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-Relatos de Taberna-

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Índice
Tribulaciones de un Posadero 
  • Los Secretos del Buen Posadero.
  • Las Doradas Arenas del Desierto.
  • De Fragor, Lides y Patria.
  • De Padres e Hijos.
   Relatos de Un Caballero 
  • Al Filo de Nuestras Pértigas.
  • El Deber de la Caballería.
  • La Sanación de la Luz.
  • Fuero Interior.
  • Redención.
  • Acto de Fe.
  • El Poder de la Luz.
  • El Amor.

 

 

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-Tribulaciones de un Posadero-

I

-Los Secretos del buen Posadero-

A Night in Goldshire - Art by Me. Continuation for the Classic Warcraft  Leveling series. : r/wow

Eran quizás altas horas de la noche; Villadorada a aquellas horas tenía un clima delicioso que no se podía comparar con nada en este mundo: La Neblina bajaba de las montañas y acariciaba desde las copas de los árboles hasta los pastos de Elwynn, haciendo que se iluminase el reverdecer gracias a las luciérnagas, que parecían igualmente disfrutar de las bendiciones de la naturaleza y casualmente salían al caer la neblina.

Sin embargo la tranquilidad del bosque era brevemente interrumpida por el clamor de la más famosa de las posadas de todo el reino; El Orgullo del León. Mientras que en los alrededores el silencio era claro, en la posada a esas horas los parroquianos se reunían para beber y charlar sobre las vanalidades del día a día y ¿cómo no? Enterarse las últimas noticias de la boca del buen Brog Patosar, quien era uno de los más icónicos personajes de todo el pueblo… sin embargo, aquella noche el campechano, avaro, amigo de todos y buen Brog, se encontraba ensimismado en sus pensamientos, pues algo en lo más profundo de su corazón le aquejaba.

-gracias maese Patosar, como siempre- levantó su tarro aquél muchacho, de mirada apacible pero rasgos varoniles y duros, que acostumbrara beber el zumo y compartir algunas palabras con él siempre que asistía al establecimiento para beber, sin embargo se hallaba hoy poco conversador-¿largo y duro día, no es así?-

-Larga vida, diría yo- contestó el posadero, limpiando con su trapo el interior de uno de los tarros con parsimonia y gesto meditabundo- y a veces me pregunto, si ha sido así como quería vivirla-

-¿A qué te refieres? – contestó el joven, mesándose la barbilla meditativo con cierta intriga quizás, pues Brog sabía de todos, pero nadie sabía mucho de él.

- No siempre fui posadero, Sir…- observó al joven por un momento dudando si hablar, pero su corazón ya no le permitía seguir guardando dentro de sí sus inquietudes… poco a poco comenzó a soltar la lengua, regresando a quince años atrás, en el año doce de nuestra era…

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La lluvia caía sobre su cabeza como baldes de agua fría, mientras aquél muchacho de hombros anchos montaba un viejo caballo que hacía esfuerzos increíbles por no desfallecer esa noche… tenía bien sabido aquél chico que en el puerto a las últimas horas de la noche saldría un barco expedicionario hacia tierras desconocidas. Y Blackhorse no tenía intenciones de dejar atrás la oportunidad de conocer nuevos lares… Ventormenta había sido todo lo que había visto desde su juventud… incluso había luchado en guerrillas durante la primera y segunda guerra a favor de la patria y a pesar de que no fue el mejor de todos los defensores de los reductos que quedaban de Ventormenta en los pueblos más huraños del bosque, había hecho lo suyo a favor de su país.

Sin embargo su sangre había sido derramada por Ventormenta, por tanto, ahora correspondía derramarla por el amor propio… detuvo por un momento al corcel, cuando escuchó un llanto cercano en la profundidad del bosque a pesar de la lluvia. Si algo le caracterizaba era su buen oído y sus ágiles reflejos…

El joven decidió amarrar al viejo Stuart y se inmiscuyó en la profundidad del matorral buscando la razón del curioso llanto… y ahí la encontró. Una joven de piel morena, alta y de buenas curvas, escondida entre las raíces de uno de los grandes árboles del bosque.

-¡eh, chica! ¿Qué haces ahí?- exclamó bajando su capucha… su cabello era largo en aquél entonces, así como su piel morena contrastaba un poco con el rojizo cabello que tenía atado a coleta, una barba tupida pero cuidada acompañaba su rostro, que poseía unos ojos café claro que dejaron por un momento anonadada a la joven… la cual agitó la cabeza y negó varias veces con la cabeza, haciendo gestos que él no pudo comprender, por lo que se acercó más- ¡está lloviendo muy fuerte, tienes que ir a un lugar seguro!-

La mujer nuevamente le hizo gestos de que se largara… pero Blackhorse no estuvo dispuesto a hacerlo… y en ese momento dos grandes hombres embutidos de armaduras de cuero y pañuelos rojos en sus rostros aparecieron detrás del árbol… ahí fue cuando el joven comprendió lo que sucedía.

-así que un bastardo ha metido las narices donde no le convenía hacerlo, ¿no?- dijo uno de ellos, desenfundado la espada mientras el segundo cogía a la chica de entre las raíces… Blackhorse comenzó a retroceder frunciendo el ceño- digamos que es nuestro día de suerte, ¿no es así, hermano?-

El segundo sonrió de forma macabra bajo su arpillera roja cuando escuchó aquella frase… cogió de las greñas a la muchacha morena y miró hacia atrás.

-dinero y fornicio- dijo, con voz ronca manoseando de forma descarada a la muchacha- y todo sin trabajar- las risas fueron estridentes y antes de lo que Blackhorse hubiese deseado el que le miraba cargó contra él con su espada en ristre, de forma atropellada y brusca… sin embargo Blackhorse se apartó con rapidez y un rápido giro… apartando su chamarra para poder moverse mejor. Sacó una espada de su vaina y se postró en posición de esgrima… un breve duelo y choque de espadas entre ambos fue suficiente como para que el joven moreno encontrase un punto flaco en la defensa de aquél y le hincase la espada en el bajo costado, matándolo en el acto...

El segundo bandido entró en pánico… y puso una daga al cuello de la joven. Blackhorse notó aquél nerviosismo enseguida y comenzó a mofarse.

-¿te sientes con suerte?-

-¡no te acerques!- la apretó contra él- ¡o la mataré!-

- ¿te sientes… con suerte?- repitió,llevando su mano otra vez al cinto, con gesto severo…

-¡más que la que tendrá ella si te acercas!-

- me temo que el azar no es más que el juego de la ruleta… no sabes donde vas a caer. ¡la suerte no existe!- y se atrevió a lanzar su daga directo al cráneo de aquél bandido, que sorprendido su gesto quedó al entrar la misma en su frente y cegarle la vida… ella se lastimó el cuello con un leve corte, pero corrió hacia él y lo abrazó. Ambos decidieron correr hacia el viejo Stuart en la oscuridad de la noche y huir de aquél lugar. Si era cierto lo que decían de esos bandidos de arpilleras rojas, las consecuencias serían nefastas.

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Aquella noche parecía monótona en la villa, sin embargo un torrencial chaparrón comenzaba a arreciar Elwynn y muchas personas se habían congregado en el naciente negocio de Farley, el propietario de Orgullo del León. Pero todo cambiaría cuando un extraño llegó al establecimiento tembloroso y cansado, así como pálido y desorientado, acompañado de una joven señorita. Ambos venían mojados del largo viaje bajo la lluvia y Farley se detuvo en su labor para atenderlos. El joven pidió una habitación y acompañó a la muchacha a la misma. Farley se acercó a ellos, pues su abrupta llegada y la herida de la chica le hicieron sospechar y fue cuando Blackhorse se vio en la obligación de contarle todo al posadero. Farley decidió dejarles aquella noche la habitación gratis… y ese día, fue cuando Brog Patosar tomó la decisión que definiría el qué haría durante el resto de su vida.

Para nadie era un secreto que esa muchacha le había prendado empero estar con ella sería sin duda difícil, pues a pesar de que le invitó a partir hacia la aventura, la joven no estaba dispuesta a abandonar su amado Elwynn a pesar del peligro que pesaba en sus hombros.

Tras verla dormir, el buen Brog bajó las escaleras… y se acercó al dueño.

-¿tienes trabajo que dar?- dijo, mientras sorprendido el buen Farley dejaba de asear la barra.

- tengo dos vacantes, chico… pero no es conveniente que tengáis problemas con bandidos, no para mi negocio-

-se defenderme bien- aseguró él, viendo con seguridad al posadero.

Farley no estaba demasiado seguro, pero ver a ese muchacho le hizo recordar a él parte de su pasado… en cierta forma se vio en su juventud.

-hay demasiado trabajo, este es un negocio en crecimiento y no es cualquier cosa-

-puedo hacer lo que sea… y ella también-

- no lo se, chico-

-por favor, ella lo necesita… y yo también… seré el mejor camarero de todo el reino- sus ojos se iluminaron un poco, pues su determinación parecía clara.

-Está bien, ella trabajará en la cocina… y tú serás mi camarero asistente- sin embargo Farley sentenció- si llego a tener problemas por ti y tu chica, estaréis fuera de mi negocio-

- os lo aseguro, no habrá problema alguno-

Y desde ese día, aquél posadero formaría parte de la mejor destilería cervecera de todo Azeroth. Con la joven Drucilda, quien sería su mujer en el futuro

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- … ¿y qué es lo que te aqueja?- preguntó el joven Paladín impresionado por lo escuchado.

- En si fue la decisión correcta haber dejado mi sueño atrás… por ella-

El joven paladín palmeó por un momento el hombro de un ya acabado Brog Patosar, marcado por las arrugas y el inclemente tiempo, pues ya su larga cabellera no existía y sus rasgos varoniles ya habían quedado atrás por la vejez.

-dicen que el futuro es incierto, Brog- comentó el joven, mientras echaba un trago al tarro y el posadero suspiraba mirándolo- sin embargo, también se dice que el destino está escrito-

-¿y tú, paladín, en qué crees?- dijo, como buscando una respuesta a sus tribulaciones.

- digo que el destino está escrito, Brog- acabó el tarro, mientras posaba el mismo vacío en la barra y dejaba una propina al camarero, que le observaba confundido- si no, juzga por ti mismo- señaló a su alrededor, a lo que Brog siguió con la mirada…

Aquella posada estaba llena de gente a la que había querido y de la que conocía todas sus historias y sus desventuras, algunos al verlo alzaron sus tarros en su honor… y el olor a pan recién horneado de la cocina entró por sus fosas nasales… de súbito, vio cómo aquella mujer, ahora pasada de peso, pero por quien había decidido quedarse salía de la cocina con su cabello cubierto por una pañoleta y su vestido manchado en harina y manteca… lo miró de forma severa, pero luego le sonrió y él la miró de forma fugaz con ojos enamorados. El buen Brog Patosar observó al Paladín, antes de sonreír una vez más.

-No cambiaría nada de esto por mil aventuras-

-y es por eso que brindaré a vuestra salud- contestó el joven Sir.

“El Destino está escrito, pues a pesar de todas las cosas que han pasado, estamos aquí”

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-Tribulaciones de un Posadero-

II

-Las Doradas Arenas del Desierto-

A Night in Goldshire - Art by Me. Continuation for the Classic Warcraft  Leveling series. : r/wow

 

-¿Quieres saber lo que pienso de los rumores?- sentenció con voz exacerbada- ¡Son más ciertos de lo que te imaginas!-

Brog limpiaba uno de sus tarros con parsimonia, mientras un cansado elfo al que le faltaba un trozo oreja sonreía burlón y rocambolesco.

-¿Qué tan dispuesto estás a arriesgar unas plateadas por probarme tal cosa?-

- No me tientes, mangurrián… ¡No me tientes!- sentenció- ¡Yo he estado ahí!-

El elfo lo observó con los ojos bien abiertos y comenzó a desternillarse, incrédulo.

-¿Tú, el calvo posadero de barriga cervecera? No me lo creo-

Nuevamente la mirada de Brog se perdió en el nirvana, recordando viejos tiempos, en los que aún se le mentaba Blackhorse en aquél barco mercante…

 

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Los días pasaban lentos.

El sol abrasaba en los mares del oeste. Marinos de espalda ancha se hallaban lacerados por el sol… sus espaldas tenían ronchas y pústulas por el inclemente astro rey de Azeroth. ¡Cualquiera diría que aquellos desdichados eran parte de una tripulación de esclavistas goblin!

Sin embargo, era un asunto completamente distinto. Comerciaban bienes exquisitos que solo podían encontrarse en los puertos del oeste, ya que de donde provenían no había tal exotismo, buscado por algunos excéntricos coleccionistas de artilugios extraños.

Hacía días que habían perdido aparentemente el rumbo, pues el mare magnun habíase ensañado con ellos en una larga tormenta, donde murieron muchos y buenos muchachos, un tanto más jóvenes que él.

Casi naufragaban y las tenebrosas profundidades les devoraban para siempre.

Lo cierto del caso es, que ese día Blackhorse estaba tirado en la cubierta, aprovechando la sombra de una de las velas. Hacía demasiado que no probaba gota de agua dulce alguna y el ron estaba a punto de escasear; estaba deshidratado y necesitaba algo de sombra o se insolaría mucho más y moriría. Sin embargo la luz era piadosa y ellos pudieron subsistir un día más.

-¡Tierra a la vista!-

Los marineros observaron con alivio en un principio las doradas costas de Tanaris. Pero luego pensaron en el terror que se les venía encima…

Las doradas arenas del desierto.

-¡Acercaros al puerto, prepararos, marineros de agua dulce, llegamos a destino!-

Blackhorse se echó hacia atrás la larga cabellera… y se santiguó.

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El puerto Bonvapor era curiosamente concurrido:

Calles angostas entre casas símiles a iglúes de arena, goblins de toda clase y género recorrían los concurridos pasillos con voz alzada, ya que desde las casuchas se veían tarantines con variopintos y curiosos artefactos más allá de la imaginación; huevos de “dinosaurios, grandes reptiles que moran en las profundidades de Un´Goro”, piedras preciosas traídas del cráter donde los grandes reptiles se encontraban, reliquias antiguas traídas de las ruinas Trol de los desiertos, perlas doradas, negras y violetas de las costas de Tanaris, piedras preciosas extraídas de las mil agujas y el desierto de sal, escamas de basilisco perfectas para hacer una infusión de muy mal sabor que haría curar los males del desierto, hacer crecer el pelo y endurecer la piel para evitar que se quemase en el horripilante sol del oeste, cabezas disecadas vudú, para la protección contra la magia negra de las ruinas de los trols de las arenas y, lo más curioso y perturbador; un inmenso falo de trol, que serviría según la codiciosa y pícara goblina que lo ofreció, para reanimar la pasión al usarlo como colgante, pues se decía que la regeneración de aquellos seres era mágica y al utilizarlo se podría tener un genial afrodisíaco.

Lo cierto del caso era, que el capitán Marstock no se detuvo ante toda esa chatarrería que ofrecían los comerciantes… él iba a por algo más.

Entraron en una curiosa casucha de aquellas, un tanto alejada del concurrido centro del pueblo. La puerta estaba hecha en una suerte de cortina de huesecillos de animales pequeños y conchas de mar… el olor del interior no era muy agradable.

Dentro había muchos artilugios trol y extraños dibujos pegados en las paredes, símiles a una inmensa puerta que no correspondían a lo que la persona que habitaba aquella casucha tenía en sus estantes.

Un anciano goblin los recibió con pistola en mano, sentado en una extraña silla de ruedas hecha de madera con las piernas cubiertas por una sábana vieja y asquerosa. Blackhorse sintió calor solo de verlo…

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Al anciano se le conocía como “El Loco” Gibbs. Loco le decían pues en sus constantes correrías en el desierto cuando era joven había encontrado maravillosas reliquias, que costaban bastante oro y que serían bien preciadas en los mercados de los excéntricos del este, sin embargo el anciano habíase negado rotundamente a vender sus hallazgos, acumulándolos en aquella casucha durante muchísimos años, justificando el bien inmemorial que tenían… contradictorio sin duda alguna para el común goblin.

Según lo que contaba, el viejo Gibbs había encontrado tras sus muchas aventuras en Tanaris pavorosos secretos al sur que le habían costado algo muy preciado para él. En aquellos infecundos desiertos corría el rumor de la existencia de una gran puerta que llevaba a una ciudad perdida repleta de tesoros ancestrales. Gibbs aseguraba que la había descubierto, pero nadie quiso creerle aún con su terrible pérdida como prueba.

-¿Y qué es ese algo, mi buen goblin?- Preguntó, curioso como era en su juventud, el buen Blackhorse- ¿Qué fue lo que perdiste allí?-

El viejo sonrió con amargura y se retiró las sábanas de lo que él pensaba eran sus piernas. Brog se horrorizó al ver dos muñones en lugar de sus extremidades inferiores…

-Este fue el precio a pagar por el hambre de conocimiento… chico- dijo el anciano piel verde con tristeza- sobreviví apenas por un poco, pues mis asistentes pudieron cargar conmigo y atenderme en unas ruinas trol que encontramos como refugio aquella noche. Cuando volvimos, creían que habíamos alucinado por el calor y aseguraron que lo que en realidad me había quitado las piernas había sido un gusano de las arenas, que abundan allá en el sur…-

Marstock interrumpió la conversación, con gesto severo, a pesar del temor y la impresión de sus acompañantes.

- ¿Y hacia donde quedan esas tierras en las que has perdido tus piernas, Gibbs? ¡Tienes una promesa que cumplir!-

El viejo Gibbs observó al capitán mercante con mala cara, aún renuente, mesándose la afilada quijada, llena de verrugas peludas.

- Que un mal rayo me parta si no cumplo mis promesas… soy goblin, pero tengo algo que otros en este lugar no tienen; Honor- El anciano cogió uno de los dibujos que se encontraba en las paredes de su refugio y un mapa bastante antiguo y ajado- Ten presente que este jodido mapa no te dará un camino claro; los vientos cambian la geografía del desierto permanentemente-

- Correré los riesgos, pues las cordilleras que me dijiste aquella vez, seguirán ahí aún hoy- El viejo bufó amargado, al ver el ímpetu de aquél capitán cegado por la codicia y el hambre de riquezas...

- Que sea la luz o lo que sea en lo que crees lo que te cuide el alma, porque allí solo encontrarás la muerte, Marstock… la avaricia romperá tu saco y la de tus compañeros-

Y tras eso, ignorando las advertencias del anciano, marcharon ansiosos de descubrir la puerta y las riquezas que decían se encontraban tras ella.

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Varios de los marineros, poco acostumbrados a marchas tan terribles y dolorosas perecieron en el camino… sin embargo, el capitán Marstock fue ajeno a las súplicas de los suyos de volver los pasos y salvar la vida.

La codicia rompía su saco…

Pero como todo hombre que era constante, alcanzó por fin sus objetivos.

Tras agónicos días abrasados por el sol, así como duras noches de frío, el grupo de menguados marineros llegó tan al sur que no se veía nada más que las inmensas cordilleras amarillentas de piedra que delimitaban el aparente fin de Tanaris. Blackhorse, con su cabello metido en un turbante improvisado con las ropas, avanzaba con un mosquete en sus manos, en bandolera. Su lengua y su boca estaban resecos por la falta de agua… y hacía días había sido víctima de los famosos espejismos del desierto. Subió una colina dorada, hecha de aquél oro sin valor y se quedó con los ojos bien abiertos… allí, de caliza blanca como el marfil y con filigranas doradas, hallábase el muro que rodeaba una puerta de acero ennegrecido antiquísimo… ¡eran ciertas las leyendas!

Y aunque al principio pensó que era imposible su empresa y que morirían… encontró aquello que tanto había esperado encontrar su cruel capitán.

-¡La he encontrado!-

Sus compañeros no lo creyeron… pero tras subir la colina, comenzaron a celebrar con alegría. Marstock, avanzó con rapidez hacia la puerta sin importarle el resto de sus compañeros para corroborar que era cierto lo que decían. Los otros también lo hicieron… Pero Blackhorse no. ¡Que un mal rayo le partiera si no tenía un mal presentimiento al respecto!...

-¡Esperad, deberíamos… deberíamos volver!- gimió con terror, mirándolos. Pero la codicia de todos aquellos les pudo más que el peligro que suponía encontrar una cosa que solo estaba en las leyendas…

Y como toda leyenda prohibida; como toda maldición del desierto, las consecuencias fueron nefastas.

- ¡La hemos encontrado!- gritó marstock con un jolgorio inmenso, pataleando y bailando delante de la puerta-¡Somos ricos, camaradas, ricos como el más adinerado de esos príncipes mercantes, os digo!-

-¡Volved, ahora mismo, Marstock!-

-¡¿Y qué me pasará, muchacho insolente?!- gritó arrogante-¡¿Las arenas me devorarán!?-

Y como la crónica de una espantosa muerte anunciada sucedió. El suelo comenzó a temblar bajo sus pies y de él emergió un terrible ser, de piedra tan blanca como las paredes de aquella puerta maldita… rugió y un sonido metálico, aterrador e indescriptible salió de sus fauces. Lo último que quiso ver Brog Patosar antes de correr fue el como aquella criatura aplastaba entre sus poderosos puños el cuerpo del insolente Marstock, quien dejó de gritar de forma súbita e inmediata.

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-¡¿Y esperas que me crea tales patrañas, Patosar?!- rió el elfo de forma estridente cuando el joven paladín se acercaba a beber su zumo respectivo de todas las tardes, ataviado de la pesada armadura de placas de la iglesia tras una misión al peligroso bosque del Ocaso- ¡Tú no eres más que un posadero, que no ha hecho más que criar y mamar en esta posada maloliente!-

Brog frunció el ceño mirando al Quel´dorei con cierta tristeza, bajando la cabeza. El paladín simplemente se puso junto a ellos, esperando su respectiva bebida. Tras el elfo reír, tomó un respiro y prosiguió…

-¿Y si fuese cierto todo eso, mi querido “aventurero”…cómo fue que sobreviviste?-

- Tenía el mapa en mis manos al ir a la cabeza… y recorrí las cordilleras hasta llegar a la costa…el resto fue relativamente fácil… casi no sobrevivo, de no ser por los merodeadores que robaban el agua dulce a los goblins en Tanaris… quizás no lo contaría ahora-

El elfo rió cínico una vez más, bebiendo de su botella de ron.

-Sí, claro y yo te dije hasta el cansancio que fui soldado, pero no me crees- dijo, sonriente- y por el principio de paridad, no te creo yo tampoco-

El joven Paladín, pues, tras escuchar aquello y recordar las tribulaciones del posadero querido por todos, pero menospreciado, sentenció…

-No siempre los héroes visten flamantes armaduras doradas, maese quel´dorei- musitó con suavidad- lo que hace a este mundo realmente vivo son los pequeños detalles; en lo cotidiano… eso es lo que realmente hace este mundo heroico… hasta el más humilde, tiene una historia detrás que nadie conoce-

El elfo bufó y el Posadero miró al paladín con un gesto agradecido. Una vez más cada quien fue a lo suyo, mientras Brog Patosar se pasaba la mano por la nuca donde aún tenía marcas de las quemaduras que en su momento le azotaron en las doradas arenas del desierto.

 

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-Tribulaciones de un Posadero-

III

-De Fragor, Lides y Patria-

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Ese día la villa estaba atiborrada de jóvenes soldados y reclutas que habían adquirido prácticamente hacía escasas horas el derecho de llamarse como tales. Algunos voceaban con petulancia de sus glorias... o más bien las glorias que obtendrían en un futuro, émulos de sus padres. El buen tabernero querido por todos, pero conocido por nadie les observaba con una sonrisa símil a la que mostraba un anciano hombre al ver a unos niños hablar de los héroes y cómo algún día los igualarían. Uno de ellos, de esos con ínfulas de teniente sin ser siquiera cabo hacía reír a los demás haciendo de chanzas y bromas la guerra.

-¡Y os lo digo, muchachos!- sentenció, con una socarrona sonrisa que era seguida por los gritos de sus compañeros, acallándolos haciendo ademanes bruscos con su mano- ¡Esa mujer no sabe de lo que habla! ¡Tanta dureza, es solo para fardear y darse de ínfulas!; Para la guerra solo se necesita saber levantar la espada y tener valor. cosas, que a vuestro humilde servidor le sobran...-

Las risas de sus compañeros se escucharon. Uno de ellos, el joven Michael Mitchelson habíase alejado ya de sus imberbes e ígnaros compañeros, pues nunca le había agradado la arrogancia de algunos. Brog simplemente se reía divertido de lo que decían, negando con la cabeza. Michael le observó, ajustándose en la nariz las gafas con el índice.

- ¿A usted también le parece gracioso lo que dice?- comentó... Michael era un muchacho poco hablador, delgado y sin la altura mínima que se requería para servir según le habían contado, sin contar su vista menguada por herencias familiares maternas, sin embargo a la que decían la "Cruel" algunos, o la "Leona" quienes parecían tenerle simpatía le había anexado a las filas de su pelotón, fuera de todo pronóstico.

-¿ Y a quién no le va a parecer gracioso, chico?- dijo Brog, lustrándose la calva y removiéndose el sudor con esmero, para luego meter el mismo trapo en el interior de un odre de Cebadíz vacío para remover la espuma de cebada reseca del fondo- Todo lo que dicen son monsergas, como lo que decía yo cuando tenía unos años menos que todos vosotros. Si algo tiene de razón de quien habla él es que la guerra no es simple valor y uso de espada... pero nadie lo aprende hasta que la vive-

Mitchelson le miró, dando un sorbo a su cerveza, con fijeza.

- Yo... realmente no se qué es lo que se necesita, mi señor- dijo, con gesto atribulado- Antes creía que lo que se necesitaba era un físico digno de esta armadura... y yo de eso no tengo absolutamente nada.... aún no se cómo es que me dejaron tomar la espada. Yo... solo quería que mi padre sintiese un mínimo de orgullo de su único hijo; él si era un gran soldado: luchó en la primera y se dejó un ojo al defender a los refugiados en su exilio de la ciudad cuando los orcos rompieron las puertas, luego perdió las piernas en la segunda en una refriega contra los jinetes de huargo de la horda según me cuenta en el pantano de las penas... yo... realmente lo más cerca que he estado de una espada de madera fue hace un par de meses, cuando la Sargento me atizó enseñándome a empuñarla.-

- ¿Y crees que perder las piernas y un ojo son suficientes para hacerte llamar un gran soldado?- dijo Brog, mientras sonreía con cierto cinismo- mira, para ser un gran guerrero no necesitas perder las piernas o el ojo y luego gritar a los cuatro vientos que lo hiciste por gloria, con el respeto de tu padre, para ser un soldado tienes que entender el por qué es que lo pierdes, lo que te motiva a llevar la espada al frente y luchar. Lo que hace a tu padre un gran soldado, es el compromiso con algo superior a él: su país, su familia y la tierra que lo ha visto nacer...-

La algazara de los soldados seguía mientras que Mitchelson ya le había perdido todo interés a lo que decían sus compañeros. El muchacho le miraba con cierta impresión, ante la profundidad del pensamiento de Brog.

- Parece saber más de lo que aparenta, Brog- dijo él, mirándolo sorprendido- No se ofenda, yo...-

- No te preocupes, sé que no parezco saber de esas cosas, no es primera vez que me lo dicen...- musitó él, suspirando con cierta nostalgia- pero sé alguna que otra cosa...- dijo él, comenzando a perderse en las inmensas bibliotecas de su memoria...

 

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hace 25 años....

 

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Brog Patosar, hace 25 años.

La Armadura le pesaba más de lo que se había imaginado antes. ¿El escudo? era insufrible y se le entumecía el brazo cada vez que tenía que hacer el doloroso esfuerzo de levantarlo para evitar su muerte a causa de una saeta o el acero dentado de las hachas de los "monstruos de otro mundo" de los que hablaban los más veteranos. Pero lo que a él le jodía más no era el pesado escudo, ni la espada, ni la molesta armadura... era el maldito yelmo de penacho azul; No solo era la pieza (según él) más ridícula de la maldita armadura, sino lo molesto que era tener el peso muerto reposando en su cuello, dificultándole la vista por esas hendijas tan estrechas, que apenas y le dejaban ver bien al enemigo y respirar con total libertad; se cansaba cada vez que tenía que correr y no poder tomar grandes bocanadas de aire fresco en ese caluroso trozo de metal le desesperaban. Sin embargo, el anciano Sargento Boyard siempre le golpeaba la cabeza con un garrote torcido cada vez que lo veía quitárselo en una formación de línea. Destestaba al maldito anciano con todo su corazón, pero poco podía hacer al respecto para decírselo; era su maldito superior aunque no quisiera.

-¡Eh, Blackhorse!- bramó uno de sus compañeros, haciendo que él volviera de sus tribulaciones- ¡El sargento os ha llamado, y está de mal humor!-

-¡Y dale!- bufó, quejumbroso...- ¡otra vez la burra al trigo!-

Un joven Patosar volvió de su ensimismamiento; Tendría apenas trece o catorce años en ese entonces y era bastante distraído; Sus distracciones constantes justamente le habían causado problemas al quedarse alelado viendo el lodazal y retrasando a su pelotón en un lugar donde hallábase su unidad potencialmente rodeada por el enemigo. Como castigo, le destinaron a las cocinas de la compañía y el buen Gibson, el cocinero de la Unidad “Vega del Este” a la que pertenecía, le había destinado a servir las bebidas de las tropas todos los días. Brog farfullaba que en lo que aquella maldita guerra acabase, él dejaría atrás el andarle sirviendo a gente que no conocía ni le importaba un carajo para irse a la aventura… decían que en el oeste habían tierras inexploradas y eso le causaba más que ensueño. Él aspiraba más que ser como su padre, un viejo posadero de Crestagrana, muerto hacía muchos años…

 

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Sargento Henry Boyard

Hacía días que lo que servía era agua hervida de los pantanos y algo de estofado maloliente hecho con la carne casi rancia de la última vitualla que habían recibido en el pantano de las penas. Ya se contaban semanas desde que esperaban la nueva llegada de refuerzos y suministros, pero no habían recibido ni avisos del mando ni vitualla alguna. La moral bajaba cada día que pasaba y comenzaba a haber demasiada tensión entre los más veteranos.

A él, eso le daba lo mismo; seguramente habría de ser alguna mala manía de los oficiales, pues solo servían para cagarse en sus rostros. Empero, estaba muy equivocado. Cuando entró a la tienda del avejentado Boyard, este no le hizo saludarle marcial, aunque él le había hecho la venia para evitarse otro regaño. Cuando se percató, dentro de la vejada tienda se encontraban dos cabos más y un par de soldados rasos. Todos tenían el rostro cariacontecido. Cuando les vió sin los yelmos, aprovechó y se lo quitó.

- Les he hecho llamar a todos porque tengo malas noticias- sentenció- Los orcos han destruido a los refuerzos que venían a socorrernos… y se han llevado consigo todos los suministros. Según lo que se, lo que hoy ha cocinado Gibson será nuestra última cena-

El silencio se hizo ya más que incómodo, sepulcral. Boyard continuó:

- Para colmo, el teniente y el capitán han abandonado sus puestos anoche en la madrugada, pero Richard encontró las cabezas empaladas de ambos a mitad del camino hacia el paso de la muerte... Los orcos nos han aislado y estamos a su merced-

Brog palideció… y sintió auténtico pavor. Nunca antes había sentido en sus carnes la posibilidad de morir tan cercana, no como aquella vez. Trémulo, no pudo evitar preguntar…

-¿Y…q-qué es lo que vamos a h-hacer?- Los soldados, de los más cercanos a Boyard salvo él, o eso creía, le miraron severos.

- ¿Tú qué crees, muchacho?- le miró con temeridad- Tenemos que luchar, para sobrevivir. Y más allá de todo, luchar por la patria que nuestros oficiales dejaron perder-

-¡Pero qué clase de tonto sois!- sentenció, asustado- ¡Nos van a cortar el gaznate! ¿Acaso váis a perder la vida por hombres que no están dispuestos a morir por vosotros?- gritó. Sin embargo Boyard mantuvo su indolente e impasible mirada sobre él.

- No moriré por ellos. Moriré por los hombres que se han quedado aquí sin faltar a su deber y moriré para que mis nietos puedan vivir en un lugar libre de la barbarie de esas bestias. No se qué fue lo que te trajo aquí, chico… pero la única forma de volver a casa, si volvemos, es peleando. Y tú tendrás, por encima de los otros imberbes la responsabilidad de no dejar que el estandarte de nuestra patria toque el suelo…la bandera guiará a los que se retiren cuando rompamos el cerco que nos rodea… y eres el más rápido que tiene esta unidad… tienes una gran responsabilidad en tus hombros; Si algo aprendí de mi padre es a no faltar a la palabra dada y tú, eres un soldado que ha jurado cumplir con su deber. Guiarás la retirada de tu compañía o morirás en el intento, pero no faltarás a tu deber... ¿Entendido? -

Brog suspiró de terror… pero no se atrevió a rechistar al anciano. Si él quería sobrevivir, tenía que obedecer.

- En…Entendido- farfulló. El anciano los hizo moverse y luego, habló con los soldados. Aún con el desconcierto, decidieron dar un último grito de guerra para intentar romper el cerco que las bestias les habían impuesto. Prefirieron morir peleando e intentando escapar, que de hambre y enfermedades en ese pantano maloliente.

Lo último que recuerda de ese día fue el cómo quebrantaron las menguadas líneas de Ventormenta la robusta resistencia de los orcos en un intento de abrir una brecha. Fue momentánea, y muchos pasaron para ser víctimas de las saetas de los tiradores orcos en las montañas… Sin embargo Brog tuvo, fuese por milagro de la luz o por la suerte del inocente, la pericia para escapar. El anciano Sargento, en un último acto de abnegación le protegió cuanto pudo en la brecha hacia el paso por la que huyó, antes de ser alcanzado por las saetas… Brog, ante el sacrificio del anciano tomó la espada del anciano en un acto que él consideró moral para con su salvador tomó la espada de sus manos ensangrentadas, para conservarla y nunca jamás olvidar el por qué aún vivía. Brog cumplió con su deber; No dejó caer el estandarte... con él, sobrevivió una mínima fracción de diez o quince hombres, casi todos los más jóvenes de aquella compañía. La retirada de los ejércitos fronterizos era inminente: Los rumores decían que un Nuevo caudillo entre los orcos había asesinado al anterior y había tomado las riendas de sus hordas, cambiando las tornas de la guerra.

Cuando regresó del pantano a Elwynn, informó al mando militar de la destrucción de su compañía y le unieron a otra unidad que luchó en los bosques, retirándose de Elwynn junto a muchos otros más cuando Ventormenta cayó a manos de la Horda Orca hacia el Norte por las montañas hacia Forjaz y ahí estableciéndose durante los años siguientes, hasta que por fin pudo volver a su patria, luchando en la reconquista y ganándose la retirada honrosa del ejército por su servicio destacado en la vanguardia que cargó detrás del general Turalyon en el contra-ataque tras la muerte del generalísimo Lothar.   

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- ¿Y qué aprendió… de todo eso?-

- Aprendí humildad, muchacho... Y compromiso- dijo, suspirando. El soldado que hacía las chanzas y las bromas sobre su sargento, seguía con sus bromas- Verlo a él es verme a mí; No comprendía el por qué los ancianos veteranos actuaban de esa forma, hasta que luché en la guerra. cuando mi sargento ofreció su vida por la mía; Aprendí que la patria, tal como la concebía Boyard, no es la defensa de la tierra en sí, sino la defensa de los hombres que la habitan en ella, pues ellos son los que le dan ese valor patriótico y por eso vale la pena luchar… ¡Ah, además de otra cosa! ¿sabes qué es de lo más curioso?-

- ¿Qué, mi señor?-

- Que de no haber tenido el casco puesto, no hubiese contado lo que hoy estoy diciéndoos…- Algunos de los que comían y bebían en la barra, miraban a Brog con miradas escépticas y cinismo, lo que causó cierta tensión en el buen posadero- Una saeta me lo arrebató justo clavándose en el maldito penacho… por poco y no la cuento; El viejo, tenía razón: más vale incómodo y casi ciego, que muerto…-

Mitchelson se rió divertido, sin embargo los otros comenzaron pues, a burlarse del buen posadero. El más charlatán de ellos, se adelantó con una socarrona sonrisa.

-¿Entonces ahora dirás que de verdad, tienes más “veteranía” que la buenaza de la sargento? ¡Y yo soy el rey de Ventormenta!-

Brog miró hacia atrás, con una sonrisa arrogante, viendo que entraba la Leona de Lordaeron y todos, salvo el arrogante se cuadraban firmes ante su llegada viendo que el soldado estaba haciéndose el valiente a sus espaldas. Cuando este volteó y sintió la gélida mirada de su suboficial clavada en él, no habló más en toda la noche sentándose de súbito causando las risas de sus compañeros, aún cuando la mujer no había dicho nada más que mirarlo severa. La temida sargento, como era la costumbre le pedía un tarro de zumo al buen posadero al culminar sus guardias y todos volvieron a la tranquilidad de la noche en sus hogares pasadas las horas.

Brog, aunque pocos lo sabían, vivía a unas pocas casas de la posada del orgullo, junto a su adorada Drucilda. Al entrar, se pasó la mano por la pelada cabeza, y se acercó a la hoguera de su hogar. La misma se encontraba coronada por una espada antigua sobre un tablón de madera con una inscripción que rezaba:  “Patria y Compromiso- Sargento Boyard”. 

Brog asintió, como si aquella frase le recordase algo...

- Patria y Compromiso- musitó, antes de marcharse a dormir, tras una breve venia militar.

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-Tribulaciones de un Posadero-

IV

-De Padres e Hijos-

A Night in Goldshire - Art by Me. Continuation for the Classic Warcraft  Leveling series. : r/wow

 

Posada del Orgullo del León

Farley era un hombre con una mente despierta muy a pesar de lo que aparentaba de buenas a primeras. Muchos le veían farfullar para sí y escupir el tabaco de mascar contra los escupideros como si se tratase de un viejo senil y retraído que había dejado en manos de Dobbins y él el cuidado de su posada hacía años. Pero Brog era el mayor confesor de ese maldito viejo bastardo. Le conocía desde que había llegado a la posada pidiéndole trabajo para él y para Drucilda cuando aún conservaba su vigorosa melena, juventud y su espíritu aventurero. De hecho sabía bien que el viejo aparentaba no estar del todo en sus cabales para enterarse de todo lo que decía y hacía la gente, pues hablaban con demasiada confianza delante de sus narices. ¿Y por qué no hacerlo, si era un viejo senil que solo farfullaba, maldecía y escupía gapos negruzcos por el tabaco de mala calidad que mascaba?

¿Astuto, no?

¡Claro que lo era!... Brog había aprendido mucho de Farley y tenía aún mucho más que agradecerle. Muchos decían que era un viejo hosco, tacaño y de mal carácter que había acabado de forma voraz con otras pequeñas posadas del pueblo con una agresiva competencia cuando era más joven y "cuerdo", sin contar que era un usurero que abusaba de sus empleados con pagas miserables y tratos injustos. Pero la verdad era que, desde mucho antes de la llegada de Brog a Villadorada, Farley había logrado echar adelante uno de los negocios más conocidos del reino por sus excelentes rones añejos.

Además de eso, le había ofrecido su confianza cuando era un simple muchacho y le había dado todo su apoyo cuando más lo necesitó. Farley gustaba del chisme, pero le beneficiaba manejar información para poder enfrentar a la competencia. ¿Tacañería? ¡claro que no! había que aprovechar todo el dinero y saberlo administrar; ¿Cómo podrías hacer próspero un negocio si no sabías guardar el dinero y aprovechar las oportunidades?. ¿Aparentar senilidad? era algo ruin o bien astuto, pues Farley se enteraba de mucha información y eso era preciado según que situaciones en el pueblo.

Fuera como fuera, Brog había aprendido cosas que le habían permitido hacer del negocio de la hostelería y la atención de los clientes un arte. Por un momento recordó a su padre y sonrió pensando "ironías de la vida", mientras su mente se proyectaba al nirvana maravilloso del pasado. 

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Crestagrana, hace 40 años.

Años atrás...

El pequeño niño moreno de cabellos cobrizos limpiaba la barra de una posada pequeña, pero bastante concurrida en algún lugar perdido de las montañas de Crestagrana, mucho antes de que los orcos hicieran inseguras esas tierras. Aunque limpiaba con esmero la mesa, su mente se encontraba en los océanos inexplorados del mundo, combatiendo a sangrientos piratas o monstruos marinos. Se encontraba atravesando las montañas duras e invernales de Dun Morogh junto a una partida de aventureros o explorando el mundo más allá de los mares del este. Soñaba en su más pueril infancia con las maravillosas aventuras que de niño le contaba su padre, el buen y campechano Brann Patosar.

 

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La Esquina de Patosar

Aún no acababa de comprender por qué su padre, un gran cazador de bestias y tesoros, había dejado su vida de cazador de bestias y explorador de la Liga de Expedicionarios para dedicarse al monótono oficio de la hostelería. Solo sabía que en determinado momento de su vida, Brann había decidido dejar atrás la más grande de sus aventuras y, con los ahorros de toda su vida conseguidos de las expediciones en busca de tesoros que había hecho por el mundo, fundó la "La Esquina de Patosar", el paradero donde él había crecido viendo los enormes trofeos de caza y reliquias que su padre había conservado de sus aventuras.

Un golpe en la mesa le hizo volver a la realidad, causando que Brog blanqueara los ojos.

-¡Vamos, muchacho alelado, te he dicho que me sirvas!- exclamó el viejo Robert Jhones, un leñador de las cercanías que se iba a la posada a embriagarse y escuchar las batallitas de su padre cada día.

- Lo siento, solamente...-

- Brog, ¿cuántas veces te he dicho que espabiles cuando haces tu trabajo?- bramó la voz hastiada de su padre- Rodrick, cubre a tu hermano. él y yo tenemos que hablar-

-¡Pero padre...!-

-¡AHORA!- sentenció Brann y su hijo pequeño no rechistó más. le llevó a la cocina, donde se encontraba su madre cocinando con esmero la comida de los clientes.

- Padre... te juro que yo...-

- Tienes que entender, Brog, que para llevar a la grandeza a un negocio, tienes que hacer de tu cliente el más feliz y conforme posible-

- ¡Pero a mi no me gusta atender la barra!- protestó- ¡Yo quiero ser como tú, papá!-

Brann apoyó las manos en sus hombros, algo agotado. Era un hombre calvo y regordete, pero conservaba brazos poderosos y piernas fuertes de sus viajes. Blanqueó los ojos, cansado, mirando ahora a su hijo con menos severidad.

- ¿Y yo que soy, Brog? un posadero- musitó- He nacido para atender a la gente y cuidar de ustedes, por eso estoy aquí. Y por eso quiero que te esmeres, para heredar el negocio junto a tu hermano, para que sigáis mi legado-

La esposa de Brann sonrió, negando un poco con la cabeza. Brog abrió la boca nuevamente, argumentando.

-¡Pero yo quiero cazar crocoliscos y asaltar tumbas, como tú!-

- Creo que se refiere, Brann, a tu pasado- sonrió su madre- ¿quién sabe? puede que el pequeño Brog acabe siguiendo tus pasos como trotamundos. ¿así no me conociste?-

Brann refunfuñó algo por lo bajo, mesándose la calva y limpiándose luego el sudor de esta con el trapo de limpiar tarros, antes de volver a ver a su segundo hijo.

- Vete a jugar con tus amigos, muchacho- sentenció, empujando un poco al  pequeño Brog hacia la puerta trasera de la posada- Regresa antes de las cinco, o haré que trabajes todo el día de mañana-

El niño, sin pensarlo dos veces echó a correr. pero una vez más su padre lo detuvo.

- ¡Pequeño Potro!- graznó- ¡Toma!- y le lanzó una espada de madera que le había tallado hacía poco. Brog tenía buenos reflejos para su edad, por lo que tomó el juguete en sus manos, con una sonrisa ilusionada.

- ¡Gracias papi!- exclamó, contento- ¡Te quiero, por eso seré como tú!-

El niño salió corriendo y se perdió entre los bosques de la montaña, junto a otros niños que jugaban ahí, mientras Brann negaba con la cabeza, reprochante.

- ¿Qué te preocupa, Brann?- dijo su mujer, con curiosidad- ¿Temes por su vida?-

- No es eso, simplemente deseo de corazón que alcance lo que quiere. Y que, de no lograrlo, entienda que el destino da muchas vueltas y que puede que el suyo sea simplemente empujar el de otros a la grandeza-

- Tranquilo, esposo mío- dijo ella conciliadora- Estoy segura de que alcanzará lo que tiene que alcanzar-

La señora Patosar besó los labios de su esposo y él le devolvió la sonrisa, breve.

- Eso espero yo también-

Y volvieron al trabajo, mientras Brog se perdía por las hermosas montañas de Crestagrana.

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Montañas de Crestagrana

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Regresó pues Brog del Nirvana, ya que el barullo de la gente era ensordecedor. Entre la grey que le saludaba, o pedía cosas, no se daba abasto. Tenía el apoyo de Dobbins, pero a veces no entendía como la gente solía buscarle más a él que a su compañero de luchas. Aquellos días Farley les había enviado al Torneo del Ciervo Blanco en un carromato que solía disponer para ese tipo de particulares; Al anciano no se le escapaba ninguna oportunidad de representar a la posada, ganar más dinero y vender licor un poco más caro. ¿Y qué mejor que el torneo que aquél enorme noble de las montañas había financiado? Nada, ciertamente, por lo que dejó en sus morenas manos la responsabilidad de la Posada Orgullo de León y su carromato en los juegos. 

Brog sin embargo, no parecía contento esta vez al servir a la gente que tanto conocía, y eso lo notó la Teniente de ojos color miel cuando se acercó junto a dos escuderas Quel´Dorei a su carro. 

- Te notas algo más callado de lo habitual, ¿se debe a algo?- 

Brog gruñó y señaló el carromato que estaba delante de él. Había un hombre joven de piel morena, con cabellos cobrizos y largos que hacía llamar a su tarantín de alimentos y licor "Coma en Joe´s". Aquél, miraba al buen posadero y le hacía gestos obscenos e irreverentes desde lejos. La teniente y sus acompañantes se extrañaron por la actitud de uno y otro, pues nunca habían visto a Patosar tan angustiado y molesto por la presencia de alguien. 

- No se debe a nada, más que a algo sencillo- alzó la voz, el posadero- ¡Y ES QUE LA COCINA POR SÍ SOLA NO LLENA EL ALMA!- 

E inmediatamente, recibía la respuesta de aquél. 

- ¡COMED AQUÍ, EN JOE´S, PORQUE SOLO SERVIR LICOR, SIN UNA BUENA COMIDA, TE MATA LENTAMENTE, COMO CUANDO NADIE TE APOYA TUS SUEÑOS!- 

Brog parecía auténticamente molesto cada vez que el muchacho le contestaba.

- ¡MUCHACHO INSOLENTE!-

- ¿A qué se debe tanta ojeriza, señor Patosar?- preguntó la escudera criada entre hombres, mirándole raro, e intrigada- son solo unas cuantas ventas menos para usted- 

- No se debe a eso, mujer...- 

Las tres mujeres tomaban por seguro que se debía a que ese joven había acaparado a las ventas, pero se debía a algo más que llevó a Brog al Nirvana una vez más. 

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Drucilda Patosar, en su juventud.

Estaba molesto, empacando todas sus cosas...

¡Ya no soportaba a esa mujer de los infiernos! ¡Le golpeaba, le gritaba y le domeñaba!... ¡Blackhorse era un hombre libre! Decidió meter su suéter verde de la suerte en su petate, llenó una petaca de ron y decidió desempolvar su fiel espada. ¡Se iba a ir definitivamente a su aventura! 

-¿Así, sin más, Brog Brandon Patosar?- sentenció, la voz de una joven Drucilda- ¡Acaso te irás después de todo lo que hemos vivido juntos!- 

-¡Qué vivir, ni qué vivir, mujer!- graznó, amargado- ¡Todo lo que he hecho es cuidar de ti y solo he recibido blasfemias; golpes y maldiciones! ¿qué es eso, vivir? ¡NO LO CREO!. Me voy a ir a las selvas, bien lejos de ti, ¡a cazar bestias y buscar tesoros, a vivir la vida... ¡no voy a ser un maldito posadero ni un minuto más!- 

-¡Es que no lo entiendes, Brog, te necesito!- 

Brog cerró su petate, lo echó a su hombro y abrió la puerta de la habitación donde le hospedaba Farley a ambos desde hacía tres años atrás, cuando llegaron en una noche tormentosa. Brog se enfiló a la cocina de la posada del Orgullo con enormes zancadas, que a esas horas estaba ya cerrada. Trataba de no ver ni de cerca a la mujer, alejarse de ella a toda costa, pues ya no soportaba ni un minuto más de una vida que él no estaba destinado a vivir. Iría, como antaño su padre, a la aventura así que tomó algunas provisiones, las metió en su petate y se giró, dispuesto a irse de la posada. Pero ella se atravesó en la puerta de la cocina, obstruyendo el paso. 

-¿Ahora qué? ¿qué sucede?- dijo, impaciente- ¡ya lo hablamos, apártate!- 

- ¡ESTOY EMBARAZADA, BROG!- 

Y él se quedó frío. En silencio sepulcral. 

- ¡No puedo criarlo sola, no puedo sin ti!- 

Brog soltó todo lo que llevaba encima y la apartó con cuidado, para sentarse en uno de los taburetes de la barra. Tardó mucho en hablar y ella se impacientaba a momentos, pero al final le preguntó, lánguido. 

- ¿Cuando pasó?- 

- Hace un mes, Brog- le miró. 

- No puedo... creerlo- dijo él, causando la exacerbación de Drucilda. 

-¡Está bien! ¿acaso no lo crees?- dijo ella, molesta- ¡Entonces vete, nunca necesité a nadie antes de ti y no será diferente ahora! ¡Ya me he cansado de tu indiferencia ante mí después de todo lo que hemos vivido! ¡VETE YA Y DÉJAME!- gritó, al borde del llanto. 

Pero Brog no se fue... se reincorporó e hincó la rodilla delante de ella. 

- Cásate conmigo- dijo, con los ojos enjugados- Cásate conmigo, te amo- 

-¿Q-qué? ¿acaso... te burlas de mí?- 

Brog negó, insistiendo.

-Cásate conmigo, Drucilda Jhones- 

Y ella no supo que hacer. y él la besó. Drucilda rompió en llanto, mirándolo enamorada y él, la alzó en sus brazos. 

- ¿N-no te irás?- 

- No, Drucilda- dijo, mirándola con amor y determinación- No dejaré a ese niño solo, ni menos a ti- 

Ella sonrió, pero le miró con dudas.

- ¿Y Farley?- 

- Farley os ayudará- dijo la voz del dueño del Orgullo del León desde la penumbra de una de las mesas, levantándose- Pueden quedarse aquí trabajando, el mocoso necesitará qué comer-

- Señor, no se cómo agradecerle, yo...- 

- Preocúpate por criar a ese muchacho y que sea lo que quiera ser, Brog- dijo el tabernero, mirándole con gesto férreo- Eres un buen hombre, ahora preocúpate por ser un padre ejemplar para ese niño y enseñarle cómo ha de ser un hombre de verdad- 

Brog asintió y le ofreció la mano al tabernero, pero este se la negó. Le dio un abrazo paternal. Brog se acercó a Drucilda, poniendo su mano en el vientre de la mujer. 

- ¿Cómo quieres que se llame nuestro hijo, amada mía?- 

Ella sonrió y le miró. 

- Quiero que se llame Joe- 

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La que mentaban la Leona de Lordaeron se quedó con la boca y los ojos bien abiertos. 

-¡TIENES UN HIJO!- 

- Y es ese muchacho desgraciado del negocio de enfrente, sí- sentenció, amargado- ¿acaso no me crees?- 

- ¿Pero... por qué está tan molesto?- preguntó la escudera, mirándole confundida- ¿acaso no debería estar orgulloso de él?- 

- ¿Cómo voy a estar orgulloso de ese desgraciado? ¡Cocina!- sentenció, como si fuese obvio- ¿acaso eso es el hacer de un posadero que se precie vendiendo licores? ¡no!-

- Pero piénselo, señor Brog... ese joven es un hombre exitoso, ha vendido mucho más que cualquier otro aquí-

- Puede que sea cierto- sentenció, mesándose la calva- pero un Patosar no cocina, un Patosar tiene quien le cocine- 

Y la teniente bufó.

- Eres un viejo amargado- 

- Y a mucha honra- gruñó, causando que las mujeres se fueran siguiendo a la Oficial, que le soltó los acostumbrados improperios tras sus frecuentes discusiones. 

Brog observó por un momento a su hijo, con gesto severo. Le vio sonreír y atender a la gente robándole sonrisas con sus comentarios despiertos. Su hijo le envió cartas contándole de sus viajes a través del mundo, conociendo las delicias culinarias de Azeroth. Le relató sus viajes y sus aventuras en cada camino; los parajes que había visitado, las tumbas que había visitado y los cocineros de culturas variopintas que había conocido en cada una de sus epopeyas. Era idéntico a él cuando era joven y hacía lo que había venido a hacer en este mundo... Brog sonrió, con satisfacción. Por fin había entendido a su padre y cuál era su destino. 

Y así volvió a su trabajo, con una sonrisa de satisfacción...

- No ha sido una mala vida, después de todo...- 

Y no lo había sido.

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-Relatos de un Caballero-

I

Al Filo de Nuestras Pértigas

Warcraft 3 knight

 

Su mirada se desparramó por el paraje delante de él. Y sonrió con ironía, pues a pesar de la hermosura del lugar, no le transmitía confianza alguna lo que observaban sus ojos.

El paisaje que se veía ante él estaba plagado de contrastes.  Allende se encontraban las montañas grises de Alterac, con sus picos nevados rodeados de nubes tintadas de lila y mandarina. Sonrió pues en el pasado, los picos de Alterac fueron para él una fuente de paz y alegría cada vez que los miraba desde el Lordamere. En las faldas de la montaña se podían ver enormes bosques de pinos, de esos que inundaban las tierras altas de Alterac; Estaban moteados de infinitas tonalidades de verdes, naranjas y rojos por la cercanía del otoño.

Se encontraban en plena primavera: De jaspe y dorado eran los árboles viejos, cansados ya de resistirse a las exacciones del clima y el tiempo. Esmeralda los más jóvenes y bullentes de vida, dispuestos a luchar contra las desavenencias del tiempo y la naturaleza. Mientras, el olivo se apoderaba del resto de la foresta, que esperaba el inminente resultado de aquella lucha, en la que el otoño los convertía a todos en un lienzo de rojo, dorado y naranja que pronto los hacía blancos y yermos por el invierno; El ciclo de la vida y las estaciones era inevitable.

Entre las montañas y bosques se podía ver las cristalinas aguas de los ríos de Alterac nutriendo al Lordamere. El astro rey convertía a las cascadas de gélidas aguas en fuentes de oro líquido por la refulgencia de sus rayos, dando la más hermosa de las vistas que un hombre de bien podría querer... ¡Ah, benditas montañas¡ ¡Aún siendo hijo de Lordaeron, había aprendido a amarlas inmensamente!

Pero entre los bosques de aquél paisaje maravilloso, enormes nubarrones negros los delataban a ellos...

Aquello era lo que le hacía sonreír con ironía:

Aún con la hermosura, con los recuerdos de su niñez y juventud que le traían las montañas, con la paz que le emulaban viejos tiempos y el agradable clima de las Tierras Altas, temía atravesar aquellos parajes. Los enormes nubarrones negros provenían de enormes braseros y hogueras hechas con árboles talados de los bosques que tanto había atravesado en tiempos pasados en jornadas de caza junto a sus parientes. Incluso si afilabas la mirada podías ver sus campamentos primitivos hechos con huesos y pieles desolladas de la caza alrededor de las hogueras. Los podías ver caminar de un lado a otro, inquietos, vociferando en sus lenguas paganas. Podías ver sus enormes cuerpos, bendecidos por los dioses de la guerra y malditos por la vil. Sus bestias aullaban famélicas, al igual que ellos.

Reprimió una mueca de asco y retumbaron los cuernos de guerra de las bestias.

Los rugidos de los engendros sorprendieron a los soldados, que emprendieron la marcha de forma estrepitosa hacia sus puestos de combate, a cien metros del campamento donde estaban.

¡Formad firmes malditos bastardos, que nadie retroceda!

Escuchó que gritaron. Pero los infantes que les seguían no estaban acostumbrados a los rugidos de las bestias. Los muchachos, formados a trompicones, retrocedieron varios pasos al escuchar los gritos de guerra de sus enemigos. Aunque los mandos les mentaban como cobardes y les maldecían, él los comprendía; La primera vez que les vio cargar se orinó encima del terror antes de recibir la embestida de su vanguardia. Afortunadamente sobrevivió, fue de los apenas quince o veinte hombres que lo hicieron.

"Campeador" relinchó con fuerza sacándolo de su ensimismamiento, entendiendo que debía subir a su corcel inmediatamente. Tomó las riendas y avanzó con pesadez entre los hombres que corrían de un lado a otro en el campamento tirando de las riendas de su caballo. La armadura le pesaba cada día más y por ello se tomaba su tiempo. Sus articulaciones ya no eran lo que antaño fueron y con el cansancio acumulado de la marcha le exigían moderación. Bufó con amargura... No entendía por qué los oficiales y soldados jóvenes gritaban órdenes y respondían a gritos a las mismas respectivamente.

Eso no retrasaría lo inevitable.

Los tambores de guerra retumbaron en aquél valle. Él se detuvo y se giró un poco, para ver la carga. Pudo ver a una enorme bestia verde sobre un monstruoso huargo negro ataviado de placas de hierro oscuro, rabioso y hambriento, adelantarse. Levantó su enorme hacha e hizo acallar con ello a sus pares, que comenzaban a aglomerarse en las faldas del bosque golpeando sus hachas contra sus pechos y gritando en su lengua pagana.

Enseguida entendió que era el señor de la guerra de esa mesnada... Llevaba consigo pesadas placas de hierro tachonadas con pinchos de hierro a suerte de hombreras y un collar de cuero adornado con los cráneos desollados de dos víctimas de sus saqueos. Sus enormes colmillos estaban llenos de anillos de hierro y sus grotescas facciones estaban marcadas por perforaciones y cicatrices que habrían sido insostenibles por un humano promedio. Los tatuajes con el símbolo de su clan en sus portentosos brazos y pecho delataban su fanatismo... Sus piernas estaban ataviadas de cuero pesado, tachonado con hierro. Y en una de sus manos llevaba el estandarte rojo, con el símbolo tribal de La Horda.

Otro de los orcos, igual de portentoso, se adelantó con un huargo pardo hacia este, voceando con fuerza...

- ¡LOK'REGAR GRULL!-

-¡Lok-Narash!-

-¡SWOBU!- Respondieron al unísono. Eran salvajes, enormes y violentos. Pero eran disciplinados. Quien creyera que aquellas bestias no estaban organizadas, estaban destinados a una muerte segura. No se les podía subestimar por su aparentemente carente inteligencia. Eran máquinas hechas por y para la guerra. El señor de la guerra se adelantó por la vanguardia, voceando en su lengua natal, levantando su hacha y con ella, señalaba la fila cada vez más eufórica y deseosa de batalla de su sanguinario séquito.

-¡Kagh Trk'hsk Lak'tuk Gol'kosh!-

- ¡DABU!- Volvieron a exclamar, soltando berridos al ritmo de sus tambores. golpeando sus hachas contra sus pechos y armaduras. Pisoteando el suelo. Sus ojos comenzaban a brillar enrojecidos.

-¡Kagh Lak'tuk Gar'mak Roghonr!-

-¡ZUG ZUG!- Respondieron cada vez más ansiosos. Su señor de la guerra comenzó a avanzar hacia el frente, su huargo rugía colérico... y sus guerreros comenzaron a correr desbocados hacia el frente.

-¡LOK'TAR OGAR!

Ahí lo supo... victoria o muerte. El Caballero aprendió que eso era lo que significaba pues cada vez que gritaban aquello, los orcos luchaban hasta el último aliento y se sacrificaban en la batalla. Si alguno cometía la osadía de retirarse, era asesinado por sus propios hermanos de armas. Desparramó su vista por la formación de su infantería y comprendió que los hombres de a pie estaban condenados. Gruñó y avanzó con algo más de rapidez, tirando con fuerza del caballo, que se había acobardado por los rugidos guturales de orcos y lobos acompasando sus tambores. 

- ¡Vos, id a la formación!- Escuchó que decían... desconocía si era el único que se encontraba en la segunda línea, pero ignoró por completo el llamamiento de aquél oficial- ¡Cobarde, perro sarnoso!-

Caminó hasta llegar a los matorrales de la retaguardia del campamento. Donde los caballos de una unidad de Caballería relinchaban con fuerza.

- ¡ Sir Lionhammer!- exclamaron- ¡Tenemos que ayudarlos!-

- Calma y cordura- sentenció, frío, subiendo al caballo en ese momento.

- ¡Pero señor, los van a masacrar!-

El Caballero se giró una vez más, afilando la mirada. Los Orcos estaban a escasos centímetros de la vanguardia del ejército de Lordaeron. Sus caballeros esperaban ansiosos la orden de carga, pero él no la dio. Los bestiales guerreros impactaron el centro y tardaron muy poco en quebrar la endeble fila de infantes. Los orcos eran, con o sin huargos, bólidos de hierro. Había que pararlos con lanzas dispersas por toda la formación y en segunda fila o romperían las líneas fácilmente.

Y si el centro cae, la lucha es insostenible.

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La escena era grotesca. Los orcos cercenaban con facilidad a los hombres del ejército. Los oficiales no podían contener el pavor de las fuerzas de infantería que reculaban cada vez más. Por un momento los caballeros sentían alivio de no estar ahí y temor... miraron a su oficial, quien no se inmutaba.

- ¿To...tocamos la retirada?-

- ¿Y Dejar a Lordaeron a expensas de esas bestias?- escupió al piso, sin dejar de ver la batalla- No soy un cobarde-

- Pero señor... están rompiendo las líneas como si fuese mantequilla... no podremos-

- Hace unos minutos estabas ansioso por luchar, Sir Frederick- sentenció, mirándole por un momento- Y vas a luchar-

Espoleó al corcel, recorriendo la línea de caballeros.

- Nuestro enemigo parece imbatible, pero la experiencia enfrentándome a esos bastardos me ha hecho comprender que hay una sola forma de vencerlos- sentenció, azuzando al caballo- ¡Y es bajo el filo de nuestras pértigas!-

Los caballeros le miraron a los ojos y notaron su determinación. Aún cuando estaban asustados, tomaron las lanzas.

-¡Quiero que formen una cuña y ataquen el flanco derecho, sin detenerse, junto a mí!- sentenció- ¡Los vamos a hacer retroceder y los mataremos a todos y cada uno!-

- ¡La lección de hoy nos enseña, que solo las lanzas detienen a la caballería! ¿no es así?-

- Sí, Sir Iván!-

- ¡Enfrentemos pues, a la caballería echa hombre que ellos representan y los venceremos!- Exclamó con fuerza, girando su caballo hacia el campo de batalla, que estaba desecho ya por la horda, que destrozaba todo a su paso- ¡Por Lordaeron y bajo el filo de nuestras pértigas!-

-¡POR LORDAERON!-

Y cargaron. Los flancos de la formación, desprotegidos al haberse roto el centro, estaban siendo superados por los jinetes de huargo y los orcos que les cercaban. Los oficiales, jóvenes en su mayoría, comenzaban a tocar las cornetas de la retirada. Pero la fanfarria de la Caballería les hizo levantar sus rostros, viendo la luz. Los Caballeros impactaron el flanco derecho devastando a las fuerzas de la horda, que desprevenidas no se esperaban tal carga. Aquello le dio un respiro al ejército y el impulso de luchar. El Caballero Iván Lionhammer incrustó su lanza contra el torso de uno de aquellos bastardos, antes de derribarlo de la montura bestial y, con su espada, matar a aquella criatura incrustando el fierro en su lomo.

El polvo que levantaban los cascos de los caballos y las portentosas patas de los huargos ensombrecía la vista.

Iván avanzó por entre los difusos cuerpos que se batían sin cuartel ante él, buscando con su mirada, cuando un rugido terrible retumbó entre la batalla.

-¡RROOOAARGH!-

Era quien buscaba. El Caballero ubicó la fuente del rugido... justo detrás de él.

- ¡Ven aquí, bestia estúpida!-

El poderoso señor de la guerra mostró sus dientes amarillentos, confiado en la victoria... y cargó contra él. El Caballero hizo lo mismo. Aquél bestial guerrero era digno de las historias que se contaban entre los refugiados de Ventormenta de cuando cayó su capital. Bestias sanguinarias, similar a gigantes que no tenían otra motivación más que destruir el mundo. Su huargo, en efecto, fue superior a "Campeador" y con sus fauces terribles mordió la cabeza de su jaco y lo sacudió hasta matárselo, derribándolo a él. El Caballero cayó al suelo como un saco, sus costillas castañearon. Mientras el Huargo se daba un festín con su corcel, el orco se acercó a él con su pesada hacha dispuesto a acabar con su existencia. Cuando levantó su hacha para acabarlo, Lionhammer se apartó y el orco clavó el hacha en el suelo.

De inmediato la criatura comprendió que no sería una batalla fácil. El Caballero avanzó contra él levantando la espada pero el orco logró bloquear su golpe, riendo estridente y, ante la cercanía, propinó un cabezazo a Iván Lionhammer, haciéndolo caer con la nariz ensangrentada al suelo. Cuando levantó otra vez su hacha para la inminente ejecución, el caballero se apartó una vez más.

Comenzó el duelo de aceros. La espada, honorable, digna, virtuosa, contra el hacha salvaje, famélica y vil. Cada golpe que se propinaban y que bloqueaban con los aceros hacía restallar chispazos horrísonos. El cansancio a cada golpe resentía las articulaciones. Iván se vio en la obligación de alejarse de la criatura, para tomar un respiro.

Y  para sorpresa del veterano, el orco también rengueaba, cansado. La bestia le miraba con desprecio y ojeriza.

La batalla a su alrededor continuaba sucediéndose sin un ganador claro ahora que la caballería había entrado en acción. Pero el empuje de la horda orca comenzaba a hacerse latente incluso sobre los caballeros. Iván comprendió que ya no podía dejar pasar más tiempo o no darían vuelta a las tornas. Decidió avanzar hacia el orco, aprovechando su última carta bajo la manga....

Y el orco aceptó el reto al cargar.

Iván corrió hacia él, deseando que la luz le asistiera en esta nueva ocasión. Cuando el orco estaba prácticamente sobre él y levantó su poderosa hacha sobre su cabeza, el caballero se apartó, girando sobre su propio eje, incrustando su espada contra el costado de la criatura alejándose...

Jadeaba con fuerza, pero había logrado su cometido. El señor de la guerra orco cayó al suelo de bruces chorreando sangre a borbotones, vencido por la astucia. El Huargo, cebado con el cadáver de su fiel Campeador fue víctima de las lanzas de sus caballeros. Aquello fue el detonante del pavor de la hueste. Sin sus líderes, las criaturas comenzaron a perder la disciplina y a retirarse acobardados. Los guerreros de Lordaeron no desaprovecharon la oportunidad y cargaron. El empuje de la Alianza fue tal, que en pocos minutos los orcos fueron destruidos. Los Caballeros corrieron a abrazar a su líder, que se arrodillaba dolorido y cansado, apoyado de su espada.

- Os lo dije...- sentenció, jadeante- No podrán vencer al filo... de nuestras pértigas- 

Desparramó su vista por el campo de batalla... la vista era devastadora. Cadáveres desparramados sobre barro, vísceras y sangre sin distingo alguno de raza o ejército. Las pérdidas habían sido cuantiosas. Cada victoria pesaba mucho sobre la moral.

- Tenemos que organizar... las defensas- sentenció, férreo- Volverán...-

Él lo sabía. Los orcos no se retiraban. Solo se reagrupaban para volver con más ahínco.

- Y se hará, Sir Lionhammer- escuchó de una voz conocida. El veterano se giró, viendo al Comandante Henry Bishford acercarse- Pero vos no tenéis entre vuestros deberes ayudarnos con ello-

- ¿Y qué es lo que me manda el ejército entonces?- Preguntó, algo hosco, al ver al comandante- No voy a volver a la retaguardia a limpiar letrinas, comandante. Soy un noble de Lordaeron y exijo servir en el frente como merece mi casa-

- Iréis a la retaguardia, pero no a lo que habéis dicho, Sir Iván- dijo el oficial, extendiendo una misiva para él- La Mano de Plata os reclama-

El veterano reprimió una mueca de desconcierto. Tardó mucho en tomar la misiva, pero al hacerlo corroboró que estaba destinada, con firmas y sellos del comandante y el ejército, a presentarse al monasterio de Tirisfal para ser juramentado ante la Orden de los Paladines.

- No- espetó, seco- No soy digno de ese honor-

- ¿Y qué os hace pensar tal cosa?- preguntó el comandante, sorprendido- Habéis demostrado proezas de valor dignas de uno de ellos en el campo de batalla, Iván... creo que ello es suficiente-

- Para ser Paladín se necesita más que eso, señor- repuso, severo- No todo lo que hacen es matar a estos engendros...-

- Puede que quien te ha recomendado para tal tarea piense que estás a la altura de la orden-

Iván frunció el ceño, mirándolo con incredulidad.

- ¿Acaso no has sido tú, Bishford?-

El Comandante negó con la cabeza y le contestó- No ha sido mérito mío. Si fuese por mí, te mantendría cerca... Pocos tienen ese valor que tú para luchar.-

- ¿Entonces quién...?-

Una vez más el oficial se encogió de hombros... Iván suspiró resignado.

- Partiré con el despuntar del alba, Comandante- saludó marcial, mirándolo. Accedió pues sabía que Bishford no solía desprenderse de sus hombres con facilidad. Ambos habían combatido juntos durante años, hasta que el destino infausto de la Casa Lionhammer le había alejado de sus viejos compañeros de armas en la IV Legión Fronteriza.

A la mañana siguiente, con su armadura hecha jirones y cansado, partió junto a una pequeña escolta a lomos de un nuevo corcel. Había dormido demasiado poco, porque aún su corazón estaba lleno de dudas...

¿Quién le había recomendado para servir a la Orden cuando él se sentía menos que indigno?....

Pronto lo sabría.

 

 

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-Relatos de un Caballero-

II

El Deber de la Caballería

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Detestaba a ese viejo jaco.

La muerte de Campeador adolecía en él como la de cualquier compañero de armas. Era una bestia, pero era SU bestia. Muchos no entendían por qué un caballero tenía tantos apegos con un simple caballo, pero luego de tanto combatir a lomos de un animal con el que ibas a la guerra y atravesabas infinitos parajes de leyenda te obligaba, quisieras o no, a crear un vínculo con él. Iba sobre los lomos de un jaco viejo que el ejército le dispuso para su vuelta inmediata a Tirisfal y no se sentía cómodo.

De vez en cuando el pobre animal relinchaba cansado y se detenía, obligando al paladín a hincarle las espuelas en los costados de una forma en la que sabía que el animal sufría. El caballo relinchaba y avanzaba, pero se quejaba mucho. No estaba acostumbrado al peso de un hombre de más de dos metros, cien kilogramos y una pesada armadura que le agregaba probablemente unos cincuenta kilogramos más a su carga. Decidió desmontarlo y caminar junto a él, aunque eso significase que sus riñones y espalda se quejasen de él y le obligaran a mear sangre al final de cada día de viaje.

Aunque tenía sus reservas con respecto a esa recomendación, decidió obedecer.

Aún no acababa de comprender del todo por qué la Mano de Plata lo había reclamado a él para servir entre los primeros paladines de la orden. ¿Qué le había demostrado a la luz, más que ser un hombre miserable y pragmático? nada... o al menos eso creía. Cuando los orcos destruyeron Ventormenta decidieron atacar a su país desde las costas de Trabalomas y se dividieron, atacando también las Tierras del Interior. Él y sus primos habían combatido a la horda dirigiendo los ejércitos de la IV Legión Fronteriza; Legión que su familia había comandado tradicionalmente hacía tres generaciones atrás. Pero por las malas vueltas del destino todos habían muerto en distintos combates el oeste de las Colinas. A esa desastrosa campaña la llamaron "Campaña de las Tierras del Interior" por designio del Rey. 

Era de esperarse; La humanidad no se había enfrentado jamás a la Horda y los Orcos eran superiores a ellos en muchos sentidos. Enfrentarse a lo que no conoces normalmente provocaba duras derrotas hasta que te adaptabas al tipo de lucha. Y entre las muchas derrotas que recibió Lordaeron contra la horda tras reforzar sus fronteras el día que se supo de la caída de Ventormenta, se podían contar las de sus parientes. El primer miserable en morir había sido Igor II. Igor era un hombre terriblemente honrado, valiente y orgulloso pero tozudo como un burro.

Iván había visto a los orcos pelear días atrás, cuando le enviaron a él al mando de los reclutas a explorar los bosques y comprendió que una guerra convencional contra otros reinos, los trols o contra los gnolls no sería la apropiada para derrotar aquella amenaza. Sus formaciones y líneas fueron destruidas como una torre de naipes por el arrojo de simples partidas de exploradores. Por lo que entendió que la única forma de poder derrotarlos era reorganizando los ejércitos de forma efectiva. Logró salvar a cuantos reclutas pudo, pero sacrificó a gran parte de su partida, causando la ira de su primo.

Intentó mil veces decírselo; de explicarle que a lo que se enfrentaban era algo nunca antes visto, pero su obstinada saña contra los Leones Negros le nublaron el juicio. Le pudieron más conflictos familiares sin sentido que el bienestar de sus hombres.

Y eso fue su condena...

Tras recibir los informes de Iván, Igor partió al frente junto a una compañía, a la que dirigiría personalmente para "enseñar a los oficiales una lección de estrategia militar". Como se encontraba en superioridad numérica, los incursores orcos no le enfrentaron directamente y él confiando en que los había arredrado con sus números les siguió. Los orcos lo atrajeron hasta un valle angosto perdido entre las montañas y le emboscaron. Sus fuerzas lograron abrir una brecha por la que pudieron huir algunos caballeros y soldados, pero él decidió quedarse a morir en las líneas para permitir la retirada de la compañía.

Pronto ascendieron a su hermano, Shonnor; Quien se creía que era el más capacitado para la comandancia de la Legión después de Igor. Un hombre capaz, valiente y arrojado, pero insensato como todo muchacho. Como comandante, ordenó atacar a los orcos aprovechando que conocían la ubicación de sus  puestos de avanzada tras el desastre militar de su hermano. Despechado y colérico, ordenó a sus hombres formar como acostumbraba el ejército desoyendo los consejos de Iván; igualmente por el desprecio a su "casta".

Cuando ordenó atacar, los orcos les esperaron a la defensiva y muy pronto los engendros superaron a la infantería de Lordaeron, compuesta en su mayoría por jóvenes inexpertos que se enfrentaban a guerreros curtidos en la conquista de Ventormenta y que, para mayor INRI, tenían una fuerza similar a la de dos hombres adultos juntos. Todo ello sin mencionar a sus brujos y necrólitos, que sembraron el caos en las líneas de arqueros con su magia oscura. No combatió a la defensiva; Algo crucial para mantener a raya a un enemigo que no conocían y al que debían estudiar para poder vencer.

Igual que Igor, Shonnor pereció en combate defendiendo a sus hombres en la retirada.

El tercero a quién siguió a la batalla fue al menor de los hijos de Paul I, El buen Gódric. Valiente, temerario, inteligente y humilde, pues sabía escuchar. Era sensato; sabía esperar y aprovechar bien todos los recursos a su favor.

Era de todos sus primos el más capaz y lo demostraría con creces.

La Legión reculó bajo las órdenes de Gódric saliendo del territorio difícil de las montañas, donde las bestias de la horda tenían ventaja. Reorganizó el estado mayor y preparó sus fuerzas, destinando a Iván y a su propio hijo, Tarin Lionhammer, como parte de sus subalternos. A esas alturas, no tenían suficientes oficiales con vida tras las dos sendas derrotas de sus primos. Los Orcos habían demostrado ser una máquina de guerra terrible, devastadora. Pero a medida que se hacían con la victoria se confiaban y volvían arrogantes, dejando a la vista una gran debilidad: Su orgullo.

Cuando los orcos vencían solían subestimar al enemigo mucho más que lo que la humanidad lo hacía. Y eso fue su perdición. Cuando los orcos les vieron retroceder no dudaron en seguirles para arrasarlos y Gódric aprovechó la oportunidad de formar en un campo abierto cercano a las fronteras de las Tierras del Interior con los pasos montañosos que llevaban a Stromgarde, donde la caballería de Lordaeron giró las tornas derrotando de forma severa al ejército de avanzada que los orcos tenían en las montañas. Aprendieron a detener las arremetidas de la horda no solo depositando a los lanceros a los flancos, sino formando una falange; Una línea de lanceros que protegía a toda la vanguardia y acuchillaba con el filo de las pértigas a los orcos.

Mientras estos se enfrascaban en una meleé en la que el ejército de Lordaeron podía resistir lo suficiente, la Caballería arrasaba sus flancos, los envolvía y pisoteaba. Así aprendieron a derrotar a la horda; A fuerza de lanzas y caballos. Aquella batalla fue la primera demostración de la efectividad de su nueva formación y de hecho derrotaron a los orcos al punto de prácticamente exterminarlos, pero a costa de grandes sacrificios.

Gódric fue herido de gravedad por el enemigo, dejando a la IV Legión Fronteriza sin líder. Pero a pesar de ello, Iván y el joven hijo de Gódric controlaron la situación a fin de evitar una retirada por falta de líder y moral baja; Reorganizaron a las fuerzas y arremetieron una vez más, venciendo al enemigo.

Gódric sufrió una muerte dolorosa y lenta en los hospitales de campaña de la Legión. Mientras aún era consciente y sabedor que las disputas familiares habían quebrantado la unidad familiar que su tatarabuelo había pregonado por generaciones, abdicó los títulos que le pertenecían. Estos convertían a Iván en el Lord y Patriarca de la Casa.

Para aquél entonces, el veterano era el más importante caballero de la línea indirecta de la familia. Aquellos pertenecientes a esa línea de sangre eran conocidos como Leones Negros y el único miembro de esa facción que tenía un prestigio semejante al de él mismo y sus hermanos era Iván.

Así la familia dejó la heredad del patriarcado de la casa por línea directa a un segundo plano, dándole potestad al patriarca de turno de elegir quien sería su heredero, fuese o no su hijo directo. 

Gódric alegó ante su hijo antes de morir que era momento de legitimarlos y zanjar los conflictos. Tarin estuvo de acuerdo: Al final los títulos eran solo eso, si una familia estaba desunida. 

- Y yo juré proteger a su linaje con mi vida si hacía falta-

Dijo por un momento en voz alta, mientras meaba cerca del caballo que le habían dado en el frente. El Caballo le observaba fijamente sin entenderlo, meneando las orejas.

- El honor de ser el patriarca de esta casa debería de pertenecer a un hombre como Gódric mismo o su hijo. Yo no soy digno de eso.-

Gruñó, pues un coágulo de sangre emergió de su uretra causándole dolor. Maldijo a la luz y a todos sus muertos, tomándose el colgajo con las manos. Le ardían las entrañas por el dolor. El caballo seguía viéndole, fijo. Iván soltó una risotada estridente.

- ¿Lo ves, Caballo viejo?- suspiró, guardando su miembro entre las bombachas- ¡Meo sangre y hablo con caballos, eso no es paladinezco!-

Suspiró. Tomó las riendas del caballo y siguió su camino. El recordar aquella batalla le hizo traer a su memoria las muchas vivencias bajo el mando de sus primos y el mal trato que estos le dieron por pertenecer a los Leones Negros. Pero de entre los hijos de Paul I solo uno de ellos le trató con dignidad y hermandad como a uno más sin ver que fuese un León Negro: Gódric Lionhammer.

Por esa desinteresada lealtad, hermandad y amor que le demostró sin mirar quienes eran sus ancestros, le juró lealtad a su linaje como protector. Además claro, que con su abdicación zanjó por fin las disputas entre la familia. Los había unido para siempre y en un momento en que la Casa lo necesitaba. Los oficiales más eminentes habían muerto en batalla y los supervivientes de aquella Legión regresaron con una victoria pírrica a Tirisfal con intenciones de reabastecerse de hombres y equipos por órdenes del propio Turalyon.  

Si bien no habían sido los únicos que habían fracasado en ese primer encuentro con los orcos, la Casa Lionhammer tenía muchos más enemigos que los líderes de las otras legiones que la horda derrotó en Trabalomas y las propias Tierras del Interior con sus incursiones marítimas y terrestres respectivamente.

Por ello tanto Iván como Tarin  fueron acusados de traición y llevados a un juicio donde el propio rey Terenas estuvo presente y dictaminó sentencia contra ellos. El rey se había dejado llevar como pocas veces en su historia por las intrigas palaciegas, ya que en aquél entonces las fuerzas de Lordaeron habían sido víctimas de la traición de Alterac. 

Así la IV Legión Fronteriza fue disuelta y sus oficiales destinados a comandar dos legiones recientemente conformadas por reclutas y criminales de poca monta forzados a leva. Una de esas legiones sería comandada por un joven oficial de la Ciudad que pertenecía a una familia mucho más cercana a la corona por decisión del propio Terenas y la otra, por uno de los más veteranos hombres de la antigua IV Legión: Henry Bishford, quien aunque no estuvo de acuerdo con los dictámenes al considerarlos injustos con Tarin e Iván, a los que consideraba camaradas de armas y respetaba. 

Aún cuando los enemigos de la Casa querían ver las cabezas de los Lionhammer rodar, el rey desestimó las sugerencias de aquellos malintencionados y les hizo conservar a ambos caballeros sus títulos y antiguos rangos, no sin antes hacer que la familia pagase una gran indemnización de guerra en oro y materiales de su herrería, que dejó a la casa en una situación sumamente precaria. Todo ello, por el sacrificio que Gódric Lionhammer había hecho en batalla y que no solo oficiales, sino soldados supervivientes habían reseñado en aquél juicio. 

Así, Iván fue destinado a la legión que comandaba Bishford y Tarin a la que el joven caballero de la ciudad ahora dirigiría. 

Eran entonces tiempos difíciles y si la familia no se unía, los enemigos acabarían por destruir lo poco que les quedaba. Y la unión había sido gracias a Gódric.

 

***

Una vez más volvió en sí tras sopesar su situación...

- Solo la luz sabe quien ha reclamado a un caballero sin honor a la Mano de Plata- sentenció, tras tirar de las riendas del caballo y acariciarle la crin- Un Caballero viejo, sin honor y con un rocinante desnutrido. ¿Hm?-

El caballo bufó y él tiró de las riendas atravesando el paso del Baluarte, llegando a la hermosa Tirisfal.

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Por alguna razón se sentía especialmente bien en los campos de tirisfal. El aroma de las Lavandas le era sublime y placentero. Alguna vez pensó, cuando joven, que llevaría allí a sus hijos cuando los tuviera. Sonrió con nostalgia. En aquellos años era un hombre soñador y entusiasta que añoraba hijos y formar una familia. Lamentablemente el destino le deparaba otros caminos, vinculados para siempre a la guerra y a la muerte. 

Fuera como fuera, no se lamentaba por ello. Había decidido seguir el camino de la guerra y servir al rey, así que no había motivos por los qué arrepentirse de sus actos. Era la vida que había querido. Y gracias a su pequeño aporte sirviendo con lealtad a su señor otros podrían llevar a sus hijos a los campos de lavanda a jugar.

Su camino transcurrió silencioso, respirando la tranquilidad y la paz que todavía existía en su amada Tirisfal. Cerca de la colina de los Cruzados, se subió al viejo jaco para que su llegada al portentoso Monasterio de Tirisfal fuese lo más digna posible.

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Cuando atravesó los jardines exteriores, observó con orgullo los estandartes con el puño de acero cerrado, en señal de victoria sobre un azul celeste, como el cielo. Había escuchado desde joven la gesta de hombres como Lord Dathrohan y Lord Vadín, quienes eran eminentes señores feudales y caballeros del rey. Electos por el monarca y el arzobispo para formar parte de los cinco primeros miembros de la orden junto a Sir Lightbringer y el poderoso Gavinrad el Terrible. No era cualquier cosa pertenecer a la orden y por ello era que dudaba.

¿Qué tenía en común él, con hombres tan píos como Los Cinco? 

No lo sabía y de hecho dudaba que fuese el mas adecuado, pero ahí estaba. Nadie podría decir jamás que Iván Lionhammer abandonaría su deber...

Dejó las riendas de su viejo jaco en manos del escudero, quien le vio con una mueca de asco. Iván le dedicó una mirada hosca... y espetó.

-Así huelen los hombres cuando vienen de la guerra, gamberro- 

El caballero le hizo una mueca horrorosa, causando que el niño se pusiese a llorar.

- Llorica- bufó, avanzando hacia los pilares del templo. Ahí le esperaban dos hombres ataviados con hábitos blancos y un hombre con armadura y el tabardo de la Mano de Plata.

Iván trataba de mantener las formas, pero a medida que se acercaba a los que parecían esperarlo se le dibujaba una mueca en el rostro; La ansiedad y los nervios le inundaban.

- Saludos, sus señorías- dijo, inclinándose un poco. Los hombres contenían miradas de asombro- Lamento las formas y las apariencias, pero vengo del frente-

- ¿Qué se le ofrece, Soldado?- 

- Soy Iván Lionhammer, Caballero de Lordaeron- se apresuró a contestar, sacando de entre su pecho la misiva- Tengo una recomendación dada para vosotros... no la he abierto, pero va firmada por mi comandante-

- ¿Es usted Sir Iván Lionhammer?- dijo uno de los sacerdotes, incrédulo...

- Lo sé, no esperábais a un hombre pestilente con aspecto febril- sentenció- pero soy quien digo ser-

Los clérigos y el Caballero se vieron unos a otros renuentes, pero asintieron.

- Seguidnos... luego de asearos, os presentaréis ante el obispo-

Iván abrió los ojos, sorprendido.

- No os refiréis a....-

- Así es, Sir Iván- respondió el Caballero- El Obispo Ronald Lionhammer os espera-

Si antes estaba nervioso, ahora lo estaba mucho más. ¿Por qué Ronald (Un férreo León Blanco) le había convocado a él expresamente, siendo un león negro, a servir a la Mano de Plata?

 

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-Relatos de un Caballero-

III

La Sanación de la Luz

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-¿Por qué estoy aquí?- 

-¿Y es que acaso no es obvio, Iván?-

Le preguntó. Iván se mantuvo en silencio viendo a su primo Ronald. Mantuvo el silencio el tiempo suficiente como para revelarse confuso.

- No lo es- musitó, mirándolo- En absoluto-

- ¿Y por qué dudas del destino que la luz tiene para ti?-

- No es la luz- sentenció, mirando al obispo- eres tú, Ronald-

Su primo se mantuvo en silencio, dejando que el caballero hablase.

- No me considero digno de el honor para el que me has propuesto ante el Rey. Nunca he sido un hombre pío, ni de grandes virtudes. Jamás he hecho proezas de fuerza o valor dignas de un paladín. Soy un hombre sin honor, que conserva meros vestigios de glorias de generaciones pasadas a la sombra de parientes más dignos que yo para ser hombres de luz en armas. No entiendo cómo la Luz puede llamar a un hombre como yo a sus filas. Y quiero aclararte que no quiero formar parte de tus juegos políticos, Ronald. Solo quiero cumplir con mi deber y mantener el nombre de mi casa con ello en el lugar que le corresponde... No quiero arriesgar más el destino de nuestra familia-

Ronald sonrió, manteniendo el silencio y le hizo un ademán con su mano derecha.

- Sígueme, Iván-

Comenzaron a caminar por los pasillos de granito del claustro del monasterio. Desde el lugar donde estaban se podían ver los eternos prados de Tirisfal, atestadas de granjas y campos de lavandas. Al fondo de ese paisaje, se veía Ciudad Capital coronando con su esplendor la planifice. La brisa soplaba meciendo los pinos de los claros con parsimonia y los pájaros entonaban su balada de amor a la tierra.

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- Lo que hace a un hombre digno de la luz no son ni sus glorias militares ni mucho menos las dotes y títulos que posee, Iván- explicó Ronald- Lo hacen sus actos. Somos lo que hacemos... Y por esa razón es que estás aquí-

- ¿Y cómo le soy digno a la luz siendo como soy? Bebo, blasfemo y orino sangre por mis excesos... ¿De verdad siendo como soy la luz me considera digno?-

- Tal vez no lo veas ahora, primo- le miró, palmeando su hombro- Pero te puedo asegurar que puedes aportar más de lo que crees a la causa de la Luz y Lordaeron en los tiempos aciagos que corren-

Le indicó que siguieran, hasta entrar en los jardines internos del Monasterio.

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-Todos somos seres imperfectos, Iván. Pero la luz nos ama de todas formas. Somos parte del Universo y por ello podemos estar en perfecta sintonía y comunión con él. Se bien quien eres, primo. Se que eres un hombre duro, veterano, que ha cometido excesos en el pasado. Pero no por ello la luz te repudia-

Los jardines internos del monasterio estaban atestados de flores y árboles que generaban un frescor increíble. Caminaron hasta una de las fuentes, donde se podía ver en la estatua el símbolo de la Luz. El cielo se tintaba de naranja, indicando que atardecía.

- Todos tenemos la oportunidad de redimirnos, Iván- musitó Ronald. Era un hombre muy humilde. A pesar de su posición como obispo, había tomado votos de humildad y renunciado a los títulos de su padre en honor a su fe. Iván tenía una edad parecida a la de él e incluso recordaba que habían jugado juntos de niños antes que tomase los hábitos. Desde entonces, no lo había vuelto a ver. Los años no pasaban en vano, pues ya había envejecido, tenía el pelo y barba grisáceos y algo de sobrepeso. Sus ojos, a pesar de todo, transmitían la sabiduría y la agilidad mental dignas de un líder; de un hombre de fe. Ronald siempre le transmitió gran simpatía, a diferencia de sus hermanos.

Solo Gódric y él le habían tratado con gran dignidad, como a un igual, a pesar de las disputas familiares. Eso le hizo recordar a su primo y le provocó enorme nostalgia.

- Habría sido mil veces más digno para esta labor tu hermano Gódric- respondió Iván, pesaroso.

Ronald mantuvo el silencio, viendo la fuente.

- Es algo que no podemos averiguar, Iván- Dijo él, con gesto calmo- Lamento profundamente la muerte de mis hermanos. No creas que no lo hago. Pero ahora están en un lugar mejor y la vida sigue. Se que Gódric fue especial contigo, pero no podemos echarnos al olvido por lo sucedido- 

Iván frunció el ceño, viendo hacia la espesura del jardín.

- Supongo que tienes razón. La vida sigue-

- Y es por eso que estás aquí, Iván- Dijo Ronald, con gesto serio- Se bien por qué tu vida ha sido tan caótica desde la juventud. Nuestros conflictos familiares han cobrado víctimas irreemplazables entre nosotros y han sido tanto Stanley, como tú- 

Iván se mantuvo en silencio, ceñudo, escuchándolo.

- Soy tan culpable como cualquiera de los Leones Blancos por esto. Porque soy parte de ellos... pero mi hermano antes de morir me ha dado una lección inestimable. Y es que en los tiempos que corremos, tanto blancos como negros, los Lionhammer debemos unirnos. Y la forma en que podría ayudarte es esta-

- ¿Haciéndome entrar en la Mano de Plata con tus influencias?- comentó Iván confuso- ¿Eso te parece cónsono con el honor?-

Ronald rió tranquilo.

- No realmente, aunque luego de lo dicho hasta yo lo habría pensado- comentó, jocoso- Te he traído porque pienso que, una forma de hacerte trascender tus problemas, es esta. Sirviendo a la Mano de Plata y siguiendo los caminos de la Filosofía de la Luz se que podrás trascender y ser el hombre que debes ser. He visto en ti desde joven y a través de las cartas de mi hermano el gran hombre que eres. Amoroso, humilde, decidido, valiente y leal, Iván- 

El anciano caballero bajó la cabeza, escuchando los elogios.

- Has tenido una vida difícil por muchas cosas, pero una de las más importantes ha sido lo que te hicieron mis hermanos y por todas estas cosas te has dejado llevar al olvido.Creo que es momento de que crezcas y se que la Luz podrá ayudarte. Eres un hombre valeroso, que puede dar cosas maravillosas de sí-

-¿Y cómo... cómo puede ayudarme la luz?-

- Descúbrelo tú mismo-

Sus miradas se cruzaron. Iván sintió un vuelco en el corazón. No fue capaz de refutar lo que Ronald le decía; Tenía toda la razón. El sufrimiento por la disputa familiar, el rechazo y el aislamiento que en muchas ocasiones sintió le había llevado a rodar por los caminos de la vida. En su corazón había mucho odio reprimido que lo habían hecho desviarse. Y sintió en su interior un calor y una tranquilidad que le hicieron pensar que posiblemente fuera cierto lo que él le decía.

-Quizás tienes razón- dijo Iván- No me siento digno, pero si este camino me puede ayudar a encausar mi vida, Ronald, lo tomaré-

- Entonces sígueme, Iván- 

Y ambos caminaron nuevamente hacia el Claustro.

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-Relatos de un Caballero-

IV

Fuero Interior

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Iván jadeaba con fuerza.

Los entrenamientos eran extenuantes y él había perdido muchas de sus condiciones. Aún podía combatir, pero estaba acostumbrado a combates cortos que no requerían más que el esfuerzo suficiente para superar a sus rivales con rapidez; su edad y el daño que le hacía su pésimo estado físico no le permitían (si quería vivir, claro) hacer combates largos. A veces, el combatir sucio ganaba batallas; ¿Total? utilizar un puñal escondido en el cinto mientras estabas en el suelo debajo de un enorme orco sediento de sangre o llenarle de tierra los ojos con una patada al suelo le había salvado de la muerte en dos ocasiones. 

De nada valía enfrentarse a un orco frente a frente sin más. 

Pero aquí le estaban enseñando a ser un caballero de nuevo. Había pasado tanto tiempo sirviendo entre criminales y ladrones que había olvidado el significado de ese título y por poco el del honor. Aquellas fuerzas estaban conformadas en gran parte por criminales, convictos, violadores y perros que habían quebrantado las leyes y se les había conmutado la pena con levas forzadas. Le enviaron allí como un criminal más aunque no quisieran reconocerlo. 

Aunque no lo consideraba justo, sabía que la corona había sido "indulgente" con ellos. El deshonor que pesaba sobre sus hombros era claro, pero no les habían despojado de sus títulos y rangos gracias al sacrificio de Gódric, y porque hombres como Bishford y otros que sobrevivieron a la fallida campaña intercedieron no solo por él, sino por el apellido de la familia.

Solo por ello el Rey había reducido la pena de deshonor, torciéndole los planes a sus enemigos, que buscaban destruirlos a toda costa.

 

***

Sus fuerzas llegaban al límite con las prácticas, tuvo que postrar sus rodillas en la tierra, agotado.

- De pie-

- No puedo-

- De pie...-

Iván levantó la mirada, dedicándole toda su ojeriza a quien le instruía bajo la atenta mirada de Ronald. Era un hombre maduro, de una edad similar a la de él, pero que había sido armado entre los paladines que fueron ordenados después de Los Cinco. Aquél que le instruía era Drustvar Goldhammer, veterano de guerra de Ventormenta y  en escasas semanas, se había ganado todo su odio. Odiaba a ese maldito paladín petulante. 

- Un día de estos acabarás con los dientes rotos, Sir Drustvar- protestó Iván, molesto- Un día de estos puede que te reviente la cara aunque eso implique mi expulsión de las filas de la Orden-

- Puede que sí, Sir Iván- comentó con tranquilidad el paladín- pero hasta entonces, tenéis que obedecerme. ¡Levanta!-

Iván se reincorporó torpemente e inmediatamente su instructor comenzó a atacarlo por los costados. Iván conservaba sus reflejos, no los había perdido después de tanto tiempo, por algo había sobrevivido dirigiendo a una mesnada de criminales como la que comandaba ahora Bishford contra los orcos, pero los combates como se ha dicho, no se extendían demasiado si querías vivir.

El honor obligaba a definir las cosas con técnica y limpieza, pero cuando eras el líder de unos perros que solo habían aprendido a robar y a matar apuñalando por la espalda a sus víctimas aprendías cosas que en una guerra como la que se libraba en aquellos momentos eran útiles por demás. Una guerra en la que el honor le daba paso a la supervivencia en los combates cuerpo a cuerpo.

Esquivó varios de los primeros golpes, incluso acosó al paladín, pero pronto su resistencia menguaba y se veía apabullado por Goldhammer hasta que era derribado una vez más, levantando el polvo de la liza.

- Levanta, Lionhammer-

- ¡Momento, maldición!- volvió a protestar, furioso- ¡No soy un mozalbete!-

- Ni yo- espetó su instructor, caminando de un lado a otro, jadeando un poco- ¡Levanta!-

- ¡No puedo, estoy cansado, no soy el hombre que era antes!- 

- Pero a un paladín no lo hace su pasado, Iván- sentenció con severidad su primo, levantándose del banco desde el que veía el terrible entrenamiento- Lo hacen las virtudes-

Iván se apoyó en sus codos, mirando a su primo, bañado en sudor y jadeando con una mueca de molestia.

- Tonterías-

- Cuando se es realmente tenaz, aprendes a levantarte aún cuando la hora es más oscura y el enemigo te tiene superado. Solo si somos tenaces podemos comprender el universo en todas sus dimensiones, a pesar de las dificultades. Cuando un enemigo te derriba te levantas, cuando fallas al tomar una decisión errada, la compones sin quebrarte. Cuando tu cuerpo está al borde de sus fuerzas sigues. NUNCA, debes rendirte-

Su primo se acercó y le extendió la mano al anciano caballero. Iván dudó por momentos, pero la tomó y se reincorporó con ayuda de este.

- Las virtudes no son una tontería, Iván-

- Y yo me esfuerzo a diario, sin ningún progreso-

- ¿Te has preguntado si de verdad eres tenaz, Sir Lionhammer?-

- ¡Hago lo que me dicen a diario! ¡Claro que soy tenaz! con un demonio...-

- ¿Lo haces con convicción, o simplemente porque te obligan a hacerlo? ¿Te has detenido a pensar en ello un momento?-

Iván guardó silencio. Claramente hacía las cosas porque le mandaban; Estar en los escuderos de la orden en ese momento había sido por instrucción del ejército. Quedarse a recibir la instrucción y leer los escritos del monasterio había sido una orden de Ronald. Asistir a las jornadas diarias de ejercicio había sido también lineamiento de su primo y tener que tolerar a Sir Drustvar había sido también algo que el anciano caballero hacía por órdenes del Obispo.

No se había detenido a pensar el por qué... y para qué hacía todas esas cosas. Iván bajó la cabeza, era muy orgulloso y le costaba reconocer que en el fondo no creía en lo que le obligaban a leer, ni que tomaba en serio las enseñanzas de la luz. Mucho menos, que en el fondo se consideraba superior a su instructor de armas y que ese excesivo orgullo y arrogancia le habían asegurado que podría vencer a un hombre como ese paladín de la forma que había aprendido entre los ladrones y que había utilizado para derrotar a los orcos.

Había olvidado quien era, luego de todo lo que le había sucedido. En el tiempo que estaba sirviendo a la Orden, no había comprendido jamás sus enseñanzas. No le hizo falta a Ronald una disculpa para comprender lo que pasaba por la cabeza de su primo.

- Quizás he perdido todo este tiempo-

- Y ahora, es momento de que aprendas- sentenció Ronald, mirándolo y apoyando su mano en el hombro del anciano caballero- El llamado de la Luz, llega cuando tiene que ser-

Iván asintió, levemente, pero con convicción.

- Levanta las armas, Lionhammer- sentenció entonces Drustvar. Iván lo miró con una determinación sin igual y comentó...

- Ahora mismo mi enemigo más aciago eres tú, Goldhammer y juro por todo lo que es santo y puro que voy a verte derribado en el suelo, no se cuando, si hoy, o mañana, pero lo haré-

- Levanta las armas y cumple lo que dices-

Sentenció el instructor, blandiendo la maza en el aire, esperándolo. Sonrió levemente.

Algo había cambiado en Iván Lionhammer en ese momento.

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V

Redención

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Desde entonces, su progreso había sido lento, pero seguro. Cada día se sentía mejor y comenzaba a entender con claridad las enseñanzas de la Luz. Su actitud habíase vuelto más optimista para la vida y aunque tardaba más que los otros escuderos (mucho más jóvenes que él y con pocas mañas que pulir en comparación a un perro viejo como lo era a sus cuarenta y tantos) en desarrollar sus habilidades, aceptaba con humildad el proceso.

De hecho, muchos de sus compañeros escuderos habían sido nombrados con gran rapidez, aún cuando tenían menos tiempo que instruyéndose. Aquello era de esperarse, ya que los hombres que habían asistido al monasterio por órdenes y recomendación de las distintas fuerzas militares habían demostrado, fueran quienes fueran, tener habilidades sobresalientes entre sus iguales.

Incluso al buen Iván se le había recomendado por su enorme experiencia militar, muy a pesar de las dificultades que había atravesado su familia, por supuesto, gracias a la influencia de Ronald, quien había metido la mano al fuego por él y por Tarin, a quien también estaban instruyendo en aquél lugar. 

Ronald había afirmado en un consejo con varios de los miembros más eminentes de la iglesia de la luz y de la propia mano, que "La luz no juzga a sus hijos por las leyes de los mortales, sino por su fuero interior. y si vosotros juzgaréis al hermano Iván por lo que haya dicho la nobleza, yo no lo haré y pongo mis responsabilidades a vuestra orden en caso de que falle". Fue entonces, cuando las autoridades de la iglesia y la orden aceptaron la sugerencia que el Rey Terenas había hecho. 

A fin de cuentas, la guerra exigía mucho más de lo que el reino tenía disponible y aquél veterano era indudablemente un veterano probado en batalla, de los pocos que antes de iniciar el conflicto como tal, había descubierto una forma de enfrentarse a los orcos de manera eficaz, lo cual era una razón de peso para que el consejo de la iglesia, además de los argumentos del obispo Ronald, decidieran darle el beneficio de la duda a aquél hombre proscrito.

Y aún con tantas cosas en contra (su desinterés por la fe, su muy dañada salud, así como todos los cargos que pesaban sobre sus hombros) fue aceptado, con la condición de que su entrenamiento fuese aún más duro, para que demostrase su valía.

Era por ello que al anciano paladín no acababan de nombrarle. Y realmente no le importaba aquello. Deseaba aprender, por encima de lo que significaba la redención para su nombre si era armado por fin caballero. Deseaba trascender y encontrar una verdadera comunión con el universo. Había aprendido que las cosas tenían un propósito y que todo debía suceder a su tiempo. La luz, a fin de cuentas, obraba en caminos misteriosos y todo lo que sucedía, sucedía para bien. 

Así fue que Iván Lionhammer fue recuperando aquello que se le había perdido. De hecho, en cada práctica junto a Sir Goldhammer, su instructor marcial, mejoraba cada día más su vitalidad, resistencia, fortaleza física y no se cansaba como al principio de su instrucción, la cual se había extendido por varios meses. Había recuperado las condiciones físicas que no había tenido en años, evitando los dolores de espalda y el lumbago. ¡Incluso los riñones no le dolían y ya no meaba coágulos de sangre! ¡Una alegría más para su colgajo! 

Con Ronald, cada día interiorizaba la filosofía de la luz a niveles trascendentales, comprendiendo no solo a la luz en sí, sino la existencia misma y a la creación. Su carácter se había moderado y aunque era un hombre con un temperamento severo, mal hablado, orgulloso, tozudo y competitivo, había aprendido a ser más tolerante y a aceptar a los demás. Algo que había perdido en algún momento de su vida, no solo por el rechazo de sus parientes, sino por el tipo de gente con la que se le había forzado a andar cuando le habían deshonrado.

Un día de aquellos, en los que Ronald le convocaba para disertar sobre la vida y la propia luz, acudió más temprano de lo normal, colocándose una toga sencilla, de fraile, que se le había otorgado para transitar por los jardines del monasterio y para su introspección. Incluso Ronald se sorprendió al verle allí antes de que él llegase a los jardines. 

- No esperaba verte tan temprano aquí- 

- Quise romper los paradigmas de nuestras reuniones, obispo- comentó, con un tono amigable con el que solía dirigirse ahora a sus compañeros de orden- ¿Para qué me necesitas?- 

- Hoy no hablaremos aquí, saldremos a montar- 

Iván se sorprendió, pero asintió con la cabeza. Pronto, ambos Lionhammer salieron a los campos de lavanda. El día estaba bonito, de hecho, las nubes estaban pintadas de rosa, ya que los primeros rayos del sol las acariciaban con gentileza. Los caballos avanzaban por los caminos de los Claros de Tirisfal con parsimonia, cuando Ronald comenzó a hablar.

- ¿Qué es lo que más recuerdas de mis hermanos, Iván?- El obispo le miró con fijeza al preguntarle tal cosa. Incluso a Iván le sorprendió tal pregunta, pues tardó en responder. Aunque cualquiera podría decir que mentiría, sabiendo como habían sido con él sus parientes, el caballero contestó con franqueza.

- ¿Qué recuerdo de ellos?- comentó, antes de responder- Todo cuanto vivimos juntos. Eran hombres valerosos y honorables. Amaban a su familia, al punto de dar sus vidas por defenderlos. Aún con las diferencias entre nuestras líneas familiares, de las que fui víctima y recuerdo bien aquello, amaban a los suyos de manera incondicional- 

- Así es- comentó Ronald, quien dirigió la vista al camino, por donde los caballos transitaban con parsimonia. 

- Sin embargo, lo que más recuerdo, son dos cosas, Ronald- comentó- Lo dispares que podían llegar a ser mis primos. Podían demostrar una gran bondad y sacrificio, más aún si se trataba de la familia, así como una inusitada crueldad cuando algo atentaba contra lo que ellos creían correcto. Bien claro fue como rechazaron a los míos por no haber seguido la senda del honor como lo había hecho el resto de la familia hasta que fui yo el único que quiso ser caballero entre los leones negros- 

Ronald mantuvo silencioso gesto, mientras Iván hablaba. 

- Sin embargo lo comprendo todo. Hoy por fin puedo comprenderlo- comentó, tras un breve silencioso entre ambos- No eran culpables por como habían sucedido las cosas. Ninguno de nosotros lo fue. Todo cuanto habíamos sido, era consecuencia de los errores del pasado, de los cuales siquiera sus padres eran culpables, sino que los propios ancestros de la parte de la familia a la que pertenezco también alimentaron. El resentimiento es una enfermedad que afecta a todos, por nobles que podamos parecer- 

Ronald asintió, mirándole directamente, deteniendo el corcel a la par que Iván lo hacía también. 

- No los culpo- afirmó Iván- Y no les guardo rencor-

- Entonces... ¿Los has perdonado?- comentó el obispo, mirándole con atención.

- Para nada- afirmó, mirándolo con seriedad. Iván no había perdido su severo gesto, pero el rostro de un ser humano, especialmente si era tan expresivo como aquél veterano, era un lienzo donde distintos colores y matices muy claros, razón por las cuales las emociones que lo atravesaban eran evidentes. Iván, solía ver con severidad a sus semejantes, y fuertes emociones como el resentimiento y el odio dejaban muy claro lo que había en su interior. 

Su mirada ahora, estaba marcada por la disciplina y la tranquilidad a pesar de lo férreo de su gesto. A pesar de todo, había paz en su mirada. 

- No hay nada que perdonar, Ronald- Afirmó Iván Lionhammer- Nunca lo hubo-

Había aprendido por fin Compasión. Y por fin, estaba listo.

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VI

Acto de Fe

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Stratholme era una ciudad bulliciosa, pero la gran plaza de los cruzados se convirtió en el principal cuartel de los Caballero de la Mano de Plata. El pasillo de piedra por el que Iván y Drustvar caminaban estaba iluminado por vitrales en los que entraba la cálida luz del sol, convertida en un caleidoscopio de colores plateados, dorados y azules debido a los coloridos vidrios.

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Una gran puerta de roble, con los símbolos de la mano de plata en sus bisagras la mantenían cerrada. Allí, Iván Lionhammer respiró, tomando un pequeño respiro. Aquellos meses pasaban ante sus ojos como si hubiesen sido apenas un par de semanas. Cuánto había cambiado... Por un momento su mente quiso hacerle dudar y de hecho tardó al menos cinco minutos antes de entrar a la sala. ¿Realmente estaba listo? Inmediatamente, las respuestas vinieron a su cabeza. 

Había aprendido a comprender a sus semejantes a pesar de sus diferencias, a no desfallecer a pesar de las dificultades y a perdonar, pero con un amplio sentido de la justicia. Toda su vida había sido un hombre con prejuicios y resentimientos que había logrado trascender bajo la senda de la luz, la cual le había sido ajena aún a pesar de que siendo joven había crecido en un hogar devoto. 

Había perdido su norte durante la guerra, recuperándolo cuando aprendió nuevamente la senda del honor. Había trascendido. Estaba listo.

Tomó nuevamente aire y empujó las puertas de aquél salón... Los murmullos se acallaron cando él entró.  

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La sala estaba atestada de personas. Iván estaba tan  nervioso, que siquiera pudo reconocer a sus parientes entre los presentes... Toda la familia había asistido allí para ver al caballero Lionhammer ser armado. Aquella oportunidad era única, puesto que Iván le estaba otorgando a la casa una oportunidad de limpiar su nombre al convertirse él en un paladín. Avanzó por el centro de la sala, circular, hasta los pies de la escalera de mármol  del altar.

-En la Luz nos reunimos para otorgar a nuestro hermano Iván Lionhammer. En su Gracia, el renacerá. En su Poder, el educará a las masas. En su Fuerza, él combatirá a la Sombra. En su Sabiduría, el guiará a sus hermanos a las eternas promesas del Paraíso-

Quien dirigía la ceremonia era ni más ni menos que Ronald Lionhammer, su primo y obispo de Stratholme. Este llevaba una toga ceremonial blanca con detalles negros y filigranas doradas, así como un y una mitra con el símbolo de la luz. Miró al maestro instructor del veterano, luego a los presentes, antes de proseguir con la ceremonia- Ponte de rodillas, Caballero de Lordaeron, y jura ante tus hermanos-

Iván se arrodilló con semblante serio, parsimonioso y bajó la cabeza con gesto humilde y paciente.

-¿Juras mantener el honor y los códigos de la Orden de la Mano de Plata?-

-Lo juro- dijo de manera férrea y clara. 

-¿Juras caminar bajo la Gracia de la Luz y esparcir su sabiduría a tus hermanos y hermanas?-

-Lo juro-

-¿Juras castigar al Mal dondequiera que se encuentre, y protegerás al inocente con tu propia vida?-

-Por mi Sangre y Honor, lo juro-

-  Drustvar Goldhammer, Caballero de la Mano de Plata,  si consideras a este hombre digno, colocad tus bendiciones sobre él-

Su maestro y ahora camarada le dedicó una mirada severa, que ocasionó que Iván tragase saliva por un momento. Drustvar se acercó y le colocó una estola azur celeste, diciendo con firmeza:

- Por la gracia de la luz, que tus hermanos puedan ser curados, por la fuerza de la luz, que tus enemigos sean desechos- El caballero le entregó un martillo adornado con runas y bendito en las manos envueltas en acero, así como le entregó el tratado, que utilizaría para impartir justicia y castigar la maldad. Iván se ató el tratado al cinturón con la cadena y apoyó su martillo en el suelo, aferrándolo con ambas manos. 

Sentía como un nudo le atenazaba la garganta, mirando por un momento a Sir Drustvar, quien le sonrió con camaradería, antes de volver a su posición. Ronald asintió con solemnidad, antes de alzar nuevamente la voz. 

- Bienaventurado en la luz seas, Caballero de la Mano de Plata, levántate y se reconocido por tus hermanos y hermanas - Ronald sonrió e Iván se dio la vuelta observando la sala y a los presentes, que levantaron sus manos. La luz emergió de las manos de los presentes y le imbuyeron. 

La sala estaba iluminada pues las ventanas de madera estaban abiertas de par en par, dejando ver los hermosos vitrales que adornaban la adornaban. El efecto caleidoscópico que generaban los colores de los vitrales al entrar la luz del sol en la sala eran maravillosos. Sin embargo, la luz sagrada hizo parecer que el amplio salón estaba sumido en las sombras antes de que los clérigos pusieran sus bendiciones sobre él. La luz brilló con fuerza, haciéndole sentir emociones indescriptibles. Sus ojos, se abrieron de la impresión y brillaron refulgentes como el sol del mediodía. 

Sentía una paz indescriptible. Una sensación que no había podido sentir nunca en su vida. Similar a aquella que sentía de joven, cuando veía las montañas de Alterac desde el lago Lordamere. Cuando abrió los ojos rompieron los aplausos que no pudo resistir, pues sus ojos se llenaron de lágrimas. Iván Lionhammer era por fin un Paladín. 

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VII

El Poder de la Luz

Warcraft 3 knight

El campo lo llamaba. Se escuchaba primero, como un zumbido. Sus ojos esmeralda se desparramaban por el suelo reseco y resquebrajado por el paso de los ejércitos. Su caballo bufaba con inquietud. El sonido ensordecedor comenzaba a hacerse más claro. 

Aceros que chocaban contra los poderosos esternones de aquellos. Los sangre negra. 

- Calma, Caballo Viejo- murmuró, acariciando las crines de su caballo. Este relinchaba inquieto y se revolvía. Apretó firme las riendas, sosegando los bríos de aquél rocinante. Se sorprendió de aquella inquietud. Como él... aquella bestia se sentía renovada. 

-¡LOK´TAR OGAR!- 

Retumbó en el aire. Los imberbes que formaban la fila donde él se encontraba, retrocedieron unos pasos. Lo comprendió con claridad. 

-¡Victoria o Muerte!- Adelantó al caballo, paseándose por la fila de zagales mal formados- ¡Eso es lo que significa!- 

Los hombres comenzaron a verle, con atención. Su tabardo, azur con filigranas plateadas, lo delataba. Ellos esperaban sus palabras. NECESITABAN sus palabras.

-¡Lucharán hasta vencer o morir!- sentenció con firmeza, mirando a los hombres con atención, paseando su caballo por la línea- ¡Van a combatir con toda la saña, fervor y sed de sangre que hay en sus corazones! ¡La sangre y la conquista es lo que les motiva!- 

Los más jóvenes comenzaron a tragar saliva, al escuchar las palabras del Paladín. 

-¡Pero escuchadme bien, mocosos!- Sentenció, severo- ¡Si a ellos les motiva la sangre y la conquista...! ¡A nosotros nos motiva la paz y la libertad!- 

-¡A ellos les motivan la oscuridad y el terror!- Sentenció, girando las riendas del caballo, haciendo que este partiera hacia el otro extremo de la formación- ¡A nosotros la luz y su cólera implacable, la cual castigará a la sombra!- 

Henry Bishford, quien formaba con sus hombres en la primera fila, dirigiendo la campaña, golpeó con fuerza su escudo. Algunos de los capitanes de la formación secundaron a su oficial, con cierta timidez al principio. 

-¡Uno solo de ellos, puede con cinco de nosotros!- bramó, con fuerza el paladín- ¡Pero cuando se lucha por la patria...¿quién contra nosotros?!- 

Los sargentos comenzaron a golpear sus escudos rítmicamente y pronto, los hombres comenzaron a formar como antes, firmes. En el frente de batalla, se levantaban trombas de polvo. Estaban avanzando. Los aullidos y gritos de los orcos y sus bestias ensordecían el ambiente. 

-¡Ellos luchan por sus oscuros señores!- alzó su voz, mirándoles con firmeza, mientras sus camaradas golpeaban los escudos, con fuerza. Los capitanes voceaban indicando mantenerse firmes y los hombres volvían a las filas- ¡Pero nosotros luchamos por nuestro hogar, nuestras mujeres, hijos y padres...!- 

Los vítores comenzaron a escucharse con fuerza en las filas, poco a poco, como un aluvión implacable. 

-¡ Ellos no tienen por qué luchar...!- afirmó, con dureza- ¡Nosotros combatimos por honor...! ¡Y POR LA ALIANZA...!- 

Pronto, los guerreros de Lordaeron comenzaron a bramar infundidos por un valor increíble. El paladín, levantó su martillo por encima de su cabeza, haciéndolo brillar en la más cálida y refulgente luz que se había visto hace días en aquél funesto campo de batalla. Había llovido tanto fuego de las artillerías aliadas y enemigas, que el cielo estaba entenebrecido. 

-¡Que escuchen vuestros gritos de coraje, de valor y que sientan en sus corazones el terror de enfrentarse a tan bravos guerreros!- Bramó con fuerza. Su armadura comenzó a brillar por un momento y sus ojos igualmente, en un dorado indescriptible- ¡Esarus Thar´no Darador!- 

Y le respondieron, con igual firmeza y fervor. 

-¡POR LODAEEEERON!- 
¡POR LA ALIANZAAAAA!-

-¡POOOR LA LUUUUZ!- 

Los soldados y caballeros de Lordaeron se formaron monolíticamente alrededor de su comandante y el paladín Iván Lionhammer. Henry le miró con firmeza y asintió. 

- Ve con la caballería, nosotros aguantaremos cuanto sea posible- Afirmó el oficial. 

Iván avanzó sobre su corcel hacia la formación de caballeros, en el flanco izquierdo. Los orcos no tardaron en estrellarse contra la formación de soldados y caballeros de la alianza, que resistían con una saña increíble. Los campos de Arathi se llenaron de Sangre. 

Cuando acudió a su puesto, sus camaradas le miraban con determinación. Entre ellos, Sir Drustvar Goldhammer.

- Hablas con fervor en el corazón, Lionhammer- 

- La luz es quien habla, no yo- sentenció Iván, bajándose el yelmo- ¿Quién habla por tí, hermano Goldhammer?- 

El veterano paladín sonrió, antes de bajarse también la careta de su yelmo.

-¡ En formación de cuña!- sentenció Iván, desparramando su mirada por el campo con fiereza. Hacía mucho que no tomaba las armas nuevamente en una batalla. Los orcos, como era de esperarse, comenzaban a romper las líneas de infantería de Lordaeron, que aunque intentaban mantener las formaciones, se veían superadas por la fuerza de aquellas bestias. Cuando los caballeros se formaron, Iván volvió a adelantarse por un momento. 

- ¡Que sea la luz y nuestro fervor el que gane la batalla!- Bramó, levantando una vez más su martillo, iluminado por la luz- ¡Que sea nuestro espíritu y nuestro denuedo el que les espante!...¡Que sea la humanidad la que venza a la horda!- 

-¡GLOOOORIAAAAAA!- bramó pues, Goldhammer... y los caballeros le secundaron, gritando.

-¡GLOOOOOOOOOOOOOOORIIIIIIIIIIAAAAAAAAAAAAAAAAA....!-

Y cargaron hacia el campo de batalla. Los orcos en ese momento, desataban la más abyecta hechicería sobre sus enemigos. Los caballeros de la muerte y sus necrólitos desataban el caos en la infantería de Lordaeron, que apenas y se mantenía formada. Los orcos no se percataron que en el flanco izquierdo cargaban los caballeros de la Mano de Plata. Pronto las filas de los orcos se vieron sorprendidas por los caballeros de Lordaeron en sus flancos. ¡Era un baile sangriento, muy pocas veces visto!

Las pértigas se enterraron tanto en los torsos de los orcos, como en los cuerpos de sus huargos. Aquél respiro le permitió a la infantería de Lordaeron reorganizarse, entre una nube de pólvora, polvo, sangre y fuego. Iván se vio rodeado por los orcos, que estaban dispuestos a acabar con él. El paladín levantó su escudo con dificultad, evitando la muerte a manos de un incursor, que intentaba atravesarlo con su acero, con saña. Iván forcejeaba con este, tratando de mantenerse sobre su fiel Caballo Viejo. 

-¡GRRRGH, HIJO DE PUTA!- bramó, colérico, dispuesto a matarlo- ¡ME VOY A COMER TUS MALDITAS TRIPAS CUANDO ACABE ESTO!- pronto, aquél orco se vió apoyado, teniendo que forcejear con él y alejar a sus enemigos usando su martillo. Cerró sus ojos por un momento, murmurando una plegaria a la luz... y esta acudió a él inmediatamente. 

Su cuerpo se imbuyó en sacrosanta refulgencia, sorprendiendo a los orcos, que se encandilaron. El paladín sintió una fuerza renovada que le permitió superar a su contrincante con el escudo, golpeándole el torso y golpeando su costado con el martillo imbuido, lo cual le hizo chillar de dolor. Aquella horda, estaba corrompida por energías terribles. Pronto, sus camaradas le secundaron, alejando a sus otros contrincantes de él a fuerza de espada y acero. De entre el fuego y la sangre, surgió una bola de oscuras energías, que fue a golpear directamente a las filas de infantes de Lordaeron, causando que varios de ellos salieran desparramados por los aires, gritando de dolor. 

Iván abrió los ojos sorprendido, cuando una de aquellas salía disparada también hacia ellos, impactando a la fila de caballeros y haciéndolos a todos caer por el campo, lejos de sus caballos. Debían ahora, combatir a pie. Se levantó con dificultad y pesadez viendo el campo de batalla, percatándose del terror. Un engendro, a lomos de un corcel esquelético, utilizaba aquellas terribles energías para quebrantar a la alianza. Delante de él,decenas de orcos que le protegían y avanzaban, a su vez. 

Comenzó entonces a llover, de manera pesada y lastimera, como si el mundo llorase aquella escabechina. Goldhammer exclamó entre el caso. 

-¡Iván, es tuyo!- Fue entonces que Iván asintió y bramó en respuesta:

-¡Avanzad, hermanos, que nadie se amilane!- 

Los orcos recrudecieron su defensa. No iban a dejar que los caballeros atravesasen la línea para acabar con el líder de su ejército. Iván avanzó, férreo, hasta encontrase con un enorme orco, con los ojos inyectados de manera antinatural en sangre, que deseaba con toda su cólera, destruirle. Iván había perdido su martillo tras salir disparado de Caballo Viejo, por lo que desefundó su espada y avanzó. El orco avanzó contra él, blandiendo un enorme garrote y el paladín por poco, pudo interponer su arma contra semejante mastodonte. 

Wow BFA

Iván giró sobre su propio eje, aprovechando los toscos y torpes movimientos de su contrincante y le pilló por un costado desprotegido. El paladín incrustó de forma limpia el acero en la axila del engendro, antes de avanzar. Un segundo enemigo,volvíase a interponer, pero el paladín hacía gala de una experticia única. Aquél cayó muy pronto ante su acero igualmente. Pronto, había despejado su camino y se encontraba delante del caballero de la muerte, a quien atacó sin dudar. 

-¡Vuelve al averno del cual te han levantado, engendro!- La criatura se giró hacia él y apuntó su báculo directamente contra el paladín, sonriendo de forma proterva.

- Conozco poderes más allá de tu comprensión, mortal... Y pronto los conocerás, de primera mano- 

Image of Teron Gorefiend

Aquél engendro apuntó su terrible báculo hacia él, hablando en lenguas oscuras. El Paladín solo tuvo tiempo a cerrar sus ojos, cuando un destello verde y enfermizo fue contra él. Pero la luz le había asistido una vez más... Sentía gran paz, cuando abrió sus ojos, aquél le miraba con auténtico desprecio y ojeriza. El paladín estaba protegido por una barrera de luz, que había repelido el ataque profano de aquél. El paladín rugió, colérico y fervoroso, avanzando contra aquella criatura, sorteando en dos ocasiones los ataques profanos de esta por rapidez, o interponiendo su escudo.

Pronto, su espada y el báculo se cruzaron, comenzando a forcejear con violencia. 

- Veamos si la luz... puede vencer a la oscuridad- 

El engendro sonrió con sadismo, mientras del suelo emergían varios esqueletos, que se revolvían, tomando las piernas del paladín y rodeándolo. Uno de ellos, logró herirle con una espada oxidada en la espalda. Iván se arrodilló en el suelo, viéndose superado por las criaturas. 

- Protégeme... en los momentos más aciagos... protégeme- susurró. El engendro de la oscuridad sonrió al escuchar aquello, autosuficiente.

Pero una vez más, la luz respondió, en su sacrosanto poder.

El paladín se vió restablecido por la luz  este, apoyó su espada en el suelo. Pronto la luz se proyectó en este y en las grietas del suelo, comenzó a brillar consagrándolo. Los esqueletos y el propio caballero de la muerte se vieron afectados por tal poder. El paladín se reincorporó y avanzó contra la criatura, poniendo por delante de sí a su escudo y derribando al jinete oscuro de su montura. Pronto el paladín avanzó hacia este, mientras se arrastraba y aplastó con su bota emplacada el orbe de su báculo, dejando caer con todas sus fuerzas el acero sobre la cabeza del engendro, destruyéndolo por fin.

Aquello, ocasionó el descalabro entre los orcos, que comenzaron a retirarse, despavoridos. Pronto la presión en los flancos, comenzó a ceder y los orcos dejaron el campo, derrotados. La Alianza, a costa de grandes sacrificios, había derrotado a la horda en Arathi. Sin embargo, los paladines habían demostrado no solo allí, sino en distintos frentes, todo su poder. 

E Iván, era uno de ellos... 

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-Relatos de un Caballero-

VIII

El Amor

Warcraft 3 knight

La legión de Bishford había combatido en las montañas de Alterac, en las Tierras Altas de Arathi y los Humedales. Iván había combatido en todos los frentes y visto los horrores de la guerra de cerca. Pero todo era diferente, porque la Luz le acompañaba esta vez y su determinación era más que clara. Expulsarían a la sombra y lo harían por Sangre y Honor.  Con la oscura Grim Batol recuperada y la posterior retirada de la horda hacia el sur, más allá de las montañas del Khaz Modan, la ahora diezmada Cuarta Legión fue enviada de nuevo a casa, para recuperar sus números y esperar nuevas órdenes. 

Aunque podrían respirar por un tiempo, sabían que la legión sería reclamada para el contraataque, ahora que la Horda estaba débil ante la estratagema de Lothar de dividir a sus ejércitos en dos frentes. La alianza luchó con tesón hasta recuperar el Khaz Modan y las noticias del frente indicaban que la Alianza sentenciaría el resultado de la Guerra más temprano que tarde. 

Los ejércitos de Lordaeron avanzaban a paso lento por los caminos de los prados de Tirisfal y allí fue donde la vio. Inmediatamente quedó pasmado de una belleza tan singular, como increíble a sus ojos. La muchacha era menuda y tenía los cabellos negros y lisos, amarrados con una pañoleta ambarina, del mismo color de sus maravillosos ojos almendrados.

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No destacaba por tener una figura escultural a diferencia de aquellas doncellas nobles con las que alguna vez tuvo algún romance, pero su belleza era única entre todas las flores que había conocido en su vida. Iván suspiró sorprendido, y aún más, cuando se percató que aquella mujer tan peculiar posaba su mirada sobre él. 

En sus adentros pensó... ¿En serio le miraba a él? ¿Un anciano decrépito montado sobre un caballo igual de decrépito y lamentable como él? Era imposible. Iván se sonrió a sí mismo, pues probablemente estaría viendo a alguno de los caballeros más jóvenes que venían detrás de él montados en formación. Sin embargo, al sonreírse a sí mismo, ella se sonrojó y le devolvió una dulce sonrisa. 

El paladín miró hacia atrás, de refilón. El hombre que venía detrás de él era realmente feo: Sir Drustvar Goldhammer era un gran paladín, pero ¡sin duda alguna no era más guapo que él!. Comenzó a convencerse que aquella mujer le miraba a ÉL. Volvió a verla... y le sonrió directamente. Ella nuevamente le devolvió la mirada y la sonrisa. El paladín detuvo las riendas de su caballo delante de ella... y desmontó, acercándosele. 

- Saludos, señorita- comentó, con gesto un tanto nervioso y un tono de voz que ocultaba de manera muy forzada la timidez. 

- Saludos, sir Paladín- le respondió, tomando en sus manos una flor de lavanda silvestre de los campos cercanos- ¿En qué puedo seros útil?- 

- Serme útil...- sopesó, tragando saliva el paladín- ¿Por qué serías útil? No he venido aquí a pedirte ningún favor- 

Ella sonrió, mirándole fijamente con sus ojos ambarinos clavados en él. 

-¿Entonces a qué ha venido, Señor mío?- 

Iván se congeló por un momento. La mujer sonrió al ver que no era capaz de argüir ninguna palabra ante ella. Ella sin embargo, seguía ahí expectante. 

- A deciros que aún en los tiempos de guerra que corren, vuestra sonrisa me ha dado un segundo de alegría y ha llenado de luz un día tan aciago como este- Comentó Iván, dejando que las palabras salieran de su boca con tranquilidad- Os agradezco profundamente- 

La muchacha sonrió con candidez, haciendo que el paladín sintiese el corazón latir con una fuerza tal, que pensó que se le saldría del pecho o le daría un infarto. 

- Gracias, muy señor mío- La muchacha, colorada, le entregó la flor de lavanda que llevaba en sus manos- aceptad este presente, como muestra de mi agrado por vuestras hermosas palabras- 

El paladín tomó la flor y ella, roja como un tomate, comenzó a caminar rauda hacia los campos, detrás de la cerca desde la que veía a los hombres del Rey retornar a la ciudad de Lordaeron junto a otros campesinos. Iván sonrió ampliamente, viendo como ella se alejaba... hasta que lo recordó.

- Maldita sea... ¡SEÑORITA!- el paladín trató de pasar por encima de la cerca, pero su pesada armadura de placas le impidió hacerlo con presteza y su tabardo se atascó en los alambres y se resquebrajó cuando intentó correr detrás de ella- ¡CARAJ...!-

La joven aletargó el paso, mirándole con aquella sonrisa tan dulce, pero no detuvo su paso. 

-¡Decidme, por la luz, vuestro nombre!- Exclamó el paladín, con fluctuación- ¡No me dejéis en un letargo tan terrible al no saberlo!- 

La joven le miró, deteniéndose por unos segundos, como si lo pensara. Iván tragó saliva, con los ojos bien abiertos, observándola. 

- Soy Susan, señor mío- comentó ella, sonriendo ampliamente- Soy Susan Leonharth- 

Iván sonrió maravillado y cerró los ojos por un momento, memorizando aquél nombre.

- Susan Leonharth- repitió, bajando la cabeza con una sonrisa, para luego levantarla- ¡No lo olvidaré...!- 

Pero ella, de manera casi inexplicable, ya no se encontraba en las cercanías. El paladín sopesó... 

¿Sería ella real? ¡Por la luz que debía serlo! ¡Nunca antes había sentido emociones tan fuertes por alguien que apenas había visto aquella mañana! Caminó un par de pasos hacia los campos de lavanda de Tirisfal, pero sintió como la tela de su tabardo se rasgaba... y torpemente, el paladín arrancó de cuajo una buena parte del blasón. 

- Me cago en esta maldita cerca de mierda...- farfulló a sus adentros y los campesinos le vieron sorprendidos ante su fino lenguaje. Iván se sonrojó, pero se puso como un tomate cuando los paladines que le acompañaban, liderados por Goldhammer, comenzaban a silbarle y chancear por lo que había acontecido. Iván retornó a los lomos de "Viejo" y se aclaró la garganta. 

Su viejo amigo, Drustvar Goldhammer, le palmeó el hombro. 

- Es una buena y hermosa mujer- comentó, sincero. 

- Lo es- comentó el paladín- y ella, será mi esposa- 

Goldhammmer le miró sorprendido y soltó una carcajada

- ¿Qué decís, buen y viejo amigo? ¿Acaso no habéis perdido la cordura?- 

- No, hermano- comentó, firmemente- Ella será mi mujer- 

Goldhammer volvió a reír. Pero no sabía que ellos estaban predestinados a estar juntos. 

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Le costó muchísimo ubicar la pequeña granja de la familia Leonharth. Parecía que aquella doncella se le hubiese escapado para siempre de sus manos. Pero era un hombre persistente y tenaz... Y pudo dar con su vivienda luego de haber averiguado ante muchos campesinos la posible ubicación. Era como encontrar una aguja en un pajar, pero lo había logrado. 

Estaba seguro que aquella granja era la que buscaba. ¡Había peinado cada centímetro conocido y desconocido de las Campiñas de los Claros de Tirisfal! La granja se encontraba en las faldas de los bosques del oeste. ¡No podía ser otro lugar! Iván se había arreglado tanto como podía. Había cosido su tabardo y pulido la armadura, así como había peinado las crines de "Viejo", adorándola con lazos blancos y azules. El caballo lucía ridículo, pero él estaba seguro que sería del agrado de la dama. 

Tras sopesarlo, tocó la puerta de la casa, la cual crujió. No tardó en salir de allí un anciano, que le miraba con amargura. 

-¿Quién sois?- preguntó, con gesto hosco y malhumorado- ¿Qué trae a la mano de plata a la casa de un humilde campesino?-

- Disculpad mi buen señor- se aclaró la garganta, nervioso- pero no he venido por asuntos de la Orden. Tengo entendido que aquí vive la joven Susan Leonharth. Vine a visitarla- 

- ¿Ah si?- sentenció el anciano, sorprendido- ¿Y con permiso de quién? Porque yo no he consentido tal...- 

- No necesita permiso, padre- sentenció la joven- Yo tampoco se lo he dado- 

El paladín se sorprendió. ¡Nunca esperó semejante desplante! 

- Pero es una visita que esperaba con ansias- dijo ella, atravesando la puerta por el costado derecho de su padre- ¡Me alegro de veros, muy señor mío!- 

La joven tomó del brazo al paladín, que sonreía  lelo, mientras era arrastrado y trataba de dispensarse ante el padre, que negaba con la cabeza ante tal situación. El Caballero Lionhammer subió a la joven al caballo desvencijado, mientras ella reía al observar como se veía de ridículo aquél mastodonte. 

- Es un poco viejo para combatir, ¿no crees?- 

- Puede que sea cierto- sentenció-  pero esta bestia se ha ganado mi respeto y cariño. Me identifico con él- 

- Puedo entender el por qué- dijo ella, ocasionando los colores del paladín, mientras tiraba de las riendas y la paseaba por los campos de Tirisfal. 

- N-no es por...- gruñó el paladín, con ofuscación. Sus 40 inviernos le pesaban ante una joven veinteañera como ella. 

- No lo digo por ello, Sire, es una broma- El paladín bufó, causando aún más diversión a la joven- Hay una cosa que no me habéis dicho- 

- ¿Y qué será?- 

- Vuestro nombre, Sire. Y es descortés invitar a salir a una doncella sin que esta al menos sepa su nombre e intenciones- 

- Soy Iván Lionhammer, señorita Susan- comentó, mirándola, con cierto bochorno- Y he venido con las intenciones más nobles que mi corazón pueden tener para con una doncella como vos. Quiero pretenderos- 

La joven se sorprendió... pero no huyó, sino que le escuchó. 

- No me preguntéis por qué, ni cómo- afirmó él, mientras caminaba tirando de las riendas del corcel- Pero desde que os vi, siento emociones indescriptibles por vos. Solo sé que me dejaré llevar por mis sentimientos y si la luz me es grata, aspiro a que vos los consintáis también- 

Tras un breve silencio, ella habló. 

- Dejemos entonces que sean nuestros sentimientos los que hablen. Me he sentido igual con vos. No sé ni las razones, ni el por qué, pero os puedo asegurar, que lo siento así también- 

Y así, el amor comenzó a crecer entre ellos. Así, con el paso del breve descanso al que había llegado la guerra, aquello que sentían fue creciendo, hasta que Sir Iván Lionhammer y Susan Anneth de Leonharth se casaron en la Capilla de Brill acompañados de sus más cercanos familiares y amigos. La sencilla ceremonia fue llevada a cabo por Ronald Lionhammer, el reputado obispo de Andorhal y el padrino de aquella boda, sería el Caballero Drustvar Goldhammer.

Puede que las circunstancias difíciles en las que se había sumido el mundo consolidaran una relación que en condiciones normales no se hubiese gestado entre ambos y tan rápido, pero el destino es sin dudas misterioso y tal como sucede es que justifica el por qué de las cosas, pues de ese amor nacería  una pequeña niña que 20 años después, sería conocida como la Leona de Lordaeron.

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IX

El fruto de su vientre. 

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Unos meses de descanso habían sido más que suficientes para reponer energías. Lord Iván, se encontraba restablecido y pleno, pues en aquél breve tiempo, había conocido el amor y entre los brazos de Susan Anneth de Leonharth, la hermosa doncella de ojos citrinos de la campiña, encontró aquello que siempre había añorado: Una familia propia. 

Su torso broncíneo respiraba con agitación, bañado en sudor, envuelto en sábanas de seda, abrió sus ojos y miró hacia el techo de la que había sido por años, su habitación en la mansión de los Lionhammer. Después del placer, el cuerpo de hasta el más poderoso de los guerreros, languidecía. Mientras esperaba que su instinto se despertase otra vez, buscó torpemente con su brazo y mano diestra, la figura de ella. Cuando tocó su nalga desnuda, ella emitió un quejidito divertido.

- Muy señor mío, ¿Tan pronto ha despertado pues, su instinto...?- 

-¿Hm? ¡Qué dices, solo quiero acurrucarte entre mis brazos, mujer!- Graznó, agotado- ¡No soy el mozuelo de antes, aunque no le envidio nada a nadie, que te quede claro!- 

Ella se giró y se puso a horcajadas sobre él y el paladín arrugó el morro y susurró.

- Dadme unos minutos, por amor a la luz...- Ella mostró una expresión de decepción, que Iván no tomó de buen grado, gruñendo. La joven Susan soltó una risotada, dándole muchos besos y recostándose luego a su lado, sonriendo. 

- Muy señor mío, solo chanceaba con vos- 

- Pues tus bromas no me hacen gracia, que yo soy un semental de pura cepa-

-Caballo de gran sabana, que está ya viejo y cansado- dijo su esposa, con tono de voz cantarina, risueña. Al paladín le hizo gracia aquella canción. Hubo un momento de breve silencio- Quería daros una noticia, muy señor mío...- 

El paladín metió su rostro entre los castaños cabellos de su ahora mujer. 

-¿Y de qué se trata?-

-¿Recordáis el día que fuisteis a cazar con vuestros primos? Ese día, hice que la señora Louise viniera a visitarme... Digamos que, no me he sentido muy bien- 

Iván frunció el ceño. Dama Louise Johnson era una persona muy conocida por la familia: Era ella una veterana partera que había trabajado para la familia durante años: Había ayudado como matrona a todas las doncellas de la casa en más de dos generaciones, así como se encargaba de ayudarlas en sus asuntos de mujeres. El veterano se preocupó, levantando la mirada. 

-¿Y qué sucedió? No me habíais dicho nada- Graznó Iván, mirándola con preocupación- ¿Qué os aqueja?- 

Ella se reincorporó sobre sus rodillas y le miró fijamente. 

- Hace un mes, que no recibo la visita de don Andrés- dijo ella, muy seria... el Paladín gruñó, sin entenderla. Susan solía hacer muchas chanzas, tan solo porque le divertía.

-¿Y quién coño es ese tal don Andrés, que te visita cada mes?- Bufó Iván, mirándole con los ojos entrecerrados. 

- ¡Mi menstruación, oh tonto!- volvió a desternillarse su esposa, dándole un pequeño golpe en el pecho. El paladín blanqueó los ojos y gruñó otra vez, reincorporándose, aún tenso. 

- ¡Venga ya, por qué no me habíais dicho! ¿Estás enferma, acaso?- Comentó el paladín, mirando a su mujer, que hizo total silencio y le dió un tiempo para que se diera cuenta por si solo- ¿No es normal que os baje el sangrado una vez al mes? ¿O es intermi....?- 

Iván guardó silencio, mirándola. Ella sonrió con timidez y asintió.

- Susan... ¿quieres decir que...?- 

La bien amada Susan asintió varias veces, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. 

-¡NO ME JODAS!- bramó Iván, levantándose de su cama de un salto, totalmente desnudo- ¡FAMILIA, OH, FAMILIA, TENGO UNA MARAVILLOSA NOTICIA!- 

El paladín, como la luz le había traído al mundo, salió dando zancadas al pasillo, alertando a sus pocos parientes, a los criados, que poco a poco comenzaron a despertar. Susan se vistió con un camisón de dormir y corrió para cubrir con las sábanas a su esposo, a tiempo. Cuando su sobrino Tarin salió, el veterano lloraba a moco suelto. 

-¿Qué sucede ahora, viejo Iván...?- Comentó, aturdido por el sueño cortado. 

-¡VOY A SER PAPÁ...!-

La casa se convirtió en una algarabía. Susan no podía haberlo hecho tan feliz... del fruto de su vientre, nacería su descendencia. Uno de sus más grandes sueños, lo que él más había querido. Del fruto de su vientre, crecería lo más bello que él había soñado. Del fruto de su vientre, nacería en unos meses, un pequeño león... o leona. 

***

Los días pasaban y pronto reiniciaron las hostilidades. Las fuerzas de la Mano de Plata fueron convocadas por Lord Uther al norte, donde debían ayudar a los necesitados y expulsar a los restos de la Horda orca que habían sobrevivido al contrataque de la Alianza y al éxito de la campaña en Khaz Modan. La guerra estaba cada vez más próxima a terminar: Pronto partirían al sur, a reconquistar Ventormenta y despachar a los enemigos hasta el averno del que habían llegado.  

El paladín no quería irse a pesar de su deber: Su mujer daría pronto a luz a su hijo, pero el embarazo era un milagro, no solo por la avanzada edad de él, sino por ella. Era una mujer menuda, con caderas delgadas y que, según la experiencia de la matrona, era poco probable que pudiese quedar encinta y mucho menos alumbrar. doña Louise fue muy enfática: Su embarazo, era sumamente riesgoso tanto para ella, como para el bebé y Susan necesitaba extremar todos los cuidados para que su gestación fuese lo más saludable posible. 

Ella lo instó a partir, pues comprendía que la guerra que se estaba librando, era por el bien de ella, por el bien de la familia y el reino, en fin, por el bien de todos. Si la horda vencía, no habría futuro para su futuro hijo.

Tiempos oscuros, acontecerían de ahora en adelante. 

// Tras un par de años sin actividad escribiendo, así como una larguísima ausencia de estos predios, he decidido reaparecer, aunque a ratos, para escribir principalmente y terminar los relatos de un caballero.  Espero que les guste. 

 

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-Relatos de un Caballero-

X

En defensa de su nombre, en defensa de la patria

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La guerra no perdona a nadie. Acaba con la piedad, fecunda la crueldad, mata la inocencia. En tiempos de guerra, aquellas eran las represalias...

Iván dejó el lecho de su esposa encinta para acudir al llamado de Lord Uther al norte, quien tenía la encomienda de castigar los restos de la horda que todavía seguían cometiendo tropelías allí.  

Los horrores que presenciaron en aquél conflicto cambiaron la mirada de los hombres de la alianza: Iván vio los rostros de los jóvenes llenos de vida, entusiasmo y ganas de luchar por su patria y el honor transformados por la sangre y la muerte.... La horda cometía actos de inusitada crueldad contra los inocentes y ellos, en más de una ocasión tuvieron que responder con retribución.

La traición también empañó el honor de la Alianza. Iván participó en la campaña punitiva contra Alterac, el reino de las montañas, quienes dieron paso a los orcos por sus tierras y propiciaron alzamientos y rebeliones campesinas en Mano de Tyr. El Paladín combatió con hombres que otrora fueron hermanos, que con su argucia, pusieron en jaque a la Alianza, asediando Ciudad Capital. 

Y por si fuera poco, las intrigas volvieron a empañar el honor de la familia, derivadas de lo sucedido en Alterac. Lord Andrew Greyhawk, marido de su prima Merissa y Alteracquí de nacimiento, participó de la conjura como financista y parte de los rebeldes de Mano de Tyr, y tras fracasar el alzamiento, intentó huir a las montañas y participar de la defensa de la capital de los Perenolde, pues sus feudos estaban en las Tierras Altas.

Aún cuando no habían pruebas de la participación de los Lionhammer en aquellos sucesos, hubo voces contrarias que deseaban poner en entredicho la honra de los descendientes del león, de forma que cuando el asedio a Lordaeron terminó y se pudo castigar a los traidores, los propios leones entregaron a Lord Andrew a las autoridades. Cuando Andrew escapó, fue a escondidas a Ciudad Capital buscando a su esposa e hijo para llevarlos a las montañas con él. Sin embargo, Albert Lionhammer le entregó a las autoridades al saber lo que pretendía.

Merissa, renegó de su marido públicamente antes de ser ejecutado y se apartó de la vida pública por salvar la honra del apellido, claramente empañado por el papel de su otrora marido en la conjura.  Así, aún cuando los Lionhammer tenían su honor y lealtad más que probados en combate, debieron lidiar una vez más con sus sibilinos enemigos, debiendo sacrificar aún más sus menguados erarios para financiar la guerra, quedando al borde de la desgracia. 

Aún con todo, el joven Tarin Lionhammer, su sobrino y patriarca de la casa, llevaba las riendas de la familia con sabiduría y tesón. Iván le acompañaba firme en su cometido, sabedor que solo unidos, leones blancos y negros lograrían subsistir y salir en defensa de su nombre, a pesar de las dificultades. 

***

Explore the Best Lordaeron Art | DeviantArt

El olor a pólvora fuego y sangre era desquiciante. Los gritos horrísonos del enemigo se escuchaban incluso tras los muros de la ciudad. Iván avanzaba a trompicones, empujando a los civiles que se cruzaban en su camino con la mano libre. La otra, la llevaba asida firme en el mango de su martillo, que apoyaba a su vez en el hombro, vociferando maldiciones e improperios. 

- Hijos de puta...- gruñó- ¡No pasarán a las calles de nuestra amada ciudad! ¡Apartad del camino, coño... id a los refugios y vuestras casas si no váis a pelear!- 

Flanqueaba a Tarin, que también voceaba avisando a los civiles que se refugiaran en sus casas, apartando a la gente del camino. A sus espaldas, un nutrido grupo de soldados, caballeros y milicianos avanzaban prestos a defender sus hogares del invasor. Las callejuelas estaban atestadas de ciudadanos temerosos que corrían detrás de los escudos de sus fervientes defensores. 

Iván no estaba dispuesto a permitir que ningún maldito piel verde entrase a la ciudad, menos ahora, que su mujer se encontraba esperando a su amado hijo. ¡Primero morirían a sus manos antes que permitir que le pusieran un solo dedo encima a su amada! 

Los impactos de la artillería orca golpeaban los muros, haciéndolos vibrar. La tierra bajo sus pies también temblaba, ante el avance de la horda, que iba hacia los muros, en lo que sería el asalto definitivo.  

-¡Avanzad, la horda viene!- clamó el joven Tarin- ¡Ha llegado la hora de vivir por nuestra patria...!-

Apresuraron el paso. 

¡LOK´TAR OGAR!

Los gritos de los orcos, broncos, guturales, eran cada vez más fuertes y el suelo temblaba violentamente bajo sus pies.

Los niños lloraban en los brazos desesperados de sus madres, huyendo de las calles aledañas a los muros y almenas de Lordaeron. 

Los gritos de los soldados siendo heridos por la hechicería orca y sus saetas envenenadas restallaban en el ambiente. Las voces de mando de los oficiales, eran acalladas por el pavor. El humo enceguecía el ambiente... La muerte, estaba asegurada.

Pero como un halo de luz, justo cuando Iván y sus compañeros llegaron a los muros de la ciudad, lo escucharon. Los cascos de varios caballos acallaron el terror. A las puertas, llegaban los más valientes caballeros del reino, encabezados por un níveo y ornamentado corcel. 

-¡Es el rey!- bramó Iván, al reconocerlo- ¡Larga vida a nuestro rey!- 

Los vítores retumbaron en el ambiente. Su rey, un hombre sabio que no era conocido por ser un gran guerrero, se presentaba en el frente, ataviado con una armadura de combate y su espada, dispuesto a luchar junto a su pueblo. Dispuesto a vencer... o morir junto a los suyos. Desmontó junto a sus caballeros y se apeó a los muros... mientras alzaba su voz haciéndose escuchar más allá de los gritos, las explosiones y el pánico. 

-Nobles compatriotas, el mal se cierne sobre nosotros. La oscuridad llega a nuestras tierras. Alzaos a matar al enemigo... ¡Atacad, atacad para que otros vivan! ¡Los mansos no se desvanecerán! ¡vivid, hermanos míos, vivid!-

Las fuerzas de Lordaeron, como un huracán, se aprestaron a la defensa, dispuestos a dar la vida junto a su rey. Iván se apeó a las almenas con dificultad, entre tantos hombres. 

-¡Iván!- clamó entre las gentes y los gritos, su joven primo- ¡Iván!- 

El anciano paladín le observó, jadeante. Se lamió los labios resecos. El joven paladín le tomó del antebrazo y él hizo lo mismo. 

-¡Fuertes como un león!- 

-¡Somos los Lionhammer!-

En ese momento, comenzaron a llegar a los muros los primeros orcos de la horda. El martillo de Iván impactó en el pecho del primero, que cayó brusca y pesadamente por las escalas, llevándose a varios en el proceso. Tarin hizo lo mismo, impactando a un segundo. 

Eran demasiados y no paraban de llegar... pero los Lionhammer, estaban juntos en defensa de la patria. 

***

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El asedio fue un auténtico fracaso para la horda. Uno de sus líderes, al que hacían llamar Gul´dan, dio la espalda a la horda cuando más los necesitaba, huyendo junto al clan Stormreaver y el Martillo Crepuscular, dividiendo a los orcos, permitiendo que la alianza pudiese dar el golpe definitivo y ponerlos por fin a batirse en retirada, tras tantos años de sangre derramada y sacrificios realizados.

La IV legión fue destinada a avanzar por vía terrestre hacia el sur, con la intención de golpear a los ejércitos de la horda que, en desbandada, huían hacia la Montaña Rocanegra. Por su denuedo, Iván fue asignado segundo al mando de la IV legión por órdenes de lord Bishford, que le creía capaz de reemplazarlo en caso de morir en combate, siendo ascendido para ello a Campeón Caballero. 

Aunque el anciano caballero no deseaba tener mando alguno, aceptó a regañadientes por la insistencia de su primo Tarin que, con un rango similar en otra de las legiones, partía hacia la Ciudad de Ventormenta por mar, con la determinación de participar en su reconquista. Cuando se despidieron, lo hicieron con amor paternal. Había aprendido a querer como si de su propio hijo se tratase a aquél muchacho, hijo de Gódric.

Pronto, terminaría la guerra... Pronto, todo pasaría. Sin embargo, los tiempos oscuros estaban lejos de terminar. 

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-Relatos de un Caballero-

XI

Tiempos oscuros

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-¡Cuidado, hermano!-

Iván se giró a tiempo y levantó su martillo, interponiendo el mango entre la pesada hacha de guerra del orco y sus carnes. El choque de ambas armas generó un chispazo. Forcejeó con el grunt, que le miraba con ojos inyectados en sangre, con una expresión de odio, esfuerzo y desesperación. Iván sentía resentir sus brazos ante tamaño esfuerzo que suponía plantarle cara a una bestia semejante. Hacía un día de clima húmedo y pesado: Llovía de forma copiosa hacía días y el suelo estaba lleno de barro: Se encontraban bastante cerca de la frontera entre los Humedales y las Tierras Altas cazando bandas de orcos rezagadas en su retirada hacia el sur tras el fracaso del asedio a Lordaeron. 

Iván detalló las facciones de aquél... era grotesco, con los dientes amarillentos ornamentados con anillos de hierro oxidados y pestilentes. Tenía todo tipo de perforaciones en las orejas, los labios y fosas nasales. Al hablar le escupía el rostro, claramente ofendiéndole en su pagana lengua nativa. El cuerpo estaba ataviado de una armadura de cuero y varios tatuajes de guerra cubrían sus brazos musculados y tensos por el esfuerzo. 

-¡Tu puta... madre, hijo... de ogra!- Bramó el paladín. ¡No permitiría que le ofendiesen, fuese lo que fuese que ese bárbaro le estuviera diciendo! 

En sus adentros, musitó una plegaria a la luz, que respondió a su llamado, dándole fuerzas para alejar a la bestia de él de un empujón. El paladín aprovechó que su enemigo se desequilibró y le encajó un mazazo en el costado, quebrando sus costillas. El orco se desplomó en el suelo, aullando de dolor y él le dió un final rápido, limpio. Jadeó fuertemente, apoyándose en su martillo. A su alrededor, había una pequeña reyerta... los sorprendieron acampando allí, escondidos en los humedales. Los orcos prepararon el campamento a los golpes: Se notaba que tomaban un descanso antes de continuar su retreta por las montañas hacia el sur. 

La horda estaba en total desbandada y trataba de reagruparse más allá de la caída ciudad de Ventormenta, que sabía por misivas con su primo Tarin, estaba siendo sitiada por una parte del ejército aliado, mientras ellos limpiaban los desfiladeros y montañas de Khaz Modan de toda amenaza, antes de presentarse a apoyar a las huestes de Lothar en el sur. 

Sir Drustvar se acercó a él con un trotecillo, al verlo tomar el aire. Los gritos y el cruce de aceros entre orcos y soldados se veía ensordecido por la lluvia. 

-¡¿To...do bien...!?- Exclamó su amigo e instructor, también agotado. Iván asintió torpemente, mirando al caballero por un momento.

-S...Sí...- gruñó, antes de poder terminar de tomar un respiro, tuvo que empujar a su camarada y apartarse. Un orco corría hacia ellos bramando en su lengua pagana. Iván encajó el martillo en su rodilla y al hacerla crujir, la bestia se arrodilló para ser rematada por Drustvar- Malditas... bestias... no dan un maldito... respi...ro- 

El clima de los humedales causaba estragos en su físico. La humedad y el calor hacían más pesadas las marchas, sin contar que las ciénagas dificultaban el acceso por el barro, el agua hasta las rodillas y la lluvia incesante por semanas, que les impedía descansar con comodidad, sumando a los malditos mosquitos plagando de enfermedades a las filas. Muchos soldados murieron de gripe, hipotermia y malaria, a pesar de los intentos de sanarlos, sin contar que los orcos atestaban los humedales en su retirada, dándoles poco tiempo para descansar entre escaramuza y escaramuza. 

¡No se podía cagar ni con comodidad, no fuera a haber una maldita serpiente escondida entre los mangles o un mosquito picándoles el culo! 

- Odio estos malditos parajes... odio a los malditos mosquitos- Se quejó. Drustvar se bajó el almófar de malla y escupió en el piso, antes de levantar su diestra y señalar cien metros más allá. Más orcos se acercaban, coléricos, gritando ayes a los demonios y a la horda.

- Espabilad... ¡Ahí vienen más!- Dijo su camarada y el viejo paladín Lionhammer levantó con dificultad su martillo, poniéndose en guardia. 

- ¡En... formación... hombres!- Los soldados y caballeros que les acompañaban, se hicieron fuertes alrededor de ambos paladines, con torpeza. Los orcos ya venían, pero el nutrido fuego de los arcabuces enanos interrumpió su aparatosa carga contra los hombres de Lordaeron, cargando desde el flanco derecho. 

-¡POR KHAZ MODAN!- 

Los montaraces de la 21° brigada de los humedales se unieron a la IV Legión hacía semanas y trabaron una fuerte amistad con ellos. Los soldados humanos vitorearon a sus camaradas enanos, que cargaron una vez dispararon la andanada. Groluf Barbagris el sargento de aquella unidad, avanzó con hachas en mano, vociferando en su lengua natal maldiciones a los enemigos. 

-¡Lionhammer, por cada bastardo piel verde, me deberás una espumosa!- 

- Acepto el trato, maldito papanatas. ¡Yo ya he matado a cuatro!- 

- ¡Esos no valen!- respondió el enano, que se adelantó varios pasos al paladín- ¡A partir de ahora... SÍ!- Encajó pues, el hacha en el costado de uno de los orcos que avanzaba. El paladín sonrió y tomó fuerzas, para seguir al enano y combatir con fervor. 

***

Espen Olsen Sætervik - Wetlands. | Fantasy landscape, Fantasy inspiration,  Sword and sorcery

Hicieron arder las tiendas de hueso y pieles desolladas de los orcos tras rapiñar los pocos víveres que dejaron abandonados. El paladín estaba hecho añicos, dejándose caer junto a su camarada enano y Sir Drustvar, que tomaban un respiro frente a una hoguera. 

- Me debes tu culo en cerveza, Lionhammer- 

- Prometo pagarte lo que te debo tan pronto termine esta maldita guerra... visitaré las montañas y beberemos hasta hartarnos- 

- Quiero conocer a tu esposa, si es cierto que cocina como las mejores de la montaña, la haré competir con la mía. Comeremos hasta hartarnos. Tenéis que comer el haggis que hace Ruperta, es un manjar de los hacedores-  Sonrió ronco, el enano, dándole un trago a su odre. 

El paladín Lionhammer sonrió. La idea de visitar a sus camaradas de armas, junto a su familia en tiempos de paz, le animaba. El tiempo sirviendo, aún con la dureza de la guerra, le hizo cercano a sus amigos y familia. 

- Será todo un honor y un placer conocer a tu esposa, camarada barbudo- Sonrió el veterano. Drustvar, que les observaba con una sonrisa agotada, miro hacia la hoguera, tornándose serio. 

- Aún falta mucho para que esta guerra termine- Comentó, con cierto desazón. Iván lo conocía y pocas veces había escuchado a su amigo preocupado como en aquél momento- Cada día que pasa, aún con los avances, la guerra se cobra cara cada victoria- 

- Aún en los tiempos más difíciles, maestro, la luz siempre prevalece- repuso Iván- Recordad que antes del amanecer, la noche es más oscura...- 

Drustvar sonrió, viendo a su amigo con orgullo, palmeando su hombro. 

- Bah, paladines- Exclamó el enano- Siempre con sus frases de mariconazo. ¡Sírvanse cerveza, comed morcillas y celebrad la victoria como en las montañas, con una buena juerga e historias de batalla!- 

Los tres se rieron a carcajadas.

***

Los guerreros de la alianza seguían golpeando a los orcos rezagados en aquellas tierras, así como en las montañas del Khaz Modan. La IV Legión recibía permanentemente noticias del frente, donde los éxitos eran cada vez más grandes y contundentes. La mente del paladín Lionhammer se centraba en regresar a casa, a los brazos de su amada, al calor de su familia y a la paz.

Pero la guerra es cruel. Ese día, antes de ponerse en marcha, despertó con un mal presentimiento y escalofríos. Toda la noche anterior tuvo pesadillas sobre su esposa cuando pudo pegar el ojo. La veía ahogada en sudor y sangre, mientras la matrona y un cirujano le abrían en canal para salvar a su hijo. Ella moría... y cuando le entregaban a la criatura, esta se reía de él, con los ojos refulgiendo en rojo carmesí de forma antinatural y la piel blanca como la muerte. 

Logró salir de sus tribulaciones, centrándose en la empresa que les había llevado a los caminos de la montaña. El paso estaba tapado por la neblina y al avanzar, sintió aquellos escalofríos y el pavor que le atenazaron en la mañana. Drustvar, sobre su caballo, notó sus tribulaciones y se acercó. 

-¿Todo bien, viejo amigo?- Iván se sobresaltó, pero le miró y asintió... El caballero le sonrió fraternal y se adelantó un poco- Os veo al final del camino. Dirigid la retaguardia- 

Lord Lionhammer asintió, viendo a su compañero de armas perderse en la neblina, cabalgando a un costado de la formación de soldados. Seguía sin sentirse tranquilo y no comprendía el por qué. Miró a los alrededores, donde no se veía más allá del final de los caminos y los bosques de la falda de la montaña. No se escuchaba nada en la espesura, siquiera el canto de los pájaros...

Sintió nuevamente el escalofrío y espoleó al viejo caballo. 

-¡Levanten los escudos y atentos a ambos flancos!- Clamó, adelantándose a la formación, buscando a su amigo- ¡Drustvar, atento!- 

Pero se dio cuenta demasiado tarde. El cuerno de la horda retumbó y comenzaron a caer sobre ellos hachas arrojadizas y saetas, matando a los más descuidados. Su viejo caballo fue alcanzado y el paladín cayó, quedando atrapada la mitad de su cuerpo bajo el peso muerto de su caballo.

-¡Drustvar... agh, maldita sea!-

- ¡Lok´tar Ogar!- 

Los orcos salieron de entre la niebla y los matorrales, vociferando y agitando violentos sus hachas. El choque arrebató la vida de varios caballeros y guerreros. Iván tuvo que utilizar su martillo a razón de palanca para salir de debajo del caballo y apenas lo hizo, debió parar con sus propias manos el ataque de un orco, que se abalanzaba sobre él dispuesto a matarlo. 

Los disparos de los enanos le salvaron. pudiendo levantarse con torpeza mirando alrededor. La batalla era un auténtico caos. Eran demasiados orcos para lo que pensaban que aún quedaba en las montañas, entendiendo entonces que aún en retirada, la guerra no terminaba y estas fieras bestias serían difíciles de vencer. Su martillo se encontraba debajo del cadáver de su caballo. No había tiempo de sacarlo.

Tomó una espada del suelo, abandonada por un infante muerto y avanzó. Tres orcos le vieron y señalaron, dispuestos a matarlo. El paladín sorteó al primero con limpieza, avanzando jadeante y cojeando de la pierna izquierda. El segundo quiso atacarle y el paladín le bloqueó el ataque, estrellando su cabeza emplacada por el yelmo contra el tabique del grunt que, al sentir el dolor y la sangre caer a borbotones por su rostro bajó la guardia y le permitió al paladín acuchillarlo. 

El tercero se tiró encima de él cuando Iván estaba sobre su rival. Se vió ahogado por el mango del hacha, que usaba como torniquete para partirle el cuello.... El aire se escapaba, pero el orco aulló de dolor. Drustvar estaba allí para ayudarlo, bañado en sangre. Iván se desplomó en el suelo, babeando y recuperando el aliento. 

Su veterano camarada le ayudó a levantar, tomándole del antebrazo. Iván se reincorporó con torpeza y asintió agradecido, tembloroso...

-Gracias amig...- El rostro apacible de su maestro y camarada palideció y su expresión demudó a una de impresión. Un hacha lo impactó por la espalda, abriéndolo en canal- ¡NO...!- 

Drustvar se desplomó en el suelo, para impresión de Iván, que aún con su mano tomada del antebrazo de él casi se cae por el peso muerto. debió soltarlo y levantar la espada para defenderse del inmenso orco que le plantaba cara. Sintió sus músculos chillar por el esfuerzo que suponía bloquear cada hachazo que aquél le lanzaba, hasta que, en un despliegue de astucia y talento marcial, hizo una finta y enterró la espada por la axila de la bestia, que se desplomó inerte. 

El paladín se dejó llevar por la cólera y combatió a los orcos mandando a los soldados hasta que no quedó ni uno solo. Ordenó ejecutar a los que soltaron las hachas sin remordimiento o piedad alguna. Tan pronto cesaron las hostilidades, corrió hacia el cuerpo de su amigo, que murió por salvarlo a él.

Lloró amargamente, pues había aprendido a amarlo como a un hermano. Y es que, esas eran cosas de los hombres. Amar al desconocido como uno más de tu familia, pues habías confiado tu espalda a él y él la suya en ti. Lloró amargamente a su caballo, lloró amargamente a su escuadra, que pereció en aquella artera emboscada. 

El combate fue un desastre, pues también los enanos sufrieron cuantiosas bajas. Entre ellas, el valeroso Groluf Barbagris, su amigo barbudo. Aunque vencieron, la victoria les había salido sumamente amarga y más para Iván, que recibió una misiva de la mano del mismísimo Henry Bishford que, sabedor de lo importante que era tan infausta noticia, prefirió presentar él mismo sus respetos al adelantarse hasta la línea donde Iván se encontraba sirviendo. 

Tarin había muerto en una emboscada junto a su esposa en los bosques de Elwynn. Protegían suministros destinados a reforzar las líneas del frente en Crestagrana. Fueron víctimas de una partida de incursores, como esas bestias malditas que arrasaron a todos sus amigos y escuadra. La pareja había concebido a un niño, que quedó a resguardo de su padrino Sir Frank Lightstorm -el cual sobrevivió a la emboscada por muy poco- y su primo Stanley Lionhammer en Ventormenta.    

Iván quedó al mando de su familia como patriarca, pero con una herida muy profunda en su corazón. Una herida de la que jamás se recuperó. 

Editado por Sacro
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