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¿Qué es la vida si no una sucesión de años sobre el cuerpo y el atesoramiento de recuerdos en nuestra mente?

Recuerdos que no siempre tienen que ser amables, para nuestra desgracia… O quizá para nuestro beneficio, pues de cualquier vivencia se saca un aprendizaje,  y es bien sabido que sin un equilibro en todas las cosas el mundo, quizá, dejaría de ser tal como lo conocemos.

El primer recuerdo de aquella pequeña quel’dorei de cabellos dorados, cuerpo menudo, y ojos de un suave celeste, es el perfume del éter en la enfermería del hospicio; ese aroma desagradable y picante que a ella le parecía lo más curioso del mundo, de ese pequeño mundo infantil suyo que sólo había conocido los muros de piedra de aquel hospicio y el cariño de las buenas gentes que en él trabajaban voluntariamente.

Pero no había dolor ni drama en aquello, la infancia de Elyrien había sido feliz. A ella le gustaba pulular por aquellos corredores e ir a la enfermería, donde se colaba siempre que podía y miraba el quehacer de las sanadoras que prestaban allí servicio.

- ¿Pero ya estás aquí otra vez, criatura? – tropezó con ella una elfa enjuta y de rostro algo severo - ¿Por qué no vas fuera, con los demás, a que te dé un poco el sol?

- Porque me aburro – respondió decidida la pequeña.

- ¿Cómo qué te aburres? ¿Prefieres estar aquí estorbando? ¿No ves que con los utensilios que hay en la enfermería podrías hacerte daño?

- ¿Qué ocurre? – preguntó al pasar otra gentil de cabellos blanqueados por la edad  y la bondad reflejada en una sonrisa tenue, observando primero a la adulta y luego a la menor

- Lady Nïniel esta chiquilla se empeña en usar la enfermería como campo de juego

La dama de cabellos níveos bajó los ojos violáceos hasta la pequeña y luego se inclinó ligeramente hacia ella para quedar relativamente a su altura.

- ¿Cómo te llamas, pequeña? – sonó de nuevo aquella voz delicada y amable.

- Elyrien

- ¿Y por qué no estás fuera con los demás? Hoy hace un bonito día de primavera, con todos los colores y los perfumes de esta época que se muestran sólo para ti.

- Yo no quiero jugar, señora, quiero aprender a curar a la gente, como hacen aquí – señaló la niña hacia el interior de la enfermería. La dama se incorporó alzando las cejas por la determinación mostrada por aquella criatura a tan tierna edad.

- Yo me encargo, hermana – asintió entonces a la otra quel’dorei

Y a partir de aquel momento, lady Nïniel, una dama de alta cuna que renunció a sus posesiones, su título, e incluso a formar su propia familia en favor de la de otros, se convirtió en la mentora de aquella niña curiosa y resuelta.

La dama le enseñó el conocimiento del cuerpo humano, el arte de la sanación a través de los instrumentos que la Naturaleza otorga, e incluso le enseñó a tocar algunos instrumentos. En definitiva, la educó para que, aunque no fuera una dama por nacimiento, sí pudiera mostrar las formas y maneras de una noble gentil, complementando así los otros saberes que había adquirido en el orfanato: leer, escribir, coser, cocinar….

- La educación es el mayor tesoro que tendrás en esta vida, mi pequeña Elyrien. Aprende a ser cortés con los demás pues una palabra amable la agracederá  el noble de nacimiento pero aún más el moribundo al que consolarás en su último tránsito.

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La vida transcurría tranquila en el hospicio, Nïniel le había dado un hogar a la joven elfa pero había tenido cuidado, a pesar de mostrarse amable y protectora con ella, de que la relación entre ambas no fuera más allá de tutora y pupila pues la dama sabía que eran muchos años ya los que había sobre sus espaldas y el fin no habría de andar muy lejos; no quería que el disgusto para la joven fuera mayor del necesario.

- ¿Sabes que en esta época es cuando los pajarillos echan a volar y marchan de sus nidos? – comentó un día mientras paseaban. Elyrien la miró, comprendiendo lo que quería decirle, y del mismo modo que ella la había entendido, la dama pareció adivinar sus pensamientos – No, no me molestas en absoluto, pero quiero que seas una dama fuerte e independiente, Elyrien, y no lo serás si siempre llevas un lastre contigo.

- Pero tú no eres ningún lastre, Nïnny, eres mi Maestra.

La risa suave y taimada de la elfa de cabellos plateados ascendió cual ave entre la fronda de los altos árboles que les rodeaban.

- Ay pequeña… Lo sé, ¿pero entiendes lo que quiero decir?

- Creo que sí – Asintió ella

- Me alegro, porque te mudas mañana – Elyrien abrió los ojos como platos – Te he conseguido una casita pequeña en las lindes de la ciudad.

- Pero si no tienes….

- Ah, querida, puede que ya no posea fortuna pero aún tengo quien me debe favores – le guiñó un ojo.

- Eso está mal –puntualizó la jovencita.

- Está mal si te cobras los favores de forma ilícita, pero no es mi caso, el dueño de la casa la tenía abandonada y me la cedió gustoso cuando le comenté que mi pupila buscaba un sitio para iniciar su vida de manera independiente.

Y de este modo, la joven Elyrien comenzó su andadura en solitario.

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A medida que pasaba el tiempo la joven ganaba reconocimiento por su buena labor y su carácter amable, y aparte de su voluntariado en el hospicio se ganaba la vida como aprendiz de uno de los apotecarios de la ciudad; además, las visitas a su pequeña casa para pedir remedios herbales a dolencias leves era un incesante goteo que muchas veces la tenía despierta hasta la madrugada.

Pero ella disfrutaba con todo aquello, ayudando a los demás, siempre lo había tenido claro, siempre había sabido que aquella era la vida que quería vivir, así que podía decir que seguía siendo feliz.

Aquella tarde había salido algo más tarde a recolectar hierbas, sabía que a aquellas horas no era recomendable transitar por aquella zona del bosque, pero no tenía más remedio que hacerlo pues necesitaba los ingredientes para hacer un preparado que necesitaba, al menos, de tres noches de maceración.

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Tenía la costumbre de que, al tiempo que recogía con mimo y dedicación las plantas, entonaba alguna canción a modo de personal agradecimiento a la Naturaleza y a la propia planta por el servicio que iba a ofrecerle; también se entretenía en anotar en su libretilla de campo todo aquello que le iba viniendo a la mente sobre las hierbas que recolectaba, o los descubrimientos fortuitos que hacía sobre el terreno. Y estando en estos menesteres vio que la noche ya se había cernido sobre el bosque, así que recogió con premura sus útiles de recolección y guardó cuidadosamente las plantas en el cestillo de mimbre que había traído, y al incorporarse le pareció escuchar algo, pudiera haber sido el crujir de unas pisadas sobre la hojarasca del bosque, quizá algún animal, y apeló al Sol y a la Luna, pues ella creía en la dualidad de las cosas, para que no fuera un animal peligroso.

Comenzó a caminar con premura, no había vereda, pero ella conocía la senda, llevaba años recorriendo aquellos mismos caminos trazados en su mente, donde sabía que las plantas que necesitaba crecían. Y a medida que pasaba por entre los árboles, de tanto en tanto, miraba atrás pues las pisadas ahora parecían más cercanas: eran lentas, como el arrastrar de unos pies cansados, y reverberaban en el bosque no dejando claro de dónde provenían. Estando con el rostro vuelto hacia atrás para comprobar que nadie la estuviera siguiendo, sintió que unas manos la aferraban por los hombros y la detenían. Con un grito aterrado volvió la vista al frente para comprobar cómo el dueño de aquellas manos soltaba su presa y caía a sus pies.

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- Ayudadme…. mi señora…. Os lo ruego…. – imploró el joven de caras y ensangrentadas ropas que se había desplomado ante ella.

Como buenamente pudo lo ayudó a incorporarse y, a pesar de estar malherido, lograron llegar hasta la casita que la gentil llamaba hogar, sin embargo las heridas ya se habían infectado. La aprendiz de galeno limpió y suturó cuidadosamente cada laceración y las trató para que no volvieran a contaminarse pero la fiebre tuvo al joven sin nombre durante varios días delirando palabras ininteligibles.

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Elyrien envió una misiva a su Maestra para informarle de que estaría ausente de su tarea en el hospicio durante el periodo de convalecencia del elfo, y de igual modo envió otra carta al apotecario para excusarse por los días que no acudiría a atender la botica.

Mientras los días pasaban, el desconocido parecía ir recuperando poco a poco la salud perdida y entre tanto, Elyrien no estaba ociosa; la gente visitaba ahora más asiduamente su casa para que atendiera sus dolencias o, muchas veces, simplemente para hablar, pues la joven, paciente y amable, escuchaba los problemas o aflicciones de aquellas personas que llegaban a ella para desahogarse, incluso algunos días leía cuentos a un pequeño grupo de niños que ya parecían ser habituales por la casa.

- ¿Por qué hacéis eso? – preguntó el joven cuando ella fue a atender su estado aquel día.

- ¿Hacer qué?  - inquirió ella mientras cambiaba el vendaje del pecho por uno limpio tras comprobar que las heridas cicatrizaban de manera correcta.

- Escuchar a esa gente. No vienen a curar heridas ni a pedir tratamientos – preguntó sin maldad o egoísmo en sus palabras, simplemente por pura necesidad de entendimiento puesto que la mayoría de la gente se movía por interés en aquella ciudad.

- A veces el escuchar tiene unos efectos curativos mejores que la mejor de las medicinas – respondió ella con una sonrisa cálida mientras volvía a colocarle el sencillo jubón de cama con el que lo había vestido.

El joven la miró, observando cada detalle del bello rostro de la aprendiz y preguntándose qué la movería entonces a ese altruismo extraño.

- Me llamo Eltharion.

- Yo soy Elyrien – respondió con aquella voz suave, mirándole a los ojos y manteniendo la sonrisa que parecía acompañar siempre a sus palabras.

La joven se ofreció a ir a buscar a la familia del muchacho, pero él le rogó encarecidamente que no lo hiciera, contándole que estaba inmerso en un conflicto de intereses por parte de sus padres, quiénes lo querían prometer con la primogénita de una notable casa de la ciudad para que el apellido Crimsonlight medrara en política igual que lo había hecho en riquezas.

A los pocos días, Elyrien retomó su día a día puesto que el muchacho ya estaba lo suficientemente restablecido como para valerse por sí mismo aunque aún estuviera convaleciente; iba a la apoteca, echaba una mano en el hospicio, pasaba por la biblioteca y regresaba a casa. Aquel era su itinerario la mayoría de días, y el poco tiempo libre del que disponía lo dedicaba a las personas que la visitaban. Nïnny le había dicho que debía de guardar tiempo para ella, por mucho que le pareciera que el mirar por los demás la llenaba por completo.

- Hay un tiempo para los demás y un tiempo propio, uno para pensar en ti, en las cosas que te gustan y que no tienen que ver con el prójimo ni con la ayuda que prestas, Elyrien. Créeme, sé de qué hablo, querida. Al principio piensas que toda esa satisfacción personal llenará tu día a día, pero cuando te das cuenta, estás en una casa vacía con el tiempo en tu contra.

- Pensé que tu elegiste este camino – la observó con aquellos serenos ojos azules.

- Y lo hice, y estoy orgullosa de las cosas que he hecho – respondió la dama, con un deje nostálgico en la voz, perdiendo la mirada en el horizonte de aquel precioso atardecer - pero si pudiera volver atrás elegiría otro camino, uno no muy diferente, uno con un esposo y quizá un hijo…. – Un suspiro quedo puso punto final a aquella conversación y ninguna de las dos sintió la necesidad de continuarla pues ambas sabían lo que la otra pensaba.

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Finalmente Eltharion regresó a su hogar, donde le esperaba una vez más la presión de su apellido. Cuando lo hizo, llevó a Elyrien consigo y la presentó a sus padres, quiénes de manera bastante poco considerada le dieron las gracias ofreciéndole una abultada bolsa en pago a sus cuidados y la instaron a marcharse. La aprendiz de galeno no pareció tomarse a mal aquel comportamiento y, al contario, sonrió agradecida pero se negó a aceptar el pago, diciendo que en su lugar, donaran aquel dinero al hospicio.

- Lo siento – se disculpó Eltharion cuando la acompañó a la puerta.

- ¿Por qué? Si no ha pasado nada – restó importancia ella a lo ocurrido al ver la rabia contenida en los ojos azules del gentil  y su mandíbula tensa – Cuidaos, y no volváis a salir al bosque en las mismas circunstancias en que lo hicisteis esta vez, la ira no es buena consejera y embota los sentidos – recomendó, amable, para luego salir.

A pesar de la advertencia de sus progenitores, Eltharion siguió viendo a la joven apotecaria, yendo a buscarla cuando salía de la botica, visitándola en el hospicio, intercambiando miradas y sonrisas furtivas cuando él estaba acompañando y se encontraban en algún lugar…

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Compartían pequeños ratos siempre que podían y se contaban al uno al otro todo de sí, hasta darse cuenta de que, de aquellas partes del todo que forman el Universo, dos pequeñas piezas habían vuelto a unirse, y aunque la relación había de ser del todo clandestina, a ellos no les importaba mientras pudieran saber que se tenían el uno al otro.

El tiempo pasó deprisa, todo lo deprisa que pueden pasar los años para los que viven centurias.

La joven sanadora continuaba sus estudios al tiempo que el primogénito y único hijo de la casa Crimsonlight seguía su guerra personal contra los suyos y, de nuevo a espaldas de su familia, aprendía el noble oficio de la herrería.

Como cada noche, Elyrien había cerrado ya la puerta de su casa, que solía estar abierta para que quienes acudían a ella en busca de ayuda pudieran entrar libremente. Un par de golpes secos sobre la madera de la puerta llamaron su atención, pensó que sería alguna urgencia y acudió a abrir.

Ante ella estaba el rostro altivo de la madre de Eltharion, quien le sonrió y le pidió permiso para entrar.

- Buenas noches, querida, perdonad que os moleste a estas horas pero necesito de vuestra ayuda.

- Claro, mi señora, lo que necesitéis – asintió ella – Iba a preparar té, ¿os apetece?

- Sois muy gentil, pero he de declinar vuestra oferta pues no dispongo de mucho tiempo. Veréis, sé que os seguís viendo con mi hijo – Ante aquellas palabras la sonrisa se desdibujó del rostro de Elyrien, quien se sentía como una niña pequeña a quién le hubieran pillado haciendo una trastada – Sé que le amáis realmente y precisamente por eso estoy aquí – Un pequeño rayo de esperanza pareció iluminar los ojos de la aprendiz quien pensó que quizá los padres del muchacho habían entrado en razón – Si realmente le queréis, no querréis ser culpable de que su futuro se trunque, ¿verdad? Eltharion tiene ante sí una carrera política que podría ser más que notable, pero si abandona todo eso ahora ¿qué le espera? ¿Deslomarse arando un campo? ¿Trabajar de sol a sol por un sueldo miserable? Sé que le queréis, pero a veces, querida, el amor no es suficiente.

- Pero…

- Sí, ya sé que sois una buena persona, que sois voluntaria en el hospicio y que la gente de por aquí habla maravillas de vos, pero decidme ¿qué podéis ofrecerle? Os hablo de un futuro prometedor, una vida llena de éxitos, y todo eso se irá al traste si renuncia a ello en favor de una vida humilde  – la quel’dorei tomó las manos de Elyrien y la miró a los ojos – Quizá no lo entendáis porque no sois madre aún pero cualquier madre desea lo mejor para sus hijos, y eso es lo que quiero para Eltharion, querida. Apelo a vuestra razón y a la generosidad de vuestro corazón, que sabrá hacer lo correcto.

Tras la conversación con Lady Crimsonlight, Elyrien no volvió a ver a Eltharion. Por mucho que él trataba de buscarla en los sitios que solía frecuentar, ella variaba sus rutinas para no coincidir, hasta que un día volvieron a encontrarse, y aunque al principio ella no soltaba palabra e inventaba excusas difusas finalmente tuvo que claudicar y contar la verdad.

Ese mismo día, y tras una fuerte e irreconciliable discusión con sus padres que culminó con la amenaza de ser desheredado si continuaba en su empeño de no seguir los planes designados para él, Eltharion se mudó a la pequeña casa de la aprendiz.

- Me hubiera gustado darte esto en otras circunstancias – dijo él con aire afligido mientras tomaba una caja alargada de entre las pocas cosas que había traído y se la entregaba. Al abrirla, Elyrien encontró un precioso y delicado vestido de color blanco y dorado bordado en hilo de oro.

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- Es…. lo más bonito que he tenido nunca – sonrió con los ojos algo empañados por la emoción pues no era alguien de darse muchos caprichos y, aunque la ropa era una de sus pasiones y había aprendido a coser para hacerse la suya propia, su salario no le permitía hacer grandes desembolsos para estos menesteres.

- Te equivocas, lo más bonito que tienes, siempre estará aquí – respondió él poniéndole la mano sobre el corazón.

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La apoteca estaba a punto de cerrar, Elyrien barría el suelo para dejar todo listo para abrir a la mañana siguiente cuando se escuchó un griterío afuera.

- ¿Qué ocurre, Elyrien? – preguntó el boticario asomándose desde la trastienda - ¿Es algún altercado?

- No lo sé – dijo abriendo la puerta y saliendo fuera para comprobarlo in situ.

Al hacerlo vio a algunas personas correr calle arriba diciendo cosas inconexas, hasta que preguntó a un quel’dorei que pasó junto a la botica.

- ¿Qué es lo que ocurre?

- Dicen que la defensa de los monolitos se ha roto – contó con apremio el elfo.

- Pero eso es imposible – dijo el boticario, que acababa de salir para enterarse de la noticia, negando con gesto incrédulo.

Entonces se oyó un siseo en el cielo, y una estrella fugaz de color negro dejó una parábola bruna a su paso. Los ojos de los tres quel’dorei que estaban hablando siguieron el recorrido de aquel meteoro y observaron horrorizados cómo lo que parecía ser una concatenación de cadáveres descompuestos y unidos entre sí por algún tipo de magia oscura se estrellaba contra una de las torres de la biblioteca dejando tras de sí un agujero que hizo que la construcción se estremeciera. Entonces... se desató la vorágine.

La gente de Lunargenta, confundida, se echó a la calle para comprobar cómo un sinfín de proyectiles oscurecían la tarde. Nadie sabía a ciencia cierta qué es lo que estaba pasando pero el caos se desató en poco tiempo en la ciudadela a medida que las construcciones y las calles iban quedando reducidas poco menos que a escombros salpicados de los restos putrefactos de los cadáveres con los que estaban siendo bombardeados.

El boticario cogió por el brazo a Elyrien y tiró de ella hacia dentro del establecimiento pero entonces un joven elfo llegó gritando el nombre de la gentil.

- Lady Elyrien – la llamó por el título de cortesía por el que solían referirse a ella en actitud de respeto y gratitud por el trabajo que desempeñaba cuidado de su prójimo – tenéis que venir conmigo a la sala de curas, aquello es un caos, hay muchos heridos, los sanadores no dan abasto –apremió con gesto angustiado.

- Ni hablar, no es seguro, lo mejor es encerrarse y esperar – negó el apotecario.

- Tampoco es seguro encerrarse, mi señor – dijo con la cortesía largo tiempo aprendida con la que solía tratar a todo el mundo – y además mi sitio está con los que me necesitan – y asintió al elfo, quien echó a correr alejándose seguido por ella.

El panorama en la sala de curas era espeluznante, los heridos no paraban de llegar y se amontonaban en las tres salas disponibles mientras los sacerdotes trataban indiscriminadamente a los que iban llegando viéndose sobrepasados por la situación. Por todos lados se escuchaban gritos de angustia y dolor, y peticiones de auxilio. Elyrien caminaba por entre quel’dorei malheridos, muertos, y mutilados mientras el sonido de los derrumbes y los gritos de terror se filtraban por todas partes. El suelo temblaba de tanto en tanto bajo sus pies y cuando pasó junto a una cama alguien le agarró de la manga del vestido y dio un tirón seco, desgarrándole las costuras del hombro.

- A…Ayudadme…. por piedad… – pidió un quel’dorei mirándola suplicante. Elyrien bajó la mirada hasta su vientre, totalmente desgarrado y cuyos intestinos eran una masa sanguinolenta más fuera que dentro de su cuerpo.

- Tranquilo – le dijo agarrándole con afecto la mano empapada en sangre que el elfo aún tenía aferrada a su manga – Haré que el dolor desaparezca – le sonrió cálida, y rápidamente fue hacia una vitrina de dónde sacó una jeringa y un pequeño frasco con un líquido violáceo. Llenó la cánula con el fluido del frasco y buscó una vena en el macilento brazo del elfo – Ahora dormid, por la mañana os sentiréis mejor – mintió con entereza a sabiendas de que lo que le había inyectado lo dormiría para siempre, y cuando el quel’dorei cerró los ojos ella miró alrededor contemplando la descoordinación reinante que hacía que se atendieran heridas leves y se dejara en espera a los heridos verdaderamente graves. Caminó hacia un elfo con el que había compartido multitud de horas en el estudio de la medicina y le habló con firmeza.

- Debemos de separar por gravedad a los heridos, los sacerdotes no pueden curar heridas que no sean realmente de vida o muerte, si no morirá mucha más gente de la que ya va a perecer de por sí. Tenemos que ayudarles– Miró alrededor y vio un escritorio, se dirigió a él entre el tumulto y regresó con dos frascos de tinta, uno negro y otro rojo – Toma, haz una marca en la frente, si está ensangrentada límpiala primero para que la marca se vea con claridad, roja a los graves, negra a los que ya no se pueda hacer nada por ellos.

- ¿Vas… vas a dejar morir a la gente, Elyrien? – la miró el elfo como si fuera una hereje.

- En situación normal sabes que no daría a nadie por perdido, Phaeron, pero estamos ante una situación extrema.

- Yo… yo no puedo hacer eso… no puedo decidir quién vive o quien muere – negó mientras recibía en sus manos los dos frascos de tinta.

- Tú no decidirás nada, otros ya lo han hecho por ti. No te sientas culpable, estarás haciendo lo correcto, podremos salvar más vidas si priorizamos – puso su mano sobre la de él y la apretó suavemente para infundirle valor, asintiendo - Di a alguien que te ayude a agrupar a los heridos por las marcas, los que no sean graves que los pasen a esta sala y les trataremos aquí, los que estén graves que los pasen a la sala de al lado, yo avisaré ahora a los sacerdotes y habilitaré una sala para los desahuciados – y sin decir más se marchó para comenzar con su parte de la labor

La tarde agonizaba entre gritos, dolor y muerte, y las noticias que iban llegando eran cada vez más funestas. Se decía que la Plaga recorría los bosques de Quel’Thalas, que la general Sylvanas había caído, y que la organización de forestales y magos no sería ya suficiente para detener al ejército cuyo objetivo, al parecer, era la Fuente del Sol.

Elyrien operaba de urgencia a una quel’dorei embarazada para poder salvar al bebé ya que el corazón de la madre apenas si latía. Entonces el suelo tembló de nuevo, y una grieta en el techo avanzó como un rayo negro dibujado sobre firmamento blanco.

- ¡Cuidado, el techo va a caer! – advirtió alguien, pero la quel’dorei hizo caso omiso y continuó con su tarea, ya faltaba poco, sólo tenía que cortar la bolsa y sacaría al pequeño.

- Ya casi está – se dijo a sí misma en un susurro, pero cuando iba a deslizar el bisturí sintió cómo alguien la agarraba por los hombros y tiraba de ella hacia atrás cayendo ambos al suelo justo a tiempo para que  los escombros que cedieron del techo al hundirse parcialmente no la aplastaran – ¡¡¡No, no, no!!! – gritó al comprobar cómo los cascotes habían cubierto casi por completo a la parturienta a su nonata progenie.

- ¡Elyrien, ya no puedes hacer nada, tenemos que salir de aquí, el edificio amenaza con derrumbarse! – le dijo Phaeron con premura, a lo que ella se levantó y caminó desesperada por entre las camillas y las gentes agonizantes.

Las paredes de casi todas las salas tenían grietas que las recorrían como venas oscuras que con cada pulso se hacían más extensas, Elyrien entró en la estancia donde habían colocado a los cadáveres y se apoyó en la pared dejándose resbalar hasta que se sentó en el suelo llevándose las manos a la cara, y por primera vez se permitió el lujo de desfallecer sollozando desesperada hasta que poco a poco recobró la compostura y sacudió la cabeza negando, se pasó las manos por las mejillas, ensangrentándolas, para retirar las lágrimas y se puso en pie, carraspeando ligeramente para volver a sacar fuerzas de flaqueza y dirigirse una vez más a la enfermería.

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- ¡Hay que evacuar!, ¡han entrado en la ciudad! – se oyó a alguien decir mientras entraba como un vendaval en el dispensario, pero no bien hubo dicho estas palabras cuando un siseo se abalanzó sobre el edificio y ante la explosión de sombras negras las paredes terminaron por ceder.

Cuando recobró la conciencia el sonido sereno de la que había sido una ciudad tranquila y asombrosamente bella era ahora una amalgama de explosiones, gritos de pánico, y un zumbido incesante. Las columnas de humo negro se alzaban por doquier y una bruma verdosa avanzaba por entre las desdibujadas calles de la ciudadela.

La quel’dorei se puso en pie y una terrible punzada de dolor le impactó como un dardo haciéndole llevarse las manos a la cabeza. Miró a su alrededor… Sólo había escombros y muerte, y avanzó como pudo para salir de lo que quedaba de la enfermería decidida a encontrar a gente aún con vida para ayudarles a salir de allí.

- ¡Elyrien, gracias al Sol! – escuchó una voz familiar que se le acercaba, y sintió un abrazo afectuoso y reconfortante entre todo aquel caos. Eltharion la separó de sí y la observó, con la urgencia de la situación - ¿Estás bien?

- Sí… sí… Voy a buscar a la gente que….

- No hay tiempo para eso – negó él, rotundo.

- Pero Eltharion la gente nos necesita – le miró incrédula al escuchar de su boca aquellas palabras.

- No hay nada que hacer ya, Elyrien, la ciudad se muere entre cenizas y ponzoña, ¿quieres quedarte y perecer con ella o prefieres ver otro amanecer y poder salvar la vida de otros el día de mañana? – apeló el elfo, conociéndola bien, a lo único que sabía que le haría entrar en razón en aquellos momentos.

- ¡Ninny! – trató de soltarse del agarre de él, quien la retuvo por el brazo y negó una vez más.

- Es tarde para ella, al no encontrarte en la botica ni en casa fui a la suya… – contó con gesto circunspecto – … Parte del techo y la pared había cedido y yacía bajo los escombros.

- ¿Pero comprobaste si….?

- … Elyrien – le puso las manos sobre las mejillas y la miró a los ojos; no necesitó decir más, ella sabía que si afirmaba aquello era porque lo había comprobado. Eltharion no era de los que huían sin más. Asintió, bajando la mirada y comenzando a llorar amargamente, él le  dio un beso fugaz en los labios y ambos echaron a correr, cogidos de la mano, entre muerte y desolación, tratando de alcanzar una de las salidas de la ciudad que aún no habían sido tomadas mientras el cielo nocturno, que siempre había mostrado la tranquilidad de un cielo estrellado, era ahora pasto del humo y el reflejo del fuego y la ponzoña que devoraba la Joya del Norte.

.

.

.

- Elyrien…. Elyrien… despierta – una voz masculina y susurrante le hizo abrir los ojos despacio, respiraba agitada – ¿De nuevo esa pesadilla? – la quel’dorei asintió – Vamos, tenemos que prepararnos para partir, Ventormenta dista mucho de aquí – sonrió,  le hizo una afectuosa caricia con el dorso de los dedos sobre la mejilla y luego le besó en la contraria, incorporándose del lecho donde estaba sentado junto a ella.

Y de aquel modo, la pareja abandonaba la seguridad que les había brindado aquel maravilloso lugar llamado Quel’Danil para enfrentarse, una vez más, a la incertidumbre que despierta el dirigirse a iniciar una nueva vida a un lugar desconocido.

 

 

 

Editado por Augwynne
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