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Poco se habla del calor.

Durante los primeros meses que Valenric le parecía como encontrarse dentro de un horno; sentía cómo el sudor le empapaba la cabellera y le corría por la espalda hasta el trasero, bajo las anillas de malla de su armadura.

El olor a podredumbre había pasado a convertirse en la norma, le habría encantado decir que comenzaba a acostumbrarse, pero sería una mentira. Cuando creía que no podía encontrar una nueva fragancia, la combinación de cadáver pestilente al sol con perro muerto mojado durante días, aparecía cualquiera otra de las cosas que pululaban por las antiguas y hermosas tierras de Lordaeron para cerrarle la boca.

Aquella mañana, Valenric había viajado con Rupert Goldenbirch, que era lo más cercano que tenía la caravana a un líder propiamente dicho. Se trataba de un otrora soldado del Reino de Lordaeron, que había abandonado las fuerzas reales una vez que la situación en la ciudad capital los había sobrepasado, y se encargó de viajar hacia el noreste lo más rápido que pudiera para asegurar la seguridad de su familia, en su día, fue él quien había salvado a Valenric y la recién nacida Tynrae, mientras huían a través del desfiladero thalassiano.

Rognug, otro miembro de la caravana, era, junto a Gegle, su esposa, el dueño de una prolífica posada en Andorhal, aunque como él solía decir, ahora era dueño de un pequeño erial muerto, cortesía del Azote. Habían terminado tan al este de su hogar gracias al constante acoso de los No-Muertos.

Durante esa pequeña e improvisada incursión, el trío había estado siguiendo los rumores de una pequeña comuna ubicada entre las montañas, al este de Stratholme. Algunos supervivientes que habían atravesado la caravana mencionaban que ese era su destino final, pero Rupert siempre se había mostrado reacio a la idea de que algo así existiera.

Muy temprano, antes que la caravana comenzara a dar sus primeras luces de vida, Rognug despertó a Valenric, ya llevaba su martillo de guerra en manos. La barba roja y larga hasta las rodillas le daba un aspecto afable, pero la expresión en su rostro no podría parecer más contraria.

     Coge tu espadita mágica, Val, partimos en unos minutos.

Todavía no se acostumbraba a levantarse tan temprano, por lo que Rognug tuvo que volver dentro de otro poco para sacarlo casi a tirones de la cama. Aquella falta de disciplina del elfo había causado problemas más de una vez.

Cogió la armadura de mallas y fue colgándosela de a poco, pese a todas las veces que la había lavado, aun seguía apestando a las vísceras del zombi al que se la había arrebatado, frunció el ceño, mientras se ponía el peto, puesto que había inhalado directamente el apestoso olor; se ató el cabello en una coleta, y tomó un pañuelo que la que había conseguido impregnar con la esencia de hierbas aromáticas, pero aun así, la podredumbre de la descomposición era abrumadora.

Lo último que cogió fue a Morningstar, la hojarruna de la familia; tan desgastada y maltratada. Cubierta de sangre seca, no cabía duda que era un arma noble para tiempos más civilizados.

Echó un vistazo a Tynrae, quien dormía acurrucada en el seno de Elia, una humana que hacía de nodriza para la pequeña. El movimiento hizo que esta se despertara, pero Valenric simplemente se despidió con un cabeceo y una sonrisa.

Abandonó el grupo de carretas que componía la caravana y se acercó a Rupert y Rognug, el cielo comenzaba a clarear. Rupert vestía su antigua armadura del ejército, a excepción del tabardo de Lordaeron. Era un hombre alto, moreno y con el cabello castaño, tendría más o menos la misma edad de Valenric, pero en años humanos el hombre lucía más maduro que el propio elfo. La expresión en su rostro aquella madrugada no admitía equivocaciones; estaba molesto.

     Aye, ha llegado la bella durmiente. Rognug tenía la costumbre de anunciar lo evidente.

La mirada molesta de Rupert le siguió hasta que estuvo con ellos.

     ¿Dormiste bien, Valenric? Preguntó el humano, y en sus palabras había cierto recelo.

     Me ha tomado por sorpresa, es todo, buen amigo -Val sonrió con confianza y puso ambas manos a la cintura- ¿Y bien? ¿qué nos atañe en esta alborada de ensueño?

Antes siquiera de que terminara su última pregunta, Rupert se dio media vuelta y comenzó su camino, Rognug tuvo que esprintar un poco para colocarse a su lado. No eran un grupo demasiado equilibrado, puesto que les faltaba un arquero, al menos esa era la configuración estándar que Rupert siempre había tratado de respetar durante sus incursiones. Val caminaba un par de metros tras ellos, haciendo de vigía.

     Asumo que has escuchado de la comuna segura al este de Stratholme.

Habló el exsoldado tras andar unos metros, claramente se dirigía a Valenric, puesto que el enano no pareció centrarse en la conversación.

     Creía que habías dicho que era como el oro de los tontos, Goldenbirch. ¿Es que los humos de no-muerto por fin te trastocaron el juicio?

Rognug dirigió una mirada de advertencia al elfo, sólo eso. Tampoco sería la primera vez que la lengua afilada de Valenric le hubiera traído problemas.

     Envié a Marl a explorar hace un par de días y estaba convencido de que era real, de no ser por ello, no estaríamos en esta misión.

     ¿Y bien? ¿Por qué no vino Marl? Así podría llevarnos guiarnos y-

     Marl murió -le interrumpió Rognug de súbito- Pisó una de esas setas envenenadas y esa misma tarde ya formaba parte de las patrullas del Azote.

La había vuelto a cagar. Valenric lamentó en silencio la muerte de Marl, al que francamente conocía muy poco, pero las muertes en las caravanas siempre se resentían.

     Bah, una lástima… -continuó Rognug- esos cabrones redoblan sus patrullas con cada hombre que matan, todavía recuerdo cuando las personas trataban de escapar de Andorhal -Negó un par de veces- Una masacre.

El estómago de Val dio un vuelco, parecía ser el modus operando del Azote, destruir todo a su paso y, una vez estuviera hecho, matar a los desdichados sobrevivientes. Una escena demasiado similar le vino a la mente, mientras se escabullía para escapar de una de las aldeas fronterizas en Quel’thalas.

Continuaron el camino en silencio, eran capaces de divisar, en la lejanía, las torres de la muralla de Stratholme, aunque por muy poco, pues estas eran claramente opacadas por la gran nube de humo que se cernía sobre la ciudad.

Se decía que los Muertos Vivientes mantenían el incendio vivo para esparcir la Plaga hacia el noreste o matar a los vivos de las cercanías, otros aseguraban que se trataba de un recordatorio por parte del Príncipe Caído para el mundo de la vileza de su reinado.

Comenzaron a desviarse hacia el este, abandonando el camino principal y entrando en los bosques, que comenzaban a presentar los primeros rasgos de lo que, en el futuro, sería la putrefacción. Apestosos y gigantescos hongos crecían por doquier, algunos tan grandes que le llegaban a Rognug a la altura de la cintura.

Valenric, francamente, estaba a punto de lanzarse al suelo, muerto del dolor. Le pesaban las piernas y, por más que trataba, no conseguía acostumbrarse al peso de la armadura, o la vaina de Morningstar a la cintura que en más de una ocasión se entrometía en su camino y hacía que tropezara.

Sufría también de la apatía propia de la repetición; durante las primeras horas de viaje, se encontraba centrado en detectar cualquier sonido o movimiento a sus alrededores, pero a medida que el sol ascendía por sobre sus cabezas, simplemente se había dado por vencido. Asumiendo que sería una ronda normal, sin demasiado movimiento.

Se mantenía inmerso en sus recuerdos de Lunargenta, paseando por sus grandes callejones luego de abandonar los aposentos de la moza en turno, con la Magia formando parte del ambiente mientras se dirigía nuevamente a la biblioteca, para transcribir los pendientes vespertinos, cuando, como si lo hubieran zarandeado del cuello, se vio obligado a volver a su aterradora realidad.

     Una patrulla. -Rupert levantó el puño y alzó la voz, sin llegar a gritar- A cubierto, tras las rocas.

Rápidamente el trío corrió hacia el bosque a su derecha, Valenric sentía que el corazón latía en su garganta y se esforzaba por salir por la boca y no pasó demasiado tiempo hasta que la distancia entre sus compañeros y él fuera creciendo, de modo que Rupert tuvo que retrasarse un poco y, sin saber cómo lo hizo, empujó al elfo por los aires y terminó cayendo detrás de unos arbustos. Mientras que el par se escondieron tras los árboles.

Pese a la distancia que había entre el camino y su escondite, los tres pudieron vislumbrar a la oscura procesión que se avanzaba. Era liderada por una figura encorvada y vestida con una túnica negra, cargaba un báculo que en el que brillaba un fulgor azul, claramente mágico, como pudo sentir Valenric. Mientras que su cabeza estaba adornada con el cráneo de un toro.

Tras el nigromante, una decena de Muertos Vivientes marchaba tras él, oteando el camino en busca de sobrevivientes. Era bastante variopinto, a decir verdad. Ghouls, esqueletos y lo que parecían ser un humano recién levantado.

Fue este último que se retrasó unos pasos por detrás del resto de su comitiva. Deteniéndose justo en el punto donde el trío había abandonado el camino. Rupert desenvainó su espada de manera sigilosa, mientras que Rognug preparaba su martillo de guerra. Valenric, que apenas se estaba reincorporando de la súbita caída, esperaba a ver su reacción para saber cómo actuar.

Finalmente, el No-Muerto continuó su camino.

     Joder, por un pelo, ¿eh? Valenric sonreía aliviado.

Rognug se adelantó para seguir a la patrulla hasta que desaparecieran de su vista, y Rupert le fulminó con la mirada.

     Sí, por un pelo. Dijo de mala gana, pero le tendió una mano para levantarse.

El elfo se sintió mal, claramente desganado, no tenía pinta de estar ahí. Pero era tarde para regresar y les debía la vida a aquellos hombres, por lo que continuaron su camino.

Viéndolo en retrospectiva, no era muy difícil saber de dónde provenía la patrulla. Valenric, hoy día, podría asegurar que siempre lo supieron, pero aun así decidieron correr el riesgo. La vida en las Tierras de la Peste no era precisamente sencilla, por lo que cada rumor, cada pequeño foco de esperanza podía envalentonar a sus habitantes hasta tomar decisiones tan peligrosas como estúpidas.

Habrían pasado un par de horas a partir del medio día cuando el trío, avanzando con dificultad entre las colinas, cuando divisaron lo que parecía tratarse de una estructura de piedra, Valenric, siendo el ágil entre los tres, subió a una roca, con ayuda de sus compañeros, sólo para confirmar las sospechas.

     ¡Es un arco de piedra! ¡Y más allá hay unos edificios!

La emoción lo embargó igual que a sus compañeros, puesto que esta vez, ante el grito de alegría no hubo protesta ni regaño, ayudándose entre los tres, lograron ascender la piedra y dirigirse a la comuna segura.

En menos del cuarto de hora, estaban atravesando el arco de piedra, avanzando con cautela, aunque confiados en que encontrarían a un grupo de supervivientes. Las casas, mayormente de piedra con techos de madera, se encontraban en perfectas condiciones, y en el centro de la pequeña villa todavía se podían encontrar los restos de un fuego.

     Val, ve por ahí -señaló Rognug un camino hacia la derecha, con el martillo- yo iré por acá.

Morningosng asintió, observó cómo Rognug marchaba en dirección contraria y finalmente partió. Encontró una herrería y una pequeña parcela donde se habían estado cultivando verduras y legumbres. Se arrodilló, aun había zanahorias plantadas.

Estaba a punto de llamar a gritos a sus compañeros para recoger los cultivos cuando escuchó un estruendoso ruido proveniente del centro de la villa, tropezando, se puso de pie. Las manos le temblaban y el corazón nuevamente parecía estar en su garganta, trató en vano de desenvainar a Morningstar pero se rindió cuando escuchó los gritos de Rognug a Rupert y lo que no podía confundirse con otra cosa que no fueran sonidos de batalla.

Cuando por fin llegó al centro, Rognug y Rupert se encontraban espalda contra espalda, mientras una horda de zombis se acercaba a ellos. Eran por lo menos dos docenas de estos, Valenric sintió como las extremidades se le helaban, y el impulso de huir y abandonar a sus compañeros era tan tentador que por un momento dudó en ignorarlo, pero finalmente tomó la Hojarruna y logró desenvainarla exitosamente, mientras cargaba en su ayuda.

Sus movimientos eran pobres y poco efectivos. Sus tajos nunca eran lo suficientemente profundos como para cercenar una extremidad y constantemente el filo de Morningstar se quedaba enterrado en los huesos, de modo que el elfo tenía que hacer un esfuerzo extra para arrancarla de ahí.

Rognug lanzaba potentes golpes con el martillo que destrozaban los torsos de los muertos vivientes, mientras que los tajos de Rupert eran siempre certeros. Pero estaban en clara desventaja numérica.

     ¡SON DEMASIADOS! -Gritó Rognug en un momento de la pelea- ¡HAY QUE APARTARLOS Y MOVER EL CULO!

Valenric alcanzó a ver cómo, un segundo después, el enano se giraba para aplastar el cráneo de una de las criaturas, ellos estaban a un par de metros entre sí, mientras que Rupert estaba claramente más lejos… en un momento de calma, Val comprendió que se estaba acercando cada vez más al centro de la villa.

     ¡Rupert, vuelve aquí, carajo! Gritó el elfo.

Rognug trataba de despejar el camino, pero eran demasiados, salían de dentro de las casas y los sótanos del lugar, casi parecían ignorar a Valenric, que lanzaba tajos a diestra y siniestra para menguar la marea de muertos, la muñeca le dolía y sentía que de un momento a otro se saldría de su lugar.

Pudieron haber sido segundos, minutos u horas lo que estuvieron combatiendo, pero a Valenric le pareció una eternidad. Para cuando terminó la jornada, estaban hechos polvo. La armadura del elfo estaba prácticamente tenía el peto destrozado y tenía heridas de importancia. Rognug estaba sentado sobre una marea de cuerpos destrozados. Le habían herido en la cabeza y tenía la pierna magullada, por lo que se aproximó para tratar de usar las pocas vendas que traía en él.

Rupert estaba en el centro de la villa, quizá era el que había recibido la peor parte. Parecía al borde de un colapso nervioso, estaba lleno de moretones y heridas en los brazos y el pecho. Un hilillo de sangre le corría por la boca, y se mantuvo ahí un rato.

Con la pierna entablillada, Valenric ayudó a Rognug a hacer el camino hacia su líder, quien estaba por levantarse, cuando un sonido se escuchó dentro de una de las casas más cercanas a él. Parecía que alguien se había movido en su interior, por lo que Rupert rápidamente se puso de pie y se dirigó hacia ella.

     ¡Layla! ¡Mathias! -Corría el humano, que apenas podía con su vida- ¡Estoy aquí! ¡Sólo tienen que salir!

Rognug y Valenric se acercaron corriendo tras él, ya había entrado a la casa y la fuente del sonido provenía de lo que, supusieron, había sido la cocina.

Se trataba de un muerto que se retorcía dentro del lugar, las piernas no le servían y parecía tener el seso de fuera, pero se aferraba de una manera extraña a su no-vida, pues nada más verlos entrar lanzaba mordidas y trataba de atacarles con sus huesudas manos.

Rupert estaba claramente llorando, hasta ese momento, Valenric no sabía que el motor de aquella incursión era el encontrar a su familia. El humano se dirigió a una esquina, a sollozar en silencio, Rognug se acercó al muerto y lo remató con el martillo, un golpe para nada limpio.

     Tu familia no estaba aquí, Goldenbirch. -dijo Val, empatizando con el humano y tratando de darle algo de apoyo moral- Mira sus orejas, Rupert. Estos eran supervivientes de Quel’thalas.

Rupert, quien en un momento había pasado de ser el más marcial de todos los soldados a ser un pobre hombre en busca de su familia, ignoró en primera instancia al elfo, mientras trataba de limpiar las lágrimas de su rostro.

     Ése es el problema, Morningsong, nunca están ahí donde busco.

Salieron de la villa e hicieron el resto del camino en silencio, debían darse prisa si querían volver a la caravana antes que anocheciera, donde las fuerzas del Azote eran todavía más peligrosas que de costumbre.

Sin embargo, aquella imagen del sufrimiento le calaría a Valenric por el resto de sus días, la búsqueda del pobre hombre de reunir a su familia.

Se despertó creyendo que había gritado, en sus aposentos de Ventormenta.

Salió rápidamente de la cama, sin notar que todo había sido un sueño, la pesadilla de un recuerdo. Abandonó su habitación y fue directamente a la de Tynrae, sólo para encontrarla vacía.

Estuvo por mojar sus pantalones, cuando volvió por fin en sí. No estaba en las Tierras de la Peste, luchando día tras día por sobrevivir. Habían pasado diez años de aquel día en que habían fracasado nuevamente en la búsqueda de los Goldenbirch. Ahora, tenía una nueva vida en Ventormenta.

     ¿Cómo va tu búsqueda, viejo amigo? Se preguntó en voz alta.

Leyó la última carta de Rupert, en la que le hablaba con lujo de detalle de sus andanzas por las Tierras de la Peste, ahora lideraba un escuadrón de la Cruzada Argenta. Aun tenía la esperanza de encontrar a su familia. Valenric elevó una plegaria a la Luz y se dispuso a preparar sus cosas para un viaje.

Sería la última noche que durmiera lejos de Tynrae en mucho tiempo.

 

Spoiler

Un pequeño relato sin trabajar referente al pasado poco explorado de Valenric. La calidad flaquea puesto que lo escribí en poco tiempo >.<

 

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