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El Último Lightwood


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-   ¡Pescado fresco! El mejor pescado de toda Ventormenta!

Con una leve sonrisa, Kiran avanzó por el mercado de la ciudad. Aquella mañana se sentía especialmente bien. Aunque habían tenido todas las cartas en contra, habían logrado rescatar a todos sus amigos. Tenía ganas de ver a la maestra Merúliel, pues era infinito el agradecimiento que sentía por haber rescatado a Eli. Más aquello debería esperar. 

Conforme avanzaba por las calles de la ciudad, esquivaba a los atareados humanos que con tanta prisa se movían. Se incomodaba cada vez que alguno de ellos le miraba durante unos cuantos segundos de más. Aquellas miradas reflejaban curiosidad, a veces incluso rechazo, y pese a que llevaba años recibiéndolas todavía no se había acostumbrado. Pasó junto a un grupo de chicas de su edad, las cuales no despegaban sus redondeados ojos de él. Sintió como el calor se le subía hasta la punta de sus orejas, y casi por instinto desvió la mirada hacia otro lado. Las leves risillas de las chicas le acompañaron hasta el final de la calle. 

Avanzó en silencio por el barrio de magos hasta dar con su casa. No, ahora solamente era el hogar de su padre. Ya hacía tiempo que se había marchado a vivir a la residencia de la academia, acostumbrándose a una vida sin las presiones familiares. Visitaba a menudo a su padre, pues era el único familiar que le quedaba con vida. Aunque Elragos Lightwood trabajaba mucho, siempre intentaba sacar algo de tiempo para las visitas de su hijo. Y aquella era una visita especial. Kiran lo sabía, aunque no estaba seguro de porqué. Aquella mañana, nada más llegar  a la residencia, le habían entregado una carta de su padre, que le pedía que le visitara con premura. Kiran no se hizo de rogar, y nada más terminó todos los asuntos del día marchó hacía allí.

Llamó con delicadeza. Sus orejas fueron capaces de captar el tintineo metálico de algo al otro lado de la puerta. Sonrió. Su padre había pedido hacía ya años que se encantara gran parte de su hogar. Tras unos segundos, la puerta se abrió, pudiendo vislumbrarse el semblante severo de su padre por unos leves momentos, antes de cambiar a una sonrisa.

-          No esperaba que pudieras venir tan pronto. Adelante, hijo mío. Me alegra que estés aquí.

Se hizo a un lado, dándole paso. Nada más adentrarse en el hogar pudo sentir como la alfombra bajo sus pies se movía levemente, limpiándole las suelas de los zapatos para que no dejará polvo. Se desabrocho la capa y la dejó a un lado para que no molestara. Frente a él, con gráciles movimientos, pasó una elegante escoba. Barría con meticulosidad, deteniéndose únicamente cuando el recogedor se acercaba hacía ella para recoger la suciedad.

-          Kiran, hijo, ven a sentarte. Tenemos mucho de lo que hablar.

Como de costumbre, su padre no perdía el tiempo con palabras vacías. Siempre había ido al grano con todos los asuntos, y aquella vez no sería una excepción. Tras tomar asiento, su padre siguió hablando.

-          El otro día fui a ver a un viejo cliente del barrio Medialuna. Me informó que había estado hablando con un amigo suyo al cual le habían fascinado nuestras joyas. Aquel hombre deseaba hacer tratos con nosotros para poder llegar a vender las joyas en Theramore. Pronto partiré hacía allí para terminar de negociar con él.

Permaneció en silencio durante unos segundos, sonriendo. Kiran asintió sin demasiado entusiasmo.

-          ¿Cuánto tiempo estarás fuera, Ann’da? – Preguntó.

-          No creo que más de uno o dos meses – Respondió Elragos -Una vez esté todo listo volveré. Esta es una oportunidad que uno no puede dejar pasar.

Asintió con pesadez. No le agradaba la idea de que su padre se fuera durante tanto tiempo. Aunque Kiran podía desaparecer fácilmente durante unos cuantos meses, no era lo mismo. Él sabía que su padre estaba allí, y que de requerirlo podría ir a visitarle. Ahora que tenía tantos problemas encima no veía con buenos ojos que se marchara, aunque lo aceptaba.

-          Pero eso no significa que haya olvidado tu cumpleaños. Sonrío un poco, tomando a Kiran del hombroAunque no podré estar aquí para tu decimoséptimo cumpleaños, sí que tengo algo para ti.

En cuanto apartó la mano del hombro de Kiran, las runas arcanas empezaron a danzar alrededor de está. De súbito, una lejana mesa se acercó flotando hasta ellos. Encima de esta reposaba un enorme paquete que había sido cuidadosamente envuelto en papel de regalo. Le alegría se apoderó de Kiran al percatarse de que, como de costumbre, su padre había pensado en todo. Se alegraba de que no se hubiera olvidado de su cumpleaños, que justamente habría caído en las fechas en que él estaría fuera.

-          Venga, ábrelo – Se río su padre, viendo el semblante de su hijo.

Kiran se acercó al regalo. ¡Aquel paquete era enorme! ¿Qué podría ser? Empezó a desenvolver con cuidado. Lo último que deseaba era dañar su contenido. Sin el papel de regalo, la caja seguía sin dar pistas de su contenido. La abrió poco a poco, hasta que una multitud de confetis de colores salieron disparados hacia el techo, convirtiendo la estancia en un ambiente festivo. Kiran, encantado con el encantamiento mágico, volvió a bajar su mirada hacía el contenido del paquete. Con cuidado tomo las telas. Eran duras al tacto, aunque ligeras. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se trataba.

-          Había pensado que –Dijo Elragos, mostrando una leve sonrisa - ya que siempre te estás metiendo en cada lío que te encuentras, el mínimo que podía hacer era asegurarme de que estés lo mejor protegido posible. Es una armadura de cuero élfica. Ligera como una pluma, pero de gran resistencia. Con ella no tendrás problemas para conjurar hechizos.

Kiran no salía de su estupor. Contempló los colores azulados de la armadura, palpando la tela.

-          Es increíble, Ann’da. ¡Gracias! – Dejó la armadura a un lado, y se lanzó a abrazar a su padre.

Tras unos segundos, Elragos lo apartó.

-          Eso no es todo. – Y con otro movimiento de manos, las luces de la estancia se apagaron. Dos pequeñas llamas se acercaron hacía ellos, flotando, hasta que estuvieron lo suficientemente cerca como para contemplar una bonita tarta de aniversario. Feliz Cumpleaños, Kiran.

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Aquella mañana hacía más frío que de costumbre. La brisa marina acarició la capa de aquel chico quel’dorei, haciendo que durante unos breves momentos danzara al son del viento. Al joven elfo no pareció importarle, pues se encontraba demasiado absorto en su lectura. Pasó una página más de aquel diario que, ya por costumbre, portaba siempre consigo. Contenía gran cantidad de apuntes sobre runas, patrones y métodos para el correcto uso de la energía arcana, más por razones que no llegaba a comprender no le estaba resultando fácil concentrarse.

Las campanas del puerto de Ventormenta empezaron a resonar. Kiran alzó la vista, pudiendo avistar como los primeros navíos de la Alianza se aproximaban al puerto. Cerró su diario con premura, casi dejándolo caer, confiando en que el cinto lo mantendría bien sujeto. Dio un leve salto para bajar de aquella barandilla donde se había encontrado sentado y se encaminó hacia el muelle, donde aguardo con impaciencia.

 El primero de los navíos tomó puerto en pocos minutos, y en unos pocos más ya estaban desembarcando los soldados  y voluntarios que Ventormenta había enviado. Los rostros de las tropas mostraban preocupación, tristeza y desilusión. Aquello no era buena señal. Cuando parecía que en aquel navío no iba a hallar aquello que buscaba, se encaminó hacia otro más. Le parecía extraño la poca cantidad de soldados que desembarcaban. ¿Tan pocas tropas había enviado Ventormenta para auxiliar a Theramore?

 Aquel navío tampoco era el que buscaba. Pasó una gran cantidad de tiempo antes no se diera por vencido y decidiera marchar a casa de su padre. Quizás simplemente no se habían cruzado. ¿Qué había ocurrido? La Alianza no podía haber perdido la batalla, de ser así en los barcos habría habido una gran cantidad de refugiados, tal y como ocurrió tras la derrota de Ventormenta en la primera guerra. Tan sumido iba en sus pensamientos, que no se percató de la presencia de alguien justo enfrente del hogar de su padre. El corazón le dio un vuelco, pues el primer pensamiento que le vino a la mente fue que era su padre. Lo despachó con rapidez. Aquel hombre ni siquiera era elfo.

 Con un elegante movimiento, el humano giró para encarar a Kiran. Llevaba un sombrero de copa alta, de donde se escapaba un cabello cano que caía por los laterales de su rostro. Su nariz era afilada, y sobre esta reposaban unas gafas redondeadas que dejaban entrever unos ojos atentos y calculadores.

Tomó el sombrero con una de sus manos, llevándolo hasta la altura de la cintura, y tras unos leves segundos inclino levemente la cabeza a modo de saludo. 

 -          Buenas tardes. Soy el señor Rutherford. ¿Es usted el señor Kiran Lightwood? Tenemos asuntos que tratar. – Pese a que las palabras del hombre eran corteses, había algo detrás de ellas que resultaba desagradable.

 Aquello le sorprendió. Generalmente, cuando llegaban hombres así a su casa a quien buscaban era a su padre. Estaba más que acostumbrado a ese tipo de visitas. Solían venir en busca de algún pedido fuera de lo ofrecido en el catálogo de la Joyería.

 Viendo que Kiran no contestaba, el hombre volvió a hacerlo.

 -          ¿Podemos pasar al interior? Hay asuntos importantes que tratar.

 Asintió, sacando las llaves con premura y encaminándose hacia el portal. Se hizo a un lado, permitiendo al hombre pasar. Kiran calculaba que aquel hombre debía tener unos 60 años, pero pese a ello, se movía con pasos enérgicos. El señor Rutherford colgó su abrigo y aguardó a que Kiran le ofreciera tomar asiento. Una vez se encontraban ambos lo suficientemente cómodos, habló.

 -          Bien, señor Lightwood. Como le decía soy el señor Rutherford. Quería venir a verle cuanto antes para poder ultimar los detalles de cómo va a seguir pagando las deudas.

 Se quedó perplejo. ¿Deudas? ¿Desde cuando él tenía deudas?

 -          Disculpe pero, no sé de qué me está hablando. ¿De qué deudas habla? – Preguntó Kiran.

 El hombre le estudio con ojo analítico, quizás buscando indicios de que Kiran mentía. Tras unos leves segundos, alzó un poco las cejas, pues no había sido capaz de encontrar engaño alguno.

 -          ¿No ha pasado el notario por aquí? Creía que… tras el fallecimiento de su padre…

 Aquellas palabras le golpearon como un jarró de agua fría. ¿Fallecimiento de su padre? Sintió como la sangre abandonaba su rostro. No. No podía ser. Su padre no podía haber muerto. Los navíos habían llegado hoy. ¿Cómo iba a saber nada aquel hombre? Sus pensamientos le abrumaban, hasta el punto que las palabras de Rutherford apenas llegaban hasta sus oídos.

 -          Tendrá que disculparme. Creí que ya estaría al tanto de lo sucedido en Theramore. La destrucción de la ciudad fue tan catastrófica que nadie, salvó aquellos que se encontraban fuera de está, sobrevivieron. Será mejor que me retiré por ahora, ya habrá tiempo de hablar sobre estos… asuntos. Tenga usted mi más sincero pésame.

 De haber alzado la mirada, Kiran habría podido ver como aquel hombre sonreía de pura maldad. Rutherford se levantó, y con una leve inclinación, marchó de la casa, dejando al joven quel’dorei sumido en sus terribles pensamientos.

 Su dolor era tan grande que apenas era capaz de respirar. Tras unos minutos, la tristeza dio paso a un profundo odio. Ya en el pasado los orcos habían matado a sus abuelos, más lo había dejado pasar puesto que les dominaba la sed de sangre. Había dejado pasar que los Renegados destruyeran Quel’thalas y asesinaran a su madre, pues comprendía que no fueron más que marionetas del Rey Exánime. Mas ahora no podía perdonar. La Horda acababa de matar al último familiar que le quedaba. Estaba solo.

 La desesperación  trataba de adueñarse de él. Junto a esta rezumó el  resentimiento hacia Ventormenta y la propia Torre de magos. ¿Por qué no habían movilizado a los magos? ¿De que servía todo aquel poder si a la hora de la verdad no podían utilizarlo para proteger a aquellos a quienes amaban?  De haber estado estos allí todo podría haber sido distinto.

 Las lágrimas bañaron su rostro. Ya era tarde. Su padre había muerto. Estaba solo en este mundo, y lo único que deseaba era que la Horda pagara por sus crímenes.

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