuó hasta altas horas de la madrugada, en un tono bastante cordial. Cuando fue lo suficientemente tarde, se despidieron, y Parmellano se fue a dormir, satisfecho. Si alguien era capaz de creerse que se había pasado dos meses únicamente buscando hierbas, más gente podría hacerlo. Subió las escaleras y abrió la puerta de su habitación, esperando encontrarla limpia y con algo de comida. Al parecer sus expectativas habían sido demasiado altas, y solo estaba limpia. Una cama pequeña estaba apretujada en una esquina, mientras que en la opuesta había una mesa con una silla, bastante sencillas.

Se descolgó la mochila y se quitó la camiseta, tirándola a la cama. Si nunca había sido muy atlético, su cuerpo parecía algo más nutrido que la última vez que había pisado la posada. Acto seguido se tumbó en la cama, haciendo un mezcla entre quejido y bostezo. El cansancio no tardaría demasiado en vencerlo. Y no era para menos. En su búsqueda de los dos magos que lo atacaron, encontró algo mucho más interesante. Algo que, de ser cierto, le ayudaría a adelantar pagos de forma astronómica.

Pero primero necesitaba atar los cabos que había dejado sueltos antes de desaparecer. Así que se durmió imaginando que el conseguir dinero con tiempo podría ser una acción recíproca.

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