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Destellos del pasado: la decadencia de Lord Gillmere


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Umber apretó con fuerza la mano del caballero, de aquel heredero de casa noble a quien podía, con orgullo, llamar su pariente. Sir Arden le devolvió el apretón, observándole con una leve sonrisa que era muy poco habitual en su adusto rostro, sobre todo en aquellas épocas oscuras. Para el joven ponientí el stromgardiano era como un mentor, y le hacía sentir bien que confiara en él; no dudaría en ayudarle con lo que fuera, para que siguiera siendo así. Y por eso había ido hasta allí, al Casco Antiguo de Ventormenta, claro.

- Me alegro de verte, Umber. Confío en que no te haya causado ningún inconveniente, citándote aquí con tan poca antelación.

- No os preocupéis por eso, Sir Arden. Siempre estoy dispuesto a ayudar.- solo tras decir aquellas palabras notó Umber que tras el caballero, que por una vez no llevaba su armadura si no un atuendo elegante pero modesto, se encontraba un hombre que claramente iba con él. Era un hombre más joven que el mismo Arden, de rostro pálido cabello graso y negro como el carbón, vestido con atuendos que sugerían un estilo de vida burgués. El tipo le devolvió la mirada a Umber, y este sintió un escalofrío; era una mirada fría, casi de desprecio.

- Ah, veo que ya te has fijado en mi hermano. Brynden, Umber... ya os he hablado al uno del otro en varias ocasiones. - Sir Arden, escueto como siempre, les invitó a que se dieran la mano; cosa que Umber hizo sin dudar, aunque al hermano del caballero se le veía algo desconfiado. El alto soldado se fijó en quien tenía delante; desde luego, lo más llamativo de aquel Brynden era lo bajito que parecía junto a sus dos acompañantes. Sir Arden, aunque no era tan grande como Umber, sí que era un hombre de gran estatura; su hermano, en cambio, era más bien mediano, lo cual le hacía parecer cómicamente pequeño junto a los otros dos.

- Es todo un placer, maese Brynden. Tenía ganas de conoceros; supongo que vuestro hermano ya os habrá contado sobre mi relación con vuestra Casa y--

- Si, si, ya conozco esa historia. Nieto del tío Duncan, que se perdió hace ya tanto tiempo, etcétera etcétera. No sigas con eso de "maese" y hablarme de vos; a mi hermano pueden gustarle esas formas tan estiradas, pero a mi no me vas a ganar con algo así. Ahora vamos; hemos venido aquí por algo, y no conviene perder el tiempo.- en cuanto soltó la mano de Umber, se giró y comenzó a caminar hacia la calle donde se encontraba su destino, sin darse la vuelta siquiera para comprobar que los otros dos le seguían. Umber se quedó algo confuso por la hostilidad de Brynden, y comenzó a caminar en silencio junto a Arden.

- Perdona a mi hermano, Umber. En el fondo es una buena persona, pero si que tiene la lengua muy afilada, y más hoy. Me dijo que no le parecía buena idea que vinieras, pero no le hice caso.

Umber asintió, sin saber que responder, y simplemente siguió caminando. El paseo duró varios minutos, por las calles del Casco Antiguo; Brynden caminaba con largas zancadas por delante, y pocos metros detrás Umber y Sir Arden charlaban sobre cosas más inocuas, para relajar la tensión que se había formado. El caballero le preguntó al joven sobre sus progresos en caligrafía, el libro de leyendas y batallas de Stromgarde que le había prestado, sobre su relación con Galatea (sobre la cual Umber le había hablado apenas un par de días antes)... para cuando se dieron cuenta, estaban frente al lugar al que se dirigían.

Se trataba de un edificio achaparrado de dos plantas, en una estrecha calle del Casco Antiguo. Aunque estaba en la zona más "noble" de dicho barrio, lejos de los tugurios más sórdidos y empobrecidos de la zona, lo cierto era que no aparentaba ser la vivienda en la que se alojaban nobles, ni mucho menos. Pero Umber sabía de la ruina que había tenido que afrontar la Casa Gillmere, así que no quiso darle más vueltas al asunto. Siguiendo a sus dos parientes, accedió al edificio por la amplia puerta frontal. El interior de la casa era espacioso, con una gran escalera que llevaba al segundo piso. Un estandarte blanco, con el grifo rojo símbolo de los Gillmere, colgaba de la baranda del segundo piso. Sin embargo, al mismo tiempo tenía un aura lúgubre; las paredes, que deberían haber estado adornadas, se encontraban tristemente vacías, con alguna que otra humedad. Y lo peor era el aire enrarecido, que hacía que el ambiente fuera agobiante. La decadencia de la Casa Gillmere se respiraba en aquel lugar, desde luego.

En cuanto entraron al edificio se presentó ante ellos un hombre, calvo y con un frondoso bigote blanquecino. Iba vestido con ropajes que en la mente de cualquiera evocarían la palabra "mayordomo", los cuales portaba con elegancia; sin embargo, se notaba que aquellas prendas habían sufrido el paso del tiempo sin reponerse, ya que estaban algo raídas. Arden hizo un ademán para que Umber se acercara al hombre.

- Este es Wallace; el único sirviente y súbdito leal que sigue en activo de la Casa Gillmere. Nos acompañó desde Arathi, cuando tuvimos que abandonar el reino. Es un hombre excelente.

El hombre hizo una leve reverencia ante Umber- Muchas gracias por vuestras palabras, Sir Arden. Y es un placer conoceros, maese Umber. Ya me avisaron de que vendríais y del propósito de vuestra visita, así que sin más dilación, pasemos al cuarto de Lord Gillmere.- Umber asintió, y los cuatro subieron las escaleras hasta el segundo piso del lugar, para luego plantarse ante una puerta doble. El mayordomo abrió la puerta para que los otros tres accedieran, quedándose fuera y cerrándola tras ellos.

Para Umber se hizo evidente que el origen de la extraña y decadente atmósfera del lugar era aquella sala. El aire estaba aún más enrarecido, y a pesar de que entraban sendos rayos de luz por las ventanas, el cuarto parecía más oscuro que el resto de la casa. En medio, apoyada en la pared más alejada de la puerta, se encontraba una amplia cama, y bajo sus sábanas un hombre, o mejor dicho un anciano. Umber había hecho sus cálculos, y había llegado a la conclusión de que su tío-abuelo no podía ser mucho mayor que el veterano mayordomo que les esperaba fuera; sin embargo, el hombre que se encontraba ante ellos, con una larga barba blanca y el rostro demacrado, aparentaba ser bastante mayor.

Arden se aproximó a su padre, dejando a su hermano y a Umber detrás, junto a la puerta. El caballero se arrodilló para quedar a la altura de su padre y comunicarle con un escueto "Padre, tienes visita" la presencia de Umber. El viejo Lord solo le respondió con un balbuceo inentendible; estaba claro que la demencia se había apoderado de su mente hacía tiempo. Umber notó la mirada de Brynden taladrándole, pero poco podía hacer para ganarse la confianza del hijo ilegítimo de Lord Danas Gillmere, así que simplemente lo ignoró y se acercó hacia el anciano Lord.

Visto lo visto, Umber era escéptico con sus posibilidades de suscitar algún tipo de reacción en el hombre; sin embargo, consideraba importante plantarse ante él y presentarle sus respetos, sobre todo dada la fragilidad de su salud, de la que ya le había advertido Arden. Y, efectivamente, al agacharse para aproximar su rostro al anciano éste tan solo le miró con ojos vidriosos, sin musitar palabra alguna ni reaccionar a su presencia de ninguna manera. Umber lanzó una rápida mirada hacia atrás, donde le esperaban los hermanos Gillmere, y después, resignado,  habló al señor noble.

- Es un honor, Lord Gillmere. Yo soy--

- D-Duncan. Qué alegría verte. Hacía tanto tiempo...- le interrumpió repentinamente el perjudicado Lord, en un arrebato inesperado. Umber volvió a mirar hacias los hermanos, que parecían tan sorprendidos como él, pero Lord Gillmere continuaba hablando. Sus ojos estaban iluminados; parecían distintos a la mirada perdida que tenía anteriormente- ...te echaba mucho de menos, hermano. Has tardado mucho en volver, demasiado. Pero mejor tarde que nunca... han pasado tantas cosas...

- Lord Gillmere, yo no soy-- sin embargo, el anciano encamado no le  escuchaba, y seguía con su diatriba.

- Nuestra casa está... está muy mal, Duncan. Mis hijos son buenos chicos, pero ellos no... ellos no... necesito tu ayuda, hermano. Qué bien que hallas vuelto...ugh... - algo pareció afectar al anciano, que se revolvió en la cama mientras enterraba el rostro entre las manos. Arden y Brynden se apresuraron hacia su padre, alarmados, pero este no hacía más que balbucear "Yo... yo..." y otras palabras que Umber difícilmente pudo entender. Poco a poco se fue calmando, y cuando el anciano levantó la vista, el joven ponientí solo pudo observar la misma mirada vidriosa, que no entendía el mundo que lo rodeaba de antes.

 

UNA HORA MÁS TARDE, EN UNA TABERNA DEL CASCO ANTIGUO

 

El ambiente era extraño en el trío formado por los hermanos Gillmere y Umber. El extraño incidente con Lord Gillmere había ocupado sus mentes durante las últimas horas; especialmente Brynden parecía perturbado por lo acontecido. Llevaban varios minutos ya en un silencio incómodo, el cual Umber no sabía como romper, puesto que a sus dos acompañantes les afectaba aquello bastante más que a él. Fue entonces cuando Sir Arden rompió el hielo:

- La verdad, Umber, es que esto llevaba sin pasar ya bastante tiempo. La última vez que padre habló algo con sentido fue... poco después del Torneo del Ciervo Blanco, e incluso antes ya daba señales de que algo fallaba en su cabeza - el rostro del caballero se oscureció según hablaba - Ni siquiera cuando fui a contarle la trágica noticia sobre la desaparición de nuestra hermana Laylah... ni siquiera entonces reaccionó. Creíamos que le quedaba poco--

- Y lo seguimos creyendo- interrumpió Brynden a su hermano -  Es obvio que a nuestro padre le queda poco tiempo en este mundo. Es... esperanzador que haya hablado después de tanto tiempo, aunque haya sido bajo una ilusión absurda, pero eso no cambia los hechos. Por eso, aunque no me guste, le doy la razón a mi hermano. Tenemos que pedirte un favor, Umber de Poniente.

- Y... ¿de qué se trata? - dijo Umber, algo perplejo por el repentino arrebato del menor de los Gillmere.

- Brynden y yo vamos a viajar a Bahía del Botín - dijo Arden, recuperando la palabra  - Recuerdas el incidente en el que secuestraron a nuestra hermana, y se acabaron encontrando los cuerpos de dos de sus captores, pero no el suyo ni el de ese cobarde Salzdorf ¿no? Pues creemos que podrían haber seguido su camino hacia el sur, hasta esa ciudad.

- Si que es verdad que los desertores mencionaron algo de ir al sur, pero... ¿de verdad creéis que  podrían haber llegado hasta allí caminando? Es un camino largo y peligroso.- respondió Umber, algo dubitativo.

- Eso pensaba yo también, pero Brynden me aportó algo de luz sobre el asunto. Supongo que no lo tendrás oído, pero el caso es que la Casa Salzdorf es una familia muy extensa. Llegaron a Ventormenta refugiados de Lordaeron tras la Plaga, y han conseguido un gran éxito aquí: los distintos miembros de su familia se dedican al comercio, a temas jurídicos, incluso a carrera militar... De ahí viene su éxito, pero también en parte una mala reputación; los nobles de casas nativas más prestigiosas se burlan de ellos , llamándolos "nobles comerciantes" o "burgueses glorificados", e incluso se rumorea que pueden estar involucrados en asuntos de dudosa legalidad. Aunque, por supuesto, no existe prueba alguna.

- Es por eso que estuve moviendo a alguno de mis contactos allá por el sur, y he encontrado algo parecido a un rastro. Han habido algunos viajes de Salzdorfs a Bahía del Botín en el pasado, y podrían existir conexiones entre ellos y ciertos... "comerciantes" de la ciudad Bonvapor. Por eso creemos que ese desertor, Harry Salzdorf, podría haber tenido protección en su viaje por Tuercespina, si es que llegó vivo hasta la región. Y por ende, podría existir la posibilidad de que Laylah siga viva... aunque sea pequeña.

Umber asintió enérgicamente. - Lo entiendo. Si se trata de la familia, cualquier esperanza es mejor que nada. Merece la pena vuestro viaje, pero... ¿qué necesitais de mi, entonces?

Sir Arden tomó la palabra de nuevo, con rostro serio. - Sé que es pedir mucho, pero... nos gustaría que siguieras visitando y cuidaras, en la medida de lo posible, de nuestro padre. No hace falta que vengas todos los días, ni que estés muchas horas; para eso está Wallace. Pero una cara nueva le ayudaría, y vista su reacción de hoy, aún más. No quiero pedirte demasiado, se que tus labores en el Ejército --

- No se hable más - interrumpió Umber la petición de su pariente, con tono firme. - Estaré encantado de ayudar en lo que pueda. Como decís, tengo mis labores en el Ejército, pero prometo visitar y tenerle un ojo echado a Lord Gillmere siempre que pueda. Y... si por su bien tengo que seguir haciéndole creer que soy mi abuelo, lo haré. Todo sea por su bien.

Sir Arden sonrió ampliamente, algo inaudito en él, ante las palabras del alto joven; incluso Brynden, que seguía sin ocultar su disgusto con el ponientí, parecía satisfecho por la declaración. Tras haber solucionado aquello, la velada siguió durante un rato más con un ánimo un tanto más alegre. Al salir de la taberna, cuando se separaron, se despidieron efusivamente -más que nada entre Arden y Umber, puesto que Brynden seguía con una actitud un tanto áspera hacia el soldado- y los hermanos Gillmere partieron, prometiendo que volverían lo antes posible.

Umber volvió solo a Villadorada, cuando el sol comenzaba a ponerse sobre la tupida bóveda que formaban los árboles del Bosque de Elwynn. Estaba satisfecho, en cierto modo; aunque no volvería a ver a Sir Arden, que era su mentor y amigo, en por lo menos un par de semanas, había encontrado su particular manera de ayudar a los Gillmere, tal y como hiciera su abuelo en su momento. Por pequeño que fuera el gesto, no dudaría en realizarlo si servía para ayudar a la casa del grifo rojo.

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